Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 9
Capítulo Cuatro
ОглавлениеTodo en Flynn Donovan era tan intenso que Danielle decidió olvidar sus comentarios sobre móviles y mujeres embarazadas. No tenía ni idea de por qué la acusaba de querer quedarse con el dinero del préstamo y luego, de repente, aparecía para decirle que cancelaba la deuda.
Aunque ella no tenía intención de aceptar la oferta, claro. No, no, esa oferta iría con condiciones. Y estaba harta de que controlasen su vida.
Pero cuando un brillante coche verde llegó a su puerta, cortesía de la compañía Donovan, se quedó helada. ¿Sabría Flynn que era su cumpleaños? Y aunque lo supiera, ¿por qué haría algo así? Ahora ya no podía meterse en su cama. ¿Por qué gastarse dinero en ella si no quería algo a cambio? No tenía sentido.
Cuando iba hacia su oficina para devolverle el coche, se le ocurrió algo terrible. ¿Querría Flynn jugar con ella como había hecho Robert? Su marido se volvía vengativo cuando no se salía con la suya y habría hecho algo así solo para herirla.
¿Sería aquella su manera de vengarse porque no podía llevársela a la cama? Afortunadamente, su ayudante no estaba en el vestíbulo del despacho y Danielle entró sin avisar.
Flynn levantó la mirada de unos papeles, pero ella no le dio la oportunidad de decir nada:
–Me acusas de quedarme con tu dinero y luego me regalas un coche. ¿A qué estás jugando?
–Danielle…
–Pues no, gracias, puedes quedarte con tu coche –lo interrumpió ella, tirando las llaves sobre la mesa–. No necesito tu ayuda. Puedo comprarme un coche yo solita.
–¿Ah, sí? Pues por lo que veo no lo estás haciendo muy bien.
–Eso es cosa mía.
–¿De verdad quieres conducir un cacharro como el de ayer?
–Sabes cómo jugar sucio, ¿verdad? ¿Qué quieres, Donovan?
–¿Por qué te pones tan difícil? –contestó él.
–¿Por qué no? ¿No es una manera de llamar tu atención?
–Mira, querías un coche, pues ya tienes un coche…
–Yo no te he pedido nada.
–No he dicho que me lo hayas pedido. Pero lo aceptarás de todas formas, ¿no? ¿Qué vas a hacer sin coche? Piensa en tu hijo.
A Danielle le gustaría tirarle las llaves a la cara, pero no podía permitírselo. O, más bien, aún no había tomado una decisión. Intentando tranquilizarse, dejó el bolso sobre la mesa y se acercó al tanque de peces tropicales. Por un momento, viendo a aquellos pececillos de colores moviéndose en el agua, sintió cierta afinidad con ellos. También ella estaba atrapada.
¿Podía tragarse el orgullo y rechazar el coche? ¿Podía arriesgar la vida de su hijo comprando uno de cuarta mano?
De repente, supo lo que tenía que hacer. Sería duro, pero tenía que hacerlo.
–Te lo pagaré. Te pagaré el coche y te pagaré el préstamo.
–Sí, claro –dijo él, irónico.
–¿No me crees?
–¿Qué hay que creer? Ya te he dicho que te olvides del préstamo.
–Y yo he dicho que acepto el coche, pero no he aceptado cancelar la deuda.
–No estás engañando a nadie, Danielle.
De nuevo la acusaba de algo que ella no entendía. Flynn pensaba que todo aquello era una actuación, que sus objeciones eran mentiras… y estaba disfrutando de su incomodad. Evidentemente, esperaba que aceptase todo lo que él quisiera darle.
–Estás haciendo esto por razones retorcidas que no tienen nada que ver conmigo.
–¿No me digas?
–Quieres que esté en deuda contigo. Te hace sentir importante saber que tardaré toda mi vida en devolverte el dinero…
–No te necesito para sentirme importante.
–Pues yo creo que sí.
Flynn apretó los labios.
–No me gustan los juegos.
–¿Al contrario que a mí quieres decir?
–Lo has dicho tú, no yo.
Muy bien. Se había terminado. Flynn Donovan sospechaba de todo el mundo, parecía odiar a todo el mundo.
–Señor Donovan, me debe una disculpa –dijo Danielle, muy seria.
