Читать книгу E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo 8
ОглавлениеDEANNA estaba hablando por teléfono en el despacho de J.R. Ya llevaban casi diez días en Red Rock. De repente oyó un portazo en algún lugar de la casa. Drew y Jeremy debían de haber vuelto de la ciudad, donde habían ido a ver a Darr al parque de bomberos. Isabella no hacía tanto ruido y J.R. estaba en casa de Lily. Ya hacía diez días desde la desaparición de William. Diez agónicos días. Y diez noches en vela. Deanna intentó no pensar en cómo se le aceleraba el pulso con sólo saber que él acababa de llegar. Se concentró en la tarea que se traía entre manos: hablar con la directora de Recursos Humanos de Los Ángeles de Fortune Forecasting.
—Mándame una copia esta noche —le dijo a Chelsea—. Te comunicaré cualquier cambio mañana como muy tarde, y si no es así, puedes darle el visto bueno al folleto y mandarlo a imprimir.
Fortune Forecasting iba a participar en una feria de trabajo programada desde hacía muchos meses. El evento tendría lugar en Los Ángeles a finales de esa semana. Se suponía que Drew iba a dar un discurso, pero Deanna ya le había buscado un sustituto; un jugador de béisbol profesional amigo de Drew que sin duda resultaría ser una figura de lo más motivadora.
De repente oyó otro portazo y unos gritos. Era J.R. Deanna miró el reloj. Era mediodía. Todavía tenía como doce llamadas que contestar en representación de Drew, y muchos más mensajes de correo electrónico. Pero aquello parecía más urgente. J.R. no debería haber estado allí, así que lo dejó todo un momento y fue a investigar. Todos estaban en el salón, Drew incluido. Incluso Isabella había salido de su taller, en donde tejía sus increíbles mantas y tapices. Pero lo más sorprendente de todo era ver allí a Lily. No la había vuelto a ver desde el día de la infructuosa boda, pero sí sabía que tanto J.R. como Isabella y Jeremy la habían visitado con frecuencia. En cuanto a Drew, no sabía si la había vuelto a ver, pero sí sabía que junto con sus hermanos había ido a todos los hospitales, comisarías y morgues del estado. No obstante, él nunca le decía donde iba por las noches ni tampoco qué iba a hacer cuando salía… Lo único que Deanna sabía en ese sentido era que llevaba los diez días saliendo todas las noches después de la cena, y que no volvía hasta que ella estaba en la cama, fingiendo dormir. Y cuando llegaba la mañana, ya se había vuelto a ir, y sólo quedaba la marca de su cabeza en la almohada como prueba de que hubiera estado allí. No podía haberle dejado más claro que no estaba interesado en mantener el contacto con ella más de lo necesario.
Deanna miró a Lily y después le miró a él. Lily iba de un lado a otro de la habitación. Con unos vaqueros y una sencilla camisa, parecía otra mujer totalmente distinta a la que había visto el día de la boda. Sin embargo, sí conservaba aquella elegancia innata que tanto admiraba Deanna.
—Ross tiene noticias —le dijo Isabella tranquilamente—. Estaba de camino cuando llamó y el Orgullo de Molly está más cerca que la casa de Lily, así que viene para acá.
Deanna se sintió inquieta. Ross era primo de Drew y detective privado. Ojalá no tuviera que darle a Lily una mala noticia en persona… La joven volvió a mirar a Drew. Él estaba sentado en una cómoda silla, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Sin embargo, aquella aparente postura de pereza era engañosa en él. Ella podía sentir la tensión que desprendía por debajo de aquella fachada, podía verla en los surcos que tenía alrededor de los labios y en los dedos de su mano, que no dejaban de tamborilear sobre uno de los reposabrazos de cuero de la silla. Aunque hubiera pasado mucho tiempo con Drew y su familia, todavía se seguía sintiendo como una intrusa. Pero también sabía que sólo Drew y ella sabían el verdadero motivo, así que cruzó la habitación y se sentó en el sofá que estaba junto a él.
—¿Te encuentras bien?
—Estupendamente.
