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Capítulo 6
ОглавлениеTRES horas más tarde, el novio seguía sin aparecer. Todos los invitados se habían marchado, pero los miembros de la familia seguían dentro de la iglesia, caminando entre los bancos con gesto pensativo. En la parte de atrás del templo, Bethany estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Su precioso vestido claro se abría a su alrededor. Con un brazo sujetaba al niño de Nick y de Charlene y con el otro le tiraba una pelota a la pequeña Randi. Cerca del altar estaba Lily, deambulando de un lado a otro, asiendo con fuerza el teléfono móvil. Cada unos cuantos minutos miraba la pantalla o marcaba un número. Llevaba unos zapatos de salón color marfil que la hacían parecer mucho más alta. Además, su tez morena y saludable le daba un aire de juventud que nada tenía que ver con sus sesenta y cinco años de edad. Llevaba el cabello recogido en un moño adornado con pequeñas rosas y el vestido color crema que había escogido para la ocasión bien podría haber salido de una película de los años cincuenta, de no haber sido por el color, moderno y fresco. Deanna no podía apartar la vista de ella. Parecía tan elegante y estilosa… Era muy triste saber que su prometido se había esfumado de la faz de la Tierra.
De repente se abrió una puerta lateral y Lily giró sobre sí misma. Pero sólo eran Darr y Drew.
—He hablado con la policía —dijo Darr sin más preámbulos—. No ha habido ningún accidente en las inmediaciones de Red Rock. Sólo ha habido un accidente a unos ciento diez kilómetros, en la carretera que lleva a Haggarty.
Lily se puso pálida, pero Darr levantó una mano.
—Sólo había una persona en el coche, una mujer —Darr se puso muy serio—. Murió, pero eso no tiene nada que ver con papá, Lily. No ha habido llamadas de emergencia provenientes de Red Rock, ningún problema de aquí a San Antonio. Tengo unos amigos en el departamento de bomberos. Van a volver a mirar en los hospitales dentro de unas horas —sacudió la cabeza—. Drew fue al hotel donde se hospedaba papá.
Drew estaba sentado al borde del banco de la primera fila, al lado de Deanna.
—Su maleta estaba hecha, sobre la cama, lista para meter en el coche —les dijo—. Pero ninguno de los empleados recuerda haberlo visto salir esta mañana y, desde luego, no pasó por la recepción.
—Lily, ¿por qué no te sientas? —sugirió Isabella, interponiéndose en su camino.
Al igual que Lily, Isabella tenía una melena oscura, pero la suya era totalmente lisa y le caía en cascada sobre su llamativo vestido rojo. Deanna se alegró al ver que intentaba quitarle el teléfono de las manos a Lily. Pero ésta se resistió a dárselo y siguió caminando de un lado a otro.
—Ha pasado algo —dijo—. Conozco a William. Estaba deseando que llegara este día, tanto como yo. Podría estar enfermo en algún sitio o… —sacudió la cabeza.
Deanna miró a Drew de reojo, pero él continuó en silencio. Sus pensamientos parecían estar en otra parte.
—Claro que estaba deseando casarse contigo, Lily —le dijo Isabella, intentando consolarla—. Lleva varios años hablando de ello sin parar. Se nos ocurrirá algo pronto. Ya lo verás.
En ese momento entró J.R. Había ido al Double Crown, el lugar en el que iban a celebrar el banquete, pero allí tampoco había noticias. William ya vivía con Lily, pero se había quedado en el hotel esa noche para no ver a la novia el día antes de la boda.
—Les dije que lo cancelaran todo —miró a Lily—. No quería que tuvieras que ocuparte también de eso.
—Gracias, cariño —Lily se volvió hacia la sencilla cruz de madera que estaba encima de la zona del presbiterio y respiró hondo—. Desde que perdí a Ryan, siempre he sentido que estaba ahí, velando por todos nosotros —dijo con un hilo de voz—. Tengo que seguirlo creyendo.
Deanna parpadeó varias veces y apartó la vista. Sin embargo, un momento después, la novia se volvió hacia ellos nuevamente. Su expresión era grave y seria, pero tenía la frente muy alta.
—Todavía lo creo. Pero no tiene sentido seguir esperando aquí —bajó los tres peldaños que llevaban al presbiterio—. El catering no se llevará la comida, así que si alguien tiene hambre puede ir al Double Crown ahora mismo. No resolveremos nada pasando hambre —miró a Isabella—. ¿Podrías decirle al reverendo que ya nos vamos para que puedan cerrar y limpiar? Tendrán que preparar la iglesia para la misa de mañana —tocó las flores que adornaban el respaldo del banco donde estaban sentados Drew y Deanna—. Si alguno quiere flores, tomadlas. Sería una pena desperdiciarlas.
