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Capítulo 12
ОглавлениеBUENOS días —J.R. levantó la vista cuando Drew entró en la cocina a la mañana siguiente—. Qué pronto te has levantado.
Drew soltó algo parecido a un gruñido y se dirigió directamente hacia la cafetera. No tenía intención de contarle a su hermano por qué se había levantado mucho más temprano de lo que habían acordado. De hecho, ni siquiera estaba listo para reconocerlo. Había hecho el amor con su secretaria en un granero. Qué gran estupidez. ¿Cómo había perdido el control de esa manera? Como si aquello no fuera a cambiarlo todo…
A lo mejor nada había cambiado para ella, pero las cosas eran distintas para él. Nada más entrar en ella había perdido el juicio de una manera que jamás había conocido hasta ese instante… Nada más hacerla suya se había dado cuenta de que se había metido en un buen lío.
Sacó una taza y se sirvió un café.
—Será mejor salir pronto, ¿no? Uno no sale al campo a buscar el cuerpo de su padre todos los días.
—Maldita sea, Drew —J.R. hizo una mueca—. Espero que no sea su cuerpo lo que encontremos.
—Bueno, yo no puedo evitar sentir que es eso lo que vamos a buscar —le dio un buen trago al café, aunque le abrasara la garganta—. Darr se reunirá con nosotros en casa de Nick. Él llevará todo el equipo que necesitamos.
Parecía que J.R. quería decir algo, pero finalmente se limitó a asentir con la cabeza.
—Entonces recogeremos a Jeremy en el Double Crown antes de salir de la ciudad —echó el resto del café en un termo y agarró la enorme mochila que descansaba sobre una silla—. Isabella nos preparó algo de comida anoche, pero puedes desayunar algo antes de irnos —señaló las lonchas de jamón que estaban sobre la encimera.
Lo último que Drew quería en ese momento era comer. Pero sabía que tenían un largo y arduo camino por delante, así que se preparó un sándwich y lo envolvió en una servilleta mientras J.R. guardaba todo en la nevera.
—Bueno, será mejor que nos pongamos en camino. Darr siempre se levanta pronto. Seguro que ya está en casa de Nick.
J.R. asintió con la cabeza y salió de la cocina.
Drew fue tras él. La camioneta de J.R. estaba aparcada cerca de la puerta de atrás. Ambos se dirigieron hacia ella.
—¿Adónde fuisteis Deanna y tú anoche?
Drew casi se atragantó con el sándwich.
—Sólo fuimos a dar un paseo —masculló y bebió otro sorbo de café.
J.R. le miró de reojo y subió al vehículo. Drew hizo caso omiso de aquella mirada y siguió comiéndose el sándwich. Un momento después, J.R. arrancó el coche.
—Ella es lo mejor que te ha podido pasar, Drew.
Drew se atragantó y empezó a toser. J.R. tuvo que darle una fuerte palmada en la espalda.
—Estoy bien —murmuró, levantando una mano.
—Bueno, yo te veo muy ansioso —señaló J.R.—. ¿Qué demonios te pasa, Drew? ¿Habéis discutido Deanna y tú o algo así?
—No —aclaró Drew con cara de pocos amigos.
—Siempre has sido el más testarudo de todos nosotros —le dijo J.R., sacudiendo la cabeza.
—No. Ése debe de ser Darr o Jeremy. Si no fuera así, también habrían entrado en el negocio familiar con papá.
—Sí —dijo J.R., soltando una carcajada—. A lo mejor es así —metió la primera marcha, encendió las luces y dio marcha atrás hacia el camino.
Drew prefería salir a buscar a su padre, sin saber qué se iba a encontrar, antes que quedarse con Deanna. La había dejado muy confundida, pero él también lo estaba. Después de compartir la experiencia sexual más increíble de toda su vida, habían regresado al dormitorio. Ella lo había mirado con aquellos ojos verdes y tímidos, en la penumbra de la habitación… Parecía que esperaba algo, pero él no podía dárselo. De pronto, un profundo pánico se había apoderado de él. Tenía miedo de meterse en la cama con ella; tenía miedo de tocarla. Y así se había inventado una excusa estúpida para salir huyendo de la habitación.
