Читать книгу E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras - Страница 20
Capítulo 2
ОглавлениеJEREMY consiguió llegar antes de tiempo al restaurante donde había quedado con su hermano y su cuñada. Había pasado un buen rato en una librería cercana y, aun así, llegó temprano a uno de los restaurantes más populares de Red Rock.
José y María Mendoza, viejos amigos de la familia Fortune, habían convertido esa vieja hacienda mexicana en un restaurante elegante y romántico. Estaba decorado con muebles antiguos, tapices artesanales y unas cuantas obras de arte texano. El restaurante había sido remodelado hacía muy poco tiempo, después de que perdieran gran parte de la decoración por culpa de un incendio producido dos años antes y que había resultado ser provocado. Los Mendoza habían tenido que cerrar el local durante varios meses. Pero con tiempo y mucho esfuerzo, habían conseguido restaurar el popular Red.
Marcos Mendoza lo recibió al verlo entrar, estaba dirigiendo de manera temporal el restaurante. Cualquiera podría pensar que tenía ese trabajo gracias a sus lazos familiares con los propietarios, pero Jeremy sabía que no era así. Desde que se hiciera cargo del local, Marcos había introducido algunos cambios en la administración y organización del restaurante que parecían haberle dado un gran empujón al establecimiento. Siempre estaba lleno.
—Bienvenido al Red, doctor —le dijo Marcos—. ¿Cómo va todo?
—Bastante bien —repuso él mientras lo saludaba con afecto—. ¿Qué tal tú?
—No puedo quejarme, todo va estupendamente —le dijo Marcos mientras miraba a su alrededor—. ¿Has quedado con alguien?
—Con mi hermano Drew y su mujer.
—Entonces, voy a sentaros en una de las salas privadas, así estaréis más a gusto. Cuando lleguen, les diré dónde estás.
—Gracias.
Jeremy solía comer en el patio trasero, cerca de la fuente de azulejos blancos y azules. Los Mendoza habían colocado estufas de exterior para que la gente pudiera comer al aire libre durante todo el año, incluso durante los meses de invierno. Pero se había dado cuenta de que había empezado a llover y era mejor cenar dentro.
—¿Cuándo regresaron los recién casados de Las Vegas? —le preguntó Marcos mientras recogía tres cartas y le hacía un gesto para que lo siguiera.
La pareja había decidido irse de viaje y casarse por su cuenta, sin amigos ni familiares. No era un secreto de estado, pero prefería no dar demasiados detalles.
—Volvieron anoche.
—¿Sí? ¿Y van a quedarse a vivir en Red Rock?
—No tengo muy claros cuáles son sus planes.
Drew dirigía la sede de la empresa familiar, Consultoría Fortune, en San Diego, aunque había estado al frente del resto de la compañía desde que desapareciera su padre. Y Deanna era su secretaria. No podrían seguir trabajando a distancia, tratando de dirigir la compañía con correos electrónicos y videoconferencias. Sabía que, tarde o temprano, iban a tener que regresar a San Diego. Pero, como le pasaba también a él, Drew había preferido seguir allí hasta que supieran algo de su padre.
Los dos hombres se quedaron en silencio. Y Jeremy se imaginó que estaban pensando en lo mismo.
—¿Seguís sin saber nada de vuestro padre? —le preguntó Marcos.
—Así es, ni una pista —repuso Jeremy mientras sacudía la cabeza.
—No sabes cuánto lo siento. Isabella ha comido aquí hoy con unas amigas, pero no tuve ocasión de preguntarle si sabía algo.
Isabella estaba casada con J. R. Fortune, el hermano mayor de Jeremy, y era además hermana de Marcos. Éste conocía todos los detalles que habían rodeado la extraña desaparición de William.
—¿Qué te parece ésta? —le preguntó Marcos cuando llegaron a la mesa de uno de los apartados del restaurante.
—Perfecta.
Marcos quitó uno de los cubiertos y dejó sólo tres.
—Me encargaré de que una camarera te traiga agua y algo para picar. ¿Quieres beber algo mientras esperas?
