Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 11

Capítulo 5

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A solas en el dormitorio vacío, Lauren se apoyó de espaldas contra la puerta y oyó como las pisadas de Jason se alejaban hacia el sillón reclinable. Tal vez su apartamento de Manhattan estuviera atestado de muebles y plantas, pero el mobiliario de aquella habitación se reducía a la mínima expresión.

Un colchón sobre un somier, una mesita de noche con una lámpara y un reloj despertador y un armario lleno de ropa en los percheros y estantes.

Arrojó el bolso sobre la cama y una vez más el anillo volvió a escaparse del interior. Lauren lo agarró y lo dejó en la mesilla. Se negaba a sentir lástima por Jason. Era un tiburón de los negocios y había demasiado en juego. No podía permitirse que la pillara desprevenida.

Sin embargo, había algo en aquel lugar que la hacía sentirse triste. Quería inundar de flores, colores y sonidos el frío mundo de Jason. La casa inspiraba una amarga sensación de abandono, como si anhelara albergar fiestas, recibir visitas y llenarse con el amor de una familia. En la cocina había dos taburetes. ¿Habrían estado allí desde siempre o los habría llevado Jason con la intención de invitar a alguien?

Se arrodilló junto a la bolsa y sacó el camisón de seda. Todavía le sentaba bien, pero ¿hasta cuándo? Se acarició el creciente bulto de la barriga. No se podía decir que tuviera la figura de una mujer fatal.

Observó las paredes desnudas y la ventana panorámica, que pedía a gritos un par de sillones desde donde una pareja pudiera contemplar un bonito amanecer. Pero aparte de los taburetes de la cocina, no parecía que Jason hubiera llevado a nadie.

A nadie, salvo ella.

Jason sabía que ella no había salido con nadie durante los últimos seis meses que él pasó en Nueva York, pero él sí lo había hecho. Al menos, hasta un par de meses antes de marcharse a California. Ella jamás se habría acostado con un hombre emparejado, por muy fuerte que fuera la atracción.

Se quitó la ropa y se puso el camisón por la cabeza. La seda le acarició los pezones, ultrasensibles y endurecidos. El deseo la acuciaba a buscar una satisfacción inmediata. ¡Qué fácil sería bajar las escaleras y sofocar la necesidad que palpitaba entre sus piernas…!

Miró hacia la puerta y pensó en hacerlo. Incluso llegó a dar un paso adelante, pero entonces se enganchó el dedo del pie con la correa del maletín del ordenador.

Ordenador. Trabajo… No podía olvidar la razón que la había llevado a San Francisco. Estaba allí para darse tiempo y pensar en la manera de salvar su negocio y su orgullo.

Por desgracia, el orgullo y el ordenador portátil no eran los mejores compañeros de cama.

Jason pasó por encima del cable del ordenador. El portátil de Lauren estaba cerrado y reposaba en la mesita de noche, junto al reloj y el estuche del anillo, también cerrado.

El dedo anular de Lauren seguía desnudo. Había accedido a ser su novia, pero no se había comprometido al cien por cien con el plan.

Jason dejó la bandeja del desayuno en una esquina del colchón y observó a la mujer durmiente. El pelo rojo se esparcía sobre la almohada marrón, las sábanas se enredaban alrededor de sus piernas y el camisón de color amarillo limón formaba pliegues sobre sus muslos. Jason recordó el suave tacto de aquellas piernas y la fuerza de sus músculos al rodearle la cintura. Reprimirse iba a ser más difícil de lo que pensaba, pero tenía que ser paciente.

Se sentó en la cama y le apartó el pelo del rostro. No quería molestarla, pero tampoco quería dejarla sola en un lugar desconocido para ella.

–Despierta, dormilona.

Ella se puso boca arriba y se estiró lentamente, haciendo que el camisón se le pegara a la curva del vientre. Jason recordó la sensación que tuvo al notar los movimientos del bebé. Había sido algo increíble.

Convencer a Lauren para que se quedara era cada vez más importante.