Le había hecho daño. Lo sabía muy bien. Había herido a la última persona a la que hubiera querido hacer daño… Deanna. Se dio cuenta de que J.R. había parado el vehículo de nuevo. Estaban delante del granero.
El granero…
—Tengo que buscar cuerdas —dijo J.R. y bajó del coche.
Drew apartó la vista. No quería mirar hacia allí. El recuerdo de lo que allí había ocurrido estaba grabado con fuego en su memoria.
Se había ido. De nuevo. Deanna se puso boca arriba y miró hacia la almohada que tenía al lado. Todavía conservaba la marca de la cabeza de Drew… Se frotó los ojos con el brazo. El escozor de las lágrimas ya había aparecido. ¿Qué esperaba? ¿Que él se diera cuenta de repente de que la amaba? Lágrimas calientes brotaron de sus ojos cerrados.
Sin saber muy bien lo que hacía, se levantó de la cama y fue hacia el cuarto de baño. Se miró en el espejo. La persona que se reflejaba en el cristal parecía… rota. Igual que su madre. Suspiró suavemente y apartó la vista. Su madre se encontraba bien, sana y salva, pero Drew y sus hermanos no podían decir lo mismo de su padre… Volvió al dormitorio, pescó el móvil del fondo del bolso y lo encendió. Marcó el número de su madre.
—Deedee, ¿qué sucede? —la voz de Gigi sonaba adormilada, pero alarmada.
—Nada.
—Me estás llamando a las cuatro de la mañana, ¿y no pasa nada?
Deanna oyó ruidos al otro lado de la línea. Se dejó caer sobre el borde de la cama y se miró en el alto espejo que descansaba en el suelo.
—Mamá, ¿alguna vez tuviste un álbum para mí, en el que guardaras todas mis fotos de niña?
—Claro que sí. Está en el ático, en el baúl, junto con tu vestido del bautizo y el traje de novia de mi madre. Tu padre nunca me dejó ponérmelo —su madre parecía cada vez más preocupada—. Deanna, ¿qué sucede? Nunca me has llamado así.
La joven se pellizcó la nariz y apartó la vista del espejo.
—No pasa nada. Sólo quería saberlo. Eso es todo.
Oyó suspirar a su madre y entonces oyó un murmullo de una voz grave. Era la voz de un hombre.
—Gigi, ¿hay alguien ahí contigo?
—Un momento.
Deanna oyó más ruidos de fondo.
—Muy bien. Ahora estoy en la cocina —su voz ya no sonaba tan sigilosa—. Te has metido en un lío con ese jefe tuyo, ¿verdad? ¿Es por eso que me llamas en mitad de la madrugada? Si quieres que te diga cómo arreglar las cosas, pídemelo sin más.
¿Acaso era decepción lo que sentía? ¿O era desilusión? A lo mejor no era ninguna de esas cosas, sino la sensación de conformidad que acompañaba a la certeza de que Gigi siempre sería… Gigi. Para lo bueno y para lo malo.
—No. No necesito arreglar nada —le dijo tranquilamente—. Sólo quería oír tu voz. Siento haberte llamado tan pronto.
Gigi suspiró.
—Bueno, está bien. No sé qué va a pensar Frank, sobre todo teniendo en cuenta la hora que es. No es que sea una emergencia ni nada parecido, ¿no?
—No. No es una emergencia —Deanna apoyó los codos en las rodillas—. Frank debe de ser la persona que he oído antes, ¿no?
—Es estupendo, Deedee —dijo su madre. Su tono de voz se había vuelto aniñado de repente—. Ya ves. He conseguido otro trabajo. Traté de decírtelo la semana pasada, pero no me has contestado ni un mensaje.
—Un trabajo —Deanna sonrió—. Eso es genial. ¿Dónde?
—En un bufete de abogados. Horne, Rollings and Howard. Está en Escondido.
Escondido era una ciudad que estaba al norte de San Diego.
Deanna trató de no hacer una mueca de dolor. Gigi era una secretaria especializada en despachos de abogados, y siempre volvía a las andadas.
—Supongo que allí conociste a Frank.
