Читать книгу E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras - Страница 13
Capítulo 10
ОглавлениеEL camino de vuelta al Orgullo de Molly transcurrió en silencio y ya había anochecido cuando Drew se detuvo delante de la casa. Deanna bajó rápidamente. Tenía las piernas rígidas, no sólo por la pequeña excursión a pie, sino también por el lodo duro y seco que le cubría los pantalones.
—Voy a darme una ducha —le dijo.
—¿Eso es una advertencia? —le preguntó él.
Deanna no sabía con qué intención lo había dicho. ¿Era una advertencia, o una invitación? No lo sabía con certeza, sobre todo después de todo lo que había ocurrido esa tarde, después de lo que habían hablado. Después de aquel beso, ya no podía engañarse más. Ya no tenía ningún control sobre sus propios sentimientos cuando se trataba de Drew. Le miró fijamente. A la luz de la camioneta, su mirada era velada, pero intensa; enigmática y circunspecta. Era imposible saber si ese beso le había conmovido tanto como a ella, o si por el contrario temía que se hiciera más ilusiones de la cuenta. A lo mejor lo único que había significado para él era… un momento de consuelo… en una situación difícil.
—¿Necesitas que sea una advertencia? —le preguntó, asiendo la manivela de la puerta.
—Probablemente.
Deanna sintió que el corazón se le encogía. Aunque no supiera qué emociones se escondían detrás de aquellos ojos inescrutables, asintió con la cabeza.
—Entonces eso es lo que es —le dijo, antes de cerrar la puerta de la camioneta.
Drew puso en marcha el vehículo y ella retrocedió un poco. Él se dirigió hacia los edificios que estaban junto al granero.
—¿Tan mal estaba?
Sorprendida, Deanna dio media vuelta. Era Isabella, parada en la puerta de la casa. La luz proveniente del interior la envolvía como un halo celestial.
—Bastante —le dijo Deanna, consciente de que se refería al coche de William.
Se pasó las manos por los muslos, limpiándoselas en sus pantalones manchados de barro, y se dirigió hacia la puerta.
—El coche era un montón de chatarra, pero no había ni rastro de William. Drew incluso se pregunta si estaba en el coche en el momento en que se cayó por el barranco.
Isabella asintió.
—Ross ha llamado a J.R. Creo que todos se preguntan lo mismo.
—¿Y Lily? ¿Cómo está?
—Tiene una voluntad de hierro, y no se da por vencida. Está bien, supongo. Me dice que Ryan está velando por William —Isabella respiró hondo—. Sea bueno o no, todavía se sentía lo bastante fuerte como para quererse ir a casa después de que habláramos con Ross. Jeremy se fue con ella. Se va a quedar con ella un tiempo para asegurarse de que no vuelve a ocurrirle lo que le pasó aquí el otro día. Ha pedido unos días para quedarse en Red Rock hasta que todo se calme un poco.
—Me alegro.
—Sí —Isabella miró a Deanna de arriba abajo—. Viéndote, se ve que no fue un paseo por el parque precisamente.
—Desde luego que no. Me voy directa a la ducha. Te voy a ensuciar toda la casa.
Isabella le quitó importancia a sus palabras con un gesto y retrocedió, invitándola a entrar.
—Te dejo la ropa que quieras. No hay problema. Tú eres más alta que yo, pero creo que tendré algo que te valga.
—No quiero ser una molestia, Isabella.
—Oh, qué tontería —Isabella se agarró de su brazo y echó a andar por el pasillo—. Debería habértelo dicho antes. Creerás que soy una anfitriona terrible.
—Creo que ya tenías bastantes cosas en la cabeza —le aseguró Deanna—. Y ninguno de los dos esperaba tener que quedarse tanto tiempo —se miró la ropa que llevaba. Había llevado muy poca ropa, pensando que estarían sólo unos días—. Si no te importa, déjame unos pantalones mientras lavo éstos. Bueno, en realidad no sé si conseguiré dejarlos limpios de nuevo.
Isabella sonrió.
—Ya verás que sí. J.R. ha venido peor que tú en más de una ocasión —le aseguró.
Habían llegado a la puerta de la habitación que compartía con Drew.
—Te traeré unas cuantas cosas. Si hay algo que necesites, pídemelo. Por favor.
—Gracias —le dijo Deanna, sonrojándose—. Bueno, ¿qué te dijo el médico?
—Oh, todo está bien —le dijo Isabella, con una sonrisa.
De repente, sin saber por qué, Deanna recordó la expresión de Molly Fortune en aquella fotografía vieja que Drew había encontrado en el coche. Era la misma que Isabella tenía en ese momento. Dejándose llevar por un arrebato de espontaneidad, le dio un sentido abrazo que sofocaba por completo la punzada de envidia que sentía.