–¿Por qué?
–Porque se equivoca sobre mí.
–No lo creo. Y deja de hacerme perder el tiempo –le espetó Flynn, tomando las llaves del coche–. ¿Las aceptas o no?
–No, gracias.
–Danielle…
Danielle supo entonces que si no salía de allí inmediatamente acabaría llorando. Y no quería llorar delante de él.
–¿Qué vas a hacer?
–Eso no es asunto tuyo.
–Espera… Lo he dicho en serio.
Danielle entró en el ascensor y, con los ojos llenos de lágrimas, pulsó el botón para bajar al vestíbulo… pero Flynn entró antes de que se cerrasen las puertas.
–Danielle, mírame.
–No.
Él la tomó suavemente por los hombros y, al ver el brillo de sus ojos, Danielle hizo exactamente lo contrario de lo que había pensado hacer: se puso a llorar.
Flynn la tomó entre sus brazos.
–Venga, no llores.
–No puedo evitarlo –murmuró ella, odiándolo, deseándolo. No sabía lo que sentía por aquel hombre.
Flynn le dio su pañuelo y Danielle lloró aún más… hasta que pensó que no iba a parar nunca. Y luego empezó a notar lo bien que olía, el calor de su cuerpo. Un calor letárgico, profundamente masculino.
–¿Danielle?
Cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco. Así de cerca, el brillo de sus ojos era aún más poderoso. Era potente, posesivo. No se atrevía a respirar. Porque si lo hacía Flynn la besaría. Y, aunque no sabía por qué, no se creía capaz de resistir.
El ascensor se detuvo justo cuando Flynn inclinaba la cabeza y Danielle dio un paso atrás, horrorizada por lo que había estado a punto de hacer. Pero, desorientada, se dio un golpe contra la pared.
–Cuidado –dijo él, poniendo una mano en su espalda. El roce la hizo temblar, como si la tela de la camisa no existiera.
Danielle respiró temblorosamente. Era hora de poner distancia entre ellos.
–Creo que necesito un par de ojos en la espalda.
–Es posible. Y también es posible que así no te deseara tanto.
–Yo…
–No digas nada. Ni una palabra o te llevo de vuelta a mi despacho y te hago el amor allí mismo.
Danielle sabía que había una chispa, una atracción sexual entre ellos desde el primer día, pero oírselo decir en voz alta…
–Te recuerdo que estoy embarazada.
–Lo sé.
Flynn Donovan la deseaba. Y ella lo deseaba a él también. Pero las viudas embarazadas no deberían desear a un hombre. No estaba bien.
¿Cómo podía desear a un hombre que pensaba tan mal de ella? Un hombre que la acusaba de robarle su dinero, de mentir, de engañar a los demás.
Flynn la empujó suavemente fuera del ascensor.
–El coche es tuyo –dijo con voz ronca–. Toma las llaves –añadió, poniéndolas en su mano.
Después pulsó un botón y las puertas del ascensor se cerraron.
Flynn Donovan despertaba un deseo nuevo en ella. Un deseo más que físico. Algo más profundo, más íntimo. Oh, no… ¿No había sufrido suficiente con los hombres?
Por culpa de su ayudante tendría que devolver el bolso de Danielle personalmente. Él lo habría enviado por mensajero, pero si no iba en persona, lo haría Connie. Ella misma se lo había dicho cuando volvió al despacho y la encontró con el bolso en la mano. Pero Flynn no pensaba dejar que su ayudante fuera a casa de Danielle Ford. Porque si clavaba sus garras en Connie, él estaría perdido.
Por supuesto, Connie se mostró encantada cuando le prometió hacerlo. Tan encantada como el día anterior, cuando le pidió que comprase un coche.
–¿Para ti?
–No, para Danielle Ford.
–¿Y el préstamo?
–Se ha negado a romper los documentos.
Connie asintió con la cabeza.
–Es una mujer íntegra.
Flynn sacudió la cabeza, asombrado por la inocencia de su ayudante.
–Bueno, da igual. Ahora mismo necesita un coche. Eso si a ti te parece bien, claro –dijo Flynn, irónico.
–No lo haces por eso, pero gracias –sonrió Connie.
–Por favor, no me conviertas en un santo.
