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Capítulo 3

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MIENTRAS Max se acercaba a la farmacia para comprar las vitaminas y una pomada que les había recetado el pediatra, Kirsten se quedó en el coche. El bebé estaba sentado en su silla completamente dormido.

Había sido un gran alivio saber que el niño estaba completamente sano. Estaba mucho más tranquila, pero no podía dejar de pensar en el doctor Fortune y en lo amable que había sido con ella. Sonrió al recordar la conversación que había tenido con él en el pasillo. Le había pedido que lo llamara por su nombre de pila, Jeremy. Parecía estar especialmente interesado en ella, ésa era al menos la impresión que le había dado.

Lo había deducido por la manera en que la miraba. Le había dado la impresión de que tenían una conexión especial y le afectaba mucho estar cerca de él.

Abrió el bolso y sacó la tarjeta de visita que le había dado. Le había sorprendido que lo hiciera, pero estaba encantada.

Se imaginó que no era demasiado común que un médico se dedicara a dar su número personal a las primeras de cambio.

Giró la tarjeta para mirar lo que había escrito. Su letra era firme y legible. Debía de ser uno de los pocos médicos que escribía de manera tan clara.

Le había dado permiso para que lo llamara si necesitaba ayuda o si tenía alguna duda, pero no sabía si debía hacerlo.

Se dio cuenta de que podía llamarlo con la excusa de comentarle lo que el pediatra les había dicho. Así, se aseguraba además de que él pudiera grabar su número de teléfono en el móvil si lo deseaba.

Se quedó pensativa unos segundos. Después, sacó con decisión el teléfono y marcó el número que le había dado.

Jeremy no tardó en contestar.

—¿Diga?

Se le hizo un nudo en la garganta y estuvo a punto de colgar el teléfono, pero se dio cuenta de que tenía que terminar lo que había empezado.

—¿Doctor Fortune? Soy Kirsten Allen. Sólo quería comentarte lo que nos ha dicho el pediatra. El doctor Kragen cree que Anthony está muy bien.

—Estupendo, me alegra saberlo.

—A mí me había preocupado no tener la historia médica del pequeño, pero el doctor ha encargado un análisis de sangre para que podamos saber si ya ha recibido alguna vacuna. Supongo que ahora tengo una preocupación menos.

—Jim es uno de los mejores pediatras del condado, así que estáis en buenas manos. Tiene una consulta privada, pero trabaja en la clínica de Red Rock una vez al mes.

Kirsten se mordió pensativa el labio. No sabía qué más podía decirle, pero no le apetecía tener que colgar tan pronto.

—Bueno, sólo quería darte las gracias de nuevo… —le dijo ella entonces—. Has sido muy amable conmigo… Con nosotros.

—Ha sido un placer, Kirsten.

Se quedaron los dos en silencio y pensó que quizás se lo hubiera imaginado todo. Cabía la posibilidad de que fuera simplemente un médico muy amable, pero sin ningún interés especial en ella.

—Bueno… —comenzó ella mientras se preparaba para decirle adiós.

—¿Te gustaría cenar conmigo algún día? —preguntó Jeremy de repente.

Kirsten se quedó sin aliento, no esperaba una pregunta así. Pero le encantó que la hiciera.

—Me parece estupendo.

Se mordió de nuevo el labio inferior. No entendía qué le pasaba con ese hombre, le faltaban las palabras y lamentó no haberle dado una respuesta algo más original o sofisticada. Después de todo, era una mujer adulta y acababa de aceptar salir con aquel médico.

—¿Qué te parece mañana por la noche? —le preguntó él.

Era muy pronto.

Se quedó sin palabras. Comenzó a pensar en qué podría ponerse para la cena. Estaba deseando ver a qué restaurante la llevaría. No sabía si aquello era una buena idea, tenía muchas dudas, pero sabía que sólo había una respuesta posible.

—Perfecto.

—Entonces, mañana nos vemos.

Sintió decenas de mariposas en el estómago. No sabía por qué, pero estaba nerviosa e ilusionada.

Jeremy le pidió su dirección y ella le dio todos los detalles.

—Bueno, hasta mañana.

Se despidieron y ella colgó el teléfono. Se quedó absorta y pensativa unos minutos, con el móvil aún en la mano.

Se preguntó si estaría imaginándose la conversación que había tenido o si de verdad acababa de llamar al médico. No podía creerlo. Ese atractivo cirujano quería cenar con ella.

