Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo Seis
ОглавлениеLe temblaban las rodillas mientras entraba en su dormitorio, con Flynn detrás. No tenía duda de que aquello era lo que quería hacer y, sin embargo, tenía miedo.
De sí misma.
De Flynn.
De la atracción sexual que había entre ellos.
–Mírame –murmuró él, tomando su cara entre las manos para asegurarse de que podía ver el brillo masculino de sus ojos. El brillo que decía que era todo hombre, todo posesión. Que la deseaba. Que la tendría.
–Flynn, yo creo… –Danielle no terminó la frase porque no sabía muy bien qué quería decir.
–No pienses. Deja que te acaricie, siente mis caricias…
El roce de sus manos era tan excitante que Danielle cerró los ojos. Flynn la acariciaba por encima de la tela del vestido, pero era como si no llevase nada.
–Ahora, ven a mí.
Ella fue por propia voluntad, más que preparada para el beso, pero no tanto para la pasión que había en él. Durante unos segundos, la lengua de Flynn acarició la suya como la brocha de un pintor la tela, cada roce añadiendo una nueva capa de sensaciones. Danielle dejó escapar un gemido mientras disfrutaba de su sabor, una mezcla de whisky y algo que no podía ser más que Flynn.
–Eres tan preciosa –murmuró, haciéndola temblar, haciendo que su corazón se acelerase, haciendo que se preguntara cómo podía haber existido antes de conocerlo–. Quiero verte toda –dijo entonces, quitándole la chaqueta, el vestido y las medias después, dejándola con unas braguitas y un sujetador de encaje negro.
De repente, Danielle sintió vergüenza.
–Flynn, yo no… –murmuró, mientras intentaba en vano cubrirse.
–No tienes que esconderme nada. Estamos solos tú y yo. No hay nadie más.
Ella sabía lo que estaba diciendo: que el resto del mundo, incluido su hijo, tendrían que esperar por el momento.
–Entiendo.
Flynn desabrochó su sujetador y lo tiró al suelo junto al resto de la ropa. Luego empezó a acariciar sus pechos con unas manos grandes, firmes, cálidas. Inclinó la cabeza y empezó a chupar primero un pezón, luego el otro, haciéndola suspirar, haciéndola arder de deseo. Danielle enredó los dedos en su pelo y la atrajo hacia ella.
–No es suficiente –murmuró, deseando tocarlo por todas partes, deseando tocar su piel desnuda.
Antes de que pudiera decir nada más, Flynn se quitó la chaqueta y la camisa. Luego llegó a la cremallera del pantalón y Danielle dejó escapar un gemido cuando se lo quitó todo de golpe.
Era magnífico, increíblemente masculino. Tenía el torso cubierto de un fino vello oscuro que llegaba hasta… la prueba irrefutable de que la deseaba.
Con el corazón latiendo violentamente, Danielle vaciló.
–Eres tan hermoso –susurró, alargando la mano para sujetar su miembro como una amante. Observó con satisfacción que Flynn apretaba los dientes mientras lo conocía íntimamente, oyendo sus jadeos cuando trazó con el pulgar la aterciopelada longitud…
–Ya está bien. Quiero darte placer a ti –gruñó Flynn, apartando sus manos y poniéndolas sobre su torso.
Sus ojos se oscurecieron con un deseo primitivo mientras la acariciaba íntimamente, el fino encaje de sus braguitas la última barrera entre los dos.
La boca del hombre, hambrienta, cubrió la suya y Danielle le devolvió el beso hasta que sintió que la habitación empezaba a dar vueltas; hasta que, de repente, estaba sobre la cama.
Y luego sus labios empezaron a hacer un camino desde sus pechos hasta su estómago… y hasta donde se derretía por él. Él susurraba palabras de pasión mientras le quitaba las braguitas, lamiendo un camino hacia arriba hasta el interior de sus muslos antes de besarla íntimamente. Ella gimió mientras Flynn la marcaba con su boca.