Ella abrió ligeramente los ojos y sonrió al verlo, y aquella sonrisa adormilada bastó para que Jason se olvidara de la paciencia. Se inclinó hacia ella y la besó en cada párpado. Su piel, exquisitamente suave, le hizo prolongar el contacto y besarla en la punta de la nariz y la barbilla. Le habría gustado seguir bajando, pero ella aún no se había despertado del todo, y él quería que estuviera completamente despejada y dispuesta la próxima vez que hicieran el amor.

Lauren se removió lenta y sensualmente bajo él y dejó escapar un dulce suspiro que casi fue la perdición de Jason. Apoyó la frente contra la suya, y entonces ella se puso rígida y abrió los ojos del todo.

–Jason… –lo empujó en el pecho y se escurrió hacia un lado–. Creía que te había dicho que no te acercaras a mi cama.

Él se retiró, sintiendo que la frustración le ardía en las venas. Paciencia. Debía tener paciencia.

–Estás en mi cama, ¿recuerdas?

–Una mera cuestión semántica –murmuró ella, tirándose del camisón hacia abajo mientras subía la sábana con la otra mano.

–Si mal no recuerdo, eras una persona muy madrugadora –dijo Jason, levantando la bandeja de la cama.

–Eso era antes de que se me revolviera el estómago… Pero gracias, de todos modos –añadió al observar el zumo, la leche, las tostadas y los huevos–. Es un detalle muy amable por tu parte.

–Siento que no te encuentres bien.

–Ya estoy mejor. Al menos puedo comer sin vomitarlo todo –desgajó un trozo de tostada y la mordisqueó con apetito.

Jason se levantó, satisfecho al verla comer. Por primera vez en su vida, no le importaría llegar tarde al trabajo.

–Volveré a la hora de comer.

–No tienes por qué hacerlo –tomó un sorbo de leche–. Tengo que trabajar con el ordenador y hacer un montón de llamadas.

–Muy bien, entonces nos veremos en la cena. Mañana te presentaré a mi jefe, y dentro de unos días hay una fiesta muy importante.

–Ah, así podré conocer a esa gente a la que no le gusta que tengas una novia embarazada –arrugó su bonita nariz–. Genial. Me muero de impaciencia.

–Es el cliente quien tiene ese problema, no mis colegas –sacó una corbata del armario y se la pasó alrededor del cuello para anudarla.

–Oh, claro… El viejo anticuado.

Jason se ajustó el cuello de la camisa y se puso la chaqueta. Sólo hacía una noche que tenía a Lauren en casa y ya se sentía extrañamente familiarizado con la escena matinal.

–Es quien paga y por eso se permite elegir. Si queremos su contrato, y realmente lo queremos, no nos queda más remedio que acatar sus reglas, especialmente con Golden Gate Promotions pisándonos los talones. Seguro que una empresaria como tú puede entenderlo.

–Claro que lo entiendo.

–Sería de gran ayuda para convencer a la gente de nuestro compromiso que llevaras esto –agarró el estuche de la mesilla y lo puso en la bandeja.

Como hombre de negocios sabía que la exposición de un tema era fundamental para conseguir el objetivo. Si le ofrecía el anillo de diamante en la palma de la mano parecería que se estaba declarando de verdad. Pero si lo dejaba descuidadamente en la bandeja tal vez ella se sintiera menos presionada.

Lauren tocó el estuche con la punta del dedo.

–No puedes casarte con alguien sólo para complacer a un cliente.

La aguda observación se le quedó grabada a Jason. No en vano Lauren era una mujer muy lista e intuitiva, dos rasgos que le encantaban de ella.

–Sinceramente, Lauren, no sé hasta dónde llegaría con esto. Intento tomarme las cosas de una en una, pero tengo que tomar las decisiones adecuadas para asegurar el futuro del bebé, y eso implica asegurar tu futuro y el mío. Un buen modo de conseguirlo sería hacer que nuestro compromiso fuera lo más oficial posible, por lo que se hace necesario lucir este anillo en el dedo. Además, también serviría para que tu madre te dejara en paz una temporada.