—Sí, buena idea. Una cerveza Corona, por favor.
—Ahora mismo me encargo de que te la traigan.
Se sentó mientras observaba a Marcos. Éste se acercó rápidamente a la barra. Era un hombre ambicioso. Jeremy sabía que deseaba abrir su propio restaurante algún día y estaba seguro de que tendría éxito.
Pocos segundos después, una joven camarera le sirvió agua, nachos con salsa mexicana y la cerveza que había pedido.
—Marcos me ha dicho que la cerveza va por cuenta de la casa —le comentó la camarera.
Jeremy le dio las gracias.
Cuando se quedó solo, se puso en pie y miró a su alrededor para tratar de localizar a Marcos. Vio que estaba hablando con uno de los camareros. Levantó apreciativamente hacia él la botella de cerveza para darle las gracias y volvió a sentarse.
Mientras esperaba a que llegaran Drew y Deanna, se distrajo comiendo nachos. La salsa era increíble. Creía que no había probado comida mexicana tan exquisita como la que hacían los Mendoza en su restaurante y trataba de comer allí al menos una vez a la semana. Como era lógico, siempre se encontraba a alguien de la familia Mendoza o incluso de la suya. Hacía mucho tiempo que se conocían e incluso se habían convertido por el matrimonio de J.R. e Isabella en más que amigos.
Acababa de tomar otro nacho cuando llegaron Drew y Deanna. Se estaban alojando en el rancho de J.R. e Isabella hasta que llegara el momento de volver a San Diego.
Toda la carrera profesional de Drew se había desarrollado en Forescasting Fortune, la consultoría que su padre había fundado. Jeremy no había compartido el mismo interés de sus hermanos y había tenido muy claro desde el principio que quería estudiar Medicina. Pero llevaba un año replanteándose su decisión. Hasta ese momento, había estado satisfecho con su vida en Sacramento y su profesión.
Se puso de pie para recibir a su hermano y a su cuñada.
—Esta noche estás especialmente guapa —le dijo a Deanna.
Y estaba siendo sincero. Creía que el amor y la felicidad se reflejaban en su cara. Lo mismo le pasaba a su hermano Drew.
—Gracias —repuso ella.
Se sentaron y no se le pasó por alto la sonrisa que Deanna le dedicaba a su flamante esposo.
Creía que su hermano había cambiado mucho desde que se enamorara de Deanna. Le bastó con pensar en ello para recordar el sueño que había tenido y a la mujer que lo había abordado en el aparcamiento de la clínica.
—Quedamos a las seis, ¿no? —le preguntó su hermano.
—Sí, así es. Pero terminé mi trabajo en la clínica antes de lo que esperaba y decidí venir al restaurante aunque fuera demasiado temprano —les dijo—. Por cierto, ¿qué tal la boda?
—Fue preciosa —le contestó Deanna con los ojos llenos de emoción—. Tu hermano se esforzó al máximo para que todo fuera perfecto y tuvo muchos detalles. Se encargó de que hubiera champán y fresas en el vuelo privado y un bellísimo ramo de rosas en la limusina que nos llevó a la capilla en la que nos casamos a medianoche. La verdad es que ha sido todo muy romántico.
Le sorprendió lo que su cuñada acababa de contarle y miró a su hermano, que siempre había sido un hombre muy práctico.
—Nunca me lo habría imaginado. ¿Eres romántico?
—Así es. Y estoy seguro de que tú también lo eres, aunque aún no lo hayas descubierto —repuso Drew mientras tomaba la mano de su esposa—. Lo único que necesitas es encontrar a la mujer adecuada.
Jeremy no estaba tan seguro. Estaba convencido de que no era nada romántico, pero no había dejado de pensar en ese tipo de cosas desde que se encontrara con la joven madre en el aparcamiento de la clínica. Tampoco se le había olvidado su nombre, Kirsten Allen. Creía que la culpa de todo la tenía ese sueño. Estaba consiguiendo afectarlo mucho más de lo que podría haber esperado.