Drew se puso en pie.
—¿A alguno se le ha ocurrido pensar que a lo mejor a papá le ha ocurrido otra cosa?
Deanna contuvo la respiración.
—Drew… —dijo, temiendo que fuera a decir alguna imprudencia.
Él sacudió la cabeza fuertemente y ella se calló. No veía esa expresión en su rostro desde aquel día… cuando se lo había encontrado en el despacho con una botella de whisky vacía y una foto de su madre.
—Es uno de los Fortune —dijo Drew, prosiguiendo—. No podemos olvidarlo.
J.R. cruzó los brazos. Al igual que el resto de sus hermanos, él también se había quitado la chaqueta y se había remangado la camisa.
—¿En qué estás pensando?
—No lo sé. Pero todos sabemos que no es la primera vez que alguien intenta hacerle daño a esta familia.
Deanna soltó el aliento bruscamente.
—No.
Lily arrancó una flor de las guirnaldas y los pétalos cayeron al suelo.
—Siéntese, Lily, por favor —le dijo Deanna, agarrándola de la cintura e invitándola a sentarse a su lado.
La señora hizo lo que le pedía y apretó un puño contra su pecho.
—Nadie querría hacerle daño a William —dijo. Sin embargo, había miedo en su voz.
—A lo mejor no —dijo Darr, y entonces miró a Drew—. Pero ya hemos tenido algún que otro incidente.
—¿Y un secuestro? —Drew miró a Nick y a J.R. No hubiera querido ser la persona que mencionara esa posibilidad, pero ya sabía que Darr y él estaban pensando lo mismo.
—Dios mío —susurró Isabella. Se sentó inmediatamente e inclinó la cabeza hacia delante hasta tocarse las rodillas.
—¿Cariño? —J.R. fue hacia ella.
Ella levantó una mano y le hizo señas.
—Estoy bien. Sólo me he mareado un momento.
Frunciendo el ceño, J.R. se sentó junto a ella y le puso la mano en la espalda.
—Estamos todos un poco nerviosos —dijo Bethany de repente, avanzando por el pasillo con su pequeña hija en la retaguardia.
Charlene iba detrás de ella, sujetando a su precioso bebé.
—Tiene razón. Estas ideas tan peregrinas no nos ayudarán en absoluto.
—A lo mejor no es una idea tan peregrina después de todo —dijo Lily, con voz temblorosa.
Isabella ya se había incorporado. Tenía la cara muy pálida.
—Los incendios, hace unos años… Primero en el restaurante de José y María, y después en tu granero.
Lily asintió con la cabeza.
—Pero Lloyd Fredericks está muerto. Lyndsey Pollack está encerrada en un manicomio y su madre sigue pudriéndose en la cárcel —señaló Nick.
Su tono de voz era tranquilo, pero Deanna podía ver más allá y cada vez se sentía más perdida. Además, la expresión de Nick era de absoluta preocupación.
—Bueno, si ha sido un secuestro… —dijo Bethany—. Debería haber alguien en el Double Crown, por si intentan contactar con Lily, ¿no? —hizo una mueca—. Ser la hija del hombre que tiene la petrolera más grande de todo Texas me ha enseñado unas cuantas cosas. Mi padre siempre ha tenido miedo de que alguien pudiera hacernos daño a mis hermanos o a mí.
—Bethany tiene razón —Lily se puso en pie. Seguía pálida, pero por lo menos parecía más dueña de sí misma—. Quiero volver al rancho, lo antes posible.
—Nosotros te llevamos —dijo J.R.
—Gracias, cariño.
Isabella también se puso de pie y se alisó el vestido.
—Hablaré con el reverendo primero y me reuniré con vosotros en la entrada.
Lily asintió y se colgó del brazo de J.R. Todos abandonaron la iglesia.
El aire se había enfriado bastante. Unos nubarrones se acumulaban en el horizonte y no auguraban nada bueno. Deanna se estremeció.
—Toma —Drew le puso su chaqueta sobre los hombros, por encima del chal que ella llevaba.
—Gracias —le dijo ella, agarrándola fuertemente.
