Читать книгу E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras - Страница 14
Capítulo 11
ОглавлениеVA a ser un bebé muy afortunado… Con vosotros como padres… —Drew levantó su copa de vino y brindó por Isabella y por J.R.
Ambos estaban de pie junto a la chimenea, tomados de la mano.
—Atención, atención —dijo Jeremy.
Todos los hermanos y sus esposas, además de Lily, estaban reunidos en el gran salón del Orgullo de Molly para celebrar la llegada del bebé. Podrían haber invitado todavía a más familiares, pero Isabella había convencido a J.R. para que fuera algo íntimo.
—Ya tendremos ocasión de celebrarlo por todo lo alto cuando vuelva tu padre —le había dicho.
Deanna se alegraba de ver juntos a casi todos los miembros de las familias Fortune y Mendoza, pero, a juzgar por las caras que tenían algunos, sobre todo Drew, era fácil ver que no creían que ese día pudiera llegar. William Fortune llevaba ya casi dos semanas desaparecido.
Drew no le había dicho nada más después de aquella noche en el Red, ni tampoco había hecho o intentado nada. Deanna se debatía entre el deseo de ofrecerle consuelo y el miedo de dejarse seducir.
Al final, no obstante, siempre le trataba de forma esquiva cada vez que estaban juntos, pero esas ocasiones, afortunadamente, eran cada vez más escasas. Él se ausentaba con frecuencia para seguir diferentes pistas sobre su padre.
En ese momento pasó Nick con otra botella de vino. Deanna levantó su propia copa, que todavía estaba llena, y sacudió la cabeza. Todo el mundo tenía una copa, incluso Isabella, aunque la suya estaba llena de zumo de fruta.
Bethany se sentó en el butacón más próximo a Deanna.
—Darr me dijo que fuiste con Drew y con Ross a ver el coche —le dijo, bajando la voz y mirando a Lily con disimulo, que estaba de pie cerca de la ventana, junto a Jeremy y a Drew—. Yo creo que no hubiera podido soportar verlo. Debió de ser muy desagradable.
—Lo fue —dijo Deanna—. El… el coche está en un sitio muy apartado —añadió, tratando de concentrarse en la conversación, sin mucho éxito.
Sus pensamientos no hacían más que irse hacia el objeto de sus deseos, que en ese momento tenía una expresión sombría y pensativa. Su copa de vino ya estaba medio vacía.
En ese instante se les unió Charlene, sentándose en uno de los reposabrazos del butacón. Evidentemente las había oído hablar.
—Los chicos van a volver mañana. Van a ir equipados para escalar, y así podrán hacer una búsqueda más exhaustiva. Quieren llegar a las zonas donde no llegaron los perros.
Deanna buscó a Drew con la mirada una vez más. Llevaba una camisa color crema que no era suya y unos vaqueros azules. Llevaba todo el cabello peinado hacia atrás en un estilo serio. Incluso a esa distancia, ella podía apreciar su mirada circunspecta y profunda.
No podía ni imaginárselos allí de nuevo, buscando evidencias. Seguramente, Drew ni querría volver al lugar del accidente. Si encontraban a William en una zona de difícil acceso, probablemente no lo encontrarían vivo. Bethany y Charlene debían de pensar lo mismo porque ninguna de las dos insistió en el tema. En vez de eso, miraron a J.R., que abrazaba a su esposa con cariño.
—Me encanta la idea de que vaya a haber otro bebé en la familia —dijo Charlene de repente, sonriendo. Era evidente que estaba empeñada en encontrar un tema de conversación más agradable—. Sobre todo si no es mío.
—A mí no me importaría —dijo Bethany, riendo—. Aunque quizá sea mejor esperar a que Randi pase de los dos años. Está en una edad muy difícil. ¿Y tú, Deanna? ¿Drew y tú estáis pensando en tener niños rápido o preferís esperar?
Sorprendida, Deanna apartó la vista de Drew bruscamente, pero no fue capaz de contestarle nada a la joven.