—Enhorabuena. Me alegro mucho por vosotros.
—Gracias a ti —le dijo Isabella, devolviéndole el abrazo—. Por escucharme ese día. Me resulta muy fácil hablar contigo. Sabes escuchar muy bien a la gente —se apartó y sonrió de nuevo—. Iré a buscar la ropa mientras te duchas. J.R. quiere celebrarlo de alguna manera, aunque no sea un buen momento.
—Siempre es buen momento para celebrar la llegada de un bebé.
—Hablas como J.R. —entró en su habitación y Deanna hizo lo propio.
Nada más cerrar la puerta se dirigió hacia el cuarto de baño. Abrió el grifo de la ducha y empezó a quitarse la ropa. Los pantalones estaban tan rígidos que casi se mantenían erguidos por sí solos.
Estaba a punto de meterse en la ducha cuando oyó un ruido en la habitación.
—Soy yo —exclamó Isabella—. Te he dejado algunas cosas en la cama.
La puerta volvió a cerrarse y Deanna soltó el aliento. ¿Qué esperaba? ¿Que Drew hubiera cambiado de opinión? Suspiró y se metió en la ducha. Era fácil quitarse la suciedad del cuerpo, pero no lo era tanto dejar de pensar en Drew Fortune. No era tan fácil dejar de pensar que estaba loca y perdidamente enamorada de su jefe.
Drew se sentó en el borde de la cama y se dedicó a escuchar el sonido de la ducha. No tenía que esforzarse mucho para imaginarse a Deanna debajo de aquel chorro de agua caliente, deslizándose sobre sus brazos, sus piernas, mojándole el pelo, la piel… Se mesó los cabellos y apretó las palmas de las manos contra los ojos cerrados. Las imágenes no se borraron… Y no se percató de que el agua había dejado de correr hasta que vio que estaba arrugando con el puño la ropa que estaba a su lado sobre la cama. Trató de alisarla, pero fue inútil. Desde su llegada había hecho todo lo posible por pasar el menor tiempo posible con ella en la habitación. Se había recorrido todos los rincones del Orgullo de Molly. Había pasado noches en vela sentado en la barra del Red, hasta la hora de cerrar. Había visto amanecer en el porche de atrás tras una agotadora vigilia… ¿Pero podría levantarse de la cama en ese momento, sabiendo el riesgo que corría? Los nervios se le pusieron de punta al oír el crujido de la puerta del baño. Se miró las botas, cubiertas de lodo. No quería mirar hacia el espejo que tenía delante, porque sabía que en ese momento proyectaría la imagen de ella saliendo de la ducha.
—No estás sola —le dijo bruscamente.
—Ya lo veo —le dijo ella.
Oyó sus suaves pasos sobre el suelo y, por la periferia del campo visual, supo que se había detenido junto al armario. Podía verle los pies con el rabillo del ojo. Los pies… y las pantorrillas. Levantó la vista hacia el espejo y vio que tenía una toalla alrededor del cuerpo.
Un frío sudor le recorrió la frente y empezó a descender por su espalda.
—¿Has terminado aquí? —le preguntó en un tono un poco hosco.
—Sí —dijo ella.
Quitó una de las prendas del montón que estaba a su lado y la sacudió un poco. Era un vestido amarillo que le recordaba mucho a Isabella; nada que ver con el estilo sobrio de la Deanna ejecutiva.
Y no podía negar que estaba deseando vérselo puesto.
—Bien —se levantó de la cama y pasó por delante de ella, rumbo al cuarto de baño.
Estaba lleno de vapor, pero eso tenía fácil solución, porque lo único que necesitaba en ese momento era una ducha fría. Mucha agua fría… Cerró la puerta del cuarto de baño y contuvo el aliento. Su delicado aroma estaba en todas partes. La ropa que se había quitado estaba en un rincón. Los vaqueros estaban tan sucios como los suyos propios y las pequeñas braguitas que estaban encima parecían incluso más blancas de lo que eran en realidad. De repente, su móvil empezó a vibrar, dándole un susto de muerte. Mascullando un juramento, apartó la vista de la sensual ropa interior de Deanna. Había olvidado que llevaba el teléfono móvil en el bolsillo. Lo sacó rápidamente y miró la pantalla.