Ella apretó los labios. Con sólo sentarse a su lado comenzaba a temblar, pero eso tampoco la hacía disfrutar de su sarcasmo.
—Sólo preguntaba —masculló ella.
—Lo sé —dijo él y empezó a tamborilear con los dedos de nuevo.
Deanna se mordió el labio inferior e hizo todo lo posible para no sucumbir a la tentación de no poner su mano sobre la de él. Llevaba una camisa marrón que era del mismo color que sus ojos. Debía de habérsela pedido prestada a su hermano, porque no le resultaba familiar. Ya llevaban casi una semana más de los cuatro días que iban a pasar en un principio. Isabella le había dicho que podía usar la lavadora cuando quisiera y Deanna no había tenido más remedio que aceptar su ofrecimiento. Quizá debería haber lavado también las cosas de Drew, pero algo se lo había impedido. Lavarle la ropa, curiosamente, le parecía un acto mucho más íntimo que dormir a su lado todas las noches. Bajó la vista y se miró las manos. Ya se había acostumbrado a sentir el anillo en el dedo, pero todavía no se había acostumbrado a verlo en su mano. Cada vez que lo miraba sentía una punzada de tristeza.
—¿Está todo listo para la feria de trabajo?
Ella asintió, aliviada con el cambio de tema y sorprendida de que él se acordara. Por muy grande que fuera el evento, ella se había ocupado de todo desde el principio. La única implicación de Drew en el evento debería haber sido el discurso que iba a dar.
—Chelsea me dijo que esperan a más de cinco mil personas —le dijo.
—Será el primer año que te lo pierdes.
Deanna levantó un hombro, de nuevo sorprendida.
—Chelsea y su departamento lo tienen todo bajo control. No me echaran de menos.
Y los organizadores que se ocupaban de las empresas que tendrían representación en la feria tampoco la echarían de menos. Se habían mostrado un poco decepcionados cuando les había dicho que Drew no podía asistir, pero todo se les había pasado nada más decirles que había conseguido a un atleta de primera categoría para dar la charla.
—Mm —Drew siguió tamborileando.
—¿Necesitas que te devuelva esto? —Deanna se sacó su Blackberry del bolsillo y se la mostró.
Había estado usando su teléfono móvil para hacer todas las llamadas de trabajo. No quería abusar de la generosidad de J.R. e Isabella.
—¿Hay alguna emergencia en la oficina de la que deba estar al corriente?
—No.
Exceptuando el estado de alarma inicial causada por la desaparición de William, todo marchaba bien en Fortune Forecasting.
—Entonces, no. No necesito el teléfono —sacudió la cabeza.
Deanna volvió a guardarse el móvil en el bolsillo. Todavía tendría que usarlo algunas veces. Su propio móvil seguía apagado en el fondo de su bolso. Había escuchado los mensajes de voz que le había dejado su madre y le había enviado un correo electrónico en el que le decía que estaba en Texas con su jefe, en un viaje de negocios. Obviamente, Gigi no se había creído esa historia, y se lo había dejado bien claro en un larguísimo mensaje de voz. Su madre no vivía en otro mundo, después de todo. Ella también se había enterado de la desaparición de William Fortune, y ya le había recomendado a su hija que aprovechara bien el tiempo que iba a pasar al lado de su jefe en esos momentos difíciles. Deanna se había enfadado tanto esa vez que sí le había devuelto la llamada, pero no había conseguido gran cosa con ello. Gigi había vuelto a acusarla de abandonarla cuando más la necesitaba y Deanna se había sentido más culpable que nunca, así que finalmente le había dicho a su madre que se buscara un psicólogo y que no volviera a llamarla hasta que lo hubiera encontrado.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y todos se sobresaltaron. Isabella fue a abrir rápidamente y en cuestión de segundos regresó acompañada de Ross. El detective buscó a Lily con la mirada y no tardó en encontrarla. La prometida de William se había quedado inmóvil, con los brazos alrededor del vientre. Todo el mundo se puso en pie…
—Han encontrado el coche —les dijo Ross. Jeremy fue junto a Lily, como si creyera que iba a desmayarse.
