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Capítulo 9

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OH, Dios mío —exclamó Deanna al llegar al pequeño claro entre los árboles donde había ido a parar el lujoso coche de William.

El vehículo estaba destrozado. El capó estaba doblado en dos a causa de la roca contra la que había chocado. Eso había impedido que siguiera deslizándose cuesta abajo a lo largo del barranco. Tenía todas las lunas rotas, excepto una, y el techo estaba aplastado, como si hubiera caído rodando. La parte trasera del vehículo también estaba hecho un amasijo de hierros y la puerta del acompañante colgaba de las bisagras de puro milagro.

Deanna apartó la vista.

—¿Estás bien? —le preguntó Drew.

A él no parecía faltarle el aliento después del largo camino a pie, ni tampoco por la horrible imagen del coche de su padre.

—Debería ser yo quien te lo preguntara a ti — respiró profundamente. El aire olía a hierba y a tierra.

Al emprender el camino no era consciente de lo difícil que sería caminar sobre un suelo de gravilla y rocas de un arroyo que no estaba del todo seco. Pero eso no había resultado tan duro como andar sobre la tierra húmeda de las orillas. Tenía los vaqueros cubiertos de barro hasta las rodillas y el lodo incluso se le había metido entre los dedos a través de los calcetines. Drew y Ross estaban igual.

—Prefiero verlo antes que no saber nada —le dijo Drew, dándole su botella de agua—. Termínatela si necesitas más.

Ella tomó la botella, pero no bebió. No quería dejarle sin agua. Ya tenía su propia botella. Ross había ido bien preparado. Drew se abrió camino entre las rocas y piedras hasta el amasijo de chatarra que había sido el Mercedes de su padre. Ross ya había llegado hasta el asiento delantero y lo estaba inspeccionando todo. Con mucho cuidado, Deanna dejó las botellas de agua junto a un tronco podrido y trató de abrirse camino hasta la zona. No veía nada excepto más lodo y más piedras, arbustos, maleza, árboles… ¿Cómo podría William haber salido ileso de aquel coche hecho añicos? ¿Cómo podría haberse abierto camino en un terreno tan hostil?

—Cuidado —le dijo Ross de repente.

Deanna se detuvo bruscamente. Se había llevado un susto de muerte.

Ross señaló algo.

—Eso es una huella —le dijo, rodeando la zona.

Deanna no veía más que un trozo de lodo seco. Ross sacó una cámara digital, se agachó y tomó varias fotos de la huella. Después se incorporó y siguió un rastro que Deanna no era capaz de ver, deteniéndose de vez en cuando para sacar más instantáneas. En pocos minutos desapareció en la maraña de la vegetación, tan alta que apenas podía verle la cabeza. La joven volvió a mirar hacia el coche. Drew seguía dentro de la parte delantera, sentado en el asiento del conductor. Tenía las piernas apoyadas en el suelo. Respirando hondo, fue hacia él. En el habitáculo del coche se podían ver los restos de los airbags. Había tierra y piedras por todas partes y el parabrisas era una telaraña de grietas.

—No hay sangre —dijo Drew—. Nada de nada.

Deanna le miró a la cara. Ross les había dicho que la policía que había investigado el lugar del accidente había informado de que no había evidencias de daños humanos, pero, viendo el estado en el que había quedado el coche, resultaba muy difícil de creer.

—Ni siquiera sé cómo lo pueden afirmar con tanta seguridad, sobre todo viendo cómo ha quedado el coche.

Incluso había una rama bastante grande junto al asiento del conductor.

—Una vez volqué un coche cuando estaba terminando la universidad —hizo una mueca y apartó la vista de ella. Deslizó una mano sobre el asiento del acompañante. Una capa de polvo saltó por los aires y brilló a través de la luz refractada que entraba por el agrietado parabrisas—. Estábamos tres en el coche. Todos terminados llenos de cortes y moratones, pero no fue nada como esto. Y sin embargo, sí que había sangre en las ventanillas, los asientos, las puertas…

Deanna trató de no imaginárselo.

—¿Salisteis malheridos?

—Fue cuando me hice esto —le dijo él, tocándose la pequeña cicatriz que tenía en la sien—. Pero ninguno de nosotros sufrió daños mayores. Gracias a Dios.

—¿Y cómo pasó?

