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Capítulo 5
ОглавлениеMALDITA sea…
Un violento juramento escapó de los labios de Drew cuando la toalla aterrizó, casi a cámara lenta, a los pies de Deanna. En una fracción de segundo, ambos intentaron agacharse para recogerla, pero ya era demasiado tarde. Aquella imagen se había quedado grabada con fuego en su cabeza, o más bien tatuada, porque la instantánea de aquella preciosa figura no se le olvidaría jamás. Agarró la toalla, pero entonces se tropezó con ella. La vista se le iba hacia abajo, hacia la deliciosa piel aterciopelada y bronceada que le cubría todo el cuerpo, exceptuando un diminuto triángulo… La dejó agarrar la toalla y ambos se incorporaron.
Jamás se hubiera imaginado que su secretaria fuera de las que usaban bikini, pero aquellas marcas de bronceado eran inconfundibles.
—Lo siento —le dijo, tosiendo—. No quería asustarte.
Deanna hacía lo indecible por esquivarle la mirada. Asía la toalla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—No. Es culpa mía. Yo, eh… Yo… —se detuvo y sacudió la cabeza. El cabello le rebotaba contra los hombros—. Éste es el castigo por mentir — masculló.
—Sólo ha sido un accidente —le dijo él.
Pasó por delante de ella para dejar la taza de café encima de la cómoda. Ella casi dio un salto.
—Cuando estemos casados y vivamos juntos…
—¡Vivir juntos!
Él frunció el ceño y miró hacia el pasillo por la rendija de la puerta entreabierta. Afortunadamente, los únicos sonidos que se oían eran las risas y las voces que venían del otro lado de la casa. Todo el mundo seguía en la cocina. Cerró la puerta.
—Sí. Vivir juntos —dijo, haciendo un esfuerzo por sostenerle la mirada—. Eso es lo que suele pasar cuando las parejas se casan —añadió, bajando el tono. Las paredes parecían gruesas, pero no quería correr ningún riesgo.
—Nosotros… —dijo ella, señalándole a él y después a sí misma—. No somos una pareja.
Él le agarró la mano y la sostuvo en el aire un momento. El diamante que brillaba en su dedo anular lanzaba destellos de colores que bailaban sobre las paredes.
—A todos los efectos, nos convertimos en una pareja cuando te puse este pedrusco en el dedo. ¿Qué clase de matrimonio sería si no viviéramos juntos después de decir «sí, quiero»? De hecho, a muchos les parece raro que no vivamos juntos ya.
Ella apartó la mano bruscamente.
—Diles que soy anticuada —le dijo con voz temblorosa. Rehuyó su mirada y entonces cerró un cajón de la cómoda de un empujón.
Pero toda hostilidad era inútil ya. Él ya había visto lo que se escondía debajo de aquella toalla; las delicadas cintas de la braguita, el encaje… Sin duda le esperaban muchas horas de tormento mientras pensaba en aquel cuerpo perfecto…
—Eso es exactamente lo que le dije a Jeremy. Que eras un poco anticuada.
Y, por alguna razón, su hermano había encontrado el comentario increíblemente divertido.
Isabella, en cambio, se había limitado a sonreír plácidamente al tiempo que le dejaba un plato de beicon y salchichas sobre la mesa. Evie, la cocinera, se lo había recalentado un poco, pues ya hacía más de tres horas que habían desayunado.
—Genial —le dijo Deanna, haciendo una mueca—. Ahora se preguntarán más que nunca qué demonios estás haciendo casándote conmigo.
—¿Qué quieres que diga, Deanna? —exclamó Drew en un tono de pura frustración.
—¡No lo sé! —le dio la espalda. Todavía asía la toalla como si le fuera la vida en ello.
Se sentó en el borde de la cama un momento, pero enseguida se levantó y se alejó.
—No te voy a hacer nada, por el amor de Dios. Que nos hayamos despertado de esa manera no significa que no sepa controlarme.
—Yo no he dicho que no supieras.
—Fuiste tú quien se arrimó a mí mientras dormías —le dijo él—. Y ahora te comportas como una mojigata remilgada y virginal que tiene miedo de estar a solas en una habitación con un hombre.
