Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 10

Capítulo 4

Оглавление

De pie frente a su madre en el umbral, Lauren intentó que no la dominara el pánico. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que aquellos ojos maternales advirtieran el bulto bajo el jersey? Por primera vez, se lamentó de no haber informado a sus padres del embarazo.

Los remordimientos no le servirían de nada. Tenía que manejar la situación de la mejor manera posible, empezando por evaluar el estado anímico de su madre a partir de su atuendo.

Jacqueline Presley siempre había dado una extraña imagen entre vanguardista y estudiante universitaria. En aquella ocasión llevaba un traje de Chanel de color ciruela con unos lagartos de rubí trepando por la solapa de la chaqueta. Una capa de color esmeralda con flecos plateados colgaba descuidadamente de un brazo.

Lauren se preguntó cómo habría conseguido superar al portero para acceder, no sólo al edificio, sino también a su apartamento, pero tampoco le importaba mucho. Tenía otras preocupaciones más acuciantes.

La ropa de su madre insinuaba un buen estado de ánimo, pero el pelo alborotado, las uñas rotas y las manos temblorosas indicaban todo lo contrario. No eran signos muy reveladores, pero hacía mucho que Lauren había aprendido a interpretar correctamente todas las señales y a estar preparada para cualquier cosa.

Mientras pensaba algo que decir, Jason se adelantó y extendió la mano.

–Hola, señora Presley. Soy Jason Reagert.

–¿Reagert? –le estrechó la mano y meneó un dedo en el aire–. ¿Es familiar de J. D. Reagert, de Reagert Comm?

La sonrisa de Jason se tensó visiblemente.

–Es mi padre, señora.

–Oh, llámame Jacqueline, por favor.

Lo agarró del brazo y lo llevó hacia el interior del apartamento sin molestarse en mirar a Lauren.

¿Qué demonios…?

El temor a que se descubriera su embarazo casi la había paralizado, pero su madre se había limitado a ignorarla por completo.

Claro que Jason representaba la idea que su madre tenía del yerno perfecto. Lauren los siguió y cerró la puerta tras ella.

La risa de Jacqueline resonaba en el techo abovedado. Su madre tenía muchas cualidades y sabía ser encantadora cuando quería. Y cuando se medicaba regularmente podía llegar a ser una persona casi normal. Siempre sería estrafalaria y bohemia, pero al menos sus excentricidades podían ser divertidas cuando se cuidaba.

Lauren deseó con todas sus fuerzas que estuviera en una de esas fases. Se protegió el vientre con el bolso y siguió a Jason y a su madre, quienes seguían dándole la espalda. Jason apartó una silla para Jacqueline junto a la mesa del comedor. A Lauren le pareció extraño, pero no se le ocurrió discutir. La mesa de madera de color crema la ayudaría a ocultar su embarazo.

¿Sería aquélla la intención de Jason? El brillo de sus ojos indicaba que no se perdía detalle, y Lauren se dio cuenta de que la estaba protegiendo de su madre. Al mantener distraída a Jacqueline, haciéndose cargo de su chal, retirándole la silla y preguntándole por su viaje, acaparaba todo su interés y alejaba la atención de su vientre.

Y Jacqueline mordió el anzuelo hasta el final, pues se quedó embelesada con Jason y con lo que éste contaba de su trabajo en California. Ninguno de los dos le dirigió una sola mirada a ella. Jacqueline estaba tan encantada y ocupada siendo el centro de atención que ni siquiera jugueteó con la cadena de sus gafas que le colgaba del cuello.

A Lauren le resultaba muy extraño ver a alguien hablando con su estrambótica madre. Su padre, en cambio, se había preocupado más de esconderse que de afrontar el difícil carácter de Jacqueline.

La inusitada situación le supuso un enorme alivio, aunque sabía que Jason sólo estaba brindando un respiro temporal. Era inevitable que su embarazo saliera a la luz, aunque sí podían aplazarlo a un momento más adecuado.

Al cabo de quince minutos de charla, Jason agarró la mano de Jacqueline.

–Ha sido un auténtico placer conocerte, Jacqueline. Espero no parecerte muy grosero, pero acabo de llegar de California para visitar a Lauren y tengo que marcharme pronto…

Jacqueline agarró su capa y se la tendió a Jason para que se la extendiera.