Comenzó a pensar en lo que podría ponerse para la cita. También le preocupaba no mantener una conversación interesante durante la cena. Esperaba no decir nada inapropiado.

No sabía por qué estaba tan nerviosa. Después de todo, era una mujer culta, había ido a la universidad y había trabajado desde entonces como contable. En esos momentos, no tenía trabajo, pero sabía que era sólo algo temporal. Tenía los conocimientos y el currículum necesarios para conseguir otro trabajo.

Alguien golpeó suavemente la ventanilla y el sonido la devolvió a la realidad. Vio que era Max. Quitó el seguro de la puerta para que pudiera entrar y guardó el teléfono móvil en su bolso.

—¿Con quién estabas hablando? —le preguntó Max mientras se sentaba y se ponía el cinturón.

—Con el doctor Fortune. Me ha invitado a cenar con él mañana por la noche y le he dicho que sí. ¿Podrás quedarte tú solo con Anthony?

Max la miró con el ceño fruncido.

—No me lo puedo creer.

—¿Qué es lo que no puedes creerte?

—¿Trajiste a Anthony ayer a la clínica para ligar con un médico? ¿Es algo nuevo?

—¿Qué quieres decir?

—¿Llevas mucho tiempo detrás del doctor Fortune?

—No digas tonterías, no estoy detrás de él. Apenas lo conozco, lo vi ayer por primera vez en el aparcamiento, ya te lo he dicho.

—Entonces ¿qué es lo que pasa?

No sabía cómo contestar esa pregunta. Le gustaba Jeremy Fortune y le atraía la idea de salir con él. Además, por alguna razón que no conseguía entender, ella también parecía gustarle a él.

—No pasa nada especial —repuso entonces—. Como te he dicho, apenas lo conozco.

—Es que nunca has salido con un médico, ¿no te parece que no estás a su altura?

Ella también lo creía, pero no pudo evitar sonreír. Le agradaba la idea de haber conseguido que ese hombre se fijara en ella y estaba deseando ir a cenar con él.

Creía que una parte de ella se sentía como si fuera una especie de Cenicienta. Ella no tenía un par de envidiosas hermanas que le recordaran que nunca podría llegar a convertirse en princesa, pero no las necesitaba. Para eso tenía a su hermano Max y sus propias dudas. Los comentarios de su hermano habían conseguido minar su confianza y temió haberse precipitado al aceptar la invitación del atractivo cirujano.

Pero decidió que no debía dejarse llevar por sus inseguridades, sino que debía disfrutar del momento.

Jeremy aparcó el coche frente a una casa de dos plantas en un tranquilo barrio residencial de Red Rock. El jardín no era como el que había visto en su sueño y la casa era mucho más vieja. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de lo irracional que estaba siendo. Después de todo, no había ningún motivo para que se pareciera a la casa del sueño. Tenía que seguir recordando una y otra vez que sólo había sido un sueño, nada más.

Cuando vio a Kirsten en el aparcamiento de la clínica acercándose a él, no pudo evitar recordar a la mujer del sueño, tenía cierto parecido, pero eso había sido sólo una coincidencia. Creía que le habría atraído aunque no le recordara a la mujer del sueño. El parecido no había hecho más que hacerlo más receptivo y distraerlo de los problemas que lo abrumaban permanentemente.

Salió del coche y fue hasta la puerta principal. Cuando llamó al timbre, Max no tardó en abrir la puerta. Vio que lo miraba con el ceño fruncido. Lo invitó a pasar, pero no sonrió.

—¿Qué tal? ¿Cómo va todo? —preguntó Jeremy.

—Bien —repuso Max mientras cerraba la puerta—. Mi hermana no tardará en salir. Siéntese.

Jeremy miró a su alrededor. Todo estaba muy ordenado. Los muebles eran simples y sencillos, como la decoración. Había un sofá beis con cojines de brillantes colores. La pantalla de la lámpara de pie, de hierro forjado, hacía juego con los cojines y el resto de los muebles eran de madera oscura.

Sobre la chimenea había un par de candelabros con velas rojas y fotos de familia.

Era un salón acogedor y cálido. Había algo en la decoración que le decía que Kirsten estaba orgullosa de su casa.

Max se sentó en un sillón sin dejar de mirar el televisor. Estaba viendo un partido de baloncesto. Vio que había una cuna de viaje al lado del sillón. Anthony estaba tumbado en ella boca arriba, mirando absorto un móvil de pequeños dinosaurios y moviendo agitadamente las piernas.