Su hermano y su cuñada le detallaron cómo había sido la ceremonia nupcial, pero Jeremy no podía concentrarse en sus palabras y empezó a imaginarse cómo sería su boda si algún día llegaba a casarse. No sabía si tendría una gran boda con muchos invitados o algo más reducido e íntimo. Y, una vez más, terminó pensando en la misteriosa mujer del aparcamiento.
Le gustaba basar todas sus decisiones en la lógica, nunca se dejaba llevar por premoniciones ni presentimientos, pero tenía la sensación de que lo que había pasado esa tarde era importante e iba a volver a verla muy pronto.
—Jeremy, ¿nos estás escuchando? —le preguntó Drew.
Levantó entonces la vista algo avergonzado al ver que lo habían sorprendido pensando en otra cosa.
—Lo siento, perdonadme. Tengo muchas cosas en la cabeza —les dijo Jeremy.
—Te refieres a papá, ¿no? —le preguntó Drew.
—En parte…
—¿Se trata entonces del trabajo? ¿Te han presionado en la clínica de Sacramento para que regreses cuanto antes? —insistió su hermano.
—Bueno, no están demasiado contentos, pero…
—¡No me digas más! —lo interrumpió Drew—. Has conocido a alguna mujer en Red Rock y no puedes dejar de pensar en ella.
—No, no es eso —repuso Jeremy mientras miraba a su nueva cuñada.
Después, bajó la vista y se concentró en la servilleta de papel que había estado cortando en pedacitos.
—Si me perdonáis, creo que iré a empolvarme la nariz —les anunció Deanna con una sonrisa mientras se levantaba de su silla.
Drew miró a su mujer con ojos de enamorado. Le dio la impresión de estar presenciando una conversación sin palabras. Era como si tuvieran su propio lenguaje.
Recordó a sus padres mirándose de esa manera, también ellos parecían haber aprendido a decirse las cosas con sólo una mirada. Se preguntó si alguna vez sería capaz de tener algo así con una mujer.
—¿Qué quieres que te pida?—preguntó Drew a su flamante esposa—. ¿Un vaso de vino?
—Sí, gracias.
Le dio la impresión de que Deanna había decidido ausentarse para que los dos hermanos pudieran hablar en privado. Le pareció un bonito detalle, pero no lo creía necesario. Lo último que quería era tener que contarle a alguien en qué había estado pensando toda la tarde.
—Muy bien, ¿qué es lo que te pasa? —le preguntó Drew en cuanto se quedaron solos.
No estaba seguro de querer contarle a su hermano pequeño lo que le ocurría, pero se dio cuenta de que ya no era un niño. Sin pensárselo más, le explicó el vívido sueño que había tenido la noche anterior, también le habló de Kirsten Allen, la mujer que se le había acercado en el aparcamiento un par de horas antes.
—¿Vas a tratar de localizarla? —le preguntó Drew.
No supo qué decirle, le costaba hablar de ello.
—¿Por qué no llamas a Ross? Estoy seguro de que no le costaría nada dar con ella —le sugirió su hermano.
Ross Fortune era su primo y trabajaba como detective. Sabía que él conseguiría dar con esa mujer, pero le pareció absurdo llegar a tal extremo para encontrar a alguien que no conocía de nada.
—No, no quiero que piense que soy una especie de acosador —admitió Jeremy—. Además, prefiero que Ross se concentre en la desaparición de papá. De momento, no ha conseguido nada.
Le bastó con recordar lo que había pasado para que los dos hermanos se quedaran en silencio.
—Creo que deberíamos aceptarlo, Jeremy. Papá ya no está y no va a volver.
—Puede que tengas razón, pero aún no soy capaz de hacerlo.
—Lo sé —le dijo Drew.
Los dos se enfrentaban a la desaparición de su padre de manera muy distinta. Drew parecía haberse hecho ya a la idea de que su padre había fallecido. Él, en cambio, no podía darse por satisfecho y necesitaba saber qué había pasado.