–Oh, no dejéis que os interrumpa, tortolitos… Me vuelvo a mi suite en el Waldorf –se sacudió los flecos de la capa y se volvió hacia Lauren–. Quedaremos para comer juntas cuando tu chico regrese a California.

–Claro, mamá. Tenemos mucho de qué hablar.

–Conozco un sitio donde sirven comida ecológica. Te ayudará con esa retención de líquidos. Tienes la cara muy hinchada… –se inclinó para presionar la mejilla contra la de Lauren–. Es un buen partido –le susurró–. No vayas a fastidiarlo todo esta vez.

Lauren se colocó el bolso sobre el estómago.

–No, mamá.

No quería hablar con su madre de buenos partidos, especialmente delante de Jason. Ni siquiera pensaba responder al comentario de la cara hinchada, si con ello conseguía acabar la visita sin una discusión. Sabía que su madre se valdría del bebé para intentar echarle el lazo a Jason, y a Lauren la asqueaba que pudieran usar a su hijo de esa manera.

Jacqueline caminó alegremente hacia la puerta, acompañada por Jason. Se despidió agitando una mano sobre el hombro, pero sin mirar atrás.

Lauren volvió a sentarse. Dejó caer el bolso al suelo y se pasó la mano por el vientre. El bebé se movió bajo su tacto. Ningún hijo suyo sería utilizado para ascender en la escala social.

Una lágrima resbaló por su mejilla.

Rápidamente se frotó la cara con la muñeca. Ni siquiera se había percatado de que estaba llorando. Oyó la puerta al cerrarse y volvió a restregarse los ojos con los dedos, confiando en que no le quedaran restos de maquillaje.

–No sé cómo darte las gracias –le dijo a Jason con una sonrisa.

–¿Por qué? –preguntó él, sentándose junto a ella.

–Por ayudarme con mi madre… Por no decir nada del bebé ni de mis problemas económicos.

–Haré todo lo que sea necesario para ayudaros a ti y al bebé.

Sus palabras le provocaron un estremecimiento, pero no supo si era de miedo o emoción.

Pensó en el beso que se habían dado en el pasillo y en lo fácilmente que podría volver a arrojarse en sus brazos. Jason tenía un don especial para hacerle perder el control, y eso la aterrorizaba.

Juntó las manos con fuerza para no agarrarle la suya sobre la mesa.

–Has estado genial. En serio. Venir a verme en cuanto supiste lo del embarazo, la cena de esta noche, la manera que has tenido de tratar a mi madre… –a pesar de todo, no podía olvidar los meses que habían pasado incomunicados, sin una sola llamada, sin un simple e-mail. Tendrían que hablar de aquella noche alguna vez, y el tema parecía menos inquietante después de haber superado el encuentro con su madre–. No me has preguntado cómo me quedé embarazada.

Él se rascó la mandíbula y se echo hacia atrás.

–Supongo que el preservativo debió de romperse.

Los recuerdos de la aventura le llenaron la cabeza. El cuerpo le seguía vibrando de placer por el beso del pasillo. Cuatro meses atrás también se habían besado, mientras se arrancaban la ropa con una pasión desmedida, salvaje, desesperados por unir sus cuerpos. Jason había buscado frenéticamente un preservativo en su cartera antes de…

–Los dos estábamos muy ocupados para preocuparnos por nada más –dijo Lauren, removiéndose en la silla. De repente se sentía muy incómoda–. Te agradezco que no me preguntes por ello.

Se fijó en los músculos de su cuello y recordó el tacto de su fuerza bajo los labios y el sabor de su piel.

–Hacía un año que nos conocíamos, y aquel último mes estuvimos trabajando juntos casi todo el tiempo. Sabía que no estabas saliendo con nadie cuando acabamos en el sofá de tu despacho.

–Tampoco estaba saliendo contigo –señaló ella, y sin embargo se habían acostado siguiendo un impulso irracional. En su vida sólo había estado con dos hombres, dos relaciones largas en las que había pensado casarse.

Jason le acarició el brazo con los nudillos.

–Puede que no estuviéramos saliendo, pero desde el primer momento me había fijado en ti.

La caricia se hizo tan suave y sensual que le abrasó la piel a través del jersey. Lauren lo deseaba tanto que se apartó antes de hacer alguna locura, como tirarlo al suelo para hacer el amor allí mismo. ¿Por qué nadie la había prevenido contra el descontrol hormonal del embarazo? Podía pasar del llanto al deseo desenfrenado de un momento a otro.