Lauren le dio un manotazo en el brazo.

–Eso es jugar sucio.

–Sólo cumplo con mi misión –repuso él, dándole unos golpecitos al estuche de terciopelo.

Ella se abrazó las rodillas y miró el anillo como si fuera una bomba y no un diamante de tres quilates.

–¿Qué diré si alguien me pregunta por la fecha de la boda?

Jason estiró el cuello a uno y otro lado. No eran ni las siete de la mañana y ya se le empezaban a agarrotar los músculos por el estrés.

–Di que es tu madre quien se encarga de la boda, que estamos buscando una fecha que encaje con nuestras respectivas agendas de trabajo, o que estamos pensando en casarnos en Las Vegas.

Lauren agarró el estuche y lo sostuvo de manera que la luz de la mañana se reflejara en el diamante.

–Se te da muy bien mentir…

¿Mentir? Jason siempre se había enorgullecido de decir la verdad, aunque a veces tuviera que maquillarla un poco.

–Sólo soy un publicista que trata de vender el producto.

Ella no dijo nada más, pero su mirada lo acusaba de estar mintiéndose a sí mismo.

Lauren salió de la ducha envuelta en una nube de vapor, se enrolló una toalla alrededor del cuerpo y corrió hacia el teléfono. Se sentía como una adolescente que esperaba la llamada de su novio.

Llegó jadeando y con el pelo chorreando a la mesita de noche y agarró el móvil.

–¿Diga?

–Lauren –la voz de su madre se transmitió a través de las ondas en un tono agudo y frenético–. Me ha llamado el albacea de la tía Eliza.

Lauren se sentó en la cama y se reprendió mentalmente por no haber mirado el identificador de llamada antes de responder.

–¿Por qué te llama a ti en vez de hablar conmigo directamente?

¿Qué problema podría haber a esas alturas? Ella ya había recibido el dinero de la herencia… el mismo que le había robado su ex contable.

–Dijo que te estaba buscando y que no lograba dar contigo. ¿Dónde estás?

–Estoy en viaje de negocios, pero tengo el móvil y mi correo electrónico. Lo llamaré enseguida. Gracias por avisarme –dijo rápidamente, con la esperanza de poner fin a la breve conversación.

–Me ha dicho que tienes problemas económicos…

Lauren midió sus palabras con cuidado antes de hablar. Sus padres tenían mucho dinero y estaban encantados de compartirlo con su hija. Pero aquella generosidad no estaba exenta de condiciones, y ella no quería depender toda su vida de papá y mamá, sin conseguir nada por sí misma.

–He tenido algunos problemas en el trabajo, pero ya los estoy solucionando.

–¿Problemas en el trabajo? Ya sabes que la mayoría de los negocios fracasan en el primer año, querida –de fondo se oía el tintineo de la cadena de las gafas.

–Sí, madre, lo sé. Conozco las estadísticas –y rezaba por que su empresa no se añadiera la lista–. Gracias por avisarme.

–Voy a llamar a mi contable ahora mismo para que hable contigo. Así que no te separes del móvil.

–Gracias, mamá, pero puedo arreglármelas yo sola –insistió Lauren, apretándose la toalla. Le temblaba todo el cuerpo.

–Nunca has sido buena con el dinero, querida.

Lauren se mordió el labio hasta casi hacerlo sangrar, pero el comentario le hacía aún más daño que los dientes.

–¿Recuerdas cuando te gastaste todos tus ahorros en aquel reloj? –siguió su madre.

–Mamá… –sabía que era absurdo discutir con su madre, pero no podía evitarlo–, estaba en tercer grado. Mis ahorros cabían en una hucha.

La voz de su madre se quebró en un sollozo.

–Claro… ¿Quién soy yo para hablar? Sólo me preocupo por ti –volvió a sollozar–. No es necesario que me ataques de esa manera. Eres igual que tu padre. Siempre criticando todo lo que hago…

–Mamá, lo siento…

–Sí, bueno. Al menos tengo un sitio al que ir para aliviarme del estrés. ¿Te he hablado de mi nueva casa de vacaciones?