–No, por Dios. Quizá debería ir yo a verla…
–¡No!
–Pero alguien debería cuidar de esa pobre chica.
–No te metas en esto, Connie.
–Pero…
–Di una palabra más sobre Danielle Ford y te despido.
La mirada de Connie decía que aquella no iba a ser su última palabra, pero hizo lo que le había pedido y compró un coche.
Y ahora él tenía que ir a devolverle el bolso a Danielle y luego vestirse para una cena. Aquella noche lo pasaría bien, decidió, mientras subía al apartamento de Danielle Ford. Tenía una cita con una examante y quería pasarlo estupendamente. Y lo último que necesitaba era volver a ver a Danielle y recordar que no podía tenerla.
Flynn arrugó el ceño cuando vio que la puerta de su apartamento estaba abierta. ¿Estaba esperándolo? ¿Habría dejado el bolso en su despacho a propósito?
–¿Danielle? –la llamó. No hubo repuesta–. ¿Danielle? –volvió a llamarla entrando en el salón.
De nuevo, no hubo respuesta.
¿Por qué no contestaba?
Entonces oyó una especie de gemido y, asustado, dio un paso adelante. Si había vuelto a marearse…
Empujó una puerta… y allí estaba, recién salida de la ducha, envolviéndose el pelo con una toalla. Completamente desnuda.
–¡Flynn!
Flynn deslizó la mirada por sus pechos, su estómago todavía plano, el triángulo de rizos rubios entre sus piernas… Al verla tuvo una erección incontenible. Aquella mujer le provocaría una subida de tensión a cualquier hombre. Era una seductora. Una bruja. Y él la deseaba como no había deseado a nadie jamás.
–¿Qué haces aquí?
Parecía haber olvidado que estaba desnuda. O quizá no le importaba. Pero eso no evitó que deseara calmar el dolor entre sus piernas con la posesión más dulce.
Y cuando ella levantó la mirada, sus ojos le dijeron que Danielle lo deseaba tanto como él.
–Eres preciosa –dijo con voz ronca.
–Pero… –Danielle se apresuró a ponerse una bata, como si de repente hubiera recordado que estaba desnuda– estoy embarazada. Me parece que se te ha olvidado eso.
–Sigues siendo muy sexy. Increíblemente sexy.
–No –susurró ella.
–¿No qué?
–No intentes seducirme.
Flynn se fijó en cómo el suave material azul de la bata se pegaba a sus pechos desnudos.
–Qué curioso. Pensé que eras tú quien estaba seduciéndome.
–¿Cómo? ¿Saliendo de mi propia ducha?
–La puerta estaba abierta –dijo él–. Y te has dejado esto en mi despacho –añadió, mostrándole el bolso.
–Ah, sí, me he dado cuenta. Pensaba ir a buscarlo mañana.
Flynn la miró, irónico.
–Sí, claro.
–¿Crees que me lo he dejado allí a propósito?
–¿Vas a decirme que no?
–Espera un momento… ¿cómo que mi puerta estaba abierta? Yo la cerré. Estoy segura de haberla cerrado.
–A lo mejor la cerradura está defectuosa –sonrió Flynn, que sabía que le había tendido una trampa.
–Quizá. El administrador dijo que iba a cambiarla –murmuró ella, quitándose la toalla del pelo–. Pero ahora creo que es mejor que te vayas.
Flynn no estaba acostumbrado a que lo echasen de ningún sitio.
–¿Has encontrado a otro hombre dispuesto a ayudarte?
Danielle se volvió indignada.
–Yo no te he pedido ayuda. Tú me obligaste a aceptar el coche. Yo no quería…
–Lo necesitabas.
–Habría sobrevivido sin él.
–No tengo la menor duda –murmuró Flynn. Aquella mujer era una superviviente de la peor especie. Sobrevivía con el dinero de los demás.
–No pareces entender que la independencia es muy importante para mí. Pero, en el futuro, te agradecería que me dejases en paz. He aceptado el coche, pero eso no te da derecho a entrar en mi casa cuando te parezca.
–No he venido para pedirte nada.
–¿Ah, no?
Respirando profundamente, Flynn se dio la vuelta. Aquella mujer era un peligro para ella misma y para cualquier hombre.