—¿Y? —preguntó Lily, con la cara pálida.
—No hay rastro de él —su voz sonó cauta y Deanna advirtió la mirada que intercambiaba con sus primos.
—¿Dónde está el coche? —preguntó Lily. Su voz ya no sonaba tan fuerte.
—A las afueras de Haggarty.
Deanna se sobresaltó al oír el nombre del pueblo. Darr lo había mencionado el día de la boda. Había dicho que un accidente había ocurrido muy cerca de allí. Un accidente mortal… Lily soltó el aliento bruscamente y se tapó la boca con la mano. Un momento después, casi se desplomó. Isabella dio un grito, saltó de la silla y fue hacia ella.
—Se ha desmayado. Tenemos que tumbarla un poco —dijo Jeremy—. Tengo sales en mi maletín.
—Llévala a nuestro dormitorio. Es el más cercano. Yo te llevaré el maletín —Isabella salió casi corriendo de la habitación, guiando a Jeremy.
Deanna los vio marcharse. El corazón le latía tan fuerte que podía sentir cómo retumbaba la sangre dentro de su cabeza. Ni siquiera se dio cuenta de que le había agarrado la mano a Drew hasta que sintió que él cerraba los dedos alrededor de los suyos propios.
—La policía no ha establecido ninguna conexión entre ese accidente y el de William —dijo Ross, contestando a la pregunta que todos tenían en la mente—. Todavía —su voz sonaba siniestra—. El otro coche no mostraba signos de haber colisionado con otro vehículo. No encontraron restos de otro vehículo cuando buscaron entre los árboles. Al parecer ese coche perdió el control en una curva e impactó contra unos árboles antes de caerse por un barranco. Las autoridades todavía sostienen que ha sido un accidente con un sólo vehículo implicado. El Mercedes de William, en cambio, está al fondo del barranco, a cierta distancia. Está en un sitio de difícil acceso. Hay mucha maleza y árboles. Una pareja de excursionistas lo encontró de milagro. No es un lugar muy frecuentado.
—Quiero ver el coche —dijo Drew abruptamente.
J.R. asintió.
—Yo también —dijo Ross—. Y quiero hablar con la policía de Haggarty y con la pareja que encontró el coche. Quiero hacerlo lo más pronto posible, cuando todavía lo recuerden todo.
—Entonces vamos —dijo Drew sin más dilación.
—¿J.R.?
J.R. se volvió a tiempo para ver regresar a Isabella.
—¿Cómo está Lily?
—Ya está recuperando la consciencia. Jeremy quiere que guarde reposo durante un rato. Tiene la tensión muy alta y la está amenazando con darle un sedante si no se tranquiliza —miró a Deanna y a Drew y después a su marido—. ¿Puedo hablar contigo un momento?
J.R. frunció el ceño y fue tras ella.
—¿Sabes si el coche de papá está muy dañado? —le preguntó Drew a Ross.
Éste último sacudió la cabeza.
—Los investigadores se dirigían hacia el lugar cuando me llamó mi contacto de la policía de Haggarty, así que no se sabe nada todavía. Quiero ir para allá antes de que anochezca para verlo todo con mis propios ojos. Ya ha llovido desde el accidente, así que no sabemos si quedarán muchas pruebas.
J.R. volvió justo a tiempo para oír las últimas palabras de Ross.
—Id Drew y tú. Yo tengo algo que hacer aquí.
—¿Y eso es más importante que averiguar dónde demonios está papá? —le preguntó Drew en un tono de enojo.
Deanna trató de apretarle la mano, pero él la fulminó con una mirada.
—Ahora mismo, sí —dijo J.R. en un tono de calma—. Tengo que llevar a mi mujer a la ciudad para que vea a su médico.
Drew masculló un juramento.
—Lo siento, hombre. ¿Se encuentra bien?
—Cree que está embarazada.
Deanna soltó el aliento bruscamente.
—Si lo está, no quiero que corra ningún riesgo.
Drew asintió con la cabeza.
