Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 8
Capítulo Tres
ОглавлениеLa vida raramente tomaba a Flynn por sorpresa, pero cuando lo hacía no le gustaba nada. Danielle Ford iba a tener un hijo. Y él no quería saber nada de mujeres embarazadas. A una mujer embarazada podría pasarle cualquier cosa.
A su madre le había pasado.
Aún la recordaba llamándolo mientras él jugaba bajo un roble con Brant y Damien… El mismo roble que seguía en pie no lejos de allí.
Flynn había entrado en casa y la encontró cubierta de sangre.
–El niño está a punto de nacer –le había dicho su madre, casi sin voz–. Ve a buscar a la tía Rose.
Más asustado que nunca en sus cinco años de vida, Flynn corrió tan rápido como le permitían sus piernecillas. Después de eso, solo recordaba la sirena de la ambulancia y un montón de gente. Él se quedó detrás, viendo cómo a su madre se le iba la vida…
Pero no quería pensar en ello. Era demasiado doloroso.
Tenía que concentrarse en el presente y eso ya no incluía a Danielle Ford. Podía olvidarse del dinero que le debía. Olvidarse e ir a buscar a otro pobre tonto que la mantuviese. En cuanto a él, Danielle había dejado de existir.
Una pena que pasar el próximo fin de semana en su apartamento de Sídney, desde el que podía disfrutar de una hermosa panorámica del puerto y de la Ópera, no le apeteciera nada. Le faltaba algo.
O alguien.
Él nunca había dejado que una mujer lo afectase de esa manera. Tenía muchas amigas que lo habían intentado todo para casarse con él, pero Danielle Ford había elegido una manera diferente de llamar su atención.
Desgraciadamente para ella había ejercido el efecto contrario al que esperaba. Porque lo único que él no haría nunca sería mantener relaciones con una mujer embarazada.
No porque las mujeres embarazadas no fueran bonitas. Había visto a algunas de quitar el hipo y, afortunadamente, ninguno de esos niños era responsabilidad suya. Pero había decidido años atrás que jamás arriesgaría la vida de una mujer por culpa de un embarazo.
Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en ella? Una mujer con la que ni siquiera se había acostado…
Quizá era por eso.
Pero Danielle solo era una mujer. Habría muchas más, se dijo. Aunque no serían más que las pobres sustitutas de una fascinante hechicera… una bruja, una tramposa, se recordó a sí mismo.
Definitivamente, tenía que dejar de pensar en una rubia de largas piernas y ojos azules desnuda sobre su cama…
La semana siguiente, después de una comida con el alcalde, su ayudante personal entró en el despacho con expresión furiosa. Y Connie no solía perder la calma. Era una de las cosas que más apreciaba de ella.
–Han traído esto –dijo, con los labios apretados, dejando un sobre encima de su mesa–. Es para ti.
–¿Y?
Connie lanzó sobre él una mirada de desaprobación.
–Es de la señora Ford.
–¿De Danielle?
–Sí.
–¿No te cae bien? –preguntó Flynn.
–¿Por qué no iba a caerme bien? Es agradable, educada. Pero lo mejor será que leas la carta.
–Gracias, Connie. Déjala ahí, luego la leeré.
Su ayudante pareció a punto de decir algo más, pero después lo pensó mejor y salió del despacho.
Por un momento Flynn se quedó inmóvil, observando aquella letra tan femenina. Las iniciales de su nombre tenían una especie de ricitos… era como el eco de su voz, llamándolo.
Y cómo le gustaría oír esa voz ronca suya…
¿Aquella mujer no sabía cuándo debía rendirse?
Flynn, que nunca dejaba las tareas desagradables para otro día, sacó la nota que había dentro del sobre y empezó a leer:
Querido señor Donovan,
Adjunto le remito un cheque por cien dólares como primer pago de la deuda de doscientos mil que mi difunto marido contrajo con su empresa. Le pido disculpas si esta forma de pago le parece inaceptable, pero debido a mi embarazo no puedo buscar otro trabajo además del que ya tengo. Por favor, tome esto como una confirmación oficial de que estoy dispuesta a pagar la totalidad del préstamo en el menor plazo posible.
Cordialmente,
Danielle Ford
Flynn tiró la carta sobre la mesa. Ahora entendía que Connie estuviese enfadada con él. Las palabras de Danielle lo hacían parecer un ogro.
Evidentemente, esa era su forma de manipular. Y ahora el embarazo la hacía parecer una pobre víctima.