—¿Quién juega? —preguntó Jeremy para intentar mantener una conversación con ese hombre.

Max estaba tan concentrado en el partido que tardó en contestar.

—Oklahoma contra Texas.

Se quedó en silencio, pensando en algo más que pudiera decir.

—¿Y cómo van?

—Van ganando los texanos por cinco puntos.

Volvió a hacerse el silencio y Jeremy se dio por vencido. Estaba a punto de sentarse en el sofá cuando entró Kirsten en el salón. Llevaba un sencillo vestido negro y zapatos de tacón. Se había recogido el pelo en un moño que dejaba al descubierto los pequeños brillantes que adornaban sus orejas.

Apenas llevaba maquillaje, sólo un poco de color en los labios. Le había parecido muy atractiva con unos simples pantalones vaqueros y una camiseta. Pero la transformación era asombrosa y se quedó mirándola con la boca abierta.

—Estás guapísima —le dijo.

Kirsten sonrió y se ruborizó ligeramente.

—Gracias —le contestó ella.

Max tomó el mando a distancia y bajó el volumen del televisor. Después, se levantó y los miró a los dos mientras se cruzaba de brazos.

—¿Adónde vais? —les preguntó.

Hacía mucho que no tenía que sufrir ese tipo de interrogatorio. Pensó que la última vez habría sido cuando aún estaba en el instituto y había tenido que enfrentarse al padre de alguna chica de su clase. Le irritó tener que pasar por ello de nuevo, sobre todo cuando Max debía de ser diez años más joven que él. Pero decidió que era mejor pasar por el aro y contestar sus preguntas.

—Pensaba ir a cenar a Bernardo’s, el nuevo restaurante italiano que han abierto en la misma calle del Red. Si a Kirsten le parece bien, por supuesto —dijo Jeremy.

—Me parece una idea estupenda —contestó Kirsten con una sonrisa.

Tomó su bolso, que estaba en una mesa del vestíbulo, y fue hacia la puerta.

—Hasta luego, Max. Llámame si tienes cualquier problema con Anthony, ¿de acuerdo?

—Todo irá bien —repuso su hermano.

Eso esperaba Jeremy porque estaba deseando pasar algún tiempo con Kirsten sin la presencia de su protector hermano. No entendía qué problema tenía ese hombre con él.

Abrió la puerta y dejó que pasara ella. Poco después, estaban en su coche y de camino al restaurante.

—Antes que nada, quiero disculparme por la actitud de mi hermano —le dijo Kirsten entonces—. Su vida acaba de dar un giro de ciento ochenta grados y últimamente está un poco irascible.

—No tienes por qué disculparte.

—Lo sé, pero… —comenzó ella—. Bueno, supongo que todos tenemos nuestros propios problemas. Me temo que Max es mi cruz.

Le pareció extraño que le dijera algo así.

—¿Cuántos años tiene? ¿Veinticuatro, veinticinco…?

—Veintiséis años.

—Entonces, creo que es lo suficiente mayor para tomar las riendas de su vida y ser independiente.

—Me encantaría que fuera así de fácil —repuso Kirsten con gesto pensativo—. No tiene trabajo, así que no puedo echarlo de mi casa. Sobre todo ahora que tiene que ocuparse de Anthony.

—Es verdad, supongo que eso complica mucho las cosas —repuso Jeremy.

Él también se consideraba un hombre muy leal con su familia y entendía perfectamente que ella quisiera ayudar a su hermano durante esos momentos tan complicados.

—¿Qué tal la convivencia?

—Está siendo un poco dura —le confesó ella—. Pero no puedo hacer nada al respecto hasta que consiga un trabajo y encuentre un lugar donde vivir.

—¿Qué tipo de trabajo está buscando?

—A estas alturas, aceptaría cualquier cosa. Tiene tantas ganas de salir de mi casa como yo de que se vaya. Pero no terminó los estudios de secundaria y eso complica mucho sus opciones. Es difícil encontrar un buen trabajo sin un título, tiene que pagar el alquiler de un piso y una escuela infantil para Anthony.

—Es una pena.

—Lo sé —repuso ella suspirando—. Intenté convencerlo para que se sacara el graduado escolar e intentara acceder a la universidad para adultos, pero se negó a hacerlo.

—¿Por qué?

—Seguramente, porque se lo sugerí yo. Además, nunca ha sido un hombre ambicioso. Dejó los estudios cuando estaba en el instituto y, desde entonces, ha estado haciendo todo tipo de trabajos.