Deanna se puso roja como un tomate.
Drew la miró unos instantes, preguntándose qué parte de aquel maravilloso cuerpo quedaba por ruborizarse. Y entonces se dio cuenta de que quizá había acertado sin querer.
Apenas pudo reprimir el juramento que pugnaba por salir de su boca.
—No lo eres, ¿verdad? Una mojigata virginal…
Aunque hiciera todo lo posible por esconder la gloria de aquel cuerpo de infarto tras aquellos horribles trajes de ejecutiva, no tenía por qué escondérselos a su novio también.
¿Cómo había dicho que se llamaba él?
¿Mike? ¿Mark?
De repente se dio cuenta de que aquel tipo no le caía nada bien, aunque no lo conociera de nada. Menuda ironía… Drew Fortune nunca había sido de los celosos, ni siquiera cuando la mujer a la que había jurado amar para siempre le había engañado con su mejor amigo.
Deanna apretó los labios.
—No. No soy virgen, si es eso a lo que te refieres, aunque tampoco es asunto tuyo.
—¿Y por qué no? Tú lo sabes todo de mi vida amorosa.
—Eso es porque te lo traes todo a la oficina — exclamó ella, gesticulando con los brazos—. Y después me las dejas a mí para que me libre de ellas cuando ya no te divierten.
—Yo no hago eso.
Ella le miró con cara de estupefacción.
—De acuerdo. Te he mandado a pedirme algunas piezas de joyería —admitió.
—Mm. Pides tantas cosas de Zondervan’s que cuando pediste esto… —le dijo, levantando el brazo y agitando la mano con el anillo—. ¡Salieron corriendo en tu ayuda!
—¿Y? —le dijo él, a la defensiva—. ¡Por lo menos no mando a mi secretaria para que corte con las chicas con las que salgo! No soy tan cerdo.
Ella soltó el aliento de golpe, como si tirara la toalla.
—No eres un cerdo —volvió a sentarse en la cama. Le miró de reojo durante unos segundos y se las arregló para seguir allí sentada, recolocándose la toalla para que le tapara las rodillas.
Drew pensó en decirle que ya era demasiado tarde para molestarse en esconder algo, porque ya lo había visto todo, y en alta definición.
—Sólo es esta situación —le dijo ella, haciéndole volver a tierra firme—. Me está volviendo un poquito… Muy loca.
Drew hubiera querido sentarse a su lado, pero el sentido común le advirtió que sería mejor no hacerlo. Además, como ya andaba un poco falto de cordura, lo mejor era estar alerta.
—Sólo serán unos días —le aseguró, hablándose a sí mismo, más que a ella—. Después volveremos a casa y las cosas volverán a la normalidad.
—Hasta que tengamos que planificar una boda y mudarnos a vivir juntos —dijo ella en voz baja—. ¿Y si la gente nos pregunta si ya tenemos fecha para la boda? ¿Qué se supone que vamos a decirles?
—Les diremos que todavía estamos pensándonos la fecha. Oye, les diremos que tenemos pensado irnos unos días a Las Vegas. No sé… Algo así. Ya se nos ocurrirá algo.
Ella le miró de reojo.
—No tienes fiebre ni nada parecido, ¿verdad? Quiero decir que estamos hablando de todo esto del matrimonio y la boda demasiado a la ligera.
—Qué lista.
Drew hizo un esfuerzo por recordar aquello que había pasado cuatro años intentando olvidar.
Deanna Gurney no sólo era una secretaria brillante, sino también una mujer espectacular. Y en Red Rock todos pensaban que era su mujer. Resultaba irónico pensar que ella estaba más fuera de su alcance que nunca, a cuenta del trato que habían hecho. Sin embargo, todavía recordaba muy bien cómo había sido besarla cuatro años atrás.
—Ya veremos qué hacemos —le dijo, intentando desterrar de su mente la imagen de ella desnuda.
Ella se estaba mirando las manos. Las tenía sobre su regazo.
—¿Lo prometes?
