Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 12
Capítulo Siete
ОглавлениеDanielle apoyó las manos en el lavabo e intentó que se le deshiciera el nudo que tenía en la garganta.
¡Casarse con él!
¿Cómo podía hacerle eso? ¿Cómo podía estropearlo todo con una proposición de matrimonio? Flynn Donovan era la última persona en el mundo de la que habría esperado eso. La última persona que desearía atarse a alguien. Después de todo, era un hombre que debía tener una lista interminable de mujeres esperándolo…
Y, sin embargo, la quería a ella.
La supuesta buscavidas. La supuesta estafadora. La supuesta mujer que haría cualquier cosa por llamar su atención.
No lo entendía. Pero daba igual. Ella no podría soportar otro matrimonio con un hombre que quisiera poseerla, agobiarla, dictarle lo que tenía que hacer y cómo. Lo único que ella quería era su independencia.
Pero tenía que ser fuerte. No debía olvidar lo que Robert le había hecho en nombre del amor. No debía olvidar que Robert había querido saber dónde estaba cada minuto del día, con quién había comido, a quién había visto. Ni las sugerencias sobre lo que debía ponerse, no solo por parte de Robert sino de su madre. Ni las críticas cuando daba una opinión… hasta que dejó de darlas.
Era muy joven cuando se casó y estaba deseando enamorase cuando conoció a Robert. Echaba de menos a sus padres y había querido que alguien la amase.
Pero había elegido al hombre equivocado, a la familia equivocada. Y para cuando lo descubrió ya era demasiado tarde. Estaba casada con Robert Ford.
Y con su madre.
¿Y Flynn quería devolverla a ese infierno?
No, no pensaba volver a cometer ese error.
Afortunadamente, Flynn se había ido cuando volvió del baño y Danielle salió a dar un paseo por el jardín botánico. Pero ni siquiera los hermosos jardines tropicales consiguieron calmarla… incluso tenía la absurda sensación de que alguien la seguía y no dejaba de mirar por encima del hombro.
Pasó el resto del día en casa, esperando que Flynn volviera para seguir presionándola.
Qué cara.
Había luchado mucho para llegar a ese momento de su vida y, embarazada o no, lo último que deseaba era sentirse atrapada otra vez en un matrimonio sin amor. Y estaría atrapada. Atrapada por un hombre que pensaba que las mujeres valían solo para una cosa.
Afortunadamente, estaba embarazada. Lo que Flynn Donovan más temía era lo que iba a salvarla de sus garras.
Su hijo.
Al final, Flynn no fue a su casa y tampoco lo hizo Monica. De modo que se puso a limpiar el apartamento y a colocar, por enésima vez, la ropita de bebé que le había regalado su amiga Angie.
Le temblaban las manos mientras colocaba los patucos, las camisetitas. En seis meses tendría a su hijo en brazos, pensó. Había intentado prepararse para ese momento, pero seguía pareciéndole increíble.
* * *
Desgraciadamente, no estaba preparada para la bomba que recibió al día siguiente en el trabajo. Ben Richmond, el hombre que le había alquilado el ático, pasó por la boutique cuando Angie había salido al banco.
–Hola, Danielle.
–Hola, Ben. ¿Qué haces por aquí?
–Danielle, verás… tengo que hacerte una pregunta –dijo el hombre, nervioso.
–Dime.
–¿Estás embarazada?
–Pues… sí –contestó ella, sorprendida.
–Entonces, ¿vas a tener un niño?
–Eso parece. ¿Por qué lo preguntas?
–Es que… Verás… el contrato de alquiler que firmaste especifica que el inquilino no puede tener niños.
–¿Qué?
–Que no se admiten niños en ese edificio. Si dependiera de mí… –se disculpó Ben–. Pero no es así.
–¿Estás diciendo que tengo que irme de mi apartamento, de mi casa?
–No te preocupes. No vamos a echarte mañana ni nada parecido. Pero el propietario insiste en que te marches lo antes posible. Lo lamenta mucho, pero…
–Pero yo no recuerdo ninguna cláusula sobre eso.
–Está en el contrato, Danielle. Yo no te dije nada porque no sabía que estuvieras embarazada.