Stephanie Hughes. Hizo una mueca y puso el aparato en modo silencio. Aunque las cosas no hubieran terminado entre ellos, el «torbellino» Deanna hubiera arrastrado a su paso cualquier rastro del mínimo interés que en algún momento había sentido por ella. Volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo, abrió la puerta del cuarto de baño y se asomó un momento. Deanna ya se había puesto el vestido amarillo y estaba delante del espejo, peinándose el pelo húmedo.
Ella lo miraba con ojos de sorpresa a través del espejo.
—¿Qué? —le preguntó.
Él apenas pudo desentrañar sus pensamientos.
—¿Recuerdas este sitio que te mencioné? ¿Red? ¿El restaurante? —no esperó a que ella asintiera—. Vamos a cenar allí —le dijo abruptamente.
Ella bajó el peine, todavía mirándole por el espejo.
—¿Por qué?
—Porque después de lo de esta tarde, necesitamos darnos un pequeño respiro —le dijo, con sinceridad—. Y creo que te debo una, además. Ya sabes… Por ocuparte de todo en la oficina. Te has hecho cargo de todo y… te lo debo.
—Sólo he hecho mi trabajo —ella le miró directamente por encima del hombro. Tenía el ceño fruncido.
—Pero también has hecho el mío —le dijo él—. Has logrado que todo el mundo siguiera trabajando tanto en San Diego como en Los Ángeles.
—Porque todos saben muy bien cómo hacer su trabajo.
—A lo mejor —señaló él—. Pero sólo quiero que sepas que sé todo lo que has hecho.
—Pónmelo todo en mi próximo informe de rendimiento.
—Maldita sea, Deanna. Sólo estoy tratando de mostrar un poco de agradecimiento.
—Muy bien —dijo ella, levantando las cejas—. Entonces iremos a cenar.
—Bien —Drew cerró la puerta del baño y sacudió la cabeza. ¿Cómo se le había ocurrido pensar alguna vez que era la mujer menos complicada y más predecible del mundo?
De repente reparó una vez más en las braguitas blancas. Lo único impredecible era ese interés que sentía por ella y que no hacía más que crecer. Masculló otro juramento y abrió el grifo de la ducha.
Fría.
—Tienes razón.
Dos horas más tarde, Deanna se echó hacia atrás en su silla, dobló la servilleta y la puso junto a su plato.
—La comida es muy buena.
—Por ese motivo, Red es un sitio muy conocido, incluso fuera de Red Rock —le dijo Drew, sonriendo—. No hay comida mejor en muchos kilómetros a la redonda.
Para ser un simple gesto de agradecimiento, la velada había tenido todos los ingredientes de una noche romántica. Él se había mostrado especialmente encantador y no le había mencionado nada de su padre, ni tampoco de la empresa. Sin embargo, en el fondo, Deanna sabía que no podía dejarse llevar. La mayor atracción para el resto de comensales estaba en el restaurante mismo, que había sido montado en una vieja hacienda restaurada, de las más antiguas de todo el estado. Incluso entre semana, el salón principal estaba lleno de gente. Marcos Mendoza, el apuesto hermanastro de Isabella, que regentaba el local, iba de un lado a otro, conversando con los habituales del lugar y regalando sonrisas a las féminas.
—No podemos irnos sin probar el famoso flan de María —dijo Drew mientras se tomaba el último vaso de sangría.
—Ya no me cabe nada más —le dijo Deanna.
Ni siquiera había sido capaz de terminarse el segundo plato, por muy delicioso que estuviera.
—Por lo menos prueba un poquito. Lo sirven encima de una especie de pastel con salsa de chocolate —le dijo, esbozando una sonrisa tentadora—. Creerás que estás en el paraíso.
Teniendo en cuenta lo mucho que la velada se asemejaba a una cita, Deanna creía haber llegado allí ya.
—Muy bien —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza—. Sólo un poquito. Quiero caber en mi ropa cuando vuelva a California.
—No creo que tengas problema en ese sentido —a la luz de la vela que ardía en el centro de la mesa, la mirada de Drew parecía más cálida que nunca.
Si hubieran estado en San Diego en ese momento, hubiera tenido la gorra de béisbol puesta, con la visera del revés, escondiendo toda clase de pensamientos corrosivos.
Deanna cerró los puños por debajo de la mesa. Tenía que repetirse una y otra vez que aquello no era una cita.
—Yo, eh, disculpa un momento —le dijo y quiso levantarse de la silla.
Pero él se levantó antes y le apartó la silla con caballerosidad. Llevaba un suéter negro que se le ceñía a los hombros, marcándole toda la musculatura. Su pecho estaba tan cerca que bien podría haberse rozado la mejilla contra él. Deanna respiró hondo, intentando deshacer el nudo de deseo que tenía en el pecho.