En cuanto a su supuesto trabajo, seguramente sería un puesto de voluntaria; algo que hacía una vez al mes para quedar bien. Algo que le daría una pátina de respetabilidad sin tener que ensuciarse las manos, decidió, rasgando el cheque y tirándolo a la papelera.
No pensaba contestar y, con toda seguridad, ella se olvidaría del asunto. Lo haría en cuanto se diera cuenta de que no iba a ir a buscarla con una varita mágica en una mano y un talonario en la otra.
Pero a la semana siguiente recibió otro cheque, esta vez sin carta.
–Otro cheque –le dijo Connie, tirando el sobre encima de su mesa con muy mal humor, como si todo aquello fuera culpa suya–. Y aquí está mi renuncia.
–¿Qué? –exclamó Flynn–. ¿Qué… pero qué?
–Me temo que no puedo seguir trabajando para ti, Flynn.
–¿Pero… por qué? ¿Vas a tirar por la ventana cinco años de trabajo conmigo por una… una mujer que me debe dinero?
–Sí.
Flynn sabía que las mujeres eran impredecibles, pero nunca habría pensado que Connie…
–Ella no lo merece.
–Yo creo que sí. Es una señora, Flynn. Se merece algo mejor que esto.
No, Danielle Ford era una experta en engañar a los demás. Aunque debía admitir que no mucha gente engañaba a Connie. Y eso demostraba que su ayudante no era infalible.
–Me debe mucho dinero.
–Supongo que tendrá sus razones.
–¿Razones? Sí, que se gasta más del que tiene.
–Me da igual. Una mujer embarazada no debería pasar por esto. Y no debería tener que buscar un segundo trabajo.
–Entonces quizá no debería haber pedido dinero prestado.
–Puede ser, pero está intentando devolvértelo, ¿no? Mira, su marido ha muerto, está embarazada y tiene una deuda que, por el momento, no puede pagar. Eso podría afectar a su salud, Flynn.
–No es culpa mía –murmuró él. No pensaba cargar con ese peso sobre sus hombros.
–Mira, nunca te he contado esto, pero yo estuve embarazada una vez.
Flynn arrugó el ceño. Nunca habían hablado de su vida privada. Connie trabajaba tantas horas en la oficina que siempre había pensado que vivía sola.
–No sabía que estuvieras casada.
–Nunca he estado casada –contestó ella–. Espero que eso no cambie tu opinión sobre mí.
–¿Cómo puedes decir eso, Connie? Pues claro que no voy a cambiar de opinión sobre ti.
–Pues deja que te hable de mi hijo. Lo perdí antes de que naciera. Fue un embarazo muy difícil, no tenía familia y el hombre del que estaba enamorada se marchó para no volver jamás antes de saber que iba a tener un hijo. Yo era demasiado orgullosa para aceptar caridad, pero cuando pierdes un hijo… –la voz de Connie empezó a temblar– cuando ya no tienes ese niño dentro de ti y sabes que nunca podrás abrazarlo… si no tienes más remedio, aceptas lo que te ofrezcan.
Flynn recordó a su madre. Y pensar que Connie había pasado por lo mismo…
–Guárdate esa renuncia, anda. Voy a ir a verla.
No podía dejarlo todo inmediatamente, claro, pero unas horas después por fin fue a ver a Danielle Ford, con los documentos del préstamo en el bolsillo. Sabía que estaba cayendo en su trampa, pero lo haría por Connie.
Aunque estaba claro que Danielle quería llamar su atención desesperadamente, él estaba decidido a no prestársela. Al menos, no como ella quería.
Pero no se quejaría cuando oyese lo que tenía que decirle. Porque iba a cancelar la deuda. En realidad, la preciosa rubia se había salido con la suya.
Cuando entraba en su calle, un idiota en un coche rojo cambió de carril sin poner el intermitente y luego pisó bruscamente el freno delante del edificio de Danielle.
Flynn pisó el freno a su vez y salió del Mercedes, indignado.
Pero era Danielle quien iba sentada en el asiento del pasajero. Reconocería su perfil en cualquier parte.