Luego, cuando la acarició con la lengua, tuvo que agarrarse a la cama. Él aumentó el ritmo y lo mismo hizo el pulso de Danielle. Jamás se había sentido más viva.
Y quería más.
Más de él.
Más de todo.
Pero antes de que pudiera estallar de placer, Flynn se colocó entre sus muslos, sujetándose con los brazos a ambos lados de la cama para no aplastarla con su peso.
La miraba con los ojos brillantes de deseo.
–¿Estás segura? –le preguntó, esperando.
–Sí –contestó ella, sabiendo que era un hombre que no esperaba, que no preguntaba y que, sin embargo, con ella estaba haciendo un esfuerzo–. Estoy segura.
Dejando escapar un gemido ronco, Flynn apartó más sus piernas con los muslos. La penetró despacio, con cuidado, sin dejar de mirarla a los ojos. Esos ojos la devoraban mientras marcaba un ritmo lento, moviéndose dentro de ella con embestidas suaves y deliberadas que incrementaban la tensión.
Como si también él sintiera esa tensión, de repente inclinó la cabeza y buscó su boca. Y Danielle le ofreció sus labios como le ofrecía su cuerpo. Flynn lo tomó todo, besándola eróticamente, su lengua entrando y saliendo de su boca.
Y entonces sintió que se mareaba, que se ahogaba en su aroma, en la fuerza de sus envites. Nunca había sentido algo así. Nunca había sospechado que pudiera sentirlo.
Pero enseguida dejó de pensar y vivió el orgasmo más profundo de su vida, cada fibra de su cuerpo temblando por aquel hombre. Con aquel hombre.
Y no quería que terminase nunca.
Flynn permaneció dentro de ella unos segundos más, apoyándose en los brazos, mirando la radiante imagen que tenía debajo. Era tan suave, tan preciosa que no quería apartarse ni un centímetro.
Y, desde luego, no quería que otros hombres la conocieran así, pensó entonces. Era suya. Un hombre no podía hacerle el amor a una mujer como Danielle y no querer hacerla suya para siempre.
Pero estaba embarazada.
De otro hombre.
Y no había dudado en usar eso para atraparlo.
Justo entonces Danielle se movió ligeramente y Flynn decidió ignorar esos oscuros pensamientos. Había otras cosas en las que pensar cuando se estaba con una mujer tan sensual como aquella.
–¿Estás bien?
–De maravilla –contestó Danielle.
Flynn sintió la tentación de excitarla de nuevo, pero podía ver que estaba cansada. De modo que se tumbó de espaldas, apretándola contra su costado, la cabeza apoyada en la curva de su brazo.
–Flynn, estoy tan cansada…
–Duerme –dijo él.
Se quedó en silencio durante largo rato, pensando en la mujer que tenía entre sus brazos y en lo que significaba que se hubiera entregado a él. Si no supiera que era una embaucadora habría dicho que Danielle no se entregaba fácilmente. Habría dicho que tendría que importarle alguien de verdad para acostarse con él. Y, definitivamente, que para ella tendría que ser algo más que una simple atracción sexual.
Al contrario que para él.
Flynn tragó saliva y supo que estaba mintiéndose a sí mismo. Encontraba a Danielle increíblemente atractiva, pero también había empezado a gustarle en otros sentidos.
Pero eso era algo que no quería. Y con la misma determinación que lo había llevado de la pobreza a la riqueza, decidió poner a un lado sus emociones y concentrarse en lo que era importante. Y eso estaba allí, ahora.
Durante la noche la buscó y volvieron a hacer el amor. Y aquella vez fue él quien se quedó dormido en cuanto terminó.
Pero notó que Danielle se levantaba de la cama al amanecer. A la luz de la luna la vio entrar en el cuarto de baño, excitándose incluso antes de que cerrase la puerta.
Esperó su regreso, la cama se le hacía vacía y grande.