—Sí. Lo prometo —esbozó su mejor sonrisa pícara y ella se la devolvió—. Tómate el café. Se te va a enfriar. No sé qué le pone Isabella, pero está buenísimo.
Ella apretó los labios un momento.
—Muy bien.
—Yo iré a ver si encuentro algo que hacer durante la próxima media hora. ¿Es suficiente tiempo para que puedas terminar de vestirte?
Ella sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
—Sólo necesito cinco minutos.
Drew se sorprendió. Nunca había conocido a una mujer que pudiera vestirse tan rápidamente. Desvestirse, en cambio, era otra cosa.
La vista se le iba de vez en cuando hacia la base de su cuello. Nunca se había dado cuenta de lo sexy que era esa zona del cuerpo.
—¿Drew?
Él volvió a la realidad y agarró la puerta.
—Bueno, que sean quince minutos, entonces. Cuando me duche y me cambie, tendremos que irnos a la iglesia directamente, pero puedes picar algo en la cocina mientras yo me visto. Quedaban muchas cosas del desayuno, y sé que Isabella está deseando conocerte.
Deanna volvió a poner cara de preocupación.
—No te preocupes. Les vas a encantar —le aseguró y se marchó sin más dilación.
No quería hacer o decir algo de lo que pudiera arrepentirse en el futuro.
Cuando antes terminara la boda, antes estarían de vuelta en San Diego.
Vuelta a la normalidad, por fin.
—¡Bueno, aquí están los recién prometidos!
La calurosa bienvenida reverberó por todo el jardín situado entre el abarrotado aparcamiento y la iglesia. Mientras caminaban por el césped rumbo a la pintoresca capilla, Deanna sintió que Drew le apretaba la mano con más fuerza. Era un templo pintado de blanco, con una alta torre y rodeado por un jardín color verde esmeralda con flores rosas y rojas. Había guirnaldas verdes y blancas enroscadas alrededor de la barandilla de la pequeña escalera que llevaba a las dobles puertas de madera.
Por primera vez desde la debacle de la mañana, Deanna consiguió poner la mente en blanco y olvidar todo lo ocurrido durante unos instantes. Todo, o casi todo… El tacto de la mano de Drew alrededor de la suya propia le impedía borrar ciertas cosas de su memoria. Aun así, no obstante, aquella iglesia parecía sacada de una revista, o de un cuento de hadas.
—Es preciosa —exclamó.
—Qué pena que vaya a ser el escenario del peor error de mi padre.
—A juzgar por las miradas de felicidad que veo a mi alrededor, parece que hay muchos que no comparten tu opinión —señaló ella, manteniendo la voz baja—. Sólo prométeme que no te vas a levantar y a armar un escándalo cuando el sacerdote pregunte si hay alguien que tenga algo que objetar.
Habían ido solos al pueblo, en una de las camionetas del Orgullo de Molly, pero no parecía que hubieran llegado muy pronto. Ya casi no quedaban plazas vacías en el aparcamiento y había un montón de gente esperando fuera, frente a la iglesia.
—Ése es Nick —le dijo Drew, levantando la mano que tenía libre para saludar al hombre que les había dado tan efusiva bienvenida.
Teniendo en cuenta la descripción que él mismo le había dado de sus hermanos, Deanna no tuvo problema en identificarle. Nick era más o menos de la misma estatura, aunque quizá un poco más delgado. Tenía el mismo pelo castaño y los mismos ojos oscuros. Además, le acompañaba una preciosa pelirroja con un bebé en brazos.
—Y Darr debe de ser él que está a su lado.
—Sí.
El benjamín de los hermanos Fortune no era tan alto como Nick, pero era fuerte y musculoso. Llevaba una corbata de cuero, camisa blanca y traje negro, además de un sombrero vaquero.
Drew le había dicho que Darr era el más texano de los hermanos afincados en Red Rock y su aspecto no dejaba lugar a dudas.
—Señora —le dijo a Deanna a modo de saludo, tocándose el sombrero y mirándola de arriba abajo con una sonrisa de chico malo.
Deanna esbozó una sonrisa temblorosa. Lo que la familia de Drew pensara de ella tenía que traerle sin cuidado, pero no podía evitar sentir ese nudo en el estómago. Todos los ojos estaban puestos en ella. Drew se los presentó a todos y después le levantó la mano.