Lauren cerró los ojos. Ni siquiera era la hora de comer y ya estaba al límite de sus fuerzas. Los cambios de humor de su madre no eran nada nuevo, pero siempre la dejaban exhausta. Se limitó a escuchar y tatarear en voz baja mientras su madre le contaba los detalles del lugar perfecto para evadirse y descansar.

En el caso de su madre, el lugar perfecto suponía necesariamente un lugar nuevo, ya que se había enemistado con todo el mundo en sus anteriores retiros. Lauren había presenciado lo mismo en incontables ocasiones.

Mientras escuchaba a medias a su madre, sus ojos se posaron en el estuche de terciopelo.

Jason le había sido de gran ayuda con su madre, así como con sus problemas económicos. Era muy atento y se preocupaba de saber lo que ella necesitaba realmente, hasta el punto de llevarle flores a la oficina y el desayuno a la cama. Su interés por comprometerse tal vez obedeciera a un motivo más frío y calculado, pero ¿qué tenía ella que perder por llevar el anillo? Con el simple hecho de deslizarse el diamante en el dedo lo estaría ayudando a conservar su empleo, lo que supondría un futuro más seguro para el bebé. Además, él ya estaba haciendo todo lo posible por ayudarla a salvar su empresa.

Agarró el estuche de la mesita y lo abrió. El anillo destellaba tentadoramente desde su lecho de terciopelo.

Sólo era una mera formalidad. Estaba allí, en su casa, embarazada de su hijo. ¿Qué importaba que llevase el anillo?

Con el teléfono sujeto bajo la barbilla, se puso el anillo y apretó el puño. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero la idea de quedarse allí sentada todo el día, mirando el anillo y asaltada por las dudas, le revolvió el estómago de tal manera que estuvo a punto de vomitar la tostada.

Jason quería que todo el mundo en su oficina supiera lo de su compromiso cuanto antes, y aun así le había dado tiempo para que ella se lo pensara. ¿Por qué esperar más? Podía conocer a sus compañeros de trabajo y sorprender a Jason con una invitación para comer y hablar del futuro del bebé.

Habiendo tomado la decisión, se levantó de la cama.

–Mamá, me ha encantado hablar contigo, pero tengo una cita para comer a la que no puedo faltar.

Desde el taxi, Lauren observó los imponentes edificios blancos del distrito comercial de Union Square. En algún lugar de aquella jungla de cemento y palmeras se encontraban las oficinas de Maddox Communications. Antes de salir de casa de Jason había buscado en Internet información sobre la empresa. Al fin y al cabo, era una mujer de negocios y sabía cómo prepararse antes de adentrarse en territorio desconocido.

James Maddox había fundado la empresa más de medio siglo atrás. Se casó con Carol Flynn y tuvieron dos hijos, Brock y Flynn, quienes también entraron en el negocio familiar. Cuando James murió, ocho años atrás, Brock tomó el timón de la empresa y su hermano se convirtió en el vicepresidente.

Lauren intentaba leer todas las indicaciones, buscando Powell Street y el edificio conocido como The Maddox. Finalmente, el taxi se detuvo frente al edificio de siete plantas construido en 1910 al estilo Beaux Arts. Según explicaba el artículo que encontró en Internet, James salvó el edificio de la demolición y lo restauró por completo a finales de los años setenta. Como resultado, su precio era ahora diez veces mayor.

Lauren le pagó al taxista y descendió del vehículo. Las puertas automáticas se abrieron con un suave zumbido. La planta baja albergaba el restaurante Iron Grille y algunos comercios al por menor. En el ascensor, leyó la placa informativa y comprobó que el segundo y tercer pisos estaban alquilados a otros negocios.

Las plantas quinta y sexta albergaban las oficinas, y las instrucciones indicaban a los clientes y visitas que accedieran a las mismas por la planta sexta.