Jason dejó la mano en la mesa y respetó el espacio que ella tanto necesitaba. En realidad, necesitaría algo más que unos centímetros por medio para que se dispersara la embriagadora fragancia de su loción.

Carraspeó y abordó un tema capaz de sofocar cualquier brote de pasión.

–¿Cómo has conseguido representar una escena tan perfecta con mi madre?

Los ojos de Jason la observaron intensamente por unos segundos, antes de recostarse en la silla y aceptar el brusco cambio de tema.

–Hace un tiempo conseguí un contrato publicitario con una marca de maquillaje. La modelo se había quedado embarazada y querían que su cara siguiera apareciendo en el producto sin que se viera el resto de su cuerpo. Tuvimos que pensar en unas poses muy ingeniosas para la sesión de fotos.

–Te agradezco mucho tu ayuda –le dijo ella, jugueteando con el molinillo de pimienta que había en la mesa. Tal vez el picor de las especias le permitiera explicar las lágrimas que le escocían en los ojos–. Ya sé que sólo estoy retrasando lo inevitable.

Él agarró una servilleta de la cesta y se la tendió.

–Hablarle a tu madre de su primer nieto debería ser un motivo de alegría… en el lugar y momento que tú elijas.

–Gracias por ser tan comprensivo.

Aceptó la servilleta y se secó los ojos, maldiciendo una vez más las hormonas. El peso de la realidad la abrumaba cada vez más. La situación de la empresa, el embarazo en solitario… No podía con todo, y Jason le estaba ofreciendo ayuda. ¿Qué podía perder si se iba con él a California, un par de semanas tan sólo, el tiempo suficiente para reordenar su vida y hacer planes para el futuro que los aguardaba como padres?

–De acuerdo, Jason.

–¿De acuerdo qué?

Lauren respiró hondo y cruzó los dedos mientras dejaba brotar las palabras.

–Iré a California contigo y durante un par de semanas me haré pasar por tu novia.

Los ojos de Jason se iluminaron por un instante, pero su rostro adquirió enseguida una expresión seria.

–¿Dos semanas?

No se le había pasado por alto el detalle.

–No puedo ausentarme de mi negocio por mucho tiempo –y tampoco podía permitirse jugar a las casitas con Jason–. Mira lo que pasó la última vez… Estuve fuera unas cuantas semanas y mi contable se fugó con medio millón de dólares.

–¿Y en cuanto a la inyección de capital que te ofrecí?

–Sólo la aceptaré como un préstamo, con intereses y un plazo de pago –el orgullo no le permitía otra cosa–. No me sentiría bien de otra manera, sobre todo porque no voy a instalarme en California de modo permanente.

–Podríamos considerar ese dinero como una inversión para nuestro hijo.

–No insistas, Jason. Puede que medio millón de dólares no signifique mucho para ti, pero para mí se trata de principios.

–Muy bien –aceptó él–. Como quieras.

–Claro que… aceptaré un interés muy bajo –tampoco era cuestión de que su orgullo volviera a llevarla a la bancarrota.

–Sabia decisión.

–Esta vez tendré más cuidado a la hora de elegir a mi sustituto. La vez anterior pensé en contratar a un gerente, pero decidí no hacerlo para reducir gastos. Un error que no volveré a cometer.

Había recibido una segunda oportunidad y no podía permitirse un nuevo fracaso. Su hijo merecía tener una madre fuerte y segura.

–Pero insisto –dijo, pinchando a Jason en el pecho con el dedo–, sólo serán dos semanas. Ya me resulta bastante difícil ausentarme de la oficina por ese tiempo.

–Volverás a Nueva York dentro de dos semanas, pero dejaremos el compromiso asentado para tranquilizar a tu madre y a mi cliente –le agarró el dedo y se lo dobló suavemente contra el pecho, envolviéndola con el calor que despedían su tacto y sus ojos marrones.

–Al cabo de un tiempo diremos que la distancia nos ha separado definitivamente.

–Eh, ¿acabamos de comprometernos y ya estamos pensando en la ruptura? –bromeó él, acariciándole la muñeca con el pulgar.

–Déjate de bromas –«y deja de intentar excitarme».

Jason le sujetó los dedos con la misma firmeza que reflejaba su mirada.