Deanna volvió entonces a la mesa y se pusieron a hablar de cosas más animadas. Pero Jeremy no podía concentrarse, la conversación con Drew había conseguido sumirlo de nuevo en la desesperanza, una tristeza que lo había acompañado durante meses, antes incluso de que fuera a Red Rock para asistir a la boda de su padre.
Durante ese tiempo, lo único que había conseguido animarlo o distraerlo había sido el sueño que había tenido la noche anterior y la misteriosa mujer del aparcamiento.
No podía dejar de pensar en quién era esa mujer y en cómo sería su vida.
Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto. Nunca había conocido a una mujer que le interesara tanto como para competir con sus pacientes y su profesión. Era un médico totalmente vocacional y muy dedicado a su carrera. Por eso no se había casado aún.
Creía que quizá su subconsciente estuviera tratando de mandarle un mensaje a través del sueño y de la mujer del aparcamiento. Quizás hubiera llegado el momento de replantearse su vida y tratar de corregir su situación.
De un modo u otro, tenía la sensación de que la solución a sus problemas pasaba por encontrar a esa mujer, a Kirsten Allen.
Y si para ello tenía que llamar a su primo Ross, estaba dispuesto a hacerlo.
Había estado lloviendo toda la noche, pero la lluvia desapareció al llegar la mañana, dejando un fantástico arcoíris en el cielo y charcos en las calles.
Mientras desayunaban, Kirsten le había confesado a Max que había llevado al niño a la clínica el día anterior. Y, tal y como había temido, a su hermano no le gustó nada que lo hiciera.
—No puedo creer que hicieras algo así sin consultármelo antes —le dijo Max—. Es mi vida, Kirsten. Tienes que dejar de intervenir.
—No era eso lo que pretendía. Estaba preocupada por su salud y… La verdad es que tienes razón. No debería haberlo llevado sin decírtelo. No estuvo bien y lo siento mucho.
—¿Cuándo vas a dejar de comportarte de esta manera, Kirsten? Has estado tratándome como si fueras mi madre durante años y nunca me ha gustado. Ahora estás haciendo lo mismo con Anthony. Si tanto deseas cuidar de un bebé, ¿por qué no tienes uno propio?
Levantó las cejas ofendida al oír sus duras palabras, pero sabía que tenía razón. Aunque no había pasado mucho tiempo con niños, siempre había deseado convertirse algún día en madre y tener su propia familia. Pero no era ésa la razón por la que había tratado siempre de cuidar de su hermano e intentar que se convirtiera en un adulto responsable y feliz.
No había sido su intención no permitir que creciera y siguiera siendo una especie de niño grande. Tampoco creía tener la necesidad de tener siempre a alguien al que cuidar.
—Eres la única familia que me queda, Max. Y siento la responsabilidad de asegurarme de que eres feliz y puedes valerte por ti mismo.
—Soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo. Ya sabes que lo del trabajo no ha sido culpa mía, lo único que necesito es encontrar otro empleo —repuso Max mientras se pasaba nervioso las manos por el pelo—. Eres mi hermana mayor y lo entiendo. Pero estoy harto de que me digas siempre lo que tengo que hacer, cómo he de sentirme y lo que debo decir. Es mi vida y quiero ser capaz de tomar mis propias decisiones, aunque sean las equivocadas.
Abrió la boca para protestar, pero Max siguió hablando.
—He estado viviendo por mi cuenta durante dos años, tenía un trabajo con el que pagaba el alquiler y era completamente independiente. No sabes lo duro que es para mí tener que vivir contigo de nuevo y tener que aceptar esta situación. Créeme si te digo que mi prioridad ahora mismo es encontrar un empleo y salir de aquí cuanto antes.
Creía que, en realidad, también sería bueno para ella no tener a su hermano en casa. Tenía que permitir que volara solo.
—Lo siento —repitió ella—. Sólo quería ayudar, pero sé que tienes razón. Anthony es tu hijo y tu responsabilidad. Intentaré mantenerme al margen.
Le dio la impresión de que estaba un poco más calmado y decidió aprovechar la ocasión para decirle todo lo que tenía en su mente.