—Gracias —le dijo, buscando el aroma de los deliciosos manjares que los rodeaban por doquier para no sentir aquella exquisita fragancia masculina que la estaba volviendo loca.
Él sonrió sutilmente y ella se apartó con brusquedad; tanto así que estuvo a punto de chocar con una guapa camarera que llevaba una pesada bandeja hacia la mesa contigua. Por suerte, Drew la agarró a tiempo y la echó a un lado. La camarera sonrió y siguió su camino como si nada.
—¿Estás bien? —le preguntó él. Su aliento le sopló el pelo en la sien.
—Bien —dijo Deanna, casi sin aliento y echó a andar. Él la soltó de inmediato.
Unos segundos más tarde ya había llegado al aseo de señoras. Metió sus muñecas calientes debajo del grifo de agua fría y se miró en el espejo. Parecía tener los ojos demasiado grandes para la cara y el escote de aquel femenino vestido se le hacía más generoso que nunca.
—Esto no es una cita —murmuró.
—¿Disculpa?
Una señora cargada de joyas se detuvo frente al lavabo y sonrió.
—¿Te encuentras bien, cariño? Pareces un poco temblorosa.
—Sí, gracias —dijo Deanna, asintiendo.
—Supongo que hay un hombre muy guapo esperándote ahí fuera, ¿no? —le preguntó, sonriendo de oreja a oreja—. Eso siempre nos pone un poco nerviosas.
Deanna logró esbozar una sonrisa de vergüenza. Si una extraña era capaz de notárselo, entonces Drew también.
—Pero siempre recuerdo lo que mi madre me decía —la señora tomó una servilleta de papel del montón que estaba entre los dos lavabos—. No importa lo mucho que un hombre te traiga de cabeza, cariño. Si merece la pena, entonces hará todo lo posible por demostrarte que él siente lo mismo por ti antes de llevarte a… Ya sabes…
Deanna no puedo evitar echarse a reír.
—De acuerdo. Le agradezco el consejo.
—Bueno, entonces… Cuando quiera llevarte… a ese lugar… Vuélvelo loco —la señora le guiñó un ojo y salió por la puerta.
Deanna soltó una pequeña risita y cerró el grifo. Se secó las manos, se alisó la falda del vestido… No podía imaginarse volviendo loco de amor a Drew Fortune, pero la idea era de lo más tentadora.
—Esto no es una cita —se repitió una vez más.
Sintiéndose un poco más segura de sí misma, volvió al salón rápidamente. Para su sorpresa, había una mujer parada junto a Drew. Tenía una mano sobre su hombro y ambos se reían. Los dos se dieron cuenta de su presencia al mismo tiempo. La mujer, de unos setenta años, era un poco más baja que ella y también tenía más curvas, sobre todo con aquellos pantalones negros y la blusa roja que llevaba puesta.
—Bueno, aquí está la chica que le ha robado el corazón a nuestro Andrew —dijo, dando un paso adelante y agarrando la mano de Deanna. Sin vacilar ni un momento, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla—. Y no me extraña nada, con lo guapa que eres.
Deanna no tuvo más remedio que sonreír ante aquel efusivo recibimiento.
—Deanna, ésta es María Mendoza —dijo Drew—. Ella y su marido, José, montaron este restaurante.
—Sí, sí —María agarró a Deanna por la cintura y le dio un apretón—. Hemos visto muchas historias de amor aquí en el Red —dijo con un destello en la mirada—. Me alegra mucho ver que nuestro Drew viene tan bien acompañado esta noche, no como todos estos días, cuando estaba tan solo en la barra.
Deanna le lanzó una mirada atónita a Drew. Éste agarró de la mano a María y tiró de ella. Le plantó un beso en la mejilla.
—Con tu compañía tuve más que suficiente —le dijo, sonriente.
—Bah. Ni siquiera un demonio como tú puede poner celoso a mi José —le dio una palmadita en las manos y se volvió hacia Deanna—. Andrew me ha contado lo mucho que trabajas, cariño, mientras él busca a su padre —miró a Drew de reojo—. No la pierdas.
La sonrisa de Drew siguió donde estaba, pero su mirada se llenó de sombras que quizá sólo Deanna podía ver.
—Bueno, pero ya basta de hablar de cosas tristes —María entrelazó las manos—. ¿Cuándo es la boda?
Deanna volvió a mirar a Drew.
—Nosotros…
—Todavía no hemos podido fijar una fecha —le dijo él tranquilamente.
—Pero, ¿queréis una boda por todo lo alto, o algo más pequeño e íntimo? —María sonrió con picardía, demasiada para una mujer que debía de tener más de setenta años—. Nunca me canso de las bodas.