—Oh, claro que no. Todos los empleados del bufete son mujeres. No. Conocí a Frank en el psicólogo. ¿No escuchas ninguno de mis mensajes?
—¿Has ido al psicólogo?
—Bueno, le dije a tu jefe que lo haría cuando me llamó porque no querías hablar conmigo.
—¿Qué? —la voz de Deanna sonó repentinamente brusca—. ¿Drew te llamó? ¿Cuándo?
—Fue la semana pasada. Cuando me dejaste ese mensaje tan malhumorado. Ya he ido dos veces.
Deanna tragó con dificultad. La mano le temblaba, así que apretó el teléfono con más fuerza.
—Me alegro mucho, mamá. ¿Entonces conociste a Frank en el psicólogo?
—Oh, es maravilloso, Deedee. Sé que te gustará. Es muy sensato. Igual que tú. Tiene su propio negocio. Es un experto en plantas. ¿Te lo puedes creer? Se ocupa de mantener las plantas en cientos de oficinas de San Diego. Es tan atento —Gigi se rió con entusiasmo—. Cuida de mí, Deedee. Y me ha ayudado a devolver los últimos cuatro pedidos que recibí. ¿No es un cielo?
—Sí. Eso suena muy bien.
—Muy bien. Bueno, como veo que no pasa nada, voy a volver a la cama. Frank se tiene que levantar muy temprano —volvió a reírse—. Tiene mucha energía. ¿Me entiendes?
—De acuerdo, mamá —le dijo Deanna. No sabía si echarse a reír.
—Deedee, ya sabes que esa palabra me hace sentir muy vieja.
—Lo siento —Deanna suspiró—. Te llamo dentro de una semana más o menos, ¿de acuerdo?
—Cuando quieras. Por lo menos ahora ya sabes lo que tenía que decirte. Y espero que estés aprovechando el tiempo con tu jefe. Las chicas como tú no pueden permitirse el lujo de no cazar un buen partido. Recuérdalo.
—Lo tendré en cuenta —Deanna hizo una mueca.
Su madre colgó enseguida, pero Deanna se quitó el móvil de la oreja lentamente. La batería se estaba agotando, así que volvió a apagarlo. Se dio una ducha rápida, se puso el chándal y salió a correr por el rancho. Moviéndose de forma automática, hizo algunos estiramientos y empezó a correr suavemente. Al aproximarse al granero, apretó el paso y siguió de largo. Las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. Corrió hasta que ya no pudo más y finalmente regresó andando. Habían pasado más de dos horas. Pero por lo menos ya no estaba llorando. Se había enamorado de un hombre que no quería ser amado, y era hora de irse a casa.
La puerta del dormitorio estaba entreabierta cuando Drew llegó al Orgullo de Molly con J.R. Ya casi había anochecido. La empujó sin muchas ganas y entró.
La maleta de Deanna estaba encima de la cama.
Drew se paró en seco. Ella estaba sacando del armario aquel vestido rosa que había llevado el día de la boda. Esquivando su mirada, se dirigió hacia la maleta.
—No sabía que habías vuelto.
—¿Vas a alguna parte? —le preguntó él, cerrando la puerta tras de sí.
—Bueno, creo que es evidente que ya es hora —le dijo ella sin mirarle a la cara. Quitó el vestido de la percha y lo metió en la maleta—. ¿Cómo fue la búsqueda?
No habían encontrado nada significativo. Nada más que rocas, árboles…
—No encontramos su cuerpo.
Ella espiró profundamente y le miró a la cara por fin. Parecía tan devastada como él. Tenía los ojos y la nariz rojos.
—¿Es eso lo que esperabas encontrar?
—Has estado llorando.
Ella bajó la vista y le dio la espalda. Continuó organizando la maleta.
—No.
—Mientes muy mal.
—Y, sin embargo, tú me escogiste para mentir sobre… —gesticuló con el brazo—. Nosotros — cerró la maleta—. Creo que ha sido un error que hemos cometido los dos —bajó los dos pestillos, que se cerraron con un pequeño estruendo.
—¿Por qué ahora?
—Tengo una vida fuera de aquí.
