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Capítulo 7
ОглавлениеDREW cerró los ojos casi por completo. Deanna sólo podía ver un pequeño destello de sus pupilas color miel oscuro. De repente sintió que no podía respirar. Él deslizaba las manos sobre sus hombros, hasta llegar a su cuello.
—¿Y si lo hiciera? —le preguntó, bajando la cabeza hacia ella. Apoyó los pulgares en la base de su garganta.
Ella fue consciente de repente del brusco palpitar de su corazón. Pero él no se detuvo, sino que deslizó las yemas de los dedos a lo largo de su cuello hasta alcanzar los dos lados de su mandíbula. Suavemente, la hizo levantar la barbilla. Sus labios se detuvieron un momento a un milímetro de distancia, tan cerca que si se movían lo más mínimo… De pronto sonó un portazo en algún lado de la casa. Drew levantó la cabeza y Deanna se echó atrás de un salto.
—Dios —masculló él, mesándose los cabellos.
Deanna recogió su chal, que se había caído al suelo. El fino tejido se le escurría entre las manos mientras intentaba recogerlo. No hacía más que enredarse, así que desistió de volver a ponérselo y lo hizo una bola en las manos. No era capaz de mirar a Drew a la cara. Después de haberse comportado como lo había hecho esa misma mañana, no podía dar media vuelta y fingir que nada había pasado. Tenía todo el cuerpo en llamas, pero no era sólo vergüenza lo que sentía.
Si él realmente hubiera llegado a besarla…
—Oh, aquí estás —Isabella apareció en el umbral—. Sabía que tenías que estar por algún lado porque vi la camioneta ahí fuera —se apartó un mechón de pelo de la cara—. Supongo que no has oído nada de… No. Claro que no. De ser así, nos lo habrías dicho inmediatamente —Isabella se apoyó en el reposabrazos del sillón en el que estaba sentada Deanna un momento antes—. Esta lluvia acompaña, ¿verdad? —sacudió la cabeza y suspiró—. J.R. está con Lily, pero Jeremy ha vuelto conmigo. Dice que tiene que hacer unas llamadas —esbozó una sonrisa triste—. Supongo que cuando eres médico, no puedes ignorar las urgencias, ni siquiera cuando tienes una propia.
Deanna asintió con la cabeza vagamente. Podía ver a Drew por el rabillo del ojo, inmóvil frente a la ventana.
—¿Cómo… cómo está Lily?
—Fuera de sí. Y tratando de aguantar el tipo todo lo que puede, como siempre hace —Isabella se alisó el vestido—. No sé cómo lo hace. No sé si ya tiene práctica después de haber perdido a Ryan de esa manera. Y no es que William esté perdido —añadió rápidamente—. No sabemos nada todavía.
—Todavía —dijo Drew en un tono sombrío.
Deanna se mordió el labio.
—Isabella, ¿por qué no tratáis de calmaros un poco? Podría prepararos algo de comer. A lo mejor, Jeremy también quiere algo.
—Algo de comer —Isabella sacudió la cabeza y se incorporó—. Mi cerebro no funciona bien hoy. Es por eso que he vuelto. Evie se marchó después del desayuno. Se va de vacaciones unas semanas, y yo sabía que todos estaríais hambrientos a estas alturas. Lily tenía razón. Los del catering han dejado un montón de comida, pero lo único que hicimos fue envasarla y meterla en el congelador. Nadie tenía ganas de comer nada.
—Entiendo. Pareces exhausta. No deberías preocuparte por darnos de comer —le dijo Deanna rápidamente.
Se había olvidado completamente de la cocinera de Isabella, Evie. La había conocido fugazmente cuando había ido a prepararse una taza de té mientras Drew se arreglaba para la boda.
—Si no te importa que me meta en tu cocina, puedo preparar algo.
Isabella se sujetó el pelo detrás de la oreja.
—Prácticamente eres de la familia, Deanna. No me importa en absoluto. Vamos las dos. No será difícil encontrar algo. Evie nos ha dejado un montón de comida. Creo que tiene miedo de que J.R. y yo nos muramos de hambre durante su ausencia —miró a Drew—. ¿Quieres algo, Drew? ¿Café? ¿Una cerveza?
Él sacudió la cabeza y se apartó de las ventanas.
—Tengo que hablar con Jeremy —dijo y salió de la habitación bruscamente, pasando por delante de Deanna.
Ella le siguió con la mirada.