El aroma que desprendía la prenda era incluso más confortable que el calor que le daba. Isabella se unió a ellos y todos se dirigieron en silencio hacia el aparcamiento que estaba al otro lado del jardín. Parecía desolado, después de la multitud de coches que había albergado tan sólo un rato antes. Nadie advirtió la presencia de la persona que estaba bajo la sombra de la iglesia. Llevaba una escoba en la mano y los observaba atentamente mientras subían a los vehículos. Cuando se marcharon, el celador dio la vuelta y contempló el montón de pétalos y demás basuras que la escoba había recogido de la parte de atrás del templo. Sólo a uno de los Fortune se le podía ocurrir decorar la puerta trasera, la cual sólo usaba el personal de servicio. Pero en realidad no era el montón de basura lo que más le llamaba la atención al empleado, sino el pequeño bebé que estaba en un asiento adaptado para coche. Se lo había encontrado sentado junto a la puerta trasera un par de horas antes, pero todos se habían marchado ya y nadie había ido a buscarlo. El niño había llorado desconsoladamente, pero nadie parecía haberle echado en falta, y al final la pobre criatura se había quedado dormida. Todos los asistentes a la boda parecían demasiado ocupados con el asunto del viejo como para preocuparse por un bebé que ni siquiera debería haber estado allí para empezar. El celador se agachó y tocó el medallón de oro que el pequeño llevaba al cuello. No era muy grande, pero en comparación con el bebé sí que lo parecía. Además, parecía muy valioso.
—¿De dónde has salido tú?
El bebé siguió dormido, chupándose el dedo delicadamente. El empleado se incorporó y continuó limpiando a toda prisa. Los goterones de lluvia eran cada vez más grandes. Limpiar la basura de otros nunca había sido parte del plan… Después de guardar los utensilios de limpieza, volvió para recoger el asiento de coche en el que estaba el pequeño. Nadie se había dado cuenta… A nadie le había importado… Se habían marchado sin más.
Drew y Deanna volvieron al Orgullo de Molly en silencio. Todos los demás se habían ido al Double Crown para acompañar a Lily. Pero Drew no había querido ir con ellos. Y no era porque estuviera molesto con Lily ni nada parecido. Él mismo había visto lo mucho que la había afectado la desaparición de su padre. Lo que le tenía tan apesadumbrado eran las últimas palabras que había cruzado con su padre. No podía sacárselas de la cabeza. Le había dicho a su padre que podía irse al infierno y llevarse a su esposa con él. ¿Y si no volvía? ¿Y si no podía volver?
—¿Quiénes son Lloyd Fredericks y Lindsey Pollack? —la suave voz de Deanna rompió por fin el silencio cuando entraron en la hacienda de J.R.
—Es una vieja historia.
—A mí no me pareció tan vieja en la iglesia.
Drew cerró los puños y se dirigió hacia el centro de la casa. Sus pasos retumbaban con fuerza.
—Lloyd fue el primer marido de Frannie —dijo finalmente—. Lyndsey era la novia de Josh. Estaba embarazada de Brandon, pero su verdadero interés no era formar una familia con Josh. Lo que le interesaba de verdad era la enorme herencia que conseguiría a través del padre de Frannie.
—El padre de Frannie era el marido de tu tía Cindy, ¿no?
—Uno de los cuatro que ha tenido —llegó hasta el mirador que estaba encima del jardín exterior y se detuvo frente a la ventana, contemplando la lejanía.
Los apliques de hierro forjado arrojaban extrañas formas de luz por todo el jardín y la lluvia cada vez se hacía más fuerte, haciendo brillar los azulejos de la fuente.
Drew miró a Deanna. Ella seguía agarrando con fuerza la chaqueta que tenía alrededor de los hombros. Sus ojos parecían enormes, más grandes que nunca. De repente se sintió como el idiota más egoísta del mundo por haberla involucrado en todo aquello.
—Deberías volver a San Diego —le dijo bruscamente.
—¿Qué? ¿Ahora? Ni hablar.
—¿Y si las cosas se ponen peligrosas?
Ella arrugó el entrecejo y puso esa expresión testaruda que tan bien la caracterizaba.
—¿Y qué si se ponen peligrosas? —le dijo en un tono desafiante—. Tu familia cree que estamos comprometidos —le enseñó el anillo, como si necesitara recordárselo—. ¿Qué crees que pensarían de mí si saliera huyendo ahora?
—¡A lo mejor pensarían que trataba de mantenerte a salvo!
—¿A salvo de qué? —le preguntó Deanna sin comprender muy bien las cosas.
—Un asesinato, un incendio. Tú elijes.
Se volvió hacia la ventana y volvió a contemplar la lluvia. Era más fácil que mirarla a ella, porque cada vez que lo hacía lo único que deseaba era estrecharla entre sus brazos y aferrarse a ella.
—Ya nos ha tocado alguna que otra vez.