—Fue una estupidez. Como siempre —le dijo, haciendo una mueca—. Habíamos ido a Rocky Point, México, para ir a una fiesta. Y ya estábamos regresando de vuelta a casa. Yo tuve que girar bruscamente para esquivar a un tipo que empujaba un carrito. Me salió de la nada. Casi le di. El coche salió dando vueltas. Lo único bueno fue que no había bebido nada. De lo contrario todo se hubiera complicado bastante —soltó el aliento y sacudió la cabeza de nuevo—. Los perros que trajo la policía hubieran olido la sangre de mi padre, si hubiera habido algo. Dentro y fuera del coche.

—Entonces a lo mejor los airbags hicieron su trabajo.

—A lo mejor —dijo Drew. Se inclinó hacia delante y metió la mano en la guantera, justo donde colgaba la puerta—. Está vacía.

—A lo mejor la policía la vació.

—Mm —volvió a incorporarse y agarró el volante, que estaba más cerca de lo normal del asiento y de su cuerpo—. Me pregunto si mi padre estaba en el coche cuando salió rodando.

—¿Crees que lo sacaron del coche antes de tirarlo por el barranco? —Deanna miró hacia arriba y trató de seguir la línea que debía de haber seguido el vehículo, pero estaban demasiado metidos en el barranco como para ver el camino.

—A lo mejor —dijo él.

—¿Crees que esto lo han preparado? —le preguntó ella.

—Ross no lo cree. Si fuera un secuestro, a estas alturas ya nos habrían pedido un rescate.

—¿Qué crees tú?

—No sé qué pensar —le dijo Drew. Revisó el salpicadero, tomó un pequeño cuaderno y hojeó las páginas. No había nada escrito—. Ya no sé qué pensar —volvió a guardar el cuaderno y cerró el compartimento con un golpe seco. Entonces bajó la visera.

Un pedazo de papel le cayó sobre las rodillas y se deslizó hasta caer al suelo. Él se agachó y trató de recogerlo.

—Lo veo —le dijo ella. Podía ver el pedacito de papel. Estaba justo debajo del asiento. Se arrodilló junto a él y metió la mano por debajo de sus piernas. Entonces se resbaló un poco y el papelito se le escurrió de entre las manos. Para recuperar el equilibrio tuvo que asirse a algo…

El muslo de Drew… Rápidamente agarró de nuevo el papel y se incorporó.

—Aquí tienes —le entregó el papel.

Era una fotografía en blanco y negro de una mujer.

—Es mi madre —le dijo él, contemplando la foto.

—¿Y el niño que tiene en brazos?

Drew ni siquiera tuvo que mirar la foto.

—Es J.R.

Deanna se mordió el labio por dentro. Él no parecía querer decir nada más. Un momento después oyeron un ruido. Era Ross, que acababa de salir de la maleza.

—¿Ya has visto suficiente? —le preguntó a Deanna, acercándose.

Había visto más que suficiente, pero no se trataba de ella. Si Drew quería quedarse, entonces reuniría todo el coraje que le quedaba y se quedaría con él todo el tiempo que hiciera falta.

Pero él ya estaba bajando del maltrecho coche, así que se apartó para dejarle salir.

—¿Has encontrado algo? —le preguntó él a su primo una vez fuera del vehículo.

—Muchas huellas parciales —dijo Ross. No parecía muy entusiasmado al respecto—. La mayoría deben de ser de la policía, de cuando vinieron con los perros. Es difícil de saber, sobre todo después de la lluvia. Por lo que pude ver, todas las huellas de zapatos parecían bastante grandes, como si fueran de botas de montaña. Como no sabemos lo que llevaba puesto William… —se detuvo, hizo una mueca y volvió a guardar la cámara en el bolsillo de la chaqueta—. Nos llevará un buen rato volver a los coches y si no salimos ahora se nos hará de noche.

—Ya he visto bien el coche —Drew puso la mano sobre el hombro de Deanna y la hizo moverse adelante.

—Espera —ella dio media vuelta después de dar unos pasos y corrió a buscar las botellas de agua.

Unos segundos después iban de vuelta hacia los coches.

Tal y como Ross había calculado, cuando llegaron hasta las camionetas, el sol ya se estaba poniendo, tiñendo de fuego el horizonte.

Ross sacó dos botellas de agua fresca del pack que tenía en su vehículo y se las ofreció a Drew y a Deanna.

—Voy a irme directamente a Haggarty. No quiero que se me vaya el tipo que respondió a la llamada. Su turno termina dentro de poco. ¿Venís conmigo o vais a volver ya?

Drew tiró las botellas vacías dentro del coche y tomó las que le daba Ross.

—Vamos a volver —dijo, dándole una a Deanna.