—¿Qué ibas a hacer? ¿Ibas a irte antes de que yo llegara?
—Yo no habría hecho eso —le dijo ella, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, a mí me parece que sí ibas a hacerlo —Drew avanzó hacia el interior de la habitación.
Ella retrocedió, tratando de mantener las distancias.
—No voy a hacerte nada, por favor.
—Jamás he pensado algo así —dijo ella, sonrojándose. Fue hacia el armario y sacó sus zapatillas de tennis. Se sentó el borde de la cama y empezó a ponérselas.
Él arrastró una silla desde un rincón y se sentó frente a ella.
—No debería haberme comportado como lo hice —le dijo, inclinándose hacia ella.
—No sé qué quieres decir —le dijo ella, atándose los cordones.
Él guardó silencio y se limitó a mirarla fijamente.
—Muy bien. No deberías haberlo hecho. Y yo debería haber sido lo bastante lista como para no haber esperado otra cosa —apretó los labios y apartó la vista—. Así que los dos tenemos algo de culpa.
Drew sintió una punzada de dolor. Le había dado motivos para pensar así de él.
—Aunque las cosas hayan salido de esta manera, el trato sigue en pie.
—Sabía que te cansarías rápido de mí, pero no tanto —le dijo ella. Se había puesto pálida de repente.
—¡Cansarme de ti! Por Dios, Deanna, ¿de dónde has sacado esa idea?
—Es obvio que estás deseando librarte de mí —le dijo ella, cruzando los brazos.
—Eres tú la que está haciendo las maletas, ¿recuerdas? —le dio un empujón tan fuerte a la maleta que ésta se cayó al suelo, haciendo un ruido sordo.
Los pestillos se abrieron y la ropa se desbordó.
—¡Mira lo que has hecho!
—No me he cansado de ti —le dijo él llanamente—. Si quieres irte, no puedo hacer que te quedes. Mi padre no va a volver. No hay ninguna evidencia de que haya sido intencionado. No hay signos de nada. Se ha esfumado sin más —tuvo que hacer una pausa para aclararse la garganta—. O bien decidió marcharse para no volver o está muerto.
—Drew, no pienses así.
—Una cosa es tener esperanza, y otra muy distinta es aferrarse a una fantasía.
—Y las fantasías nunca son para siempre, ¿verdad? —pasó por delante de él y se agachó frente a la maleta, abriéndola del todo.
La camiseta que solía usar para dormir se cayó al suelo, junto con unas braguitas de encaje. Las recogió y las tiró dentro con brusquedad.
—Sólo han pasado algunas semanas. Si tu padre está herido en alguna parte…
—Ya nos hubiéramos enterado —Drew odió tener que decir esas palabras, porque aún había una parte de él que quería creer otra cosa—. Y como mi padre no está aquí ya, no tienes por qué seguir con esta farsa. Pero te pagaré lo que habíamos acordado —le dijo con dureza—. El banco abre el lunes. Te haré un ingreso en tu cuenta tan pronto como pueda.
—Te agradezco que hayas hablado con mi madre y que la hayas convencido para que fuera al psicólogo, pero podías habérmelo dicho, en vez de hablar con ella a mis espaldas —le espetó Deanna. Agarró el vestido rosa y lo hizo una bola—. Pero no quiero tu dinero —le dijo en un tono gélido y metió el vestido en la maleta—. Nunca lo he querido —le dijo, dándole la espalda.
Drew se tomó aquello como un desafío. La hizo girar sobre las rodillas y le agarró la mano. Con el dedo pulgar, empujó el anillo de diamantes que todavía llevaba en el dedo.
—No he hecho nada a tus espaldas. Y el dinero es el motivo por el que accediste a todo esto.
Ella apartó el brazo con brusquedad.
—Accedí porque tú me pediste ayuda.
—Y también porque necesitabas mi ayuda con las deudas de tu madre —le dijo él, insistiendo.
—No voy a discutir contigo —le dijo ella, fulminándolo con la mirada —agarró todo de un manotazo y lo metió en la maleta de cualquier manera—. Si quieres pensar que soy una interesada, adelante. En este momento tengo cosas más importantes que hacer —cerró los pestillos por segunda vez.