—Lo estoy intentando, Max. De verdad, créeme. Sé que ya no eres un niño y debo confiar en tus decisiones. Estoy segura de que serás un buen padre y que sólo quieres lo mejor para tu hijo. Pero vas a tener que ser paciente conmigo. Llevo muchos años tratándote de la misma manera y no es fácil cambiar.
—Sigo sin poder creerme que lo llevaras a la clínica sin mi permiso. ¿Qué les dijiste? ¿Que era tu hijo?
—No, nunca los habría mentido. Pero la verdad es que llegué a la clínica sin pensar en lo que iba a decirles.
Max hizo una mueca al oír sus palabras, como si le costara creerla.
—Puedo seguir disculpándome o excusando mi comportamiento durante todo el día, pero no voy a hacerlo. Eres el padre de Anthony y tienes razón, me he pasado de la raya. De ahora en adelante, voy a dejar de hacerlo y permitir que hagas tu vida. Es verdad que tienes derecho a tomar tus propias decisiones, ya sean las correctas o no.
Max se quedó callado mientras terminaban el desayuno. Estaba segura de que no permitiría que lo acompañara a la clínica. Pero, afortunadamente, no fue así.
—Muy bien, Kirsten. No me gusta tener que admitirlo, pero la verdad es que te necesito. A lo mejor es por eso por lo que me he enfadado tanto —le confesó Max con un suspiro—. La verdad es que me encantaría que vinieras conmigo a la clínica para escuchar todo lo que nos cuente el pediatra, pero no quiero que seas mi portavoz. ¿De acuerdo?
Una parte de ella habría preferido mantenerse completamente al margen y dejar que Max se encargara de todo, pero sabía que era demasiado. Desde que apareciera Courtney un par de días antes y le dijera a Max que era el padre de Anthony, había sido muy duro adaptarse a la nueva situación, pensar en todo lo que iba a necesitar el bebé y cuidar de él con la poca experiencia que tenían los dos. Se dio cuenta de que era demasiado para una sola persona.
Aunque había sido muy difícil, le había encantado la sensación de formar de nuevo un equipo con su hermano, algo que no había sentido durante muchos años. Por eso había tenido la sensación de que iban a poder superar sus problemas del pasado y llegar a convertirse en una familia de verdad, como habían sido antes de que su padre los abandonara y antes de que muriera su madre.
Con errores y aciertos, frustraciones y sonrisas, Max y ella habían aprendido a marchas forzadas cómo cuidar de Anthony. Creía que la llegada del bebé, aunque hubiera sido una sorpresa con la que no contaban, iba a ser un regalo para todos, una oportunidad para cambiar.
—De acuerdo —le dijo entonces ella—. Trato hecho.
Una hora más tarde, estaban en la clínica. La recepcionista, una mujer mayor y algo regordeta, los recibió. Según la chapa identificativa que llevaba prendida de su uniforme, se llamaba Millie.
—Siéntense —les dijo la mujer—. No tardarán mucho en atenderlos. Hoy ha venido más temprano y no tendrá que esperar tanto como ayer. Las tardes son mucho más complicadas.
Max la miró de reojo y con el ceño fruncido. Ella decidió no decir nada. Ya se había disculpado por llevar al niño a la clínica sin el permiso de su padre, no pensaba volver a hacerlo. Se había equivocado, pero no podía hacer nada para cambiar el pasado. Creía que era mejor olvidarlo.
Se sentaron a esperar en la salita. Max sostenía al bebé en su regazo y ella tomó una de las revistas que tenían en la mesa para entretenerse. La hojeó con poco interés. Estaba preocupada, pensando que quizás habría sido mejor que no acompañara a su hermano y hubiera permitido que se ocupara él solo de Anthony. Por otro lado, le parecía imposible que su hermano pudiera ir a entrevistas de trabajo y encontrar un empleo si no se quedaba ella con el niño. No podía echarlos de su piso.
Aun así, estaba decidida a mejorar su actitud y mantenerse al margen.
Lo que no sabía era cómo podría cuidar del pequeño y animar a su hermano para que encontrara un trabajo sin que éste se lo tomara como una forma de controlarlo.