—Conociendo a Drew, supongo que querrá esperar un poco —dijo Charlene, aparentemente ajena a la incomodidad de Deanna.
—Pero… —dijo Bethany, asintiendo—. Todos pensábamos que Drew iba a posponer eternamente lo de casarse, y mira. Por lo visto, no sabíamos tanto como pensábamos, así que… —se volvió hacia Deanna de nuevo.
—A mí… A mí me gustaría tener niños —logró decir Deanna por fin. Debía tener las mejillas como dos hierros al rojo vivo.
—Pero no ahora mismo —dijo Bethany, terminándole la frase con entusiasmo.
—Al principio es fácil acostumbrarse a la vida de casado —dijo Charlene—. Ya sabes…
Deanna sonrió vagamente y las otras dos mujeres se rieron.
—¿Os importa si os robo a mi prometida un momento? —de repente Drew apareció ante ellas, inclinándose por detrás del butacón.
Deanna se incorporó rápidamente y se alisó la falda que le había prestado Isabella. No sabía qué quería él, pero casi agradecía la interrupción. No obstante, en cuanto él la tomó de la mano y la condujo fuera del salón, empezó a sentir una bola de miedo en el estómago. No era miedo de él, sino expectación y esperanza. Desde aquel día en el restaurante de los Mendoza, no había vuelto a tocarla, ni tampoco había cambiado los hábitos en lo referido a compartir la cama.
La condujo por la casa sin decir ni una palabra. Sólo se detuvo un momento en el cuarto de la lavadora para tomar una chaqueta de un perchero cercano a la puerta de atrás.
—Hace frío —le dijo. La soltó por fin y le puso la chaqueta antes de salir afuera.
Deanna sentía que los dientes le iban a empezar a castañetear, pero no era la brisa nocturna la causante. No obstante, consiguió ponerse el abrigo de punto sin armar mucho lío.
—¿Qué sucede?
—Nada. Sólo necesitaba respirar un poco —le dijo él, agarrándole las solapas de la chaqueta y cerrándole más el abrigo por debajo de la barbilla—. Viendo la cara que tenías ahí dentro, pensé que a ti también te haría falta —bajó los peldaños y se alejó de la casa y de la luz—. ¿De qué estabais hablando?
—Querían saber… —Deanna se mordió el labio—. Si estábamos pensando en tener niños pronto o no —le dijo finalmente, esperando que la oscuridad escondiera sus mejillas sonrojadas.
—¿Y tú qué les dijiste? —le preguntó él, mirándola con cara de estupefacción.
—¿Qué importancia tiene? Nada es real.
—Bueno, siento curiosidad.
Ella levantó las manos y resopló.
—Muy bien. Les dije la verdad. Les dije que sí, que me gustaría tener niños algún día. Obviamente, no hablaba por ti —una de las botas de tacón bajo que le había prestado Isabella se le hundió en la tierra y Drew la agarró del hombro de inmediato, manteniéndola en equilibrio.
—Cuidado.
—Gracias —le dijo ella y continuó andando, sintiendo un gran alivio cuando él apartó la mano—. ¿De qué estabais hablando Jeremy y tú con Lily?
—¿Te importa mucho?
—A lo mejor siento curiosidad —le dijo ella.
—Me estaba disculpando con ella —dijo Drew, soltando el aliento bruscamente—. Por mi comportamiento cuando se comprometió con mi padre.
—¿Te disculpaste? —le preguntó ella, deteniéndose en seco.
—¿Acaso me crees incapaz de hacerlo o algo así? —le preguntó él, parándose también.
—No. Claro que no. Sólo me ha…
—¿Sorprendido?
—Sí. Pero también me alegra.
Él guardó silencio un momento.