—Pobre —murmuró Isabella—. Tiene que estar volviéndose loco, igual que J.R. —se colgó del brazo de Deanna—. Nos alegramos tanto de que estés aquí con él. Así no está solo.
Deanna se las arregló para esbozar una tenue sonrisa.
—Yo también me alegro de estar aquí —le dijo con sinceridad—. ¿J.R. y tú veis mucho al señor Fortune?
—William —le dijo Isabella con una sonrisa gentil—. Pronto será tu suegro, ¿recuerdas? No quiero pensar que pueda ser de otra manera.
Deanna supo a qué se refería Isabella, pero no pudo evitar sonrojarse.
Por suerte, a esas alturas ya habían llegado a la espaciosa cocina. Isabella se soltó y se dirigió hacia la nevera.
—Y, respondiendo a tu pregunta, sí. Vemos a William y a Lily con frecuencia. Por un lado, a Lily le encanta recibir a gente en su casa. Siempre está organizando algo en el Double Crown —se volvió con un enorme pedazo de queso en la mano y lo colocó en el centro de la encimera—. Jeremy se lo dirá a Drew, imagino. Teníamos la radio encendida cuando veníamos de casa de Lily. Los medios ya se han enterado.
—El señor Fortune, William, es un hombre de negocios muy conocido —Deanna dejó su bufanda sobre un taburete—. No me sorprende que se hayan enterado ya —se mordió el labio—. Drew debería hacer alguna declaración en representación de Fortune Forecasting.
—Eso decía Jeremy —Isabella puso dos enormes tomates junto al queso—. Lo más inesperado, no obstante, es que están especulando con la posibilidad de que William se haya marchado voluntariamente, que quisiera desaparecer del todo. Incluso han sacado cosas de su vida que ocurrieron hace más de cuarenta años. Malos negocios, esa clase de cosas.
—Qué tontería —dijo Deanna, mirándola con ojos de sorpresa.
—Tú lo sabes. Y yo también. Todo el mundo en esta familia… —Isabella gesticuló a su alrededor—. Todo el mundo que conoce a William lo sabe. Pero hay gente que no, y a muchos les encanta cotillear e inventarse cosas de la nada —sacó un cuchillo de un cajón—. Y nosotros somos los que tenemos que soportar todas esas tonterías —sacudió la cabeza—. Como si no tuviéramos bastante ya.
—No sé qué decir. Trata de no pensar en ello —dijo Deanna, esbozando una sonrisa triste.
Isabella ladeó la cabeza y asintió.
—Tienes razón. Hay que centrarse en lo positivo —volvió a mirar a Deanna—. Así que eso es lo que vamos a hacer. Iba a decírtelo antes, pero no tuve ocasión. Ese vestido te queda fenomenal.
—No era eso lo que quería decir exactamente —dijo Deanna, avergonzada.
No obstante, si hablar de ropa mantenía distraída a Isabella, entonces no tenía inconveniente en hablar de trivialidades.
—Nunca creí que me quedara bien. Lo metí en la maleta a toda prisa.
—El color va muy bien con tu tono de pelo. Y si yo tuviera los hombros y los brazos tan bronceados como tú, llevaría un buen escote también. Deberías cambiarte o ponerte un delantal.
Deanna levantó las cejas.
—Tú estás tan arreglada como yo —le recordó sutilmente.
—Sí, es verdad —Isabella sacudió la cabeza, como si acabara de caer en la cuenta—. Es que hoy tengo la cabeza… Nos cambiaremos las dos. Te veo en un minuto —soltó el cuchillo sobre la mesa.
Deanna asintió y ambas se dirigieron hacia sus respectivos dormitorios. Al pasar por la habitación de Jeremy, Deanna aminoró el paso. Se oía un murmullo de voces al otro lado de la puerta. Era evidente que Drew todavía seguía hablando con su hermano. Soltó el aliento y siguió adelante. Cuando llegó al dormitorio que compartía con él, buscó unos vaqueros y un suéter rápidamente y se dispuso a quitarse el vestido. No obstante, al intentar soltar el corchete que le ataba el vestido al cuello, se vio en el espejo y entonces se detuvo un momento. A lo mejor le había tomado tanta aversión porque Gigi se lo había regalado… Su mirada se desvió hacia la cómoda, donde estaba su bolso. El teléfono móvil estaba dentro, apagado. Sólo Dios sabía cuántos mensajes le habría dejado su madre a esas alturas. ¿Por qué no era capaz de encenderlo y hablar con su madre, ni siquiera en un momento como ése? Ni siquiera sabía muy bien si su reticencia la hacía sentir culpable o no.