–¿Por qué? Tienes una sonrisa preciosa… Llámame egoísta si quieres, pero me gusta verte sonreír.

El calor de su mano y de sus ojos amenazaba con prender un fuego descontrolado en su interior. Tenía que impedirlo como fuera.

–Tengo una última condición –dijo, retirando la mano.

–Dímela y se cumplirá.

Lauren se aferró a los brazos de la silla para refrenar el impulso que contradecía sus palabras.

–Bajo ninguna circunstancia volveremos a acostarnos.

Había accedido a ir a California para recuperar fuerzas, salvar su empresa y ayudar a que Jason asegurara su empleo. Pero se negaba a perder la cabeza otra vez. Y así ocurriría si se dejaba llevar por la atracción que ardía entre ambos.

Pero al mirar sus anchos hombros y brillantes ojos marrones, se preguntó si no sería peor el remedio que la enfermedad.

Desde el principio Jason había sabido que acabaría saliéndose con la suya. Y aunque Lauren le había dejado muy claro que no habría sexo entre ellos, él había visto la excitación en sus ojos y los pezones endurecidos bajo el jersey.

Aún había esperanza…

Durante el cómodo vuelo chárter que los llevó a San Francisco, sin embargo, Jason no intentó forzar la situación. Tenía dos semanas por delante para conquistar a Lauren y no iba a fastidiarlo todo el primer día por culpa de las prisas. Lo primero era acomodarla en su elegante residencia victoriana para que pasara la mejor noche posible.

Las farolas del Mission District iluminaban el interior del coche. Lauren pegó las manos a la ventanilla del Saab y ahogó un gemido de asombro.

–¡Tienes una casa!

–¿Te creías que vivía en el coche?

Ella se rió y volvió a mirar la casa mientras Jason conducía hacia el garaje.

–No tanto, pero sí te imaginaba en un típico apartamento de soltero… Qué jardinera tan bonita junto a la puerta. Y tiene flores, a pesar de estar en enero. Parece una casa muy hogareña.

Jason nunca había visto la casa desde esa perspectiva, y no sabía si le gustaba aquella definición.

–Cuando estaba en la Marina dormía en un camarote minúsculo. Necesitaba tener espacio para mí solo.

–Los bebés pueden hacer mucho ruido y ocupar mucho espacio…

–A menos que lleves una docena de marineros ahí dentro, no creo que tengamos problemas de espacio.

Le hizo un guiño y salió del coche para abrirle la puerta y conducirla bajo el techado que comunicaba el garaje con el edificio histórico. Había comprado la casa principalmente por su emplazamiento, pero mientras subía los escalones de la entrada lateral se fijó en los detalles a través de los ojos artísticos de Lauren. Una mansión victoriana de color gris con remates blancos, relucientes suelos de parqué, molduras de cornisa y ventanas con vidrieras policromadas.

–Es preciosa –dijo ella, girándose sobre sí misma. Sus apetitosas curvas tentaron peligrosamente a Jason.

–Me gusta estar en el centro de las cosas –repuso él, aflojándose la corbata.

–¿Quieres decir que ya no eres un adicto al trabajo? –pasó los dedos sobre la repisa de mármol de la chimenea y recorrió la habitación con una mirada de apreciación.

Jason sabía que Lauren encontraría la casa de su agrado. No la había comprado pensando en los dos, pero había tenido mucha suerte al elegir una vivienda que también le gustase a ella. ¿O quizá sería que ambos tenían algo en común?

–Tengo muy poco tiempo de ocio, por lo que me pareció sensato tener más a mano los restaurantes y clubes nocturnos.

Lauren tocó pasó la mano por la moldura del friso.

–Menudo hallazgo.

Jason dejó el equipaje de Lauren al pie de la escalera.

–La pareja que vivía aquí antes reformó todo el edificio, incluida la instalación eléctrica y las cañerías. Y por supuesto, modernizaron la cocina y los baños.

–¿Cómo tuviste la suerte de quedártela? –le preguntó ella, agitando su melena caoba al mirarlo por encima del hombro.

–Las reformas hicieron estragos en su matrimonio y parece que rompieron antes de acabarlas. En la bañera de la habitación de invitados aún estaban amontonados los materiales para empapelar las paredes –había estado tan ocupado con el asunto Prentice que hasta la semana anterior no había despejado ese cuarto de baño–. Ninguno de los dos podía pagar la casa por separado, de modo que la vendieron.