Danielle apretó los labios.
–Tardé mucho tiempo en encontrar un sitio que me gustase y ahora tengo que ponerme a buscar otra vez.
–No te disgustes –intentó consolarla Ben–. Yo te ayudaré. Tengo un par de sitios en mente no lejos del ático. Te gustarán, te lo prometo.
La idea de volver a mudarse la llenaba de horror. ¿Y si no encontraba nada que le gustase? ¿Y si no podía pagar otro apartamento? Entonces tendría que volver con Monica.
–¿Te encuentras bien?
–Sí, sí… ya se me pasará –contestó Danielle.
–¿Quieres que te llame mañana? A lo mejor para entonces ya he encontrado algo.
–Sí, Ben. Como quieras.
–Lo siento mucho, Danielle.
–Sí, lo sé. Ben… ¿podrías decirme quién se ha quejado? Porque alguien tiene que haberos avisado de que estoy embarazada.
–No lo sé. El propietario llamó a mi jefe y él me lo dijo.
–Ya, claro.
Cuando Ben salió de la boutique, Danielle se dejó caer sobre una silla. ¿Quién podía haber dado el chivatazo? Apenas se hablaba con nadie en el edificio y era imposible que hubieran notado el embarazo…
¡Flynn! ¿Podría haber sido Flynn? ¿Podría caer tan bajo para obligarla a casarse con él?
De repente todo tenía sentido. Solo podía ser él.
¿Cómo podía hacerle eso? Se habían acostado juntos una noche y, de repente, quería dirigir su vida. Como Robert.
Pues Flynn Donovan iba a llevarse una sorpresa. Y no iba a gustarle nada.
Pero cuando llegó a su oficina su secretaria le dijo que había ido a casa a buscar la maleta porque se iba a París por la tarde.
Danielle tragó saliva. Estaba a punto de perder su casa y el instigador se iba de la ciudad.
–Voy a darle su dirección –sonrió la secretaria–. No creo que le importe.
No iba a gustarle nada, pero no pensaba decírselo. Aunque esperaba que la pobre mujer no se metiera en un lío por su culpa.
–Es usted muy amable.
–Me alegro de poder ayudar –sonrió ella–. Pero será mejor que se dé prisa.
Diez minutos después, paraba el coche frente a una de las casas del paseo marítimo. Y allí estaba el Mercedes de Flynn. Danielle miró la casa de dos pisos con sus ventanales frente al mar… La gente que vivía allí nunca tenía que preocuparse por nada. Nunca se quedaba en la calle.
Al contrario que ella.
Estaba subiendo los escalones de la entrada cuando la puerta se abrió y Flynn salió con una pareja mayor. Por un momento se quedó desconcertada, pero se recuperó enseguida.
–¡Ahí estás, cobarde!
Decir que Flynn se había quedado sorprendido era decir poco, pero intentó disimular.
¿Qué estaba haciendo Danielle allí? ¿Y por qué estaba tan furiosa?
–Hola. ¿Quieres entrar?
–Ah, claro, sé amable. Que tus empleados no sepan qué clase de hombre eres.
–Pero…
–¡Estoy embarazada y a Flynn Donovan no le importa que tenga a mi hijo en la calle!
–Danielle, por favor. No sé cuál es tu problema, pero sugiero que lo hablemos en privado –dijo Flynn entonces, tomándola del brazo para llevarla a su estudio–. ¿Se puede saber qué te pasa?
–No finjas que no lo sabes.
–Es que no lo sé. No sé de qué estás hablando.
–¿No has llamado al propietario de mi edificio para decirle que estoy embarazada?
–¿Qué?
–Debes haberte enterado de que no admitían niños en el edificio. ¡Y ahora no tengo dónde vivir!
–¿Tú crees que yo haría eso?
–¿Por qué no? Haces cosas peores.
–¿Incluso después de lo de anoche?
–¡Especialmente después de lo de anoche!
–Lo siento, pero no veo la conexión.
–Tú eres el único que puede haber avisado al propietario del ático. Me has dejado en la calle para que tenga que casarme contigo, ¿vas a negarlo?
Flynn hizo una mueca. ¿Era aquella la misma mujer con la que había hecho el amor por la noche? ¿La misma mujer que le había suplicado que le hiciera el amor?
