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Capítulo 3

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VAMOS, Bella Durmiente. Despierta —Drew le dio un codazo en el hombro.

Pero Deanna sólo suspiró, cambió de posición y su cabeza fue a parar al hombro de él. Se había quedado dormida en la limusina que los había ido a recoger al aeropuerto de San Antonio. Su pelo olía a manzanas verdes. Él cerró los ojos un momento y recordó que era Deanna, la joven secretaria que una vez más lo sacaría de un aprieto. Pero ella también sacaba algo a cambio: resolver lo de su madre. Sin embargo, para él eso no era nada en comparación. Por fin tendría el derecho a estar al frente de Fortune Forecasting.

—Deanna —quiso agarrarle la mano, pero titubeó un momento.

El enorme solitario que había escogido de entre las doce piezas que Bob le había llevado a la oficina, brillaba en su dedo anular. Incluso bajo la tenue luz de la parte de atrás de la limusina, la piedra resplandecía. ¿Cuántas veces había dicho que un anillo de boda no era más que la cuerda para el ahorcado? La ironía del destino… En ese preciso momento llevaba dos alianzas de platino en el bolsillo, a juego con el anillo de compromiso. Todo estaba listo para el gran día, fuera cuando fuera. Dada la impaciencia de su padre, no podría ser muy tarde.

Drew ignoró aquellos dedos delgados y le sacudió la muñeca allí donde llevaba el reloj de pulsera tamaño maxi.

—Despierta, Dee —le dijo en un tono más alto.

Ella volvió a mover la cabeza y abrió los ojos lentamente.

—¿Mm? —murmuró, mirándole con ojos adormilados.

Drew pensó que probablemente tendría esa misma expresión en la cama y enseguida empezó a sentir un calor que le recorría la entrepierna.

«Maldita sea…», pensó para sí, incómodo consigo mismo. Se volvió hacia la ventanilla y se fijó en la verja de madera que delimitaba la propiedad de su hermano.

Deanna era su asistente; su prometida de conveniencia. No tenía que imaginársela en la cama…

—Ya casi hemos llegado a el Orgullo de Molly —se aclaró la garganta—. Es el rancho de mi hermano.

Ella parpadeó. De repente se dio cuenta de que estaba recostada contra él y se incorporó como un resorte. Se mesó el cabello y se lo echó hacia atrás.

—Me he quedado dormida —le dijo, haciendo una mueca—. Qué vergüenza. Espero no haberte babeado —añadió con un toque de sarcasmo.

—A lo mejor roncaste un poquito —le dijo él.

Ella le miró con los ojos entrecerrados y después los puso en blanco.

—No es verdad.

Y era cierto. Mientras la veía dormir, tan plácidamente, una oleada de deseo inesperado le había azotado como un Tsunami. Pensaba que ya lo tenía superado. Tiempo atrás había hecho uno de los ridículos más grandes de su vida besándola cuando no debía. Por aquella época no estaba precisamente en uno de sus mejores momentos. Las buenas secretarias eran difíciles de encontrar. Pero las compañeras de cama no. Por suerte, ella miraba por la ventanilla, distraída. Drew se frotó la nuca. Sentía que estaba a punto de explotar.

—Oh, Dios. ¿Ése es el rancho de tu hermano? —le preguntó de repente. Casi tenía la nariz aplastada contra el cristal, como una niña pequeña.

Pero Drew sabía muy bien que debajo de aquel suéter verde que se había puesto antes de salir hacia el aeropuerto se escondía una mujer hecha y derecha.

—Es precioso —añadió, ajena a los pensamientos de él—. Parece sacado de una vieja película, de un Western —le miró por encima del hombro y sonrió—. Con John Wayne cabalgando hacia la hacienda. Habrá que verlo de día.

—Creo que necesitas dormir un poco más —le dijo él en un tono irónico, restándole importancia a su entusiasmo.

