Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 23
Capítulo Cinco
ОглавлениеDos días más tarde Julia no podía pensar en otra cosa que no fuera Trent. Cuando no estaba ocupada en el trabajo, pensaba en su último encuentro con Trent, en aquel beso de lujuria, en la mirada de sus ojos. Cuando la tocaba, despertaba todos los sentidos de su cuerpo, pero ella deseaba que no fuera así. Ningún hombre la había hecho reaccionar como Trent.
Él lo tenía todo. Era apuesto, encantador y tenía mucho sex appeal, además de ser inteligente; y sus andares de vaquero la hacían derretirse cada vez que se le acercaba. Algunas veces, cuando obraba su magia y la besaba inesperadamente, ella podía llegar a olvidar que era tan cruel como encantador. Era un alivio saber que se había marchado durante unos días, pero también tenía que reconocer que estaba deseando volver a verlo.
Era una locura.
Él la había manipulado y le había mentido. La había seducido, dejándola en ridículo. Su cabeza le decía que se olvidara de él para siempre, pero su corazón…
Ya había pasado la hora de la cena, pero Julia seguía sentada frente a la nueva campaña publicitaria del hotel. La vista se le nublaba.
Un artista le había pintado Crimson Canyon en un póster y ella había trabajado duro en el lema de la campaña. Con la nueva imagen del Tempest West delante de los ojos, Julia sintió un golpe de energía y supo que iba por el buen camino.
Le dio un sorbo al café, ya frío, e hizo una mueca.
–Qué horror –murmuró, y dejó la taza en la mesa.
Se apoyó en el respaldo de la silla y suspiró. Su cerebro se merecía un descanso. Además, su estómago empezaba a quejarse.
Se levantó y estiró los brazos. Cerró los ojos y empezó a mover la cabeza a un lado y al otro, intentando relajar los músculos.
–Estás muy sexy cuando haces eso –Trent estaba en el umbral del despacho, apoyado contra el marco. Tenía las manos en los bolsillos.
–Has vuelto –dijo ella, sorprendida.
Los ojos de Trent emitieron un destello.
–¿Me has echado de menos? –le preguntó, entrando en el despacho.
–Iba a irme a casa.
Trent hizo caso omiso de sus palabras y miró el póster, que descansaba sobre la mesa.
–¿Es eso? –dijo, acercándose un poco para verlo mejor.
Julia vaciló un instante. Creía tener buenas ideas y la campaña iba bien, pero aún no estaba preparada para una presentación. Cuando se trataba de su profesión le gustaba tenerlo todo bajo control. Sin embargo, Trent siempre se las ingeniaba para desordenar algo en su vida.
–Sí, ya está. Pero todavía no he terminado. Voy a diseñar una invitación especial para nuestra reinauguración. Pero no quiero llamarlo así.
Trent continuó mirando el póster.
–«Vive nuestra leyenda» –dijo, leyendo– «o crea la tuya propia».
Ella se puso a su lado.
–Ahí –le dijo, señalando la parte inferior del póster– es donde pondremos «Tempest West, Crimson Canyon».
Trent la miró de reojo.
–Me gusta el eslogan.
–Gracias –dijo ella suavemente, y oyó cómo le rugía el estómago una vez más.
Trent sonrió.
–Yo también me muero de hambre. He venido directamente desde el aeropuerto. El chef nos traerá la cena. Para dos.
Julia asintió.
–Seguro que puedes comértelo todo –dijo, sacando el bolso de un cajón.
–Salmón a las finas hierbas con arroz basmati.
Aquello sonaba como un manjar celestial, pero Julia sacudió la cabeza.
–Suflé de zanahoria.
–¿Suflé? –repitió. La boca se le hacía agua–. Eso no parece una cena de vaquero.
–Mi apetito no conoce fronteras.
Ella esbozó una sonrisa tímida.
–El chef también nos va a traer una tarta de chocolate de siete capas.
–La especialidad de la casa.
–Puedes ponerme al tanto de todos los detalles de la campaña mientras cenamos.