–Danielle, te doy mi palabra de que yo no tengo nada que ver con eso.
Pero sabía quién era el responsable.
Monica.
Afortunadamente, había puesto a alguien vigilándola, una mujer discreta y profesional que cuidaría de Danielle hasta que él volviese de París.
–¿Cómo voy a creerte?
–En lo que respecta a los negocios, mi palabra es más que suficiente.
–Esto no es un negocio, es algo personal –protestó Danielle. Pero en cuanto lo dijo se puso colorada.
–Sí, muy personal –sonrió Flynn, encantado con su reacción.
–Sabes que no me refería a eso.
–No puedo evitar que pienses mal de mí, pero hacer que dejen a alguien en la calle no es mi estilo.
Danielle lo miró fijamente, como si quisiera leer la verdad en sus ojos.
–¿Por qué te creo?
–Porque sabes que es la verdad –suspiró Flynn, tirando de ella, apretándola contra su entrepierna para que sintiera lo que le hacía.
–No –murmuró Danielle, apartándose.
–Es una batalla perdida.
–No va a haber ninguna batalla, Flynn –contestó ella, sabiendo que se refería a otra cosa–. Tengo que irme del ático, no hay nada que hacer.
–La persona que te alquiló el apartamento debería haberte informado sobre esa cláusula. ¿Es amigo tuyo?
–Era amigo de mi marido.
–Ah, ya.
–Ben no sabía nada sobre el niño. Me buscó el ático porque… no sé, creo que le daba pena que tuviera que vivir con Monica.
Flynn sospechaba que estaba diciendo la verdad. Claro que era un hombre. Y cualquier hombre querría llevarse a Danielle a la cama.
Y estaba claro que a ella ni siquiera se le había ocurrido sospechar de su suegra. Monica estaba siendo tan vengativa por su culpa. La había enfurecido y ahora se vengaba con Danielle.
Aunque cualquier intento de recuperar a Danielle haría que esta saliera corriendo. Hacia él.
Ah, aquello podía acabar mejor de lo que había pensado.
–Bueno, ¿qué más da? El daño ya está hecho. Ben me ha dicho que a lo mejor encuentra otro apartamento…
Flynn apretó los labios. Aquel Ben le parecía demasiado servicial.
–Podrías demandarlos.
–¿Y meterme en juicios? No, por favor. Me horroriza. Además, prefiero no quedarme donde no se me quiere.
A Flynn no le gustaba verla tan triste y, de nuevo, pensó que Danielle Ford no era la mujer que había pensado.
–Yo conozco un sitio en el que sí se te quiere. Y mucho.
–Gracias, pero me las arreglaré.
–Venga, te llevo a casa.
–He venido en coche.
–No pienso dejar que conduzcas con ese disgusto.
–¿No tenías que irte a París?
Connie debía habérselo dicho, pensó Flynn. Además de darle su dirección. Aunque no le importaba.
Entonces miró su Rolex. Podía retrasar la reunión o enviar a otra persona, preferiblemente esto último.
–No voy a ir.
–Pero…
–Voy a llevarte a casa.
–Flynn, no tienes que llevarme a casa. Puedo ir yo sola.
–No –insistió él, mirándola con una ternura inesperada–. Siéntate y relájate un momento. Vuelvo enseguida.
En cuanto Danielle entró en su casa y miró lo que tan pronto se había convertido en su hogar se sintió invadida por la desesperación. Echaría de menos aquel espacioso apartamento, las vistas…
Pero no era solo eso. Aquél había sido su nuevo principio. Se sentía segura allí.
Y ahora todo había terminado.
Flynn apretó su cintura y, por una vez, supo que tenía alguien en quien apoyarse. En él. Pero sería la última vez, se prometió a sí misma. Los brazos de Flynn Donovan eran demasiado cálidos, demasiado reconfortantes.
–Lo siento –murmuró, sacando un pañuelo del bolsillo–. Es que no me esperaba este disgusto.
–No tienes que disculparte.
Danielle lo miró. Y en ese momento se dio cuenta de que no era solo su apartamento lo que la hacía sentir segura. Era Flynn. Se sentía protegida, como jamás se había sentido. Al contrario que con Robert.