—¿Como qué?
—Como alejarme de ti —le dijo, poniéndose en pie—. Isabella ya se ha ofrecido a llevarme a San Antonio. Y no te preocupes. Le conté la verdad sobre nosotros esta mañana, así que no tendrás que hacerlo tú —pasó por su lado y se dirigió hacia la puerta.
Drew se dio cuenta de que estaba llorando. Rápidamente fue tras ella y le cortó el paso.
—Si no fue por el dinero, ¿entonces por qué lo hiciste?
—¡Porque estoy enamorada de ti! —le dijo, dándole un empujón en el pecho para quitárselo de en medio—. Y ahora que ya está todo claro, quítate de mi camino y yo me quitaré del tuyo.
Drew sintió un dolor profundo en el pecho que nada tenía que ver con el empujón.
—No quiero que te quites de mi camino —admitió, lentamente.
—Claro que sí quieres —le dijo ella con impaciencia—. Nadie sabe mejor que yo que la mejor manera de salir de tu vida es enamorarse de ti — trató de dar un rodeo y alcanzar la puerta—. Así que te lo voy a poner todo muy fácil y me iré a casa, que es donde tengo que estar.
—Maldita sea, Deanna —la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí—. ¿Puedes parar un momento y escucharme?
—No te preocupes. Seguro que no te costará mucho encontrar otra secretaria tan tonta como…
Drew masculló un juramento y la hizo callar de la única forma posible.
Con un beso.
Ella se quedó de piedra, pero él continuó besándola hasta vencer su resistencia. Poco a poco, sus labios empezaron a ablandarse y sus puños dejaron de golpearle en los hombros.
—Donde tienes que estar es aquí conmigo —le dijo tranquilamente.
—¿Qué? —la voz de Deanna todavía sonaba fría, pero sus ojos verdes contaban otra historia.
—Lo que has oído —afirmó él—. Y eso lo sé porque mi lugar también está a tu lado.
Ella entreabrió los labios y parpadeó rápidamente. Los ojos se le estaban aguando por momentos. Una lágrima aventurera colgó durante un segundo de sus pestañas antes de caer sobre su mejilla.
—No lo dices de verdad. Sólo estás muy afectado por lo de tu padre.
—Estoy muy afectado por lo de mi padre —le confirmó él—. Pero si te dejo salir por esa puerta, entonces no me lo perdonaré jamás, y sabré que le he decepcionado —le sujetó la cara con ambas manos—. Me he atormentado tanto intentando averiguar lo que significas para mí, que no fui capaz de verlo —atrapó la lágrima con la yema del pulgar—. Pero ya no tengo que averiguar nada más —respiró hondo—. Sólo quiero… sentir —añadió.
Ella se le quedó mirando con un gesto de perplejidad. Las lágrimas corrían sin parar por sus mejillas, pero todavía había incertidumbre en su mirada. La incertidumbre que él había suscitado… De repente tuvo miedo, mucho miedo de perderla para siempre…
—Me dijiste que me amabas —le recordó, sintiendo el picor de las lágrimas en los ojos.
Ella apartó la mirada, avergonzada.
—Sí —le dijo, obligándose a mirarle de nuevo—. Pero a veces me haces perder la paciencia —susurró.
Drew sintió que las rodillas le temblaban. Tenía que hacer todo lo posible por impedir que se fuera. No podía dejar marchar a la mujer que era su apoyo, su mano derecha, su alegría… Ella era todo lo que su padre hubiera querido para él.
Le dio un beso en la frente, en los ojos, en los labios…
—Dime que nunca me dejarás.
Deanna respiró profundamente y buscó su mirada. Era él, Drew, sin reservas ni juegos… Drew, el hombre encantador que siempre había sido. Lentamente deslizó la palma de la mano a lo largo de su mandíbula, sus mejillas… húmedas.
Poco a poco, su corazón volvió a latir con normalidad.
—Te quería incluso antes de saber que te quería —le susurró, poniéndose de puntillas para darle un beso—. Y nunca te dejaré.
Él la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fervor, sabiendo que ambos estaban por fin donde siempre habían querido estar.