—Claro —le dio una palmadita en el hombro a su hermano mayor—. Un bebé, ¿eh? —le dijo, sonriendo—. Eso sería una muy buena noticia.
J.R. estaba un poco pálido, pero su sonrisa fue sincera.
—Ya lo creo —dijo, asintiendo.
Ross también sonreía.
—Me tendré que acostumbrar a verte cambiando pañales —le dijo a su primo.
—Bueno, primero tenemos que asegurarnos de que no pase nada esta vez —dijo y salió del salón—. Llamadme en cuanto sepáis algo —gritó desde el pasillo.
—¿Esta vez? —Ross miró a Drew, pero éste sacudió la cabeza.
—Isabella perdió a un bebé hace algunos meses —dijo Deanna tranquilamente. Como J.R. ya les había dicho algo, no sentía que estuviera traicionando su confianza. Además, Isabella tampoco le había dicho que fuera estrictamente un secreto.
—¿Y tú cómo lo sabes?
La desconfianza de Drew se le clavó en el corazón. Los demás no tenían por qué verla como una simple secretaria que fingía ser su prometida. Él lo sabía, pero los demás no.
—Isabella y yo hemos hecho buenas migas desde que llegué.
—Las mujeres hablan mucho —dijo Ross, simplificando las cosas. Será mejor que vayamos en coches distintos a Haggarty. Yo me quedaré más tiempo que tú seguramente. El terreno es un poco accidentado. Llévate uno de los todoterrenos — miró a Deanna de arriba abajo—. Y poneros botas si las tenéis.
Deanna dio un paso adelante en cuanto Ross abandonó la habitación. Había dado por sentado que iría con Drew.
—¿Quieres ir? —le preguntó éste. Su voz sonaba escéptica.
Hubiera sido muy fácil decirle que no quería ir. Tenía muchas cosas que resolver para Fortune Forecasting. Sin embargo, en el fondo sí quería ir con él. Quería estar a su lado pasara lo que pasara.
—¿Tú quieres que vaya? —le preguntó, levantando la barbilla.
—¿Por qué estás enfadada?
—No estoy enfadada —le dijo, sabiendo que no era del todo verdad. En realidad sí que estaba un poco molesta después de comprobar que él sólo la veía como una simple secretaria.
¿Cómo había sido tan tonta como para pensar algo distinto?
—¿Sí o no? Tu primo nos espera —le dijo, apremiándolo.
—Sí —le dijo él en un tono de pocos amigos.
—Muy bien —le contestó ella en el mismo tono.
—Ve a buscar tus botas.
—Tengo unas zapatillas de tenis y los taconazos que traje para la boda —movió los pies—. Tendré que ir con esto, porque no voy a tomar algo prestado del armario de Isabella.
—¿Por qué no?
—Porque no me lo ha ofrecido y no estaría bien —le dijo entre dientes—. ¿Vamos a ir o no?
Él la miró de una forma extraña, pero asintió con la cabeza.
—Vamos.
Deanna podía decirle lo que quisiera, pero Drew sabía que estaba molesta por algo. Todos sus años de experiencia con las mujeres tenían que servirle para algo. Exceptuando las llamadas de teléfono a las que tuvo que contestar mientras iban en el todoterreno, siguiendo a Ross, no le dirigió más que unas pocas palabras en todo el viaje. Si no estaba enfadada por algo, ¿qué otra cosa podía ser?
Y mientras estaban en camino, Drew prefirió dedicarse a desentrañar lo que su secretaria tenía en la cabeza antes que imaginarse lo que se iban a encontrar en el bosque.
—No, Maggie. Tendrás que decirle a Horning que Drew no puede dar ninguna entrevista en este momento —Deanna estaba hablando por teléfono de nuevo, esa vez con una secretaria—. Él sabe perfectamente por qué Drew está fuera de la ciudad, y es por eso que llama. Y ya sé cómo se pone, pero no dejes que te acose. Sí. Sé que podría llamarlo yo por ti, pero tú puedes ocuparte de él. Sólo discúlpate por el inconveniente, pero mantente firme. Ya programaremos la entrevista para cuando podamos. No te preocupes. Lo harás muy bien. Sí. Llámame si me necesitas.