A Julia le volvió a rugir el estómago, pero Trent no pareció haberlo oído. Ella había pensado pedir una ensalada en el Canyon Café antes de irse a la cama, pero una cena a la carta sonaba muchísimo mejor. No era capaz de rechazar a Trent y a la comida.
–¿Esto es una orden del jefe?
Trent la miró a los ojos.
–No, es solo una petición.
Ella dejó escapar un suspiro.
–De acuerdo, entonces. ¿Cuándo vamos a cenar?
Trent miró la hora.
–En unos minutos.
Mientras Julia ponía en orden los documentos, Trent fue hacia la ventana.
–Acabo de cerrar un trato para traer una camada de caballos salvajes al cañón.
–¿Qué? –Julia creyó que no le había oído bien.
Trent se volvió hacia ella.
–Necesitan un hogar. Están hambrientos y cansados.
–Trent, esto no es un rancho. Es un destino turístico elitista que no está sacando muchos beneficios. ¿Por qué no lo discutiste conmigo antes?
Él se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
–Fue todo muy rápido. Haremos que funcione, Julia. Los voy a soltar detrás de Shadow Ridge.
–¿Soltar? Dime que es una broma.
–Los caballos no molestarán a nadie allí. Es una zona prohibida para los clientes.
–Si hubieras esperado a oír mi presentación, sabrías que tenía planes muy específicos para Shadow Ridge, planes que no incluyen caballos salvajes.
Trent contrajo la mandíbula y su mirada mostró determinación. Julia se dio cuenta de que no había forma de disuadirlo.
–¿Qué clase de planes? –preguntó él.
–Visitas guiadas a caballo por las montañas. Charlas de arte, dadas por profesionales. La privacidad, la paz y las hermosas vistas del Crimson Canyon. A la mayoría de la gente le gustaría encontrar un sitio tan retirado como este para reflexionar. Algunos pintarían paisajes, otros montarían a caballo. Les ofreceríamos algo que no pueden encontrar en otro sitio, ¿no?
–Y ahora podrán ver a los caballos salvajes en primera línea.
–¿Puedes controlarlos?
–Ni hablar.
Julia no pudo sino admirar su dedicación hacia esos caballos maltratados y se los imaginó corriendo en libertad por Crimson Canyon. Trent se ocuparía de que estuvieran bien cuidados. Él era un hombre que se preocupaba por los suyos.
–Pero la seguridad de los clientes…
–Los caballos tienen barreras naturales. No irán demasiado lejos. Voy a darles comida y agua y así se quedarán donde tienen que estar. Y no molestarán a nadie.
–¿Y cómo puedes asegurármelo?
–Confía en mí.
Julia jamás volvería a confiar en él, pero el hotel era suyo.
–No puedes permitirte una demanda.
Trent levantó las cejas.
–¿Has oído algo de eso?
–No de ti. Pero, sí. He oído algo. Nuestra primera prioridad son los clientes, y van a pagar el doble por lo que acabo de proponerte. Por favor, dime que no tienes ninguna idea alocada para Destiny Lake. Nada de exhibiciones acuáticas o algo por el estilo.
Trent hizo una mueca.
–Muy gracioso, Julia.
–¿Y bien?
–No. No tengo planes para Destiny Lake.
–Eso es un alivio.
En ese momento llegó el camarero con un carrito y Trent lo hizo pasar.
–Es para dos, Robert. Comeremos aquí mismo, a no ser que la señorita Lowell prefiera comer abajo –dijo, buscando su consenso.
–Así está bien. Estamos trabajando –dijo ella, y le sonrió al camarero.
Robert miró la comida.
–Volveré con otro plato y más cubiertos.
Robert estaba a medio camino de la puerta cuando Trent lo llamó.
–No te molestes. Hay suficientes cubiertos para los dos, pero gracias de todos modos.
Lo acompañó a la puerta y le dio la propina.
–Debe de estar delicioso –dijo Julia cuando Trent destapó los platos.
Una bocanada de vapor llenó la estancia y aromas suculentos hicieron protestar el estómago de Julia otra vez.
Trent puso todos los platos sobre el escritorio y se sentó.