—Te aviso si averiguo algo. Tened cuidado — se despidió con un gesto y se puso en camino rápidamente.

Deanna volvió a la camioneta de Drew por el lado del acompañante, pero justo antes de subir, se detuvo. Drew seguía en el mismo sitio. Tenía la foto en la mano.

—Tenía esta misma foto en su despacho. Una más grande. Claro. Tenía seis en total. Una con mi madre el día de su boda. Y una de ella con cada uno de nosotros.

—Qué bonito —dijo Deanna con sutileza.

—¿Por qué tenía esta foto en el coche?

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué no tenía una de Lily?

—Porque era un recuerdo —le sugirió Deanna—. Tú mismo me has dicho que tenía fotos en su despacho.

—Cierto —dijo él con un gesto pensativo, y entonces volvió a mirar la foto—. Recuerdo un día en que mi madre estaba redecorando el despacho de papá… Se llevó todas esas viejas fotos y le dio una foto enmarcada. Era un retrato de familia que nos había hecho cuando yo estaba en el instituto. Pero él la hizo traer de vuelta todas las otras fotos.

Sosteniendo la foto con las dos manos, Drew miró a Deanna antes de proseguir:

—Ella quería saber por qué se empeñaba en tener todas esas viejas fotos cuando ya tenían una nueva donde salía tan guapa, mejor que nunca. Él le dijo que todas esas viejas fotos le recordaban los momentos de su vida en los que su amor por ella se había hecho más grande.

Deanna sintió que el corazón se le encogía, y no sólo por la historia, sino también porque Drew se la hubiera contado. Casi no quería ni hablar, temiendo que él se detuviera si lo hacía. Pero no podía seguir callada. Dejó la botella en el asiento del acompañante.

—Debe de haberla querido mucho.

—Todos la queríamos mucho —volvió a mirar la foto—. Creo que le habrías caído bien.

Deanna tragó con dificultad.

—¿Por qué?

—Porque estás aquí. Incluso después de que yo intentara convencerte para que te fueras, tú te quedaste.

Deanna sintió el picor de las lágrimas en los ojos y entonces parpadeó con fuerza para que él no se diera cuenta. Fue hacia él, le quitó la foto de las manos, y miró aquella vieja foto de su madre. Molly Fortune estaba sentada en una cama, con una bata de hospital puesta. Miraba a la cámara con un gesto sereno.

Era una foto pequeña, pero la felicidad de la nueva madre, con su primer hijo en brazos, era inconfundible. Deanna no recordaba haber visto nunca fotos de su madre con ella en brazos. Si existía alguna foto, debía de haber desaparecido mucho tiempo antes.

—Supongo que tu madre tendría un álbum de fotos para cada uno de vosotros —le dijo. Tal y como se la había descrito, Molly debía de haber sido la clase de madre que hacía algo así, además de hacerles retratos de familia a lo largo de los años.

Algo que Deanna tampoco había tenido… Una familia feliz, retratada para la posteridad. Los Gurney nunca habían conocido esa clase de felicidad. En realidad su madre y ella nunca habían sido una familia de verdad. Miró a Drew, que la miraba con un gesto ceñudo.

—¿Tu madre no tenía un álbum para ti?

—No lo creo —se encogió de hombros. No se sentía muy cómoda hablando de sí misma—. Y si lo tuvo, nunca me lo enseñó. Además, a Gigi no se le dan bien esa clase de cosas.

—¿Y qué se le da bien, aparte de ver la Teletienda?

—Ella vive haciendo castillos en el aire, soñando con vivir el idilio perfecto.

—¿No es eso lo que quieren casi todas las mujeres?

Deanna hizo una mueca.

—Pero es que mi madre siempre busca en el sitio equivocado.

—¿Y es que hay un lugar correcto donde buscar?

—A mí no me preguntes. Yo no soy la que tiene mucha experiencia. ¿Dónde conociste a tu ex?

—En la universidad. Pero eso no cuenta porque no fue más que una fantasía.

—¿Porque te engañó?

—Supongo que sí —le dijo él, haciendo una mueca.

—Cuando hay amor verdadero no hay lugar para el engaño —le dijo ella, mordiéndose el labio inferior.

—¿Entonces tú has estado enamorada? ¿De quién? ¿Del tal Mike?

—Mark —sacudió la cabeza—. Y no. Pero todavía no me has dicho si tuviste un álbum.

Él la miró de reojo. Sabía que se estaba yendo por la tangente.