–Qué triste –dijo ella, abrazándose la cintura de tal modo que acentuó aún más sus curvas–. ¿No te molesta vivir en una casa con malas vibraciones?

–Me molestaría más pagar una cantidad adicional por tener una casa igual que ésta colina abajo.

–Entiendo –murmuró ella–. ¿Y los muebles?

Jason miró las paredes desnudas y las habitaciones casi vacías. En cada una de ellas había unas cuantas cajas apiladas. Él tan sólo había desempaquetado lo que iba necesitando.

–No he tenido tiempo de comprar nada. El piso de alquiler donde vivía antes estaba amueblado, de modo que al mudarme aquí sólo traje lo básico y seguí trabajando sin preocuparme por el mobiliario. Quería tener tiempo para adquirir los muebles adecuados, en vez de comprar un montón de trastos de los que luego me arrepintiera –le hizo un gesto para que lo siguiera–. Vamos a la cocina. Hay sillas y comida.

–Podrías contratar a un decorador –le propuso Lauren.

Las pisadas de ella resonaban en el pasillo, y su gemido de asombro al ver la espaciosa cocina lo hizo sonreír.

–No me corre prisa. Tengo todo lo que necesito –la acomodó en uno de los dos taburetes junto a la gran isla del centro, entre la cocina y el espacio del comedor–. Un sillón reclinable, un gran televisor y una cama con un buen colchón. Eso es todo lo que necesito.

Lauren frunció el ceño al sentarse y apoyar los codos en la encimera de granito brasileño.

–¿Dónde voy a dormir yo?

–En mi cama, por supuesto –abrió el frigorífico, sintiendo como le subía la temperatura corporal sólo por pronunciar aquellas palabras–. ¿Te apetece fruta? ¿Agua mineral?

–Sí, por favor –se levantó y aceptó las uvas y el agua que él le ofrecía–. En tal caso, espero por tu bien que tengas una cama o un sofá en la habitación de invitados.

A Jason le encantaba el modo que tenía de responder a sus provocaciones, sin soliviantarse ni fingir indignación.

–Esa habitación tampoco está amueblada. Yo dormiré en el sillón, hasta que encargue otro colchón.

–Te advierto que no voy a compadecerme de ti ni a invitarte a que compartas la cama conmigo –dijo ella, tomando un gran sorbo de agua.

–No tienes corazón… –deslizó una mano por detrás de su cintura y le puso una uva en los labios.

–Te dejé muy claro en Nueva York que no me acostaría contigo –le recordó ella, antes de quitarle la uva y metérsela ella misma en la boca.

–Tenía que intentarlo –dijo él, acariciándole la espalda con el dedo mientras buscaba algún signo de excitación, como la dilatación de las pupilas o el pulso acelerado.

–Jason, no podemos dormir juntos durante dos semanas y pretender que tenemos una relación amistosa. No es lógico. Tenemos que pensar en el bebé, no correr riesgos innecesarios.

Jason aprovechó que no lo apartaba para tirar de ella hasta colocársela entre las rodillas.

–¿No crees que a nuestro hijo le gustaría que estuviéramos juntos?

–¿De repente estás preparado para tener una relación estable? Debe de ser cosa de magia, porque hace cuatro meses no lo estabas.

–¿Por qué no iba a estar preparado?

–Qué conmovedor –lo apartó de un empujón y se encaminó hacia las escaleras.

–Eh, sólo lo estoy intentando –le dijo, siguiéndola con los brazos abiertos–. Esto también es territorio desconocido para mí.

Lauren agarró la bolsa de viaje.

–Me voy a la cama. Sola. Que disfrutes del sillón.

–Lo haré. Gracias. Tengo el sueño muy profundo –le quitó la bolsa de la mano–. Y también tengo la manía de no permitir que una mujer, y menos una mujer embarazada, cargue el equipaje por las escaleras.

Sin decir nada más, subió los escalones a paso ligero por delante de ella. Tenía a Lauren en su casa y disponía de dos semanas enteras para conseguir acostarse con ella. ¿Y después? Se aseguraría de que no pudiera volver a echarlo de su vida. Al menos, no tan rápido.

E-Pack Se anuncia un romance abril 2021

Подняться наверх