—Y ésta es Deanna Gurney.
—Tu prometida. Toda la familia se enteró a primera hora de la mañana —dijo Bethany, la pequeña rubia de ojos azules que iba de la mano de Darr.
—Menos mal que tuvimos tiempo para recuperarnos de la sorpresa —comentó Darr, guiñándole un ojo a Deanna.
Todo el mundo se rió a carcajadas.
—Oh, cómo eres —Bethany le dio un pequeño codazo. Se volvió hacia Deanna y la sorprendió dándole un efusivo abrazo—. Nos alegramos mucho por vosotros —retrocedió y la miró con ojos brillantes.
Bien podría haber sido de algodón de azúcar. Tenía una cara tan dulce.
—Estás radiante. Te queda muy bien ese tono rosa. Yo nunca puedo ponerme nada más oscuro que esto —dijo, tocándose el vestido rosa claro que llevaba puesto—. No quiero verme tan pálida.
—Gracias —atinó a decir Deanna, agradecida. Era el primer cumplido que recibía desde que se lo había puesto.
Drew se había limitado a mirarla con ojos de sorpresa, pero no le había dicho ni una palabra. Y ella se había puesto tan nerviosa al verle con aquel traje negro hecho a medida, que no había podido hacer otra cosa sino dejar la taza de té caliente que se había preparado y señalar las llaves que J.R. les había dejado. Habían salido inmediatamente después.
Bethany se volvió hacia Drew y le dio un beso en la mejilla.
—Pero qué malo eres, Andrew. Ya me habías convencido de que eras alérgico al matrimonio.
La mirada de Deanna se cruzó con la de él por encima de la pequeña rubia. En sus ojos no había más que sarcasmo.
—¿Qué quieres que te diga, Bethany? —le dio una palmadita en el hombro.
Ella se hizo a un lado para dejarle paso a Charlene, la esposa de Nick.
Drew saludó con cariño al bebé que ésta sostenía. El niño soltó una carcajada.
Deanna observaba la escena con curiosidad. Por alguna razón, jamás hubiera podido imaginarse que Drew tuviera buena mano con los niños, pero, viéndole en ese momento, no podía negar que todo le salía de forma natural. Él miró a Bethany.
—¿Y dónde está tu pequeña?
—Está con Josh. Cuando Randi se junta con Brandon y con Maribel, ya no quiere saber nada más de sus padres —Bethany se volvió hacia Deanna de nuevo—. Randi es Miranda, nuestra hija. Tiene dos años, pero se mueve tan rápido últimamente, que hemos empezado a acortarle el nombre —sonrió—. Brandon es el niño de Josh. Josh es el hijo mayor de Frannie y Maribel es la pequeña.
Aunque Deanna se había esforzado por recordar todos los nombres que Drew le había dicho, todavía seguía perdida.
—Frannie es una de mis primas —le aclaró él—. Josh es su hijo. Frannie y su marido, Roberto Mendoza, han ayudado a Josh a criar a Brandon.
—Ah —Deanna asintió con la cabeza e intentó dibujar el árbol familiar mentalmente—. ¿Mendoza? ¿No es ése el…?
—Sí. Son primos lejanos. Y ahí están el resto de primos Fortune. Los hermanos de Frannie — señaló a un grupo de hombres y a una mujer que estaban cerca de los escalones que conducían a las puertas de la iglesia—. El hombre que está apoyado en la barandilla es Ross. Es el hijo mayor de la tía Cindy. Es el detective del que te hablé, y la morena que está con él es su mujer, Julie. Se casaron hace un año. Después está Cooper, el que tiene el pelo castaño oscuro, y que no lleva sombrero. Ha trabajado en un montón de ranchos por todo el país, pero no suele pasar mucho tiempo aquí. Eso tengo entendido. Después tenemos a Flint. Lleva el sombrero negro. Tiene unas tierras al norte del estado de Nueva York. Y… no veo a Frannie por ningún lado —añadió, poniendo el brazo sobre los hombros de Deanna con sutileza—. Ella es la más pequeña, la única chica.