—Me dijo que sin duda hubiera significado mucho para mi padre que todos estemos aquí en Red Rock, apoyándola —hizo una pequeña mueca con los labios—. Me dijo que nos quería mucho a todos, lo orgulloso que estaba de nosotros —añadió, con la voz tomada por la emoción—. Sabía lo de la foto. La de mi madre. Jeremy le dijo que la habíamos encontrado, pero ella ya sabía que nuestro padre siempre la llevaba en el coche —se aclaró la garganta—. Me dijo que sabía lo mucho que había querido a mi madre porque ella había querido a Ryan de la misma manera, y que ésa era precisamente la razón por la que le quería tanto. Por la que le quiere tanto —sacudió la cabeza—. Parece que Lily no ha perdido la esperanza todavía.
Deanna se metió las manos en los bolsillos para resistir la tentación de abrazarle.
—Me alegro de que hayas hablado con ella —le dijo de nuevo.
—También me dijo que significa mucho para ella que Jeremy y yo nos hayamos quedado.
—Claro.
—¿Desde cuándo has querido tener hijos? —le preguntó él de repente, echando a andar de nuevo.
—¿Y por qué no iba a quererlo? —le dijo Deanna, poniéndose a la defensiva—. No todo el mundo es como tú. Es algo bastante normal —estaban llegando a uno de los graneros. Drew le puso la mano sobre la espalda y la guió hacia un lado, allí donde el olor a hierba recién cortada era más fuerte.
—Yo nunca he dicho que aborreciera la idea de tener hijos.
—¿Me estás diciendo que te gustaría tenerlos?
—Sólo digo que nunca he dicho que no quisiera tenerlos. Pero los niños crecen mucho más felices cuando son criados por padres que están casados. Sé que hoy en día no abundan las familias así, pero yo todavía tengo esa creencia.
—Y como aborreces la idea del matrimonio… —le dijo ella, levantando una ceja.
—Exceptuando el nuestro, claro —le dijo él.
—Claro —repitió ella, encogiéndose de hombros como si aquello le fuera indiferente.
Tal y como estaban saliendo las cosas, difícilmente podía imaginárselo llevándola al altar, y estaba segura de que él opinaba lo mismo.
—Nunca te había oído decir que quisieras tener hijos —le dijo él.
Deanna no tenía ni idea de dónde había salido aquel repentino interés. Se agarró la chaqueta con más fuerza y contuvo un escalofrío, acelerando el paso.
—Bueno, normalmente no me paso el día hablando de mi vida privada en el trabajo.
—Es cierto. Hasta esta Nochevieja, siempre te has comportado como si no tuvieras vida más allá del trabajo, como si no desearas nada más.
Ella sólo tenía un único deseo y, a esas alturas, él ya debería haber sabido que ese deseo era él.
—No hay que mezclar la vida privada con el trabajo.
—Típico comentario de la hija de Gigi —le dijo él, agarrándola del hombro—. Como tu madre hace justo lo contrario, tú te vas al extremo opuesto.
No tenía sentido negar la verdad, así que Deanna cruzó los brazos sobre el pecho, guardando silencio.
—No creo que quisieras que hiciera lo contrario, ¿no? Lo que más te gusta de mí es que soy una secretaria muy profesional.
Drew dejó escapar algo que estaba a medio camino entre una risotada y un ataque de tos.
—No estés tan segura.
Ella se estremeció. Se mordió el labio inferior. Cambió de postura. Aquella mano sobre el hombro la ponía muy nerviosa.
—Charlene me dijo que todos vais a volver al lugar del accidente mañana, bien equipados, para buscar más en profundidad.
Él asintió con la cabeza.
—¿De verdad vas a ir con ellos?
—Sí.
—¿Y estás seguro de querer hacerlo?
—La única cosa de la que estoy seguro en este momento es que quiero acostarme contigo.
El mundo pareció detenerse a su alrededor. Deanna se le quedó mirando con ojos de estupefacción. Él deslizó la mano suavemente a lo largo de su hombro hasta meter las yemas de los dedos por dentro del cuello de la chaqueta para rozarle la piel.
—¿Te ha comido la lengua el gato?
—Eso parece —dijo ella por fin con un hilo de voz. Los latidos de su corazón eran tan fuertes que parecía que la cabeza le iba a estallar en cualquier momento.