—Eres una mala hija —susurró, mirándose en el espejo.
Suspiró, se quitó el vestido y lo colgó en el armario. Se puso los vaqueros gastados y el jersey verde que se había hecho ella misma cuando estaba en el instituto.
Isabella ya estaba allí cuando llegó a la cocina. Ella también se había puesto unos vaqueros y un suéter cómodo. Pero lo que alarmó a Deanna fue verla con la cabeza entre las piernas.
—¿Isabella? —fue hacia ella a toda prisa—. ¿Hay alguna noticia?
Isabella levantó una mano, pero no la cabeza.
—No. No pasa nada —su voz sonaba ahogada—. No es William. Dame un segundo, ¿quieres?
Deanna se inclinó sobre ella un segundo y después le buscó un vaso de agua. Se agachó a su lado para poder verle la cara por debajo de su copiosa melena.
—Te has vuelto a marear, ¿no? Como te pasó en la iglesia.
Isabella abrió los ojos y la miró con ojos culpables un momento. Se incorporó.
—Bebe un poco de agua —le dijo Deanna, poniéndole el vaso en la mano sin soltarlo, por si acaso—. ¿Te sientes mal?
Isabella se bebió medio vaso de agua y entonces soltó el aliento.
—Creo que estoy embarazada —le dijo en un susurro.
Deanna abrió los labios, pero tardó un poco en hablar.
—Eso es… maravilloso, ¿no?
Isabella esbozó una leve sonrisa.
—Sí. Pero éste no es el momento para decírselo a todos —miró hacia la puerta abierta y entonces dejó el vaso sobre la mesa—. No se lo dijimos a nadie entonces, pero perdí un bebé hace unos seis meses.
—Oh, Isabella…
—No pasa nada —dijo la esposa de J.R., levantando una mano—. Y no estábamos intentando mantenerlo en secreto ni nada parecido. Fue un golpe, por supuesto, pero estaba de tan poco tiempo que ni siquiera sabía que lo estaba hasta que el médico me lo dijo. No quiero que J.R. se tenga que preocupar por esto ahora.
—No conozco mucho a J.R. —dijo Deanna—. Pero creo que le gustaría compartir esto contigo. Se ve que te adora.
Isabella sonrió. Ya no estaba tan pálida como antes.
—Y yo a él también.
Se levantó del taburete y fue a recoger el cuchillo.
—Hemos querido formar una familia desde que nos casamos hace dos años. Sé que J.R. estará encantado, y también sé que se preocupará, aunque no quiera admitirlo. Además, aún no me he hecho ningún test de embarazo. Es sólo una corazonada. No quiero que se preocupe más de la cuenta en este momento, ni tampoco quiero darle falsas esperanzas —cortó un tomate en dos—. Lo entiendes, ¿verdad?
Deanna asintió.
—¿Pero qué puedo hacer para ayudar? —le preguntó, levantando las manos.
No se refería sólo a la cena, e Isabella lo sabía.
—Tú eres la única persona que lo sabe —soltó el aliento—. Poder decírselo a alguien es un gran alivio. Créeme —sacó un bol de plástico y un rallador de queso y los puso sobre la encimera—. ¿Me rallas el queso, por favor?
Deanna se dio cuenta de que Isabella jamás le hubiera confiado algo así de no haber estado segura de que Drew y ella iban a pasar por el altar.
Sintiéndose un poco culpable, se limitó a asentir con la cabeza y rodeó la encimera hasta ponerse al lado de Isabella.
—Pero si necesitas algo, me lo dices, ¿de acuerdo? —empezó a desenvolver el queso—. Aunque sólo sea comprarte el test de embarazo en la farmacia.
Isabella soltó una suave carcajada.
—Sabía que me ibas a caer muy bien, Deanna.
Deanna sonrió. Ella sentía lo mismo. En realidad, le gustaban todos los miembros de la familia Fortune que había conocido hasta ese momento, y por ese motivo se sentía cada vez más culpable por el engaño que Drew y ella habían tramado. No hubiera querido mentirles, pero sobre todo no quería defraudarle a él…
Tomaron la cena bastante tarde. Enchiladas picantes, ensalada, y la tarta de caramelo más deliciosa que Deanna había probado jamás. Mientras tomaban el exquisito postre que les había dejado Evie, volvió J.R. Lily ya se había ido a la cama. El hermano de William, Patrick, y su esposa, Lacey, habían ido al Double Crown y finalmente habían logrado convencerla para que se fuera a casa a descansar.