Ella levantó la barbilla y volvió a mirar por la ventanilla. La limusina se había detenido delante de la casa. La entrada era de piedra y tenía un arco de estilo morisco. Sin esperar a que el conductor le abriera la puerta, Drew bajó rápidamente. El viaje en coche desde San Antonio no les había llevado mucho tiempo, pero estaba deseando estirar las piernas después del viaje en avión. El espacio era muy importante para él. Ésa era una de las razones por las que le gustaba tanto vivir en San Diego. Cada vez que necesitaba tomar un poco el aire se iba a la playa. ¿Qué más espacio podía necesitar delante del océano Pacífico? Contempló la casa de su hermano mayor. La había comprado de repente unos años antes. Había dejado su vida entera en Los Ángeles para vivir en Texas. J.R. había renunciado a su puesto en el cuartel general de Fortune Forecasting para dedicarse a criar ganado. Atrás habían quedado los trajes de diseño, los coches de lujo… Lo había cambiado todo por las camisas de franela y las camionetas. Y se había casado con Isabella Mendoza. Drew llevaba un año sin pasar por el Orgullo de Molly, pero, aunque fuera medianoche, podía ver que la centenaria hacienda estaba más que cuidada. Le abrió la puerta a Deanna y ella bajó sin siquiera mirarle. Seguía admirando la casa con ojos de asombro. Drew se dijo que era mucho mejor así, pues aún no se le había pasado el arrebato sexual.

A lo mejor hubiera sido mejor que se quedara con aquel horrible traje de vieja que llevaba en la oficina… Todos sus trajes eran iguales. Estaban hechos para esconder aquel trasero que sin duda estaría perfecto dentro de unos buenos vaqueros ceñidos. Molesto con sus propios pensamientos, sacó el equipaje del maletero cuando el conductor se lo abrió.

—Ya lo tengo. Gracias —le dio una generosa propina al chófer.

—Gracias, señor Fortune. Feliz Año Nuevo. Y a usted también, señorita —el conductor cerró el maletero, se puso al volante y salió a toda velocidad. Sin duda debía de estar impaciente por irse a su propia fiesta.

De pronto, Deanna y Drew se encontraron solos en mitad de la noche, a la luz de la luna. El momento parecía tan íntimo… Hacía fresco, pero Drew sentía un calor abrasador. En cualquier otra circunstancia, aquella situación le hubiera parecido de lo más cómica y divertida. Sin embargo, en ese momento casi deseaba tener la cuerda alrededor del cuello. Ella le observaba con aquellos ojos oscuros y misteriosos, pero la forma en que se humedecía los labios demostraba que no era más que nerviosismo.

—¿Seguro que estamos haciendo lo correcto?

La única cosa de la que Drew estaba seguro en ese momento era que no recordaba ningún motivo poderoso para no desearla con locura.

Agarró con más fuerza la maleta y se volvió hacia el arco de la entrada, haciendo un gesto con la barbilla.

—Sí. Vamos.

Ella volvió a humedecerse los labios y avanzó delante de él, en dirección a la imponente puerta de madera.

—Será mejor que llames a la puerta —le aconsejó él.

Habían llegado con mucho retraso y entrar sin más no debía de ser buena idea. A lo mejor a J.R. también le había dado por dormir con un arma cargada en la mesita de noche…

Deanna llamó suavemente, dando unos golpecitos en la puerta.

—Vamos, Dee. No van a oírlo.

Ella le miró un instante y entonces llamó con más energía.

—¿Así?

Enseguida oyeron el ruido de un pestillo y Drew sonrió. La puerta se abrió de par en par y su hermano apareció en el umbral.

—Ya era hora —dijo J.R., con una sonrisa en los labios.

—Yo también me alegro de verte —le dijo Drew y, sin más prolegómenos, puso el brazo sobre el hombro de Deanna.

Ella se sobresaltó.

—¿Te acuerdas de mi secretaria, Deanna?

J.R. asintió.

—Hemos llegado tarde porque… Esta noche me ha dicho que se casará conmigo.

Se hizo un silencio abrupto. Y entonces la sonrisa de J.R. se hizo aún más efusiva.

—Bueno, entonces… —el ranchero se volvió hacia la joven, pero Drew no tardó en ver escepticismo en su mirada—. Estáis perdonados por haber llegado tan tarde, granujas —le quitó el bolso del hombro, la agarró del codo y la hizo entrar.

—¿Granujas? —Deanna se rió suavemente.

—Mejor eso que renacuajo —murmuró—. Eso es lo que solía decirle a Darr.

Dos años más joven que Drew, Darr era el benjamín de la familia; bombero de profesión y fuerte como un roble. Podía tumbarlos a todos sin pestañear.

—A ti todavía te faltan bastantes años para los cuarenta —le dijo J.R., riéndose a carcajadas y dándole un abrazo a su hermano—. Así que tengo derecho a llamarte lo que me dé la gana. Vaya, me alegro mucho de verte —rápidamente se apartó de Drew y agarró la enorme maleta de Deanna—. Aunque ya empezaba a preguntarme si te vería llegar antes del amanecer.