—Sí. Todos teníamos un álbum personal —le dijo, encogiéndose de hombros—. Eran como libros de recuerdos. Mi madre los hizo todos. Ahí guardaba pelo de nuestro primer corte de pelo, tarjetas de cumpleaños, boletines de notas… —sonrió con picardía—. Aunque no mereciera mucho la pena salvar muchos de esos boletines, por lo menos los míos.

—Me cuesta creerlo.

—¿Por qué?

Ella se rió suavemente.

—Porque eres brillante. Todos lo sabemos. Aparte de lo de la ortografía, claro.

—Bueno, pues créetelo. Hice un poco el gamberro en el colegio. Volvía loco a mi padre.

—¿Y tu madre qué decía?

—Ella sacudía la cabeza —dijo Drew. Su sonrisa se había desvanecido—. Me decía que podía hacerlo mucho mejor —guardó silencio un momento, recordando.

Al final sí que lo había hecho mejor, o por lo menos lo había intentado.

—Nos dio los álbumes a cada uno cuando enfermó —dijo, sintiendo un nudo en el estómago.

Deanna le apretó el hombro con la mano.

—Parece que era muy guapa —le dijo ella con suavidad, devolviéndole la foto—. Por dentro y por fuera.

Drew tomó la instantánea en sus manos, consciente del roce de los dedos de ella. Los recuerdos de su madre eran tan nítidos como lo que sentía en ese momento al tocar a Deanna. Pero pensar en su madre era mucho más fácil que recordar el coche destrozado de su padre. ¿Qué había sido de él? ¿Significaba algo la foto que había encontrado en el vehículo? ¿O era sólo un recuerdo? Se volvió de espaldas a la camioneta y accidentalmente se rozó contra el pecho de ella. Entrecerró los párpados, cegado por el sol de poniente, pero Deanna no retrocedió. Se quedó donde estaba, mirándole.

—Era muy guapa —le dijo él de repente—. Crecí oyendo cómo se lo decía mi padre. Ella siempre se sonrojaba y le quitaba importancia a sus palabras, diciendo que nunca iba a ganar un concurso de belleza ni nada parecido. Pero todos sabíamos que no era eso lo que él quería decir.

Deanna ladeó la cabeza. Tenía la mejilla apoyada en la mano.

—Tuviste mucha suerte.

Drew siempre lo había sabido, sobre todo cuando se enteró de que la iba a perder.

—Nunca defraudó a nadie —dijo, riéndose con una carcajada amarga—. No es que fuera una santa. Tenía mucho genio. Y no dejaba que nadie la engañara.

—Ah —Deanna le miró con ojos cómplices—. Supongo que tú lo intentaste unas cuantas veces.

—Sí —le dijo él, sonriente—. Y no sólo yo. Todos lo hicimos. Excepto J.R., quizá. Siempre fue el niño bueno —soltó una risotada—. Una vez, cuando tenía catorce años, un amigo mío y yo le robamos las llaves del coche a su padre. Era un Mustang clásico que había restaurado. Nos fuimos a dar un paseo. Tommy terminó empotrándose en un muro. No nos hicimos daño, pero la policía nos llevó a comisaría y nos metió en una celda. Nos dimos un susto de muerte. Nos dijeron que íbamos a pasar la noche ahí. Y a lo mejor muchas más.

—Vaya. ¿Sólo tenías catorce años? —Deanna parecía sorprendida.

—Casi quince. Como sabíamos que pronto podríamos conducir… Bueno, llamamos a nuestros padres desde la cárcel. Temblábamos como pollos. Estábamos muertos de miedo. Tommy llamó a su familia. Se pusieron como locos cuando les contó lo del coche, pero enseguida fueron a buscarle. Y yo llamé a mi padre, pensando que él usaría sus influencias para sacarnos de allí. Porque no podía ser que el hijo de William Fortune fuera a pasar una noche en la cárcel por una gamberrada sin importancia. Pero mi padre me dijo que no, que nos merecíamos pasar la noche en la cárcel, que sería una buena lección.

—Oh —dijo Deanna—. ¿Y qué hiciste?

—La familia de Tommy no tardó en llegar — dijo él, encogiéndose de hombros—. Lo soltaron enseguida, pero yo tuve que volver a la celda.

—¿Por cuánto tiempo?

Entonces le había parecido toda una eternidad.

—Casi toda la noche. A eso de las tres de la madrugada vino uno de los agentes y me soltó. Mi madre había venido a sacarme —sacudió la cabeza, rememorando aquellos momentos—. Estaba muy enfadada. No quería oír ninguna excusa. Me dijo que cerrara el pico y que entrara en el coche. Pero lo peor fue que yo supe que la había decepcionado.