—Entonces, puede que no lo estés ayudando al permitir que se quede en tu casa hasta que encuentre un empleo.

—Bueno, lo contrataron hace dos años para trabajar en una tienda de piensos y estuvo trabajando allí hasta hace un par de semanas. Me dio la impresión de que era un trabajo que le gustaba, pero el propietario se jubiló y el nuevo dueño despidió a todos los empleados.

A Jeremy le gustó ver que al menos había sido capaz de mantener un empleo, pero no entendía por qué se negaba a seguir los consejos de su hermana de tratar de ampliar su formación.

—Si se niega a hacer lo que le sugieres, puede que sea mejor dar un paso atrás y dejar que tome sus propias decisiones, aunque no sean las adecuadas y termine por fracasar —le comentó él.

Sabía que no tenía derecho a decirle lo que pensaba. Después de todo, no era asunto suyo, pero no pudo evitar intervenir.

—Creo que tienes razón, ése es principalmente mi problema. Me cuesta mantenerme al margen y siempre dejo que me guíe el corazón y no la cabeza.

Una confesión así debería haberlo alertado. Él era todo lo contrario, un hombre racional que siempre se dejaba llevar por la lógica. Pero le enterneció que Kirsten fuera así. En cierto modo, le recordaba a su madre.

Molly Fortune lo había animado siempre para que se dejara llevar por su sueño y estudiara Medicina. Aunque en realidad, toda su familia lo había apoyado y nadie le había echado en cara que no quisiera trabajar para la empresa familiar, Forescasting Fortune. Su padre y sus hermanos también lo habían animado, pero recordaba por encima de todo la orgullosa sonrisa de su madre el día que le otorgaron el título de Licenciado en Medicina. Esa sonrisa había hecho que todos sus esfuerzos merecieran la pena.

Miró de reojo a Kirsten, pensando que quizá tuviera otras cualidades que le recordaran a su madre.

Molly había sido una mujer dinámica, cálida y cariñosa. Siempre había sido muy maternal con sus cinco hijos. Habían pasado ya cuatro años desde su muerte, pero seguían echándola de menos. Y creía que él era el que más estaba tardando en recuperarse.

Su trabajo lo había llevado a Sacramento, donde había empezado a ejercer como cirujano ortopédico para un importante grupo médico, y no había podido pasar mucho tiempo con ella durante los últimos años. Pero siempre había valorado mucho cuánto lo había apoyado. Aunque no siempre aceptaba sus consejos, siempre le gustaba oírlos.

Había aceptado su muerte, pero seguía sintiendo el gran vacío que había dejado en su vida.

Miró de nuevo a Kirsten. Se preguntó si una esposa y una familia propia conseguirían llenar de nuevo ese vacío. Esperaba que ése fuera el caso, aunque no fuera aquélla la mujer de su vida.

Llegaron poco después a Bernardo’s y aparcó frente al restaurante.

Apenas conocía a Kirsten. No podía saber si sería la mujer de su vida o no, pero estaba decidido a averiguarlo.

Kirsten estaba disfrutando mucho de la cena. El restaurante era muy romántico y la mesa estaba decorada con velas. Jeremy le contó cómo había ido su día en la clínica. Se dio cuenta de que le gustaba mucho su trabajo y le importaban de verdad sus pacientes. No dejó de sonreír ni un minuto mientras él le hablaba.

Pero no era la única que estaba disfrutando de la velada. Jeremy también parecía estar a gusto con ella y algo le decía que aquello podía ir muy bien para los dos.

—¿En qué trabajas tú? —le preguntó Jeremy entonces.

—Soy contable —repuso ella tomando el vaso de agua para beber.

—¿Y dónde trabajas?

Había esperado que no saliera el tema, pero ya había temido que tendría que contárselo tarde o temprano.

—Ahora mismo estoy sin empleo, pero sé que encontraré algo pronto —le confesó—. Tengo varias cartas de recomendación y un buen currículum. Confío en no estar demasiado tiempo en esta situación.

Jeremy sonrió y tomó otro bocado de su plato de pasta.

No quería que él la comparara con su hermano. Era cierto, ella tampoco tenía trabajo, pero creía que eran completamente distintos. Decidió cambiar de tema y volver a centrarse en la labor que Jeremy llevaba a cabo.