Dio media vuelta y echó a andar por el silencioso pasillo. Iba descalzo.

—Isabella se quedó despierta un rato, pero al final se durmió —miró a Deanna por encima del hombro—. Es mi esposa.

Deanna asintió.

—Drew me ha hablado de ella. Espero no ser una molestia. Le dije a Drew que te llamara para avisarte de que venía con él.

—No te preocupes —le aseguró J.R.—. Estamos encantados de tenerte aquí —sonrió de oreja a oreja—. Sobre todo por ser tan valiente como para aguantar a nuestro querido Andrew. Además, así podrás asistir a la boda.

Drew vio que Deanna se sonrojaba.

—Eres muy amable.

—Mi esposa me daría una patada en el trasero si no fuera así —afirmó J.R., desviándose por un pasillo—. Jeremy también ha venido —señaló con la barbilla—. Está en esa habitación al final del pasillo. Llegó ayer.

Deanna miró a su alrededor y contempló las paredes de escayola blanca. Drew sabía que eran nuevas, pero parecían de la misma época que la casa.

—¿Ése es uno de los tapices de tu esposa? —le preguntó, señalando un colorido dechado de punto colgado en la pared—. Drew me ha dicho que es toda una artista.

J.R. asintió con la cabeza. La expresión de su rostro era de puro orgullo.

—No hay rincón en esta casa donde no haya dejado su huella —dijo y entonces abrió una puerta—. Os quedaréis aquí —se echó a un lado y, afortunadamente para Deanna, no llegó a ver la mirada de pánico que acababa de lanzarle a Drew al entrar en la habitación.

Lo más llamativo era la enorme cama que abarcaba la mayor parte del dormitorio.

—Muy acogedor —le dijo Drew a su hermano, intentando ignorar el calor que recorría su cuerpo.

Miró a su alrededor y entró detrás de ella. Dejó el petate y la bolsa del traje sobre la cama. Deanna estaba junto a un jarrón de rosas que estaba encima de una cómoda cercana a la ventana. Sus dedos acariciaban los pétalos con sutileza. Su imagen se reflejaba en el enorme espejo que estaba apoyado en el suelo contra la pared, justo enfrente de la cama. Al lado había un hogar lleno de leña, listo para ser encendido.

Ella tenía el cabello alborotado alrededor de los hombros y su expresión era insoportablemente irresistible mientras tocaba las flores. De repente, Drew sintió una gota de sudor que se deslizaba agónicamente a lo largo de su espalda. Se quitó la chaqueta y la tiró encima de una silla en un rincón. J.R. tenía una discreta sonrisa en los labios al entrar en la habitación. Dejó la maleta de Deanna en el suelo al pie de la cama.

—El cuarto de baño está aquí —les dijo, haciendo señas—. Hay más mantas y almohadas en el armario de allí. Si necesitáis algo más, nos llamáis.

Drew sabía que lo que Deanna quería era un dormitorio aparte. Sin embargo, ella se limitó a sonreír y le dijo a su hermano que todo estaba perfecto.

—Muy bien. Entonces os veo en el desayuno —J.R. salió del dormitorio y sonrió—. O no —añadió, cerrando la puerta.

A solas con Drew, Deanna se alejó de las rosas y le miró de frente.

—No pude evitarlo —le dijo él en voz baja—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que le dijera que no dormimos juntos?

Ella hizo una mueca.

—Jamás se creería que no te acuestas con una mujer que ha venido contigo, y mucho menos si es tu prometida.

Drew casi sintió el ardor del rubor en las mejillas, lo cual era una estupidez. Ya no era un quinceañero. Y por supuesto se acostaba con todas las mujeres con las que salía. De hecho eso era todo lo que hacía con ellas. No estaba buscando una compañera de vida ni nada parecido.

—Dormiré en el suelo si así te sientes mejor.

—No creo que sea muy cómodo —pisó con fuerza con sus botas de piel y soltó el aliento—. Bueno, tendremos que arreglarnos con la cama — sacudió la cabeza y apartó la vista—. Por lo menos es una cama enorme. Podrían dormir cinco en ella.

Aquello era una exageración, pero Drew lo dejó pasar. Pensara lo que pensara, esa noche estarían los dos solos en ella. Y su imaginación se había vuelto muy calenturienta de repente.