—¿Me estás hablando de Frannie? Acabo de verla dentro con Lily —dijo Jeremy, yendo hacia ellos.
Deanna ya lo había visto en la casa de J.R. y, nada más conocerle, le había tomado aprecio al educado cirujano. Era de esos hombres que no decían nada hasta estar bien seguros de qué estaban hablando. Ella siempre intentaba hacer lo mismo y normalmente le salía bien, excepto cuando estaba con Drew.
—¿Ha llegado papá? —preguntó Jeremy. Se alisó los puños de la camisa y miró a su alrededor. Su pelo rubio resplandecía a la luz del sol.
—No lo he visto todavía —contestó Nick.
—A lo mejor ha entrado en razón —dijo Drew.
—Pensaba que ya te habías rendido —dijo Darr, mirando a su hermano y a Deanna—. Papá está enamorado de Lily, y ella también lo está de él. A lo mejor si pasarás más de dos días al año aquí, lo verías por ti mismo.
Bethany le puso una mano sobre el brazo, en un intento por apaciguarlo.
—Papá viene en coche desde el hotel —dijo Nick, sin perder la calma—. Seguramente haya entrado en la iglesia por la parte de atrás. J.R. ya está allí. Hay una habitación en la que el novio puede esperar para no ver a la novia antes de tiempo. Lo ponen en cuarentena —añadió en un tono de broma.
Charlene le dio un manotazo.
—Cuarentena —le dijo, sonriendo—. Me encanta que William y Lily hayan escogido el día de Año Nuevo para celebrar la boda. Creo que es la forma perfecta de empezar una vida juntos. Y además hace un día fabuloso. ¿Qué más podrían pedir? —cambió de postura a Matthew, pero Nick levantó al pequeño y lo apoyó sobre su hombro.
—Cualquier día es perfecto para una boda —dijo, bromeando.
Deanna tuvo que reprimir un pequeño suspiro de envidia. Aquel hombre adoraba a su esposa. Era fácil de ver. Y verlos abrazar a ese bebé, con tanto cariño, resultaba casi doloroso.
—Hace un día espléndido —dijo—. Hace más calor de lo que esperaba.
Pensaba que tendría frío con el chal que había llevado, pero el sol brillaba con fuerza y la brisa era muy suave. Ni siquiera le levantaba los volantes de la falda del vestido.
—Bueno, bueno, primo —una voz profunda los hizo volverse de repente.
Era Cooper Fortune. Iba directo hacia ellos con una sonrisa en aquel rostro curtido por el sol y el viento.
—Ross acaba de contarme la buena noticia. Supongo que al final hay que probar de nuevo, ¿no? —tomó la mano de Deanna y la besó en el dorso—. ¿Está segura de que sabe dónde se mete con este tipo, señorita?
Deanna sintió un cosquilleo y miró a Drew rápidamente. Todavía tenía muy presentes todos sus comentarios ácidos sobre el matrimonio y aún le costaba creer que hubiera estado casado alguna vez.
—No la pongas en contra de mí —dijo Drew, sonriéndole a su primo e ignorando la mirada interrogante de Deanna—. Maldita sea, Coop. Cada día estás más feo.
—Y más viejo —reconoció Cooper.
Él también tenía esos ojos marrones de la familia Fortune.
—Cariño, ¿por qué no vamos a ver al novio?
Bethany miró a Drew.
—Ya es hora de empezar, ¿no?
—En realidad… —Charlene miró su reloj de pulsera—. Creo que es un poco tarde —miró a su alrededor, hacia los invitados que se agolpaban en la entrada—. De verdad que no conozco a casi nadie. Hay muchísima gente —se colgó del brazo de Nick—. A lo mejor deberíamos entrar. Así la gente se animará y entrará detrás.
Pensando que Charlene estaba en lo cierto, Deanna dio un paso adelante, al igual que los demás, pero Drew la hizo detenerse agarrándola de la mano. La joven se estremeció de pies a cabeza.
—No hay prisa.
Era él quien no la tenía, pero Deanna no quiso decírselo en alto porque los otros todavía estaban demasiado cerca.