Drew la miró de reojo cuando colgó.
—John Horning es un dolor de cabeza —le dijo. Además, en ese momento tenía menos ganas que nunca de hablar con él.
—Yo lo sé y tú lo sabes. Pero también es uno de los reporteros de investigación más importantes de todo San Diego. No será tan fácil esquivarle si se empeña en conseguir una declaración tuya. Es evidente que está siguiendo la historia y no tardará en averiguar que han encontrado el coche.
En ese momento volvió a sonar la Blackberry y Deanna contestó. Un segundo después se volvió hacia él y apretó un botón.
—El altavoz está silenciado —le dijo, dándole el aparato—. Esta llamada la puedes contestar tú mismo. Es Stephanie Hughes.
Él le hizo un gesto con la mano.
—Líbrate de ella.
Deanna hizo una mueca. Apretó el botón de nuevo y se puso el teléfono a la oreja.
—Lo siento, señorita Hughes. Siento tener que decirle que Drew no puede ponerse ahora mismo. ¿Quiere que le deje un mensaje? —de repente hizo una mueca de dolor y se apartó el teléfono de la oreja.
Drew podía oír los gritos de Stephanie mientras despotricaba contra él, y contra Deanna también. Soltó el aliento bruscamente y le quitó el móvil de la mano a la joven.
—¿Steph? Soy Drew. Ya te dije hace un mes que todo había terminado. Entonces no tenía nada que ver con Deanna, pero teniendo en cuenta todo lo que estás diciendo de ella, ahora sí que tiene que ver con ella —le colgó y arrojó el teléfono contra el salpicadero—. Lo siento. Se ha enterado de lo del compromiso por un empleado de Zondervan’s.
Deanna guardó silencio. Seguramente, la chica había ido a la joyería para averiguar el precio del brazalete que Deanna le había comprado en nombre de Drew a modo de regalo de despedida.
—Ya me lo imaginaba —le dijo Deanna, cruzando las piernas y volviéndose hacia la ventanilla.
Ross estaba aminorando ya, así que Drew hizo lo mismo.
—¿Ha llamado muchas veces?
—Sólo esta vez. Otras te han llamado varias veces. Erin, Sonya, Mindy, Alexa… Oh, y Belinda también —le miró con condescendencia—. Te dejó un mensaje muy… original en el buzón de voz. Te lo he guardado por si querías oírlo.
Drew empezó a sentir un calor que le subía por el cuello.
—La conocí hace algunas semanas. Es modelo.
—Modelo de lencería —Deanna volvió a mirar por la ventanilla, como si se estuviera aburriendo mucho—. Sí, esa parte sí que la oí, sin querer.
Drew no quería ni imaginarse qué más habría oído. Belinda Reeves era de las que sabían muy bien lo que querían y nunca se andaba con rodeos. La había conocido en la casa de la playa de un amigo y desde entonces, ella le había hecho unas cuantas proposiciones de lo más indecentes y aventureras.
—No me he acostado con ella —le dijo de repente.
No lo había descartado en ningún momento, pero se había dado cuenta de que la posibilidad de hacerlo ya no tenía ningún atractivo para él, sobre todo porque no podía sacarse a Deanna de la cabeza.
—Eso no es asunto mío —dijo ella en un tono impasible.
—Bueno, si no es asunto tuyo, ¿de quién si no? Eres mi prometida.
Al oír eso, sí que se volvió hacia él.
—Bueno, entonces veo que sí lo recuerdas —le dijo, manteniendo una mirada fría.
—¿Crees que es algo que se pueda olvidar fácilmente? —agarró con más fuerza el volante.
Cada vez que entraba en el dormitorio era eso en lo primero que pensaba. Ella llevaba su anillo, dormían juntos en la misma cama… Se estaba volviendo loco. Ella era la única mujer en el mundo a la que había deseado con locura, sin haber hecho nada al respecto.