—Dios mío —Deanna se sentó en el borde de una de las mullidas sillas tapizadas en cuero que estaban colocadas de cara al jardín—. Cuéntamelo todo. ¿De acuerdo? Si no lo haces, empezaré a imaginarme cosas mucho peores de lo que pasó en realidad.
—No te creas.
—¿Qué le pasó al padre de Josh?
—¿A Lloyd? —Drew hizo una mueca—. Al final resultó que no era el padre de Josh, pero todo el mundo pensaba que sí lo era, incluyendo a Frannie, gracias a las intrigas de su madre —se sentó en la mesita central y siguió mirando hacia el jardín—. En cualquier caso, la herencia a por la que iba Lyndsey era la misma que quería Lloyd, y ésa es una de las razones por las que se casó con Frannie.
—Bueno, menuda joya.
—Sí. A nadie le caía muy bien, excepto a Cindy. Ella pensaba que era un buen partido para su hija, y lo que Frannie pensara al respecto le traía sin cuidado. Bueno, Lyndsey y su enajenada madre no querían verse obligadas a competir por la herencia de Josh, así que armaron todo el lío que pudieron. Dejaron sin frenos a Cindy. Ella estaba en la ciudad para hacer las paces con Frannie, consciente del daño que le había hecho. Pero eso no es todo, prácticamente quemaron el Red; es un restaurante mejicano, propiedad de los Mendoza —miró a Deanna—. Los Fortune y los Mendoza son familias con mucha historia. El medio hermano de Isabella se ocupa del local ahora. Además de todo esto, intentaron quemar el granero de Lily en mitad de una fiesta de niños. Darr salió herido, tratando de salvar a los caballos que estaban allí. Por suerte, Lily sólo perdió a uno, pero nadie más resultó herido.
—Ya veo que se recuperó muy bien —señaló Deanna.
Drew asintió con la cabeza.
—Lloyd terminó muerto y arrestaron a Frannie. Entonces Roberto, el verdadero padre de Josh, el hombre con el que Frannie está casada ahora, confesó el asesinato. Ambos trataban de proteger a Josh, pues los dos temían que pudiera haberlo hecho él. Al final resultó que las que estaban detrás de todo eran Lyndsey y su madre.
—Qué horrible. ¿Y ese pobre bebé? —Deanna se sentó al lado de él. Se quitó la chaqueta de los hombros y la puso sobre su regazo.
El fino chal que llevaba se le había caído un poco, dejando al descubierto la suave piel de sus hombros.
Drew bajó la vista hacia el suelo de parque, tan antiguo como el resto del caserón. Sin embargo, la madera resplandecía y despedía una calidez inesperada, al igual que los hombros de Deanna, bronceados y aterciopelados. Drew cerró los ojos un momento. ¿Qué le estaba ocurriendo? Su padre estaba desaparecido… Se aclaró la garganta, la silenciosa casa se le hacía cada vez más opresiva.
—Yo no me preocuparía mucho por Brandon. Está en buenas manos. Frannie y Roberto están ayudando a Josh a criarlo. Pero todos han tenido que hacerle frente a las mentiras de Cindy y de Lloyd, y esas mentiras fueron las que lo provocaron todo en un principio. Cuando apareció la psicótica de Lyndsey, estaban condenados al desastre.
Deanna soltó el aliento lentamente y sacudió la cabeza. Le puso la mano en el brazo y se lo apretó un momento, en un gesto de consuelo. Él apretó el puño.
—Y yo que pensaba que mi madre estaba loca —le decía ella—. Lo peor que ha hecho Gigi ha sido perder el trabajo por tener un comportamiento inapropiado en el trabajo.
Él la miró de reojo.
—¿Y eso qué significa?
—¿A ti qué te parece?
A Drew sólo se le ocurrían tres cosas; robar, tomar drogas, o practicar el sexo. Y algo le decía que se trataba de la última. Se puso en pie y fue hacia la ventana. No podía dejar de pensar en el aroma a manzana verde que desprendía su cabello pelirrojo y brillante.
—Me sentiría mejor si volvieras a San Diego —le dijo, poniendo la palma de una mano sobre el cristal.
—¿Porque no quieres que sea un estorbo?
Él la atravesó con la mirada.
—¿He dicho yo eso?
—No, pero a lo mejor era lo que querías decir en realidad. Una cosa es necesitar una prometida para guardar las apariencias, y otra muy distinta es tener que soportarla cuando la situación ha cambiado.
Él se volvió hacia ella.
—¡Vaya! ¡Y yo que sólo pensaba en tu seguridad!
—Bueno, no tienes por qué gritarme.
—No te estoy gritando —le dijo, sabiendo que no era verdad.