—El problema es que no quiero complicar las cosas —añadió él, recorriendo su cuello con la yema del pulgar.
—Ya son bastante complicadas de por sí —dijo ella, intentando resistir la tentación de sucumbir a sus caricias—. Eso es lo que pasa cuando te ves metido en una mentira.
—Sí —le dijo él, tocándole la base del cuello, allí donde los latidos de su corazón desbocado se sentían con más fuerza—. Pero esto no es una mentira.
—Drew…
—Lo que sí sería una mentira sería seguir fingiendo que no quiero hacerte el amor.
Deanna respiró profundamente. Ya le daba igual parecer desesperada.
—Es… es esta situación. Si tu padre no hubiera desaparecido…
—Seguiría queriendo lo mismo. Traerte a Red Rock sólo me hizo darme cuenta —siguió deslizando la yema del dedo pulgar hasta llegar a su barbilla y entonces se la empujó hacia arriba, obligándola a mirarle a los ojos—. Mírame. A estas alturas ya deberías saber que no paso ni un día sin desearte —le dijo en un tono que no tenía nada de romántico. Más bien parecía agotado, derrotado, incluso molesto—. Y sé que ya no podré aguantar ni una noche más. Pero tampoco quiero estropear algo bueno, y lo último que quiero, cuando todo esto termine, es que salgas corriendo.
Deanna sintió un nudo en el estómago. La mejor forma de hacerle perder el interés a Drew Fortune era decirle que estaba enamorada de él. Ella lo había visto muchas veces, y aunque no quisiera caer en la misma categoría que todas aquellas rubias sin cabeza con las que él salía, sí sabía que en el fondo no era distinta de ellas. Si él llegaba a enterarse de lo que sentía por él, no tendría ningún reparo en deshacerse de ella lo antes posible. Se buscaría otra secretaria y ella quedaría fuera de su vida en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué era peor? ¿Quedarse a su lado escondiendo sus verdaderos sentimientos, o perderle por habérselo confesado todo? Ambas opciones eran descorazonadoras. Pero sí podía sugerirle que fueran amantes, y entonces nada cambiaría. ¿Acaso era eso lo que pensaba su madre cuando se enamoraba de aquellos hombres inalcanzables?… A lo mejor no era tan difícil entenderla después de todo…
—Yo tampoco quiero complicar más las cosas —le dijo por fin, humedeciéndose los labios y agarrándole del antebrazo.
—Bueno, ¿y dónde nos deja eso?
—No lo sé —le dijo ella con un hilo de voz.
—Necesito una respuesta mejor —le dijo él, acercándose más—. Dime que no. O mejor, dime «por supuesto que no». Si lo haces, encontraré una manera de mantener todo esto bajo control.
—Oh, claro —le dijo ella. Le empujó en el pecho, pero él ni se movió—. Quieres que sea el malo de la película.
—No el malo. Sólo más fuerte que yo —la agarró por la espalda y la apretó contra su propio cuerpo—. Y… definitivamente no eres el malo. En todo caso, la mala.
De pronto, Deanna se dio cuenta de que ya no le estaba empujando en el pecho. Sus dedos se agarraban a él, tocándole, palpándole… Sólo llevaba una camisa puesta… Y su piel le abrasaba las yemas de los dedos.
—No sé qué pensar de ti —le susurró ella—. Cuando estábamos en Red… —se detuvo, incapaz de describir lo que había ocurrido aquella noche—. Pero desde entonces…
—Lo sé —dijo él en un tono pausado—. Soy un patán. Pero puedes creerme cuando te digo que no ha habido ni un sólo día desde que llegamos a Red Rock en que no pensara en ti. En nosotros.
Deanna sintió que se le encogía el corazón. Sus palabras eran como flechas en llamas que la atravesaban de lado a lado.
—Debería decirte que no —susurró ella. Debería hacerlo, por los dos.
Sin embargo, saber que la encontraba irresistible resultaba de lo más tentador…
Cerró el puño alrededor de su camisa de seda, se puso de puntillas y se detuvo a un milímetro de sus labios.