—Tienen mucha suerte en la clínica al contar con un cirujano tan dedicado como tú —le dijo—. Pero ¿no se te ha pasado nunca por la cabeza la idea de tener tu propia consulta?

—Bueno, la verdad es que la tengo. Está en Sacramento. Mi trabajo en la clínica de Red Rock es sólo temporal y voluntario.

Se le encogió el corazón al oírlo. No le hacía gracia que tuviera que irse de allí, le habría gustado tener la posibilidad de conocerlo mejor.

—Pero ¿por qué estás entonces en Red Rock? —le preguntó ella—. Y ¿cuánto tiempo vas a quedarte?

—Vine para asistir a la boda de mi padre, que debería haberse celebrado el mes pasado. Y me quedaré aquí el tiempo necesario…

Kirsten vio que bajaba la vista y se quedaba callado unos instantes. Parecía muy serio.

Después, volvió a mirarla a los ojos. No podía dejar de observarlo. Los mechones de pelo que el sol parecía haber aclarado refulgían a la luz de las velas. Antes de que abriera la boca, supo que lo que estaba a punto de decirle era muy doloroso. Lo intuyó.

—Mi padre desapareció el mismo día que iba a celebrarse su boda y nadie ha sabido de él desde entonces. Nadie lo ha visto, no hay ninguna pista… Es como si se hubiera desvanecido en el aire. No podía volver a Sacramento. Así que hablé con mis colegas de la clínica para poder quedarme aquí hasta que lo encuentren.

Estaba muy conmovida. No sabía qué decirle.

Se le rompió el corazón cuando le habló del accidente de coche que había tenido su padre y de las investigaciones de la policía. No tenían ni un rastro.

—No suelo fiarme de mis instintos ni creo en las corazonadas, pero no sé… Algo me dice que acabará apareciendo —le confió él.

Alargó la mano hacía él y cubrió la de Jeremy. Pudo sentir su fuerza y su calidez cuando tocó su piel. Entendía muy bien cómo se sentía. Su padre los había dejado cuando ella tenía catorce años. Había creído durante mucho tiempo que volvería a casa, que su padre nunca podría abandonar de esa manera a su familia.

Pero no había vuelto a verlo y había tenido que vivir desde entonces tratando de aceptarlo y superar el dolor y la desilusión que había sentido entonces.

Jeremy la miró a los ojos. Le dio la impresión de que, a pesar de lo que acababa de decirle, en realidad no tenía tantas esperanzas de encontrar a su padre con vida. Vio que necesitaba su comprensión y todo su apoyo. Era el tipo de reacción emocional que siempre había deseado provocar en su hermano, esa sensación de que se entendían sin palabras, que estaban pasando por lo mismo, que estaba de alguna manera conectando con una persona que le importaba. Sintió todas esas cosas en sus ojos y mucho más.

Había algo en su mirada que quizás fuera sólo fruto de su imaginación, del ambiente romántico de ese restaurante, de la suave música que tocaban unos músicos cerca de allí o de la luz de las velas. Le parecía que su conexión iba mucho más allá de una mera atracción física, aunque ésta fuera innegable.

Se dio cuenta de que Jeremy Fortune era un hombre al que tenía que tomar en serio. Con el tiempo, podría convertirse incluso en alguien a quien pudiera prometer amor eterno si llegaba a tener la oportunidad de conocerlo mejor. Pero sabía que no contaban con ese tiempo. Estaba en Red Rock sólo de forma temporal y no tardaría en regresar a California, donde tenía su clínica.

Lentamente, apartó la mano, pero acarició cada centímetro de su piel mientras lo hacía.

Sabía que no debía dejar que su imaginación volara y era mejor dejar el romanticismo de lado. Estaba siendo una velada increíble, perfecta, pero sabía que para él no era más que una distracción. No podía empezar nada con ella y sería absurdo por su parte hacerse ilusiones que no tenían ningún tipo de fundamento ni futuro.

Después de todo, no tardaría en volver a Sacramento.

Y ella se quedaría sola de nuevo.

Kirsten había apartado su mano unos minutos antes, pero Jeremy podía sentir aún su caricia en la piel. También había conseguido tocarle el corazón. Era una mujer muy comprensiva y atenta, había conseguido emocionarlo.

Pero, antes de que pudiera pensar más en ello, llegó el camarero que los había estado atendiendo durante la cena.

—¿Puedo retirar los platos? —les preguntó.

—Sí, ya he terminado —le dijo Kirsten—. Gracias.