Enseguida vio al tipo que iba con ella, el brazo tatuado fuera de la ventanilla. Parecía recién salido de la cárcel y el vehículo debía haber visto muchas borracheras. El maletero tenía un enorme arañazo y sobre la rueda izquierda había una abolladura del tamaño de un campo de fútbol. Y había un cartel de «se vende» en la ventanilla trasera…
¿Qué vería Danielle en aquel hombre? ¿Y por qué querría comprar un coche como aquel? Vivía en un lujoso ático con una fantástica vista del puerto y el mar de Timor…
Entonces lo entendió. Danielle había sabido que iría a verla aquella tarde y lo había preparado todo para darle pena. Seguramente pensaría que así iba a cazarlo. Flynn apretó los dientes. Pues tenía tantas posibilidades de cazarlo como de que nevase allí, en Darwin.
Iba a arrancar de nuevo cuando recordó la promesa que le había hecho a Connie. Si volvía al despacho sin hablar con Danielle, su ayudante se despediría y él tardaría meses en encontrar a alguien tan eficiente. Además, la echaría de menos.
Justo entonces Danielle abrió la puerta del coche. Contra su voluntad, el pulso de Flynn se aceleró al ver unas elegantes sandalias blancas que pegarían más en un Mercedes que en aquel cacharro. Pero fue el tambaleante tipejo que salía del coche lo que llamó su atención.
Allí estaba pasando algo.
Algo no estaba bien.
El instinto le dijo que aquello no era parte del plan de Danielle.
Danielle se llevó una mano al estómago, como para comprobar que seguía allí y no lo había perdido en la autopista. Y, para rematar la faena, el tal Turbo le había dado un susto de muerte cambiando de carril repentinamente para frenar de golpe frente a su edificio.
Por nada del mundo compraría aquel coche, por muy barato que fuera. No iba a gastarse parte de sus preciosos ahorros para llevar a su niño en una bomba de relojería. Prefería tomar el autobús, como había hecho hasta aquel momento, para ayudar a Angie en la boutique. Claro que cuando tuviese el niño tendría que parar antes en la guardería…
–Lo siento, pero esto no es lo que estaba buscando –se disculpó.
–Podría rebajarle doscientos dólares –dijo el chico, sin disimular su desesperación.
Danielle no quería pensar para qué necesitaría el dinero. Había algo en él que le resultaba profundamente desagradable. Desde luego, había hecho una tontería subiendo al coche con aquel desconocido, aunque Angie le hubiera dicho que era amigo de un amigo.
–No es lo que busco, Turbo.
–Pero me dijo…
–La señora no está interesada –oyó entonces una voz masculina. Danielle volvió la cabeza y se encontró de frente con Flynn Donovan, con cara de pocos amigos.
Turbo cerró la boca al ver a Flynn. De repente, el chico parecía más delgado, más bajito.
A Danielle casi le dio pena entonces. Los tatuajes, el piercing y el diente que le faltaba no eran más que un disfraz para que la gente no se fijase en su cara cubierta de acné y en su aspecto enclenque.
Flynn dio un amenazador paso adelante y el chico lo miró, asustado. ¿No se daba cuenta de que no era más que un crío?
–Flynn, no…
–Olvídelo, señora –la interrumpió Turbo, arrancando a toda prisa y dejando atrás una estela de humo negro.
–No hacía falta que hiciera eso –suspiró Danielle.
–Yo creo que sí.
–Yo podría haberlo solucionado. No era peligroso.
–¿Ah, no? Puede que ya no te acuerdes, pero estás embarazada.
–Sé cuáles son las partes más sensibles de un hombre, no se preocupe.
–Evidentemente –murmuró Flynn, deslizando la mirada desde el ajustado top de flores a los pantalones pirata blancos.
–Señor Donovan, que esté embarazada no significa que no pueda defenderme sola.
–Me alegra saberlo.
Ella dejó escapar un suspiro.
–Ah, claro. Es usted uno de esos hombres que siempre interfieren en los asuntos de las mujeres. Pues le agradecería que, en el futuro, se metiera en sus cosas.
–Eso pienso hacer. Después de esto –dijo Flynn, tomándola del brazo.
–¿Qué hace?
–Apartarte de la calle para que no te pille un coche.
Danielle estaba a punto de replicar con alguna ironía, pero de repente empezó a sentirse mal. Se le doblaron las piernas y se le iba la cabeza… y tuvo que agarrarse a Flynn.
–¿Danielle?
–Estoy bien… es que me he mareado un poco…
–Vamos arriba.
Tomándola en brazos, Flynn marcó el código de seguridad que había memorizado en su última visita y entró en el edificio. Una vez en su apartamento, la dejó suavemente sobre el sofá.