Miró a Max de reojo. Observaba a su hijo con una tierna expresión, pero se dio cuenta de que no parecía cómodo con él en su regazo, no estaba acostumbrado. Era normal.
Aunque su existencia había sido toda una sorpresa, cualquiera que lo viera podía darse cuenta de que empezaba a sentir algo por Anthony. Le gustó mucho verlo así.
Se abrió la puerta de la sala de espera y entró una enfermera. Llamó a una mujer que había estado esperando con ellos y las dos salieron hacia las consultas de los médicos. No pudo evitar alargar el cuello para tratar de ver el pasillo desde allí. Se imaginó que el atractivo cirujano ortopédico que había conocido el día anterior no estaría muy lejos.
Lo que no tenía muy claro era lo que podría hacer si conseguía volver a verlo.
Pensaba que a un hombre como él le interesarían las mujeres sofisticadas y elegantes, con carreras profesionales muy importantes y una ajetreada vida social.
Aun así, seguía buscándolo con la mirada cada vez que se abría una puerta en el pasillo o cada vez que pasaba alguien con bata blanca frente a la puerta. Sin saber por qué, estaba deseando volver a ver a ese médico de pelo rubio e intensos ojos azules. No había podido dejar de pensar en él.
Jeremy trató de concentrarse en la radiografía que estaba examinando. Era la de un adolescente que se había fracturado el hueso escafoides de una mano unos años antes.
La noche anterior, el joven se había caído durante un partido de baloncesto y se había hecho daño en la muñeca. Esa mañana se había levantado aún con dolor en la zona y su madre lo había llevado a la clínica temiendo que se tratara de algo más grave. Acababa de comprobar que la caída había agravado una lesión anterior. Era una suerte que la madre lo hubiera llevado a la clínica. De no haberse tratado a tiempo, el joven podría haber terminado perdiendo la movilidad en la muñeca.
Iba a tener que operarlo.
—¿Doctor Fortune? Siento molestarlo, doctor, pero Kirsten Allen ha vuelto esta mañana —le dijo Millie—. Es la mujer por la que me preguntó ayer, ¿recuerda?
Se le aceleró el pulso al oírlo, pero no dejó que su expresión lo delatara.
—Gracias, Millie. ¿Dónde está?
—En la sala de espera.
Le habría encantado poder ir a hablar con ella, pero antes tenía que contarles al adolescente y a su madre lo que había descubierto al examinar la radiografía de la muñeca.
—¿Podrías hacerme un favor, Millie? —le dijo Jeremy—. ¿Puedes encargarte de que lleven a Kirsten a una sala de examen? Después, dime dónde puedo encontrarla, por favor.
—Muy bien, así lo haré.
—Muchas gracias —repuso Jeremy.
No solía pedir ese tipo de favores ni tratar a sus pacientes de forma diferente, pero Kirsten se había ido el día anterior sin que nadie la atendiera y no quería que volviera a ocurrir. Antes, quería tener la oportunidad de verla y hablar con ella.
Millie salió de la consulta para hacer lo que le había pedido y él regresó a donde lo esperaba su paciente.
Diez minutos más tarde, fue hasta la consulta cuatro, la sala donde esperaba el paciente Anthony Allen, el hijo de Kirsten.
Llamó con los nudillos y abrió la puerta mientras contenía el aliento. Estaba deseando volver a verla. Pero vio que había un hombre con ella y se le cayó el alma a los pies.
Por desgracia, parecía claro que estaba casada o que al menos tenía una pareja estable. Se imaginó que era el padre de su hijo.
No sabía por qué le extrañaba o sorprendía ese hecho.
Después de todo, si estaba tan obsesionado con ella era porque se parecía un poco a la mujer de sus sueños, nada más. Se dio cuenta de que había dejado que volara demasiado su imaginación. Había creído que su sueño significaba algo más, que era una especie de mensaje de su subconsciente y acababa de ver hasta qué punto había estado equivocado.
Intentó parecer tranquilo y que su rostro no reflejara lo que estaba pensando. Se acercó al padre y le ofreció su mano.