Robert. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en él, pero decidió apartar los malos recuerdos y concentrarse en el presente. Estaba a punto de perder su casa.
–Flynn, yo pensé que esta sería mi casa durante un par de años por lo menos. Va a ser tan difícil marcharse…
–Intenta no preocuparte por eso.
–¿Cómo no voy a preocuparme? Firmé un contrato de buena fe. Siempre firmo las cosas después de leerlas cuidadosamente. Incluso habría firmado esos papeles que Robert quería que firmase…
Danielle no terminó la frase.
–¿Estás hablando del préstamo?
Ella se mordió los labios. ¿Si le contaba la verdad se lo diría a Monica? ¿Podría suplicarle que no lo hiciera? Sí, por su hijo, lo haría.
–¿Danielle?
–Sí, Flynn, estoy hablando del préstamo –suspiró por fin–. Robert falsificó mi firma. Yo no sabía nada de ese préstamo, nada en absoluto. Robert intentó que firmase unos papeles, pero no quiso decirme para qué eran y eso me hizo sospechar. Así que no los firmé. Y no volví a oír nada sobre el tema hasta que recibí tu carta. Y ni siquiera entonces se me ocurrió pensar que Robert hubiera falsificado mi firma. ¿Pero por qué vas a creerme ahora si no me creías antes?
–Ahora te conozco y sé que estás diciendo la verdad.
–Ah, qué magnánimo.
–No soy tan mala persona. ¿Pero por qué no me lo contaste antes? ¿Qué estás intentando esconder, Danielle?
–Pensé que se lo dirías a Monica y que Monica usaría eso contra mí…
–¿Cómo?
–Monica quiere quedarse con el niño a toda costa y pensé que usaría lo del préstamo en mi contra. Por eso te mandaba los cheques. No quería arriesgarme a que ella supiera nada sobre el asunto. Si tú no creías que mi firma era falsificada, Monica podría decidir no creerlo tampoco. Y sabía que usaría cualquier treta para quitarme a mi hijo. Aún podría hacerlo.
–Por encima de mi cadáver.
–Gracias, Flynn.
–Por eso te pusiste tan nerviosa el día que Monica me pilló aquí, ¿no?
–Sí, por eso.
–Danielle, yo no le habría hablado del préstamo entonces y no debes temer que se lo diga ahora. Esa mujer es la última persona en el mundo que debería criar un niño. Cualquier niño.
Danielle tragó saliva.
–Desgraciadamente, nada de esto resuelve mi problema.
–¿Por qué no esperas a ver qué pasa?
Eso era fácil de decir cuando se tenía dinero. Él podía irse a vivir a un hotel. Incluso podría comprar el hotel.
–No, tengo que enfrentarme con la realidad ahora. No tiene sentido enterrar la cabeza en la arena.
–Ya encontraremos alguna solución, no te preocupes.
–Flynn, en caso de que no lo haya dejado claro, no necesito tu ayuda.
–Si te casaras conmigo al menos no tendrías que preocuparte por eso.
Danielle lo miró con los ojos muy abiertos.
–Ben encontrará un apartamento para mí.
–¡Olvídate de Ben! Te meterá en algún agujero diminuto en el peor barrio de Darwin…
–Pues a ti parece que no te ha ido tan mal.
–No todos los chicos de mi barrio acabaron siendo millonarios, Danielle.
–¿Nadie más que tú y tus amigos tenía cerebro? –rio ella.
–Cásate conmigo.
–No.
–Serás muy feliz. Te lo prometo.
–No hagas promesas que no puedes cumplir.
Flynn apretó los dientes.
–¿Quieres que tu hijo sufra sin un padre?
–Eso no es justo. Pienso ser la mejor madre del mundo para él.
–Pero tú tuviste un padre y una madre. ¿Vas a negarle a tu hijo algo que debería tener, algo que tienen la mayoría de los niños?
–Quizá me case algún día, pero con el hombre adecuado. Y ese hombre no eres tú.
–¿Por qué no?
–Porque eres… un poco manipulador.
–¿Yo?