–¿Y ahora qué? –preguntó ella, hambrienta.
Él había dejado marchar al camarero y no había más platos.
–Puedes sentarte a mi lado –le dijo él con voz suave–. O también puedes sentarte en mis piernas y yo te doy de comer. Creo que así disfrutaríamos mucho de la comida.
Una imagen sensual irrumpió en los pensamientos de Julia. Fue hacia él y se inclinó sobre él, quedándose a un centímetro de distancia. Mirando aquellos profundos ojos oscuros, logró resistir la tentación.
–Ahora vuelvo –le dijo.
–¿Adónde vas?
Un minuto más tarde regresó con un plato de papel y cubiertos de plástico.
Trent sonrió al verla.
–Qué práctico.
–Ya lo creo –dijo ella.
Trent le dio el plato de loza y los cubiertos de acero y se sirvió su propia ración en el desechable.
A la mañana siguiente, Trent aparcó el coche junto a los establos y entró en el despacho. Una vez más Julia conversaba con Pete. Su suave risa llenaba la habitación.
Había decidido llevarla a Shadow Ridge para que lo informara de sus planes con todo detalle. Esa era la única forma de entender su propuesta.
El proyecto era arriesgado y a Trent no le importaba correr un riesgo calculado y necesario, pero tenía que asegurarse de que no estuviera intentando hundirlo por venganza.
No creía que ella fuera capaz de tanta maldad, pero tampoco había esperado que fuera tan difícil volver a ganarse su confianza. La quería de vuelta en su cama. Las cosas eran así de sencillas.
–Buenos días –dijo, interrumpiendo la conversación.
Julia levantó la vista con una sonrisa en los labios.
–Buenos días.
Pete hizo un gesto de saludo y se disculpó al salir.
–¿Estás lista para dar un paseo?
–Sí, incluso me he vestido para la ocasión –dijo ella, de muy buen humor.
Trent también habría sonreído de no haber sabido que Pete era el responsable de su alegría.
Unos simples vaqueros, la blusa de algodón y la coleta no hacían sino realzar su belleza natural, fresca y sin maquillaje. Ya fuera con un traje de negocios elegante o con ropa sencilla e informal, Julia Lowell siempre causaba impresión.
–Vamos.
–¿Vamos a quemar el día?
Trent le puso el brazo alrededor de la cintura y la atrajo hacia sí. Su delicado cuerpo lo hizo excitarse al instante.
–Oh –exclamó ella.
–Algo se está quemando. Y si no salimos de aquí ahora mismo, vas a saber qué es.
La tensión chisporroteaba entre ellos. Se miraron durante un instante y entonces él la soltó.
–De acuerdo. Va… vamos.
Trent masculló un juramento para sí. No había una mujer a la que deseara más, pero no estaba dispuesto a hacer una estupidez por ella.
Salió al exterior y fue hacia la cuadra que albergaba a los caballos. Pete había ensillado a Duke y a Honey Girl. Trent tomó las riendas.
–Gracias, Pete. Yo los llevo desde aquí.
El vaquero miró a Julia, que estaba unos pasos detrás.
–Entendido –dijo, despidiéndose con un gesto–. Estaré en el despacho si me necesitan. Que tengan un buen paseo.
Trent ayudó a montar a Julia y emprendieron la marcha. De camino a Shadow Ridge, Julia le habló de sus proyectos. Trent escuchaba con atención y asentía, admirando la belleza de los cactus saguaros y las resplandecientes cumbres de Crimson Canyon.
–¿Qué te hizo pensar en ofrecer charlas de arte? –le preguntó.
–No serán simples charlas de arte, Trent. Contrataremos a un artista de verdad. Él exhibirá sus obras en la galería del hotel y después ofreceremos inspiración en el lugar más pintoresco de la finca. Cuando revisé los cuestionarios de los clientes, me di cuenta de que la mayoría eran amantes de la música y del arte. A mí me parece una buena idea seducirlos con aquello que tanto les gusta. Recuerda que el Tempest West no es un sitio donde pasar una noche de camino a otro lugar. Es un destino. Y nosotros tenemos que darles a nuestros huéspedes lo que les gusta. No han de tener ninguna razón para salir de la finca en busca de ocio. La palabra «exclusivo» será sinónimo de Tempest West. Ese es nuestro gancho. Privacidad, intimidad, entornos naturales y oportunidades únicas.