Jeremy dejó que se llevara también el suyo.

—¿Les traigo la carta de postres? —sugirió el camarero.

Jeremy no quería tener que irse, estaba siendo una velada muy agradable y quería alargarla al máximo. Por eso, decidió aceptar la propuesta del joven.

—Por supuesto, me encantaría ver qué tienen —le dijo.

Acababa de alejarse de la mesa el camarero cuando notó que vibraba su teléfono móvil.

Desde que despareciera su padre, lo había mantenido siempre cerca y encendido. No podía prever cuando lo avisarían de que por fin lo habían encontrado y quería estar siempre localizable. Miró la pantalla y vio que era un teléfono de Sacramento. No tardó mucho en reconocer el número.

—Perdóname, Kirsten —se disculpó—. Se trata de un colega de la clínica, me temo que he de hablar con él.

—No te preocupes, lo entiendo perfectamente —le dijo Kirsten.

Contestó el teléfono y, tal y como se había imaginado, era Jack Danfield el que estaba al otro lado del hilo telefónico.

—¿Cómo va todo? ¿Sabes ya algo de tu padre? —le preguntó Jack en cuanto contestó.

—No, seguimos esperando —repuso él—. Me pillas cenando, ¿podría llamarte más tarde?

—Sí, pero deja que te comente rápidamente por qué te llamaba. Tengo un niño de doce años en Urgencias por un accidente de tráfico. Tiene varias fracturas en ambas piernas y se han dañado las arterias principales, sobre todo en una de las piernas. Me temo que tendremos que amputar, pero quería hablar antes contigo. Recuerdo que tuviste un caso similar el pasado verano y pudiste salvar el miembro del paciente.

Jeremy miró su reloj. Necesitaba conocer mejor el caso, la consulta podría durar bastante tiempo e iba a tener que estar totalmente concentrado en lo que iba a contarle su colega.

—Te llamo en diez minutos, Jack. ¿Qué te parece?

—De acuerdo.

Colgó y miró a su compañera de mesa. Le parecía más bella cada vez que la miraba.

—Lo siento muchísimo, Kirsten. Tengo que hacer una consulta con este colega. Se trata de salvar la pierna de un niño y debería concentrarme en ello. Me temo que vamos a tener que irnos ya.

Kirsten tomó el bolso que había colgado del respaldo de su silla y se preparó para irse del restaurante.

—No tienes que excusarte, Jeremy. Lo comprendo.

Le hizo un gesto al camarero para que se acercara a la mesa.

—Lo siento —le dijo al ver que tenía las cartas de postres en la mano—. No vamos a tomar nada más. ¿Podría traernos la cuenta, por favor?

—Sí, señor, enseguida se la traigo —repuso el camarero.

Cinco minutos más tarde, estaban los dos en su coche y de vuelta a casa de Kirsten.

—Siento mucho tener que terminar así la velada —le dijo él.

—No lo sientas, ya te he dicho que lo entiendo. Los pacientes son lo primero. Sólo espero que todo salga bien y ese pobre chico no pierda la pierna.

Lo mismo sentía él.

Paró el coche frente a la casa de Kirsten. Salieron y fueron andando hasta la puerta. Tenía que llamar a Jack cuanto antes, era muy importante que lo hiciera, pero no pudo evitar quedarse algún tiempo frente a esa puerta, tratando de decidir si iba a atreverse a besarla.

No sabía si le convenía tratar de tener algo con ella.

Había pasado una velada muy agradable con Kirsten, pero se había quedado con las ganas de conocerla mejor.

—Gracias por cena —le dijo Kirsten entonces—. El restaurante Bernardo’s fue una gran elección, me ha encantado.

—De nada, pero sigo debiéndote el postre.

—No, no me debes nada.

Kirsten lo miró a los ojos y sonrió.

—Además, todo estaba tan rico, que no habría podido terminarme el postre. Te lo aseguro —añadió ella.

Se quedaron unos segundos como estaban, mirándose a los ojos, esperando a que ocurriera algo. Se preguntó si, en otras circunstancias, Kirsten lo habría invitado a pasar a su casa.

Se dio cuenta de que no tenía sentido tratar de decidir si debía besarla o no. Sentía la urgencia de hacerlo y no pudo contenerse.

Colocó una mano en su mejilla. Era tan suave como había imaginado.

Vio que Kirsten levantaba hacia él la cara y entreabría los labios. No necesitó nada más.

E-Pack Los Fortune noviembre 2020

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