Seguramente su pelo parecería un puñado de ascuas ardientes sobre aquel edredón blanco…

Drew se aclaró la garganta, pero aquellas turbadoras imágenes no desaparecieron así como así.

—Ha sido una noche muy larga. Adelante… — señaló la cama—. Acuéstate. Yo no tengo sueño todavía. Voy a ver si averiguo dónde guarda el whisky J.R.

Deanna puso una cara de alivio que no pasó inadvertida para Drew. Estaba claro que ella sí tenía muy presente el objetivo de aquel compromiso de conveniencia.

—Si no te importa… —ella dejó las palabras colgando en el aire y él asintió con la cabeza.

Necesitaba recordar cómo había reaccionado ella aquella vez que la había besado. Aquel día había hecho el ridículo y ella se había quedado perpleja. La única razón por la que no había dejado el trabajo era porque le había dado pena. Su madre acababa de morir. Y él le había jurado que jamás volvería a pasar.

—Sí —le dijo, mintiendo—. No hay problema. Acuéstate y duerme. Mañana será un día muy ajetreado.

Ella miró el reloj.

—Querrás decir «hoy».

—Sí. Hoy —agarró el picaporte y le dio la vuelta suavemente—. Feliz Año Nuevo, Dee.

Deanna sonrió como pudo. Las rodillas le temblaban.

Sabía que lo mejor era que él se marchara durante un rato, pero una parte de ella deseaba pedirle que no se fuera. Y eso era motivo suficiente para poner distancia entre ellos, aunque sólo fuera durante unos minutos.

—Feliz Año Nuevo, Drew.

Él salió y cerró la puerta tras de sí.

Nada más quedarse sola, la sonrisa de Deanna se le borró de la cara. Sin su abrumadora presencia, la habitación volvía a resultar espaciosa, tal y como debía de ser en realidad. Cuando él estaba allí, en cambio, las paredes parecían encoger en torno a aquella enorme cama.

De pronto vio su propio reflejo en el espejo.

—Ésta es la consecuencia de una decisión impulsiva —susurró para sí.

El silencio de la casa sonaba igual que las manecillas de un reloj. Agarró la maleta y la puso encima de la cama. Drew le había dado un pequeño respiro y más le valía aprovecharlo. Lo último que quería era que la encontrara allí parada a su regreso, como una mojigata, temerosa de meterse en la cama. Soltó los cierres, abrió la maleta y sacó el vestido que había metido encima de todo lo demás. Al pasar por su apartamento, de camino al aeropuerto, había hecho todo lo posible por impedir que Drew entrara en su casa, pero él no había captado la indirecta y no había sido capaz de encontrar ninguna excusa para dejarle esperando en el coche.

No había tenido más remedio que entrar con él, preparada para oír toda una serie de comentarios sarcásticos e incisivos. Sin embargo, él se había limitado a mirar los montones de cajas de embalaje que estaban esparcidas por todo el salón, en el suelo, en la mesa, e incluso en el sofá. Las cajas contenían cosas de lo más variopintas, desde potitos de comida para bebé hasta aparatos de ejercicio, pasando por separadores de armario. Aquello era todo lo que se había llevado de la casa de su madre para devolverlo por correo. Pero Drew no había hecho ni el más mínimo comentario. Había mirado aquel desorden sin siquiera pestañear. Y ella le había estado tan agradecida por ello que no había puesto objeción alguna cuando él la había acompañado hasta el dormitorio.

Se había parado en el umbral mientras ella abría la maleta que tenía preparada para el fin de semana en el spa y le había dicho que pasarían cuatro días en Texas. Afortunadamente, para eso no necesitaba mucha ropa, pues tampoco tenía nada en el armario que no fuera ropa cómoda de estar en casa o aburridos trajes de trabajo. Tenía las camisetas que llevaba al gimnasio, donde dirigía un equipo amateur de vóleibol, vaqueros, los consabidos trajes… Pero no tenía nada apropiado para una boda de tarde. Y así, después de mucho rebuscar, se había dado la vuelta y le había dicho que era mejor que fuera solo a Texas. Después de todo, podía anunciar el compromiso él solo, ¿o no?

Pero entonces él había puesto esa mirada que tan bien lo caracterizaba… esa mirada que veía más allá… Y le había dicho que metiera en la maleta uno de los trajes y que no se preocupara más al respecto.