—¿Y qué pasó?

—Justo antes de irnos a casa, me dijo que aunque me quisiera mucho, no soportaba verme haciendo esas cosas. Pero también me dijo que, pasara lo que pasara, siempre estaría ahí.

Y había cumplido su promesa hasta el fin de sus días. El cáncer se la había arrebatado antes de tiempo, pero su recuerdo lo acompañaba en todo momento. Drew apretó la mandíbula. Según William, de haber estado vida, su madre tampoco hubiera aprobado su viva de soltero, licenciosa y desordenada.

Deanna cambió de postura y tomó la foto de nuevo.

—Estar siempre ahí. Para mí eso es lo más bonito de una persona —murmuró y entonces le metió la foto en el bolsillo de la solapa de la chaqueta que Drew había tomado del armario de J.R.

Le dio unas palmaditas sobre la solapa y levantó la vista hacia él, sonriendo. Estar siempre ahí… Igual que ella…

Ella quiso apartar la mano, pero él se la agarró a medio camino.

—Sí —le dijo en un tono grave y profundo—. Eso es lo más bonito.

La sonrisa de Deanna se borró lentamente. Sus ojos se hicieron más grandes durante una fracción de segundo y emitieron un destello fugaz. Pero entonces parpadeó y el momento pasó.

De repente, Drew sintió que retiraba la mano.

—No —le dijo.

Su cabello parecía más rojo que nunca bajo la luz crepuscular. Drew enredó los dedos en unos mechones y se los apartó de la cara sutilmente.

—Drew…

Él deslizó el dedo pulgar sobre sus labios, haciéndola callar. Si lo que iba a decir era una protesta, no tenía ganas de contestarle. Si era algún argumento razonable, tampoco tenía ganas de debatir. ¿Y si era un desafío? En ese momento no tenía ni ganas de ganar.

Deslizó las yemas de los dedos a lo largo de su mandíbula, preguntándose si ella era consciente de lo suave que era su piel. Sus huesos parecían tan frágiles al tacto. ¿Sabría ella lo fascinante que era ver cómo se movía su garganta cuando tragaba? ¿Cuando estaba nerviosa? ¿Sabría lo mucho que deseaba besarla en la base del cuello, allí donde los latidos de su corazón se podían palpar? Ella parpadeó un segundo y entrecerró los ojos al sentir los dedos de Drew sobre la nuca. Levantó la barbilla lentamente, pero no cerró los ojos, sino que buscó los de él.

¿Qué veía ella? ¿A su jefe? ¿Al hombre al que creía bueno? ¿O a uno que no hacía más que defraudar a todo el mundo? A lo mejor no veía ninguna de esas cosas. A lo mejor en ese momento sólo era un hombre, y nada más; un hombre que la deseaba incluso cuando intentaba no hacerlo… Ella se acercó más a él y cerró los dedos alrededor de su mano.

—No me mires así si no vas a besarme —susurró.

Y eso hizo. Le rozó los labios suavemente, exploró el contorno de su labio inferior, palpó con la lengua el arco del superior y absorbió el suspiro que ella dejó escapar. Aquel beso le hizo estremecer de pies a cabeza, como si hubiera sido el primero que daba en toda su vida. Y cuando finalmente se detuvo y respiró hondo, apoyando la frente contra la de ella, se dio cuenta de que quizá sería el último que necesitaría.

Ella le rodeó la cintura con el brazo que tenía libre y subió hasta acariciarle la nuca. Estaba temblando, o a lo mejor era él mismo… Fuera como fuera, aquello le asustaba mucho, mucho más que pasar una noche en la cárcel por una tontería.

Drew levantó la cabeza. El sol ya casi se había ocultado del todo.

—Deberíamos volver.

Cuando Deanna levantó la vista, tenía lágrimas en los ojos. Asintió con la cabeza, se humedeció los labios y se apartó de él sin más. Recogió la botella de agua, que se había caído al suelo, y se la dio en la mano. Después rodeó el capó de la camioneta y subió por el lado del acompañante casi sin hacer ningún ruido. Drew miró por última vez el riachuelo seco que le había llevado hasta el coche de su padre.

No tenía respuestas, ni para la desaparición de su padre, ni tampoco para lo que sentía por la mujer que le esperaba dentro del coche.

Se puso al volante y arrancó.

E-Pack Los Fortune noviembre 2020

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