Volvió a darle la espalda y miró hacia el jardín. Ojalá hubiera estado en la playa en ese momento…
—Drew —le dijo ella de repente en un tono suave. Dejó a un lado la chaqueta y fue hacia él. Sus dedos le acariciaron el hombro—. Tu padre va a aparecer sano y salvo.
Drew apretó la mandíbula hasta que le dolió.
—Ninguno de nosotros lo sabe con seguridad.
Deanna tragó con dificultad y agarró su mano, que estaba cerrada en un puño. El compromiso era una farsa, pero ella se preocupaba por él de verdad.
—No me voy a ir hasta que lo sepamos con seguridad.
Él se volvió y le puso las manos sobre los hombros.
—¿Y si te pasa algo?
Ella se estremeció.
—No va a pasar nada. Y no me voy a ir.
—Podría echarte.
—No lo harás —le dijo ella, clavándole la mirada.
—Podría decirles a todos que hemos roto.
—Podrías —dijo ella, apretando los labios.
—Seguramente me echarían la culpa. Dirían que ya vuelvo a las andadas, cambiando de mujer como cambio de chaqueta. Nadie pensaría nada malo de ti por abandonarme en mitad de una crisis.
—Creo que no tienen tan mala opinión de ti como piensas.
—¿Llevas aquí menos de veinticuatro horas y has llegado a esa conclusión?
Deanna casi sintió ganas de reír, pero la situación era demasiado seria como para hacerlo.
—No hace falta mucho tiempo para darse cuenta de que todos os queréis mucho.
Ella lo sabía muy bien porque nunca había tenido una familia como la suya.
—Podríamos seguir debatiendo toda la tarde, pero creo que es mejor que te hagas a la idea de que no pienso marcharme.
Él frunció el entrecejo. Parecía más confundido que nunca.
—¿Por qué?
Bastó con aquella pregunta para que Deanna volviera a ver al Drew más auténtico, el hombre sincero que se escondía detrás de aquel playboy malcriado. Él esperaba una respuesta, pero ella no tenía ni ganas ni fuerzas para contarle una mentira, así que tragó con dificultad y le dijo la verdad.
—Dos semanas después de empezar a trabajar para ti, llegué pronto a la oficina un día. Tenía que prepararme para una reunión importante. No esperaba encontrarme a nadie, pero había luz en tu despacho.
En ese momento vio cómo Drew contraía la mandíbula.
—Estabas…
—Estaba casi en coma —dijo él, sin dejarla terminar.
—Estabas dormido —Deanna prosiguió, suavizando los hechos—. Llevabas allí toda la noche.
El funeral de su madre había sido unos días antes.
—Pero tú me hiciste espabilar a toda costa y me obligaste a prepararme para la reunión más importante de mi carrera.
—Te hice un café —dijo ella—. Y te busqué una camisa limpia y una corbata.
—Y yo te lo agradecí propasándome contigo. Deanna sintió que las mejillas le ardían en llamas.
—Me besaste —le aclaró.
—Pero tú no te marchaste. No me pusiste una demanda. Podrías haber hecho las dos cosas.
—Pero te creí cuando me dijiste que no volvería a pasar.
Él se lo había dejado bien claro y en los años posteriores ella había entendido por qué. Simplemente no era como las mujeres con las que solía salir.
—Pero lo que me hizo quedarme… —dijo ella, prosiguiendo—. Fue la mirada que tenías esa mañana.
—¿La mirada de resaca? —le preguntó él en un tono corrosivo.
—No. La mirada que me decía que sí sabías lo que era querer a alguien de verdad. Entonces supe que sería bueno trabajar contigo.
—Y eso lo dice la mujer que dejó irse a todo el personal antes de la hora de salida porque pensaba que estaba siendo demasiado exigente.
Ella respiró hondo. Ésa era la faceta que lo convertía en todo un reto.
—Entonces supe que eras un buen hombre, y punto. Y he visto esa mirada en tus ojos desde que desapareció tu padre. Es por eso que no dejé el trabajo entonces, y es por eso que no voy a dejarte ahora. No me voy.
Él dejó caer los párpados y le agarró con fuerza los hombros, atrayéndola hacia sí hasta no dejar ni un centímetro entre sus cuerpos.
—¿Y si te besara ahora de nuevo?
Trataba de hacerla salir huyendo. Deanna lo sabía sin ningún género de dudas. Pero, aunque las piernas le temblaran y un gélido escalofrío le recorriera la espalda, tenía que ser valiente.
Levantó la barbilla y le miró de frente.
—¿Y qué si lo hicieras?