–Será mejor que compruebe esa cerradura.
–No hace falta. Si está rota, el administrador la arreglará.
–Pensé que querrías arreglarla tú misma. Como eres tan independiente.
–Lo estás sacando de contexto.
–Aunque estuviera defectuosa, que no lo creo, el administrador no podría arreglarla antes del lunes. Y no quiero levantarme mañana por la mañana y leer en el periódico que te han asesinado.
–No digas tonterías –murmuró Danielle. Pero, al mismo tiempo, se llevó una mano protectora al estómago.
–Voy a comprobar la cerradura quieras o no.
Desgraciadamente, no tardó mucho en darse cuenta de que, efectivamente, estaba estropeada. Flynn masculló una palabrota. No le gustaba estar equivocado acerca de Danielle Ford.
Esta vez.
–¿Qué pasa?
–Parece que te debo una disculpa.
Danielle dejó escapar un largo suspiro.
–Yo no miento. ¿Qué le pasa a la cerradura?
La exótica fragancia de su piel empezaba a marearlo.
–Que no cierra bien.
–¿Cuál es el problema? –preguntó ella, acercándose un poco más.
Y, de repente, el aire se cargó de electricidad. Como si también Danielle lo hubiera sentido, se volvió hacia él. Sus ojos se encontraron y, en ese momento, Flynn supo que tenía que besarla o se arrepentiría de no haberlo hecho toda la vida.
–No me detengas –dijo con voz ronca. Y no le dio tiempo a reaccionar. Danielle se quedó rígida y Flynn supo que estaba luchando más contra sí misma que contra él. Pero luego sus labios se entreabrieron con un minúsculo suspiro de rendición.
Y Flynn no esperó un segundo más. Sabía de maravilla. Como había esperado. Como había imaginado desde que la vio por primera vez.
Danielle le echó los brazos al cuello y Flynn, sin poder apartarse, pensó que aquello se le estaba escapando de las manos. Estaba embarazada. Tenía que parar.
–¿Flynn?
–Solo un beso más…
Un beso de despedida.
Un beso que pusiera punto y final a todos los besos.
Pero cuando sus labios se encontraron por segunda vez, de repente dio igual que estuviera embarazada o que fuese una buscavidas. Nada importaba salvo el delicioso sabor de sus labios, el glorioso aroma de su perfume, el roce de su piel…
Temblando, la besó en el cuello, en la garganta.
–Tenemos que parar –murmuró ella, pero era un murmullo de placer que lo excitó aún más.
–¿Tenemos que parar?
–Sí…
–Deja que te acaricie un poco más –musitó Flynn, sin pensar en las consecuencias, dejando resbalar la bata por sus hombros… para revelar unos pechos perfectos–. Preciosos. Están hechos para las manos de un hombre. Para mis manos.
Ella levantó los ojos.
–Sí.
–Y para mi lengua.
–Oh, sí…
Flynn abrió la bata, desnudándola por completo.
Un deseo punzante se clavó en sus entrañas y más abajo, en la erección que pugnaba por salir de su confinamiento mientras acariciaba sus pezones, las puntas endureciéndose mientras Danielle apoyaba la cabeza en la pared. Flynn los apretó con los dedos y ella dejó escapar un suspiro de placer.
Danielle estaba hecha para él, para sus brazos, para sus labios…
Con un gemido ronco, inclinó la cabeza para buscar uno de sus pezones con la boca.
–Flynn… –su voz había salido tan ronca que era apenas audible.
Él siguió besándola y chupándola cada vez con más fuerza. Iba a darle todo lo que Danielle necesitaba. Y solo él podía dárselo.
Flynn deslizó las manos por su estómago y luego más abajo, hasta la esencia de su ser. Estaba húmeda y caliente para él.
La besó profundamente, moviendo los dedos sobre su delicado capullo, acariciándolo una vez, dos. Quería darle más placer que ningún otro hombre.
–Déjate ir –murmuró.
Al principio sintió una ligera convulsión y luego le empezaron a temblar las piernas. Danielle se agarró a sus hombros, jadeando, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados.
–Eso es, cariño…
De repente, sintió que se convulsionaba gritando su nombre, dejándose ir mientras él la perforaba con sus dedos. Si hubiera estado dentro de ella habría sentido esas convulsiones… y eso era suficiente para hacer que un hombre se volviera loco.