Cuando la puerta se abrió, vio que se había puesto la bata. ¿Creía que una delgada tela evitaría que la desease? ¿Que dejaría de necesitarla entre sus brazos?
Pero, en lugar de volver a la cama, en silencio ella abrió un cajón de la cómoda y sacó algo de ropa. Flynn sabía lo que iba a hacer. Iba a salir de la habitación para pasar la noche en otro sitio. Quizá en el sofá.
Pero él no lo permitiría.
–Vuelve a la cama, Danielle.
Sorprendida, ella volvió la cabeza.
–Pensé que estabas dormido.
Él se apoyó en un codo para mirarla.
–Pues te equivocabas.
–Solo iba a…
–Quítate esa bata y vuelve a la cama –dijo Flynn entonces, levantando la sábana.
Danielle dejó la ropa sobre la cómoda y se quitó la bata, dejándola resbalar por sus hombros y exponiendo su glorioso cuerpo desnudo. Luego se tumbó a su lado y Flynn la apretó contra su pecho. Su corazón latía con fuerza cuando ella enredó los dedos en el vello de su torso en una silenciosa invitación… y pronto estaba acariciándola hasta que ella le suplicó que la tomase de nuevo. Flynn no pudo negárselo, como no podía negárselo a sí mismo. Después, los dos se quedaron dormidos, uno en brazos del otro.
* * *
Flynn despertó con la cara de Danielle apretada contra su pecho. Y decidió que le gustaba despertar así, al lado de una mujer tan bella. De hecho, le gustaba la idea de tenerla en su cama todo el tiempo.
Danielle empezó a moverse entonces. La sábana no escondía sus pechos, que quedaron al descubierto cuando se movió, rozando su pierna con la suya, deslizando la mano por su estómago…
De repente, se detuvo y abrió los ojos, confusa. Flynn vio que se ponía colorada. Su reacción le dijo que no estaba acostumbrada a despertar en los brazos de un hombre. Y esa idea le gustó.
–Creo que… lo mejor es que te vayas, Flynn.
–Dijimos que sin lamentaciones, Danielle.
–No es eso. Es Monica. Si viene por aquí y te ve…
Flynn se dio cuenta entonces de que Danielle le tenía miedo a su suegra. No lo admitía, pero así era.
Y después de su «encuentro» con ella el día anterior no debería sorprenderlo. Aquella mujer no estaba en sus cabales.
Quizá estaba equivocado. Quizá Monica sería capaz de hacerle daño. Y si le hacía daño a ella o al niño nunca podría perdonárselo.
Entonces se le ocurrió algo, de repente.
–Cásate conmigo.
–¿Cómo?
–Quiero que te cases conmigo –repitió Flynn.
Danielle lo miraba con los ojos muy abiertos.
–No puedes… no puedes decirlo en serio.
–¿Por qué no?
–¿Primero me acusas de buscar un certificado de matrimonio y ahora quieres casarte conmigo?
–Cambiar de opinión no es solo prerrogativa de las mujeres, querida.
Cuanto más pensaba en la idea, más le gustaba. Le daba igual que Danielle no fuera la clase de mujer que él quería que fuese. Ser una buscavidas era un defecto terrible, pero lo pasaría por alto. Además, casándose con ella la tendría controlada. Y tenía que protegerla de Monica.
–Pero tú crees que soy una mentirosa, una estafadora. Me has acusado de intentar sacarte dinero… ¿por qué has cambiado de opinión de repente?
–Porque un acuerdo prematrimonial resolvería todo eso –contestó Flynn. Si Danielle sospechaba que lo hacía por Monica se negaría–. Ah, y quiero que pongas por escrito que me serás fiel.
–Vaya, gracias.
Flynn sonrió. Él tenía dinero suficiente para darle los lujos a los que ella estaba acostumbrada. Y si firmaba el acuerdo prematrimonial y la vigilaba como un halcón podrían ser felices, se dijo.
La alternativa era, de repente, impensable.
–Lo haces porque crees que es tu obligación, ¿no?