—Hola, soy el doctor Fortune.
—Encantado, soy Max Allen. ¿Va a examinar a Anthony?
—No, yo…
Miró entonces a Kirsten y se preguntó si la mujer sabría por qué estaba allí.
Pero se dio cuenta de que no podía saberlo. Ni siquiera él lo tenía demasiado claro.
Intentó concentrarse en el padre y aclararle la situación.
—Verá, conocí ayer a la señora Allen en el aparcamiento. Sé que tuvo que esperar durante bastante tiempo en la sala de espera sin que nadie pudiera atenderla, así que quería asegurarme de que hoy no fuera a pasarle lo mismo.
Le pareció que a su marido le habían molestado sus palabras.
—Es que no debería haberlo hecho —murmuró el señor Allen entre dientes.
No entendía a qué se refería. Jeremy vio que parecía muy molesto con su mujer y no sabía por qué. Quizás estuviera enfadado al ver que nadie había atendido a su hijo, pero cabía también la posibilidad de que le estuviera echando en cara a su esposa que hubiera hablado con él en el aparcamiento.
—¿Cómo dice? —repuso él tratando de entender lo que pasaba.
Esperaba que su intervención no fuera un problema más para Kirsten. Le pareció que tenía un marido muy controlador y no le gustó en absoluto.
—Creo que será mejor que se lo explique —intervino Kirsten—. Max es mi hermano y ayer me quedé al cuidado de su hijo —le dijo mientras miraba al otro hombre—. No debería haber traído al niño para que lo viera un pediatra sin hablarlo antes con él, por eso está molesto.
Seguía sin entender por qué le molestaba tanto a Max Allen que su hermana se preocupara por el bienestar del pequeño, pero no se le pasó por alto lo que acababa de decirle. Ese hombre no era su marido y, sin saber muy bien por qué, le encantó saberlo.
Se abrió entonces la puerta de la consulta y apareció Jim Kragen, uno de los pediatras de la clínica.
—Perdón, me habían dicho que viniera a la consulta número cuatro.
—No te disculpes, estás en el lugar adecuado —le dijo Jeremy a su colega—. Soy yo el que está fuera del lugar. He venido para hablar con estas personas, será mejor que me vaya y te deje con tu paciente.
El doctor Kragen pasó a la consulta y Jeremy salió al pasillo.
—Perdónenme un momento —le dijo Kirsten a su hermano y al pediatra—. Ahora mismo vuelvo.
Le dio la impresión de que estaba a punto de salir al pasillo para hablar con él y le encantó que lo hiciera. Pero miró entonces a Max Allen y vio que no parecía demasiado contento.
Le dio la impresión de que su hermano lo estaba estudiando y no parecía muy satisfecho con lo que veía. Pero a lo mejor era sólo su imaginación la que estaba jugando de nuevo con él.
—Gracias por venir a vernos y ocuparse de que nos atendieran —le dijo Kirsten.
—No hay de qué. Me pareció que le preocupaba mucho la salud del pequeño y quería asegurarme de que alguien lo viera hoy —repuso él.
—Sé que debí de parecerle una mujer muy nerviosa cuando lo abordé ayer en el aparcamiento, pero me preocupaba que mi hermano no quisiera llevar al niño al médico. La verdad es que Anthony tiene buen apetito y buen aspecto, me imagino que el pediatra nos dirá ahora que está sano —le explicó la joven mientras se colocaba un mechón de pelo tras la oreja—. Le habré parecido una histérica, pero es que no tengo experiencia con niños tan pequeños. Hasta hace unos días, mi hermano ni siquiera sabía que tenía un hijo. Su exnovia apareció con Anthony y lo dejó a su cuidado. Bueno, en realidad, al cuidado de los dos, ya que mi hermano está viviendo conmigo ahora mismo. Así que hemos tenido que aprender sobre la marcha cómo cuidar de un bebé tan pequeño.
—Y ¿cuánto tiempo va a estar su hermano al cuidado de Anthony?