Danielle apoyó la cabeza en su hombro, intentando recuperar el aliento y, por fin, cuando lo miró, en sus ojos vio un brillo de… pudor. Estaba más que preciosa. Increíble. Una sensación posesiva lo envolvió entonces, aunque se preguntaba por qué.
–Flynn…
–No digas nada –murmuró él, atando el cinturón de su bata.
–Pero tú no…
–No y no lo necesito.
–Pero…
–Nada de peros, Danielle. He disfrutado mirándote.
Flynn inclinó la cabeza para aprovechar que tenía los labios entreabiertos…
Entonces, de repente, sonó el timbre y Danielle lo empujó, asustada.
–Ay, Dios mío…
–¿Qué pasa?
–Es Monica –contestó ella en voz baja–. La madre de Robert.
Flynn apretó los dientes. Había olvidado que era viuda, que había pertenecido a otro hombre. Robert la habría tocado, le habría hecho el amor. De repente sintió celos de cada segundo que Robert había pasado con ella, de que la hubiera poseído.
–No abras –le dijo.
–Tengo que hacerlo. Viene a cenar. Es que hoy es mi cumpleaños…
–¿Tu cumpleaños?
–Sí –murmuró Danielle, mordiéndose los labios–. Si no abro la puerta pensará que estoy trabajando…
De modo que tenía un trabajo de verdad.
–Y si no me encuentra llamará a la policía. Monica es así.
–¿Has dicho que es tu suegra o tu madre?
–Mi suegra.
–Entonces abre la puerta y actúa como una persona normal.
–No puedo. Ella no entendería… verte aquí.
–¿Te da miedo esa mujer?
–No, claro que no –contestó Danielle–. Es que es… bueno, es la madre de Robert y no quiero que nos vea así.
–¿Así cómo? Estaba arreglando tu cerradura.
Danielle se puso colorada.
–Flynn, no creo que…
El timbre volvió a sonar y ella prácticamente dio un salto.
–Tengo que abrir.
Flynn le dio un besito en los labios. Quería decir «al demonio con Monica», pero si hacía eso tendría que tomar a Danielle en brazos y llevarla al dormitorio.
¿Y luego qué?
Sí, lo mejor sería marcharse. A partir de aquel momento se apartaría de Danielle y seguiría adelante con su vida. En seis meses ella daría a luz…
–Ya estoy lista.
Asintiendo con la cabeza, Flynn abrió la puerta. Y la elegante mujer que estaba en el rellano casi dio un paso atrás.
–Ah, hola, Monica. Perdona, es que no podíamos abrir –se disculpó Danielle.
Su suegra miró a Flynn de arriba abajo.
–Eso veo.
–Te presento a Flynn Donovan. Estaba comprobando la cerradura, parece que se ha estropeado.
–¿Ah, sí? Pues deberías haber llamado a un cerrajero, querida.
A Flynn no le gustó nada esa mujer. Era demasiado fría, demasiado calculadora.
–Sí, bueno… el administrador tendrá que arreglarla. Flynn no tiene las herramientas adecuadas.
–No estoy yo tan seguro –murmuró él. Y se alegró al ver que Danielle se ponía colorada.
–Ojalá mi Robbie estuviera aquí –suspiró Monica–. A él se le daba bastante bien arreglar cosas.
–Seguro que sí –dijo Flynn.
Si lo que Monica intentaba era alejarlo de Danielle no tenía que molestarse. Él ya había tomado la decisión de alejarse.
Entonces se dio cuenta de que Robert se parecía mucho a ella. Robert Ford, un hombre que le había caído antipático desde el primer momento.
–Gracias otra vez. Puedes marcharte cuando quieras –sonrió Danielle.
Flynn sintió la tentación de quedarse solo para molestar a Monica, pero decidió no hacerlo.
–Haz que arreglen la cerradura lo antes posible.
–Lo haré. Buenas noches.
–Sí, adiós –dijo Monica, prácticamente empujándolo a un lado–. Encantada de conocerlo.
–Lo mismo digo.