En cuanto todos estuvieron lo bastante lejos, le lanzó una mirada fulminante.
—¿Al final hay que probar de nuevo? —dijo, repitiendo las palabras de Cooper—. Has estado casado antes, ¿no? ¿Cuándo?
—¿Acaso importa?
—Eh… sí —le dijo, deseando provocarle—. Si tuviera a un antiguo marido por ahí, ¿no crees que sería un poco raro que no te lo hubiera mencionado, sobre todo ahora? —levantó una mano y se tocó el anillo de diamantes con el dedo pulgar—. ¿Cómo se llamaba? ¿Qué pasó?
Él hizo una mueca.
—Paula. Fue justo después de la universidad. Y duró tres meses.
Aunque ya lo hubiera oído en un par de ocasiones, Deanna volvió a sorprenderse al oír que había estado casado. De repente se sintió como si acabara de probar un limón.
—Tres meses. La típica fecha de caducidad. ¿Alguna vez has durado más de tres meses con alguna antes de cansarte de ella?
—Fue al revés —dijo Drew en un tono apagado—. Ella se cansó de mí.
—¿Pero quién podría cansarse de ti? —le preguntó y enseguida se puso roja.
—La mujer con la que me casé, por lo visto, y me lo dejó muy claro cuando la encontré en la cama con mi mejor amigo.
—¿Estás hablando en serio? —le preguntó Deanna, sin dar crédito.
—Por desgracia, sí.
De repente, ella sintió una oleada de empatía por el joven ingenuo que quizá hubiera sido alguna vez.
—Y acababas de salir de la universidad. Vaya.
Él se limitó a hacer una mueca, como si quisiera dejar el tema de una vez.
—Y tu familia sabe lo que pasó, ¿no? Tu primo se ha excedido un poco sacando el tema de esa forma.
—Sólo saben que las cosas no salieron bien. Eso es todo.
Ella se le quedó mirando unos segundos.
—No… ¿No les contaste lo que pasó?
—¿Para qué? ¿Para que piensen que soy un tonto que se deja engañar fácilmente?
—Drew…
—Es agua pasada —le dijo en tono seco—. Estuve casado muy poco tiempo. No salió bien. Fin de la historia.
Dio un paso hacia la iglesia, pero ella se interpuso en su camino.
—No. Desde que llegamos a Red Rock, he intentado averiguar por qué le tenías tanta fobia a las bodas. Siempre he pensado que tenía que ver con algo de la infancia, algún problema con tu madre y tu padre, o algo parecido. Pero entonces conocí a J.R. y es evidente que no hay ninguna tensión entre vosotros. Y, aparte de Jeremy, que no ha dicho prácticamente nada de la boda, tú eres el único aquí que no se alegra por tu padre. Ahora todo cobra sentido. Ella te rompió el corazón.
Drew se alisó la corbata.
—No empieces con la cantaleta sentimental.
—¿Todavía la amas? —le preguntó ella, sintiendo un nudo en el estómago.
—No. Claro que no —Drew levantó la voz y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los estaba oyendo.
La gente seguía entrando por las puertas de madera de la iglesia.
No obstante, de repente, sus ojos se hicieron más pequeños, como si estuviera escudriñando la multitud. Deanna se volvió para ver qué había captado su atención.
Había una mujer que salía de la iglesia mientras todos entraban. Llevaba un vestido azul espectacular e, incluso a esa distancia, Deanna podía ver que era toda una belleza.
—¿Qué hace Frannie? —preguntó Drew en voz alta.
—Yo diría que está buscando a alguien —dijo Deanna y corrió detrás de Drew, que se dirigía hacia la joven.
Cuando se acercaron un poco más, se dio cuenta de que el murmullo alegre de la multitud acababa de convertirse en susurros y miradas furtivas.
Drew le agarró la mano con fuerza. Él también había notado el cambio.
Se abrieron paso entre la gente y llegaron hasta Nick y Darr.
—¿Qué sucede? —preguntó Drew.
Frannie miró a su primo. Sus ojos eran de preocupación.
—No encontramos a William.