—¿Crees que querrá tomarse algo que la calme un poco? —preguntó Jeremy.
—No lo creo —le dijo Isabella.
—Estando como estaba, esperemos que eso no sea necesario —le dijo J.R.
—¿Alguien va a quedarse con ella? —preguntó Deanna.
—Lacey —dijo J.R—. Esta noche por lo menos. Patrick y ella tienen que viajar mañana y no pueden posponerlo —J.R. se recostó en su silla, presidiendo la mesa.
Isabella estaba sentada a su lado. Sus manos estaban entrelazadas sobre la mesa.
—No creo que ninguno de nosotros quiera verla sola en un momento como éste. Afortunadamente, somos suficientes para no dejarla sola ni un minuto.
—Yo podría quedarme con ella mañana —se ofreció Isabella.
J.R. la miró de reojo.
—Pareces un poco cansada, ¿no? Frannie me ha dicho que se quedará con ella mañana. Ya os pondréis de acuerdo entonces.
Deanna bajó la vista hacia la servilleta que tenía sobre su regazo y la dobló en cuatro partes. Isabella tenía razón. Tenía un buen motivo para parecer cansada en ese momento.
—No creo que a Lily le haga mucha gracia tener niñera todo el tiempo.
Todos se volvieron hacia Drew bruscamente. No había dicho ni una palabra durante toda la conversación. Sólo se había dirigido a Deanna en una ocasión para decirle que darían una rueda de prensa a primera hora de la mañana.
—Claro que no —dijo Isabella un momento después—. No le gusta que la mimen mucho. Pero ahora mismo debe de estar mucho más preocupada por William que por sí misma —se puso en pie y empezó a recoger los platos.
Deanna se puso en pie para ayudarla. Pero los demás también lo hicieron, incluso Drew. Ella no estaba acostumbrada a verle recoger platos sucios, y mucho menos a verle limpiarlos en el fregadero.
—Yo termino —dijo Deanna un rato más tarde, dirigiéndose a Isabella.
J.R. se había ido a resolver un asunto del rancho y Jeremy se había ido a hacer una llamada de trabajo. La esposa de J.R. accedió, sin ninguna reticencia.
—Mañana todo irá mejor —dijo, antes de dejar la cocina.
Finalmente Deanna y Drew se quedaron a solas. Y la última vez que habían estado solos… Rápidamente, Deanna detuvo aquellos pensamientos traicioneros… Era mucho más difícil de lo que debería haber sido. Apenas podía estar a su lado sin sentir aquel temblor que la sacudía de pies a cabeza. Pero, sobre todo, no podía dejar de mirar aquellos brazos musculosos que dejaba ver su camisa remangada hasta el codo.
—Ya lo hago yo —le dijo en un tono un tanto más brusco de lo que pretendía en realidad.
—No —él metió un plato debajo del grifo y empezó a aclararlo. El agua corrió suavemente sobre sus bronceadas muñecas—. Tenía una madre, ¿sabes? —dejó el plato a un lado—. Puedes llenar el lavavajillas.
Demasiado distraída como para poner resistencia, Deanna buscó el resorte que abría la puerta del moderno electrodoméstico y lo abrió sin más problema. Se inclinó y empezó a meter los platos dentro a su manera. En su casa no había nada parecido y hacía falta un poco de costumbre para colocarlos bien.
—¿Solías fregar los platos cuando eras niño? —le preguntó Deanna, levantando la vista hasta detenerla en su trasero.
—Todos teníamos nuestras tareas —le dijo él, dándole un vaso de cristal.
Pensando que los vasos serían más delicados que los platos, Deanna se lo quitó de las manos rápidamente.
—Fuera y dentro de casa —le dijo él, prosiguiendo—. Yo solía sobornar a Darr para que hiciera todo lo que me tocaba a mí, hasta que fue lo bastante mayor como para darse cuenta de que cobraba una miseria por lo que hacía.
Deanna se incorporó.
—Eso es propio del hombre que yo conozco.
Drew esbozó un atisbo de sonrisa; la primera en muchas horas. Y cada vez que le veía sonreír, se sentía la chica más afortunada del mundo.
—Trabajar fuera no me importaba tanto —admitió—. Por lo menos estaba fuera —miró por la ventana que estaba encima del fregadero, pero no vio más que su propio reflejo y el de Deanna contra la negrura de fuera.