Danielle volvió a mirarlo. Estaba claro que se sentía incómoda con aquella mujer y eso despertó en él un extraño instinto protector. Un instinto que Flynn mató inmediatamente. No tenía duda de que sabría medirse con su suegra. Danielle Ford podía cuidar de sí misma.
–Será mejor que entre –murmuró–. Gracias por venir a… devolverme el bolso.
Flynn sostuvo su mirada un momento, irritado porque era quien era, pero deseándola con cada fibra de su ser.
–Ha sido un placer –contestó, disfrutando al ver que, de nuevo, se ponía colorada.
Se quedó donde estaba un momento y respiró su perfume, casi como un gesto culpable. Luego se dio la vuelta y fue hacia el ascensor. Debía salir esa noche con una examante, pero la idea de estar con otra mujer, de hablar con otra mujer, de hacerle el amor a otra mujer lo llenaba de desagrado.
No quería cenar con otra mujer después de haber estado con Danielle, pero tenía que hacerlo. Solo esperaba que aquella tarde con Danielle Ford no hubiera arruinado su vida amorosa.
Para siempre.
Danielle cerró la puerta y dejó escapar un suspiro. Había estado a punto del desastre. Si Flynn hubiera mencionado el préstamo por venganza… Si Monica decidiera usar eso para quedarse con el niño.
No, ella no dejaría que eso pasara.
Cuando entró en el salón, Monica estaba revisando un montón de papeles personales.
–Ah, dame eso. Voy a ponerlos en otro lado.
–Solo estaba moviéndolos para sentarme.
Danielle no sabía si era verdad, pero lo dejó pasar. Solo eran unas facturas y el contrato de alquiler del apartamento. Afortunadamente, no había nada sobre el préstamo.
–Dime, Danielle. ¿De qué conoces a Flynn Donovan?
–No lo conozco –mintió ella–. Había venido a visitar a un amigo que vive en el otro ático y, al pasar por delante del mío, vio que la puerta estaba abierta.
–Entonces, ¿no lo conoces personalmente?
–No. Pero evidentemente tú sí sabías quién era.
–Lo que he leído en los periódicos –contestó su suegra, que parecía haber creído su explicación–. Por cierto, ¿qué es eso que llevas puesto? Es nuevo, ¿verdad?
De repente, Danielle se sintió expuesta y vulnerable, incluso más que cuando estaba desnuda delante de Flynn.
–Sí, es nuevo. Me lo rebajaron mucho en la boutique. Voy a cambiarme, vuelvo enseguida.
–No sé si a Robbie le gustaría –dijo Monica entonces–. Y un consejo, querida, no deberías llevar algo así delante de un desconocido. Podría pensar lo que no es… especialmente alguien tan rico y tan influyente como Flynn Donovan.
–No lo creo. Estoy embarazada y eso es algo que echa para atrás a los hombres.
–Algunos hombres encuentran muy atractivas a las mujeres embarazadas.
–No creo que sea el caso –murmuró Danielle, entrando en su dormitorio y apoyándose en la puerta con los ojos cerrados.
Embarazada o no, Flynn iba a la caza. Ella había intentado resistirse, pero no sabía qué tenía aquel hombre… no sabía qué era lo que la hacía derretirse en su presencia.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se sintió atraída por un hombre, tanto tiempo desde la última vez que hizo el amor con un hombre al que deseara de verdad. Flynn la había devuelto a la vida… nunca había experimentado algo así.
Flynn Donovan la hacía sentir de nuevo como una mujer y le devolvía lo que había perdido durante su matrimonio con Robert: su deseo de vivir, de amar.
Claro que eso no lo hacía menos arrogante e insufrible. Debía tener eso en cuenta para controlar la atracción que sentía por él.
Justo entonces sonó un golpecito en la puerta.
–¿Vas a salir, Danielle? Quiero darte tu regalo de cumpleaños.
Ella contó hasta diez. Monica siempre hacía eso; perseguirla hasta que se sentía atrapada. Robert era igual.
–Salgo enseguida. ¿Por qué no pones la cafetera?
Un momento de silencio y luego:
–Muy bien.
Danielle esperó unos segundos y luego se apartó de la puerta. No volvería a dejar que nadie le dijera lo que tenía que hacer.
Nunca.
Y eso podía aplicarse también a Flynn Donovan.
Por muy maravillosa que la hiciera sentir.