—No lo sé, supongo que de forma permanente —le contó Kirsten con un suspiro—. Y creo que es lo mejor. Su exnovia no es una mujer muy maternal.
Jeremy se preguntó si Kirsten lo sería, si podría llegar a ser la esposa de un hombre como él.
Pero era imposible saberlo con los pocos datos que tenía. Después de todo, no la conocía de nada.
—Si hubiera trabajado más durante mi adolescencia como canguro, ahora tendría la experiencia necesaria para estos casos y no me sentiría tan fuera de lugar, pero me temo que tanto mi hermano como yo somos muy inexpertos.
—Estoy seguro de que lo estarán haciendo muy bien.
—Bueno, gracias por el voto de confianza —le dijo Kirsten con una bonita sonrisa—. Debería habernos visto en el centro comercial el primer día. Lo único que nos dio su exnovia fue la silla para el coche, tuvimos que comprar todo lo demás y no sabíamos por dónde empezar.
—Creo que el padre de Anthony tiene mucha suerte de tener una hermana como usted.
—No lo sé…
Vio que su sonrisa se iba apagando. Le dio la impresión de que Max no le había puesto las cosas demasiado fáciles a esa mujer, pero era sólo un presentimiento. Y él no solía dejarse llevar por ese tipo de sensaciones. Aunque eso mismo era lo que había hecho cuando la vio en el aparcamiento el día anterior.
Se quedaron callados unos segundos, mirándose sin decir nada en el estrecho pasillo.
Después, ella apartó la mirada e hizo un gesto hacia la puerta de la consulta.
—Bueno, será mejor que entre para no perderme nada de lo que tiene que decirnos el pediatra —le dijo Kirsten.
No quería dejar que se fuera sin más. Necesitaba su teléfono o alguna otra manera de ponerse en contacto con ella. Metió la mano en el bolsillo de su bata blanca y sacó una de sus tarjetas de visita. Por la parte de atrás, anotó el número de su teléfono móvil.
—Si necesitan cualquier cosa, llámenme —le dijo mientras le entregaba la tarjeta—. Como sabe, no soy pediatra, pero intentaré contestar cualquier duda que su hermano y usted puedan tener.
Kirsten tomó la tarjeta y le dedicó otra de sus maravillosas sonrisas. La luz que había en sus ojos y el hoyuelo que se formó en su mejilla consiguieron dejarlo sin respiración un par de segundos.
—Gracias, doctor Fortune. Se lo agradezco muchísimo, pero intentaré no molestarlo.
—No sería ninguna molestia, se lo aseguro. Y llámeme Jeremy —le pidió él.
Kirsten se llevó la mano al colgante en forma de corazón que adornaba su escote. Inclinó la cabeza a un lado, como si estuviera reflexionando sobre lo que acababa de decirle. Creía que también ella estaría dándose cuenta de que había algo entre los dos.
Eso era al menos lo que creía él.
—Entonces, ¿no estás casada? —le preguntó él de repente.
—No, no lo estoy.
No pudo evitar sonreír. Se dio cuenta de que no era el momento más adecuado para invitarla a cenar, pero no pudo evitar preguntarse si no estaría ella pensando en lo mismo.
Le daba la impresión de que la atracción era mutua. Aunque, en su caso, su obsesión se había visto acentuada por el vívido sueño que había tenido un par de noches antes.
Era de naturaleza racional y lógica, y sabía que el sueño no era ningún mensaje de su subconsciente ni ninguna profecía, pero no iba a perder la oportunidad de volver a verla y conocerla un poco mejor.
De haber tenido su teléfono, la habría llamado al día siguiente con cualquier excusa, como la de preguntarle por la visita con el pediatra. Y podría haber aprovechado la ocasión para invitarla a cenar, pero no tenía su teléfono y le parecía demasiado osado pedírselo.
Decidió que era mejor así. Creía que si su sueño era algo más que un sueño, si la atracción que sentía por ella iba a convertirse en algo más importante, sería entonces Kirsten la que lo llamaría.
Hasta entonces, no le quedaba más remedio que esperar.