—Debería decir que no —repitió en un susurro—. Pero no puedo.
Drew soltó el aire bruscamente y ella sintió su aliento sobre los labios. Entonces, él la apretó contra su propio cuerpo, casi levantándola del suelo, y la besó, despejando así todo rastro de dudas y temores. De repente el mundo empezó a girar a toda velocidad a su alrededor y Deanna sintió que la cabeza le daba vueltas. El corazón se le salía del pecho… Lo único que podía hacer era aferrarse a la única cosa que la mantenía cuerda… él. Entreabrió los labios y se dejó llevar; enredó los dedos en su cabello… El mundo giraba cada vez más deprisa. Sentía su boca en la mejilla, en la frente…
—Empuja la puerta.
Deanna tardó un momento en entender aquel gemido gutural y sus ojos tardaron unos segundos en ser capaces de ver más allá de él. Él la llevaba en brazos, rumbo a la parte de delante del granero. No era de extrañar que la cabeza le diera vueltas. Estiró un brazo y le dio un empujón a la puerta. Sin perder ni un segundo, él entró y la llevó hacia la cálida oscuridad del interior.
—¿Sabes adónde vas?
—Al cielo —le dijo él, apoyándola en el suelo. Se acercó más y más y la hizo retroceder hasta acorralarla contra la puerta.
—Y no veo nada, así que a menos que quieras volver andando a la casa…
—No —Deanna sacudió la cabeza.
Ni siquiera la puerta entreabierta dejaba entrar algo de luz. No podía verle, aunque le tuviera justo delante, pero sí podía sentir el movimiento de su pecho con cada respiración. Si volvían a la casa, entonces tendría tiempo suficiente para echarse atrás; tendría tiempo para empezar a pensar con la cabeza nuevamente, en vez de hacerlo con el corazón.
Se quitó la chaqueta de los hombros.
—Bien, porque yo no quiero esperar.
Drew la agarró de las caderas y metió las manos por debajo de su suéter de punto. Una oleada de deseo la sacudió por dentro, tanto así que tuvo que morderse la lengua para no suspirar.
—Estamos en un granero —murmuró él, rozándole la frente con los labios—. Tranquila.
—¿Hay animales aquí o algo? —le preguntó ella, agarrándole de los brazos. No oía nada que no fuera el estruendoso sonido de su propia respiración y el roce de su falda contra la sólida madera que tenía detrás.
—Sólo yo —le dijo él, deslizando las manos por su cintura hasta llegar a sus pechos—. Tú no eres un animal… No llevas sujetador —le dijo de repente, descubriéndolo por sí mismo—. Eso me hace sentir como un animal.
Ella entreabrió los labios y respiró profundamente mientras él le masajeaba los pechos como si estuviera esculpiéndolos. Deanna podía sentir cómo se le hinchaba la piel. Él deslizó las yemas de los dedos sobre sus rígidos pezones, endureciéndolos todavía más y haciéndola gemir. Ella intentó mirarle a través de aquella negra oscuridad, pero no pudo. Sólo era capaz de sentir su calor, su tacto… Todo era tan intenso como el roce de su dedo pulgar en la base de la garganta; intenso, erótico… Soltó el aliento entrecortadamente y deslizó las manos por sus vigorosos brazos hasta llegar a las muñecas; eran fuertes, musculosas. Mientras las exploraba se dio cuenta de que también podía sentir los latidos de su corazón bajo las yemas de los dedos.
—A lo mejor hay dos animales —le susurró, poniendo sus manos sobre las de él, que a su vez le cubrían los pechos. Apretó las palmas contra ellas y entrelazó los dedos con los de él—. Más fuerte.
Él se detuvo un momento y entonces le apretó los pechos con más fuerza, lanzando flechas de placer que la atravesaban por todo el cuerpo hasta llegar al centro de su feminidad. Y entonces Deanna sintió la cálida humedad de sus labios cerca del pecho. Contuvo el aliento. Él intentaba quitarle el suéter con una mano.