–Le he hecho el amor a muchas mujeres, pero no me he casado con ninguna –sonrió Flynn.
–Entonces es porque estoy embarazada.
–Te pediría que te casaras conmigo estuvieras embarazada o no.
Esa era la verdad. Embarazada o no, necesitaba protegerla a toda costa. Era eso, tenía que ser eso.
–No lo entiendo, Flynn.
–Ha llegado la hora de casarme, es así de sencillo.
–¿Y eliges a una mujer a la que consideras una buscavidas? Qué bien.
–Me estoy haciendo mayor. Y tú eres la primera mujer con la que me imagino despertando cada mañana durante los próximos veinte años.
–Entonces, ¿no será para siempre?
–Hablaba en sentido figurado –sonrió él.
–¿Y querrás tener hijos?
La sonrisa de Flynn desapareció. ¿Hijos? Había jurado no tenerlos. Había jurado no arriesgar la vida de una mujer solo para procrear.
Pero ahora ese juramento le había sido arrancado de las manos. Danielle iba a tener un hijo temiese él por su vida o no. Por supuesto, se aseguraría de que tuviera los mejores cuidados médicos. Y ahora era muy extraño que una mujer muriese de parto, se dijo a sí mismo.
–Claro que quiero tener hijos. Contigo.
–¿Y qué pasará con este niño? –preguntó ella, llevándose una mano al abdomen.
–Lo criaré como si fuera mío.
–¿Pero lo querrás como si fuera tuyo?
–Sí –contestó Flynn.
Y era cierto. El niño no tenía la culpa de nada y merecía ser querido y protegido. Además, siendo hijo de Danielle sería especial.
–No, lo siento, no puedo casarme contigo. No quiero casarme con nadie –dijo ella entonces.
Su matrimonio con Robert debía provocarle muy tristes recuerdos, pensó Flynn.
–Si te casas conmigo no tendrías que volver a preocuparte por el dinero. Yo puedo darte todo lo que necesitas.
–Una vez que haya firmado el acuerdo, ¿no? Eres tan calculador como mi marido.
–Querrás decir tu difunto marido. ¿Qué te hizo, Danielle?
–Nada –contestó ella, sin mirarlo.
–Dímelo. Quiero saberlo.
Danielle se mordió los labios, pero cuando lo miró en sus ojos había un brillo de sinceridad.
–Me ahogaba, Flynn. Me ahogaba hasta que no podía hacer un movimiento sin él. Hasta que no podía respirar. Era como su madre.
–Quizá quería… mimarte –sugirió él.
–¿Mimarme? –sonrió Danielle–. ¿Asegurándose de que no estaba sola ni un momento? ¿Criticando todo lo que hacía? No, el único que estaba mimado era Robert. Pero no me di cuenta hasta después de casarme con él.
–Yo no te haría eso –dijo Flynn.
–Lo estás haciendo ya. Solo me he acostado contigo, no esperaba una proposición de matrimonio.
Flynn intentó relajarse. Le demostraría que las cosas serían diferentes con él. Le demostraría que podía hacerlo.
–No te estoy pidiendo que te cortes un brazo, Danielle.
–Eso sería más fácil que la lenta tortura de ser asfixiada hasta la muerte.
Su marido había cometido esos errores, no él. Y él no quería pagar por los errores de otro hombre; sobre todo de un hombre muerto.
–No vas a recibir una oferta mejor.
–No quiero una oferta mejor –replicó Danielle–. No quiero ninguna oferta –añadió, levantándose para ir al baño–. Y Flynn… este no es el principio de una aventura. Este es el final de una aventura.
Él la vio cerrar la puerta sin decir nada, pero no estaba de acuerdo. No había llegado donde estaba rindiéndose ante la primera dificultad cuando quería algo. Y no solo quería proteger a Danielle y a su hijo, sino que quería tener a Danielle en su vida, por muy absurdo que sonara.
Y él siempre conseguía lo que deseaba.