–Usar el sexo para conseguir lo que quieres es ser un manipulador. Y me parece muy curioso que no hayas mencionado para nada la palabra amor, por cierto. La gente suele casarse por amor.
–Prefiero no empezar el matrimonio con expectativas exageradas.
–No… pienso… casarme… contigo.
–Seguro que aprenderíamos a querernos con el tiempo. Seríamos felices.
–No.
–Danielle, no quiero discutir.
–¡Ni yo tampoco!
De repente, Danielle tuvo que agarrarse a él. De nuevo había vuelto a marearse. Y aquella vez era más fuerte que nunca.
–¿Qué te pasa? ¿Te has mareado?
–Sí, un poco.
–Eso te ocurre demasiado a menudo. Voy a llamar a mi médico… y no quiero discutir.
Aquella vez, tampoco Danielle quería discutir. Últimamente no se encontraba bien y no quería arriesgarse a perder el niño. No podía. Su hijo era lo único por lo que merecía la pena vivir.
–¿Cómo te encuentras, mejor? –murmuró él, después de llevarla a la cama.
–Un poco.
Flynn se sentó a su lado y apretó su mano.
–No voy a dejar que te pase nada ni a ti ni al niño.
–Flynn, tú no puedes…
–Habíamos quedado en que no ibas a discutir –la interrumpió él.
–No puedes culparte a ti mismo por mis mareos.
–En parte son culpa mía. Siempre estamos discutiendo…
Danielle sonrió.
–¿Cuánto crees que tardará en venir el médico?
–Poco si sabe lo que es bueno para él.
Qué hombre tan contradictorio era Flynn Donovan, pensó Danielle.
* * *
Unos minutos más tarde llegó el médico, Mike, y después de examinarla anunció que todo estaba bien.
–¿Ha estado estresada últimamente? ¿Come bien, duerme ocho horas?
–Está muy estresada –contestó Flynn.
–Pues espero que no viva sola.
–Vive sola –volvió a decir Flynn, antes de que ella pudiera intervenir.
–No es buena idea. ¿Tiene algún amigo, algún pariente? Debe descansar, señora Ford. Si no, me temo que tendré que recomendar su ingreso en el hospital.
–Pues…
–Se quedará en mi casa –la interrumpió Flynn.
–Estupendo –sonrió Mike–. Pero debe descansar mucho a partir de ahora, jovencita. Nada de trabajo durante una semana y tenga cuidado después –luego miró a Flynn–. Las relaciones sexuales no serán un problema.
–Ah, muy bien.
Danielle estaba tan angustiada que no prestó demasiada atención a la conversación. Pero cuando Mike se marchó se le ocurrió algo.
–Lo habíais planeado, ¿verdad?
–¿Quieres que llame a Mike otra vez? Seguro que le encantará que cuestiones su integridad. Por no hablar de la mía.
–Bueno, de acuerdo, me había equivocado.
–Vas a venirte a mi casa. Estás enferma y no puedes cuidarte tú sola. Además, como tienes que irte del ático…
Danielle podía sentir que Flynn se la tragaba con sus tácticas.
–No pienso seguir siendo tu amante. Tengo que pensar en mi hijo. Encontraré otro sitio.
–¿Y luego qué? ¿Te dejo sola para que te pongas enferma y te mueras?
–No exageres, estoy bien. Mike acaba de decirlo.
–Por favor, Danielle. Deja que haga esto por ti. Tú no lo entiendes, pero es muy importante para mí.
Se sentía culpable, estaba claro. Y eso la enterneció.
Si se quedaba en el ático sería solo algo temporal… Podría ponerse enferma, incluso arriesgar la vida de su hijo.
Pero si se iba a casa de Flynn, ¿lo entendería él como un sí? Quizá podrían llegar a una tregua, pensó.
–Muy bien, me iré a tu casa –dijo por fin–. Hasta que tenga el niño.
Luego volvería a trabajar, alquilaría un apartamento lejos de Monica… y más lejos de Flynn.
En los ojos del hombre vio un brillo de satisfacción, pero fue su postura, el gesto de alivio lo que la aseguró que había hecho bien.
–Estás haciendo lo que debes.
–¿Para quién, Flynn? ¿Para ti o para mí?
–Para tu hijo.