Era muy extraño verse reflejada junto a él en el cristal de la ventana, mientras lavaban los platos. Era una imagen demasiado… cotidiana… Sobre todo si pensaba que en breve estarían compartiendo la misma cama. La misma cama… Se inclinó sobre el lavavajillas y colocó otro plato.
—Sí, eh, si quieres, puedo escribirte un discurso para los medios. Puedes echarle un vistazo y me dices qué te parece.
Le había escrito muchos discursos, pero nunca antes le había escrito nada que tuviera que ver con algo tan personal.
—¿Tú hacías cosas en casa?
Deanna volvió a incorporarse.
—¿Qué? Oh, sí.
En realidad las hacía todas, porque Gigi siempre había sido incapaz de llevar una casa.
—Como la mayoría de los niños —le quitó el último plato de las manos y lo puso dentro del lavavajillas. Cerró la puerta del electrodoméstico y volvió a la mesa del comedor.
Se tomó su tiempo recogiendo los manteles y las servilletas, y tardó un poco en regresar a la cocina, con la esperanza de que él dejara de preguntarle cosas sobre su infancia. Él estaba donde le había dejado, pero se había dado la vuelta y había cruzado los brazos sobre el pecho. La seguía con la mirada como si tratara de calcular algo mientras ella sacudía los manteles y los colocaba sobre la encimera. Después de llevar las servilletas al cuartito de la lavadora, ya no pudo fingir que había algo más que hacer. Él la seguía observando atentamente.
—¿Qué? —le preguntó, levantando las manos.
—Cuando eras niña, ¿qué querías ser de mayor?
Deanna no sabía qué tenía él en la cabeza, pero en ningún momento hubiera esperado algo así. No podría haber escogido una pregunta que la sorprendiera más.
—No lo sé —dijo ella por fin, parpadeando y encogiéndose de hombros—. Quise ser bailarina un tiempo. ¿No es eso lo que quieren ser todas las niñas?
—¿Y después de cumplir los cinco años?
—¿Qué querías ser tú después de los cinco años? —le preguntó ella en tono provocativo.
—Bombero, pero eso se me pasó. Es evidente que a Darr no —hizo una mueca sarcástica—. Siempre le ha encantado ser el héroe.
Ella se agarró del respaldo de uno de los taburetes.
—Tú lo admiras —le dijo. Por muy ácido que fuera su sentido del humor, ella estaba segura de ello.
—No todo el mundo tiene lo que hace falta para entrar en un edificio en llamas cuando todos los demás tratan de salir.
—Supongo que sí. Nunca antes lo había pensado así… Bueno, y después de lo de ser bombero, ¿qué más quisiste ser?
—Yo he preguntado primero. Deanna soltó el aliento.
—Muy bien. Quería ser piloto. ¿Y tú?
—Presidente de Fortune Forecasting.
—¿A esa edad? —le preguntó ella, sorprendida.
Siempre había sospechado que él había entrado en el negocio familiar porque eso era lo que se esperaba de él, y no por pura vocación.
—A esa edad —le confirmó él—. ¿Por qué no te hiciste piloto?
Deanna apretó con más fuera el respaldo del taburete y la banda del anillo se le hundió en la carne. No sabía qué había propiciado aquella curiosidad repentina, pero cuanto antes zanjara el tema, mejor.
—Por el dinero. Si no lo tienes, no hay nada que hacer. Bueno, lo de la rueda de prensa…
—Si ahora tuvieras el dinero, ¿te gustaría serlo?
—No.
—¿Por qué no?
—¿Por qué me preguntas todas estas cosas, Drew?
—Sólo quiero conocer un poco mejor a mi prometida.
Deanna guardó silencio. Con la desaparición de su padre, a lo mejor ya no necesitaba seguir con aquella farsa. Además, comparado con lo que él estaba pasando en ese momento, sus motivos para no querer ser piloto parecían de lo más banales. Soltó el respaldo del taburete y se frotó las palmas de las manos contra los vaqueros.
—Porque aunque me hubiera hecho piloto como mi padre, no hubiera podido recuperarle.
Drew le clavó una mirada profunda y circunspecta. Un momento después, descruzó los brazos y se levantó del borde del fregadero.
—Escribe lo que creas necesario para la rueda de prensa. Le echaré un vistazo cuando vuelva. Podrás enviarlo a primera hora mañana.
—¿Pero adónde vas?
—Voy a salir.
Tomó un manojo de llaves de al lado de la puerta y salió sin más.
Deanna se quedó perpleja; tanto así, que no fue capaz de hacer otra cosa que verle marchar.