Trent tiró de las riendas de Duke cuando llegaron a la base de Shadow Ridge.
–Suena bien.
La yegua de Julia se detuvo a su lado.
–El pintor mostrará su trabajo y se hará un hueco en la comunidad de artistas. Tus clientes tienen mucho dinero, Trent. Pagarán más por lo que les ofrecemos. También nos hace falta un buen cantante. Yo he trabajado con Sarah Rose en la Dreams Foundation Charity.
–¿Puedes conseguir a Sarah Rose? –dijo Trent, impresionado.
La cantante de country Sarah Rose era tan conocida como Reba McEntire y Faith Hill.
–Así es. Estoy negociando con su mánager. He hablado con ella en privado y parece que está deseando cambiar de aires. Necesita unas vacaciones. En cuanto le hablé del Tempest West, se mostró dispuesta a venir y a dar pequeños conciertos íntimos cada semana, siempre y cuando le garanticemos privacidad. Ella también será una huésped.
Trent la miró a los ojos. El entusiasmo por su trabajo era más que evidente. Parecía convencida, y eso era suficiente para Trent.
–Si tú crees que funcionaría, adelante.
–Nunca hay garantías, pero yo creo que sí. Todo está en el envoltorio, Trent. Estoy trabajando duro en una invitación con el nuevo eslogan. Además, voy a hacer otro catálogo.
–De acuerdo –dijo, y miró hacia lo alto de la montaña.
–¿Estás lista para subir?
Julia miró hacia arriba.
–Pete dice que hay otro camino.
–Es más largo y retorcido. Pero, sí, hay otra forma de subir.
–Enséñamelo.
Trent la llevó a lo alto de Shadow Ridge por un camino escondido que rodeaba la montaña. En cuanto llegaron a la meseta, Trent bajó del caballo y ayudó a desmontar a Julia. Sus cuerpos se rozaron un momento y Julia le miró los labios.
Trent sonrió al ver el destello en sus ojos. Se apartó y la tomó de la mano.
–¿Es lo que pensabas? –dijo, caminando hacia el centro de la planicie que dominaba todo Crimson Canyon, donde las rocas se encontraban con los cielos del oeste.
–Sí –dijo ella, soltando el aliento–. Es esto.
–Yo también lo veo –Trent le rodeó la cintura con el brazo y contempló la hermosa vista.
«Tranquilo, retirado, natural…».
La voz de Julia rompió el silencio.
–Si encontraras la forma de ensanchar la senda, creo que a los huéspedes no les importaría hacer el camino más largo a caballo. Es la forma más segura de subir, y llevarían un guía.
–Yo había pensado en soltar a los caballos detrás de la montaña.
–¿Por qué no los sueltas en el cañón?
–No. Se morirían de hambre. No estarían mucho mejor que en el lugar donde estaban antes. No podríamos cuidar de ellos allí.
–Esto es importante para ti, ¿no?
–Lo es –admitió Trent, disfrutando del calor del cuerpo de Julia a su lado. Había estado mucho tiempo sin ella y ninguna otra podía ocupar su lugar–. No puedo sentarme a ver cómo mueren.
Trent poseía una vasta extensión de tierra. Había suficiente espacio para el hotel y para los caballos. Aunque había crecido en una pequeña ciudad con sus hermanos, Trent siempre había soñado con tener una finca donde criar caballos salvajes.
–¿Es más importante que el hotel? –le preguntó Julia con voz suave–. Podrías perder la apuesta con tu hermano.
–Cariño, eso no va a pasar. Siempre encuentro la forma de conseguir lo que quiero.
Julia le puso la mano en la mejilla y le hizo la caricia más dulce. Sus ojos estaban llenos de arrepentimiento.
–Sí, Trent. Lo sé.