–No te muevas –murmuró, sacando el móvil del bolsillo.
–¿Qué hace?
–Llamar al médico.
–¿Por qué? No hace falta, estoy bien –Danielle intentó incorporarse, pero Flynn se lo impidió.
–Necesitas atención médica –insistió, ayudándola a sentarse. No pesaba nada, ni siquiera con el niño creciendo dentro de ella…
–Ha sido el humo del coche, nada más.
¿Cómo podía tomárselo con tanta tranquilidad? No quería ni pensar lo que podría haber pasado de no haber estado él allí. Nadie la habría oído gritar si aquel matón hubiera decidido hacerle daño.
–Has arriesgado tu vida tontamente.
–Un amigo mío me dio su nombre…
–¿Ah, sí? Genial. Así la policía habría sabido a quién buscar cuando encontrasen tu cuerpo. Eso si los cocodrilos no se lo hubieran comido antes.
–¿Ha pensado alguna vez escribir cuentos para niños? –le preguntó Danielle, irónica.
–La gente no va por ahí con un tatuaje en la frente que dice «cuidado: asesino».
–Si me hubiera sentido amenazada no habría ido con él. Tengo que proteger a mi hijo.
Flynn miró la mano que había puesto sobre su estómago y tragó saliva.
–Ese tipo no habría aceptado un no por respuesta.
–Sí, bueno… ¿vas a decirme qué haces aquí, Flynn?
Absorto en sus pensamientos, oír que Danielle pronunciaba su nombre de pila hizo que levantara la cabeza.
–He venido a darte algo.
–¿Ah, sí?
Flynn sacó los documentos del bolsillo de la chaqueta.
–Considera el préstamo pagado. Ya no me debes doscientos mil dólares.
–No lo entiendo.
–Claro que lo entiendes. La carta, los cheques, esa chatarra de coche… estabas intentando buscar mi compasión. ¿Por qué no lo admites?
–¿Qué?
–Venga, echa un vistazo a estos documentos. Puedes romperlos o guardarlos… haz lo que quieras, pero a partir de ahora vamos a seguir cada uno por nuestro lado.
Danielle tomó los papeles con manos temblorosas. Le temblaban porque sabía que era una mentirosa, se dijo Flynn.
–¿Y esto por qué? Estoy haciendo todo lo que puedo para pagar la deuda de mi marido y tú me acusas de usar subterfugios…
Ah, era muy convincente, pensó Flynn, pero sus acciones hablaban más claro que sus palabras. Estaba enfadada porque la había pillado.
–Conozco a las mujeres.
–No sé a qué clase de mujeres conocerás, pero tienes un ego inmenso –replicó ella.
–Dime en qué estoy equivocado. Dime cómo puedes pagar un apartamento como este, pero no tienes un coche decente.
Danielle lo miro, irónica.
–¿Quieres decir que no lo sabes todo sobre mis finanzas?
–Supongo que tendrás un amante o examante que paga tus gastos. ¿Qué más da? ¿Te has gastado todo el dinero que te ha dado y ahora no quiere comprarte un coche nuevo?
–Piensa lo que quieras.
–Lo haré, te lo aseguro.
–Por cierto, puedes meterte tu oferta…
–¿Sí?
–Pienso pagar ese préstamo aunque me lleve una vida entera.
Flynn sintió cierta admiración, hasta que recordó que aquello no era más que otra trampa para que creyese en su integridad. También había engañado a Robert al principio, se dijo.
Y se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar para vivir una vida de lujos, lo mercenaria que podría ser. ¿Aceptaría un coche nuevo si se lo ofrecía? Quería demostrar que no estaba equivocado y, además, no le gustaba que tuviera que viajar en un coche viejo sabiendo que estaba embarazada.
Flynn miró su reloj. Tenía media hora para volver a la oficina, donde debía reunirse con un empresario extranjero. Aunque lo que realmente le apetecía era navegar por la costa para que el viento y el mar relajasen la tensión que sentía. Una tensión que era culpa de aquella mujer.
Se dirigió a la puerta, pero cuando estaba tomando el picaporte imaginó a Danielle desmayándose de nuevo. ¿Y si no podía levantarse? Quizá no podría llegar al teléfono…
–Cómprate un móvil. Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo.
–Vaya, me pregunto qué harían las mujeres embarazadas antes de que existieran los móviles –replicó ella.
Flynn apretó los dientes.
–Buena pregunta –murmuró, antes de salir.