—No voy a ponerme algo así para una boda —le había dicho ella, quitándose la chaqueta y sacudiéndola en el aire—. Esto es para el trabajo.

—Bueno, hasta eso podría ser discutible —le había dicho él, avanzando hacia ella.

Metió la mano hasta el fondo del armario y sacó un vestido de tela muy fina olvidado en un rincón.

—Ponte esto.

—¿Qué?

Él le puso la percha contra los hombros.

—Esto no es algo que te puedas poner para ir al trabajo, así que… Tendrá que ser apropiado para una boda, ¿no?

Ella no estaba pensando en el vestido. Estaba pensando en su comentario sobre los trajes. Eran prendas funcionales y respetables, nada que ver con las minifaldas y blusas ceñidas que se ponía su madre. Sin embargo, consciente de que el avión esperaba por ellos, Deanna dejó el tema.

De vuelta al presente, se puso el vestido por delante, tal y como había hecho Drew el día anterior, y se volvió hacia el espejo. Era rosa, y no iba muy bien con el pelo rojo… Además, tenía fruncidos… En realidad no eran exactamente fruncidos. La parte de la falda estaba hecha de una docena de jirones de tela que parecían flotar en el aire de forma independiente, y el corpiño atado al cuello era demasiado apretado, y escotado. Nunca se lo había puesto. De hecho no había sido ella quien lo había comprado. Había sido Gigi. Se lo había dado en su último cumpleaños. Y ella había protestado por el precio, para no tener que decirle que no era de su estilo, pero su madre se había empeñado y le había enseñado el ticket. Al parecer lo había comprado en las rebajas y no podía devolverlo. Gigi se había lamentado amplia y largamente… Había protestado mucho y, con tal de tener la fiesta en paz, Deanna había optado por meter el vestido en el fondo del armario con tal de hacerla callar. Y allí se había quedado, esperando a que Drew Fortune lo rescatara inesperadamente…

Aunque estuviera muy cansada, Deanna se dio cuenta de que aquella idea era completamente absurda y se frotó los ojos. Por lo menos el vestido tenía un chal a juego. Era muy fino y casi transparente, pero le taparía los hombros. Y por mucho que no quisiera ponerse un vestido que le había regalado su madre, no podía sino admitir que era más apropiado para la ocasión que cualquier otra cosa que hubiera en su armario. Colgó la prenda y el chal detrás de la puerta y sacó de la maleta el resto de la ropa rápidamente. La dobló con cuidado, la guardó en un cajón vacío y metió la maleta en un rincón del armario, en el suelo. Después colgó la bolsa con la ropa de Drew en un rincón, lo más lejos posible de su vestido. ¿Qué habría metido en aquel petate que estaba encima de la cama? Deanna lo miró con curiosidad. No le importaba deshacerle la maleta. Además, se suponía que era su prometida… Después de mirar la bolsa durante unos minutos, temerosa de abrirla como si fuera a quemarle los dedos, la puso encima de una silla. Tomó su bolso de mano y se lo llevó al cuarto de baño. Se lavó la cara, los dientes, se puso el top sin tirantes que usaba para dormir y sus pantalones de pijama, y volvió junto a la cama, descalza. ¿Qué lado de la cama sería el preferido de Drew? Mordiéndose los labios, apartó el ligero edredón. Debajo había sábanas blancas con un exquisito bordado. El olor a fresco y a recién lavado que despedían era sencillamente delicioso.

Pero Deanna tenía un nudo en la garganta… Se metió en la cama y se echó a un lado todo lo que pudo, hasta casi caerse por el borde. De repente, se dio cuenta de que no había apagado la luz. Volvió a levantarse, encendió la luz del baño y cerró la puerta para no tener más que un hilo de luz. Apagó la lámpara del dormitorio y volvió a meterse en la cama. Hundió la cabeza en la almohada y cerró los ojos. La imagen de Drew la atormentaba sin cesar, quemándole los párpados. Abrió los ojos. Estaba agotada por muchas razones, y la más importante era su jefe, que no tardaría en compartir aquella cama con ella. Se tapó hasta la barbilla con el edredón, pero no consiguió ahuyentar aquellos pensamientos. Su cuerpo temblaba y casi podía sentir cómo vibraba el colchón a su alrededor.

Aquellos cuatro días iban a ser muy largos…

E-Pack Los Fortune noviembre 2020

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