—Quítatelo.
Temblando, ella hizo lo que él le pedía sin vacilar. Apoyó la cabeza contra la puerta mientras él la besaba entre los pechos, en el vientre… Al llegar a la cintura de la falda, se la bajó sin más y siguió adelante.
—Si no llevas nada debajo, me va a dar un ataque al corazón —le dijo él.
—No —dijo ella, riéndose y agarrándole la cabeza. Nunca se había dado cuenta de lo suave que tenía el pelo—. No soy tan atrevida.
—Pensándolo bien, sería una pena —susurró él, besándola en la cadera derecha.
Deanna dio un pequeño salto al sentir ahí sus labios. Él le bajó aún más la falda y ella la sintió por los muslos, las rodillas…
—Levanta el pie —le dijo él, agarrándole la rodilla derecha.
Ella levantó la pierna, y después la otra, y en cuestión de segundos, él se deshizo de la falda.
Hacía calor en el granero, pero sentía frío. No llevaba nada más excepto las braguitas y las botas. Le agarró la camisa.
—Quítate algo tú también.
—Cariño, para cuando terminemos no habrá nada entre nosotros excepto la piel.
Le rodeó las rodillas y la besó en el frente de los muslos. Poco a poco, iba subiendo las manos sobre ella, más y más… Y entonces le agarró el trasero y empezó a explorar las tiritas de la braguita.
—Si hubiera sabido… —le dijo en un tono deliciosamente ronco—. Que debajo de aquellos horribles trajes llevabas esto, que parece sacado de la fantasía de un hombre, nunca hubiera sido capaz de sacar el trabajo adelante en la oficina.
—Me gusta la lencería bonita —le dijo ella, sonrojándose.
—Sí, me di cuenta cuando vi las cosas que habías metido en el cajón, el día que llegamos, cuando se te cayó la toalla —le dijo, enganchando el encaje de la braguita con la punta del dedo y jugando adelante y atrás.
—Si fueras un caballero, no me lo recordarías.
—Cariño, soy un hombre, y ése fue un momento espectacular para mí. ¿Ves? A mí también me gustan las cosas bonitas —murmuró—. Y he estado pensando en ti con esa lencería puesta… y después sin ella… desde aquel día —trazó la línea de las braguitas sobre su abdomen con las yemas de los dedos y entonces descendió un poco más.
—¿Qué… qué estás haciendo? —le preguntó ella.
—¿Tú qué crees? ¿Qué es lo que quieres?
—Te quiero a ti.
Drew metió los dedos entre sus muslos y bajó el tono de voz.
—Ya veo —le dijo, deslizando los dedos sobre el encaje húmedo, adelante y atrás.
—Drew… —dijo ella, gimiendo.
—Perfecto —le dijo él. Su aliento cálido le abrasaba el muslo—. Húmedo —añadió.
—No puedo evitarlo —le dijo ella casi sin aliento—. Eso es lo que me haces sentir.
—¿Desde cuándo?
—Desde siempre.
Él respiró profundamente y Deanna sintió un nudo en el estómago.
—¿Has pensado en nosotros de esta manera? —le preguntó de pronto, cubriendo con la boca su sexo húmedo a través de las braguitas de encaje.
La estaba matando lentamente. Sólo tenía que negarlo y conservar algo de dignidad. Se humedeció los labios y enredó los dedos en su cabello.
—Sí —admitió finalmente.
Él soltó el aliento con brusquedad, apartó el encaje, y la besó en el centro de su feminidad. Ella gritó de placer. Las piernas le cedieron… Una oleada de llamaradas de placer la atravesó como un rayo.
Todavía temblaba cuando él se incorporó por fin para quitarse la ropa. Un momento después la agarró de las caderas, le levantó las piernas y la hizo suya.
Deanna gritó.
No había mentira, ni artificio… Sólo era Drew, el hombre al que amaba.
Y entonces él pronunció su nombre con un hilo de voz y la llevó directamente al paraíso.