—A Deanna no le gusta ser el centro de atención —dijo Drew en un tono serio.
—Ah —María asintió con sabiduría—. Entonces será algo íntimo. Bueno, incluso podríais fugaros —dijo, suspirando de felicidad—. Pero, bueno, sentaos, por favor. Andrew quiere que te traiga mi flan para que lo pruebes, cariño. Así os lo tomáis a la luz de las velas, con todo el romanticismo del mundo, y ¡os volvéis a enamorar! —exclamó con entusiasmo.
Le pellizcó las mejillas a Drew y después a Deanna, y entonces se marchó.
—Vaya —exclamó Deanna, viéndola alejarse a toda prisa.
—Ésa es una buena palabra para describir a María —Drew volvió a sentarse—. Podrías haberle dicho que realmente no estamos comprometidos. Más tarde o más temprano habrá que decirlo, porque mi padre no va a regresar.
Deanna se quedó de piedra. De pronto, toda la alegría de la velada se había esfumado de un plumazo.
—Eso no lo sabes, Drew. No puedes rendirte. Todavía no.
—¿No puedo? —le dijo él, mirándola fijamente—. ¿Y si todo esto está alimentando falsas esperanzas?
Deanna tragó en seco. Sabía muy bien que se refería a su padre, pero, aun así, no podía evitar pensar en lo otro. Trató de aclararse la garganta, pero no tuvo mucho éxito.
—Si es así cómo te sientes, entonces… podrías habérselo dicho tú mismo a María —se detuvo bruscamente y agitó la mano. El anillo de diamantes emitió una miríada de destellos—. Sobre todo porque parece que has pasado mucho tiempo aquí solo.
—Tenía que ir a algún sitio —le dijo él, apretando los labios.
—¿Por qué? —le preguntó ella, bajando la voz y acercándose a él por encima de la mesa—. ¿Para alejarte de mí?
—Sí.
Aunque fuera ésa la respuesta que había esperado oír, no pudo evitar sentir una amarga punzada. No obstante, por lo menos ya tenía la respuesta. Parpadeó con fuerza y apartó la vista de él. Definitivamente aquello no era una cita.
—Aquí tenéis —en ese momento volvió María con un plato blanco en las manos. En él había un postre delicioso muy bien presentado. Con una sonrisa en los labios, le entregó una reluciente cuchara a Deanna, y después le dio otra a Drew—. Que lo disfrutéis —con una sonrisa pícara se alejó de la mesa.
Deanna no se creía capaz de probar otro bocado. Estaba tan llena que tenía miedo de empezar a sentir náuseas. Sin embargo, María los observaba desde un rincón y no quería defraudarla, así que hundió la cuchara en aquel delicioso flan y se llevó un bocado a la boca. La exuberante mezcla de sabores la hizo sonreír de inmediato.
—Exquisito —dijo, mirando hacia María.
María levantó las cejas y asintió con la cabeza.
Deanna volvió a mirar a Drew. Tomó otra cucharada y se la ofreció.
—Abre —le dijo en un tono seco.
Él se acercó un poco y tomó la ración que Deanna le daba de la cuchara. A ella le temblaba la mano, así que retrocedió rápidamente, soltando la cuchara sobre el mantel.
—Bueno, ya está. Ya lo he probado. Está delicioso. ¿Podemos irnos?
—No me voy porque no quiera estar cerca de ti —le dijo él en un tono bajo, hundiendo su propia cuchara en el postre—. Me voy porque sí quiero estar cerca de ti.
—¿Qué? —le preguntó Deanna, sintiendo un revoloteo de mariposas en el estómago.
—Abre —le dijo él, levantando su cuchara y ofreciéndole un bocado.
Sin pensarlo mucho, Deanna abrió los labios y se inclinó hacia delante, tomando la ración. Él retiró el cubierto lentamente, deslizándolo entre sus labios.
—Sabe a flores, ¿verdad?
—¿Flores? —Deanna se estremeció.
—A ese ingrediente secreto que María no quiere revelarnos —se comió un bocado enorme y sus ojos brillaron de puro placer.
Deanna tragó en seco y se aferró a los reposabrazos de la silla.
—No es que sepa a qué saben las flores —dijo él, prosiguiendo—. Pero siempre me sabe a flores cada vez que lo como —dijo, ofreciéndole otra cucharada a Deanna.
—Flores —murmuró ella en un tono pensativo.
—Un jardín completo, ya puestos —añadió él. Su hoyuelo bailaba justo en la comisura de sus labios.
Ella soltó el aliento y se inclinó hacia él para recibir el próximo bocado.