—Mira… —empezó a decirle con mucho tacto—. Sé que esto no ha sido fácil para ti. Te he dejado a cargo de todo y…
—Eso no me importa.
—Y evidentemente has tenido que atender más llamadas personales de lo que esperaba. Lo siento.
—No es nada de lo que no tenga que ocuparme en San Diego.
A Drew se le estaba acabando la paciencia. Exhaló con fuerza.
—Bueno, ¿me vas a decir qué te tiene tan molesta?
—No es nada que una chica lista no pueda resolver —le espetó ella con frialdad.
Pero aquello no era una respuesta para él.
—¿Has hablado con tu madre? —le preguntó, probando otra estrategia.
Ella le lanzó una mirada de sospecha.
—No desde hace días. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros. Dado que estaba de tan mal humor, no era el momento adecuado para confesarle que él mismo había llamado a Gigi Gurney unos días antes. La mujer se había puesto un poco nerviosa al darse cuenta de quién era él y finalmente le había prometido que iría a ver a un psicólogo, si eso hacía feliz a su «pequeña Deedee». Después de hablar con ella, se había tenido que tomar un café bien cargado para contrarrestar la sobredosis de tontería.
Deanna no era como su madre. Por suerte.
En ese momento, Ross se detuvo en el arcén y Drew paró detrás.
—Espera aquí.
Esperó a que Deanna asintiera con la cabeza y entonces salió del todoterreno.
—¿Es éste el lugar? —le preguntó a Ross, yendo hacia él.
Ross sacudió la cabeza. Abrió un mapa y lo extendió sobre el capó de la camioneta.
—Según lo que me dijeron los chicos de Haggarty, el coche de William debió de salirse a poco más de kilómetro y medio de aquí, cuesta arriba —señaló una carretera muy curva en el papel—. Me advirtieron de que no hay ningún sitio para detenerse allí.
Drew no sabía si sentía alivio o angustia. Miró el mapa, la carretera y en ese momento vio una especie de camino que salía de la cuneta, adentrándose en el bosque. Era de tierra, muy escarpado, y apenas se veía entre la vegetación.
—¿Vamos a ir por ahí?
Ross asintió con la cabeza.
—El camino sigue durante unos tres kilómetros y medio y termina en un arroyo seco. Tendremos que seguir a pie —dobló el mapa e hizo un círculo alrededor de una pequeña sección del mismo—. Así tendrás una idea de cómo es la zona —le dio el mapa a Drew—. ¿Cuánto tiempo hace que no conducías una camioneta?
Drew hizo una mueca.
—No mucho, pero fue un paseo de placer.
Ross gruñó.
—¿Estás seguro de que puedes llegar hasta el lugar del accidente? No nos vamos de picnic precisamente.
—Sí.
—¿Y Deanna?
Drew miró por encima del hombro hacia la camioneta. A través del parabrisas podía ver su cara de preocupación.
—Estará bien.
—Bueno, no sé… Parece que estuviera a punto de vomitar.
Drew frunció el ceño. Era cierto.
—No hubiera venido conmigo si no quisiera estar aquí.
—¿Estás seguro?
Drew asintió.
En las últimas semanas había descubierto muchas cosas que no sabía de Deanna Gurney.
Salía a correr todas las mañanas, usaba un champú que olía a manzana verde y de vez en cuando se la encontraba en la cocina tomándose una taza de té caliente. Té, no café… Siempre había valorado mucho su mente excepcional y le había sacado todo el partido que podía, pero recientemente se había dado cuenta de que también tenía un cuerpo glorioso. Y también sabía que sus ojos verdes se volvían color esmeralda cuando la emoción la embargaba; algo que jamás se hubiera esperado de una secretaria tan profesional y pragmática como ella.
Había averiguado todas esas cosas en los diez días que habían pasado juntos en el Orgullo de Molly. Pero sin duda había muchas otras cosas que aún desconocía y que lo atormentaban. Cosas que lo tentaban…
—Seguro. Es más fuerte de lo que parece —le dijo a Ross. Se guardó el mapa en el bolsillo y regresó a la camioneta.