Las puertas del ascensor se abrieron y salió a un vestíbulo amplio y opulento, de suelos de madera de roble y obras de arte en las paredes blancas. A ambos lados del gran mostrador, dos pantallas de plasma de setenta pulgadas mostraban videos y anuncios producidos por la misma empresa.

Jason había conseguido entrar en Maddox Communications por méritos propios, sin recurrir a la riqueza e influencia de su familia. Lauren sabía muy bien lo difícil que podía ser independizarse de unos padres tan poderosos.

–Bienvenida a Maddox Communications –la recibió la recepcionista con una sonrisa. Sus cortos cabellos castaños se agitaban con los alegres movimientos de su cabeza–. ¿En qué puedo ayudarla?

Lauren leyó su nombre en la placa y le devolvió la sonrisa.

–Hola, Shelby. He venido a ver a Jason Reagert. Me llamo Lauren Presley.

–Muy bien, señorita, ¿le importa esperar ahí un momento? –le indicó los grandes sofás de cuero blanco.

Lauren pasó nerviosamente el dedo pulgar sobre el anillo y Shelby la miró sin disimular su curiosidad. A Lauren le dio un vuelco el estómago. De repente ya no estaba tan segura de que aquello fuese una buena idea. ¿A qué estaba jugando? Su intención había sido demostrarle a Jason lo que valía, pero sólo estaba consiguiendo dar una imagen patética.

Se encogió por dentro y se cubrió el vientre con el bolso. Tal vez aún estuviera a tiempo de marcharse sin llamar más la atención.

Pero entonces vio una sombra en el pasillo y dudó. ¿Sería Jason que venía a recibirla? ¿Tan pronto?

Un hombre delgado y moreno, de unos cuarenta años y expresión severa, entró en la recepción. Se detuvo en el mostrador y le entregó una nota a Shelby mientras le hablaba en voz baja.

Lauren se preparó para salir de allí.

Shelby le susurró algo al hombre y señaló a Lauren. El hombre se irguió y se dirigió directamente hacia ella.

–Hola –la saludó, ofreciéndole la mano–. Soy Brock Maddox.

El director general. El jefazo de Jason.

–Me han dicho que ha venido a ver a nuestro chico de oro.

Ella le estrechó la mano.

–Lauren Presley. Soy amiga de Jason. Y también soy diseñadora gráfica. Jason y yo trabajamos juntos hasta hace unos meses en un par de proyectos en Nueva York.

Él bajó fugazmente la mirada a su vientre. ¿Tan evidente resultaba su embarazo? Por desgracia, eso parecía.

–¿Ha venido a San Francisco por trabajo o por placer?

–Por ambas cosas. Shelby iba a avisar a Jason de que estoy aquí.

–Venga conmigo. Puede darle una sorpresa –le hizo un gesto para que la siguiera y echó a andar por las oficinas.

A Lauren no le quedaba más remedio que llegar hasta el final e intentó sofocar los nervios al detenerse frente a una puerta con una placa: Jason Reagert.

Respiró hondo y abrió, pero se detuvo en seco antes de entrar. Jason estaba de pie de espaldas a ella… con una mujer. Una mujer pelirroja y despampanante, que le sonreía mientras le posaba íntimamente la mano en el brazo.

Los nervios se transformaron en una furia irracional. Nadie le prohibía seducir a otras mujeres, pero para estar tan preocupado por evitar un escándalo aquello era jugar con fuego.

Un escalofrío le recorrió la columna y le llegó al corazón. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua para creer que había algo entre ellos sólo porque él le llevase el desayuno a la cama?

La culpa era suya, por ser demasiado fácil. Siempre había dejado que la pisotearan, ya fuera su madre, su contable o Jason. Se giró el anillo en el dedo. Al menos con este último había recibido un toque de atención.

Pero si estaba allí era por él, y no iba a salir huyendo como un conejo asustado. ¿Jason quería una novia? Pues la iba a tener.

–Hola, cariño –lo saludó, colocándose las manos sobre el vientre–. Me muero de hambre. ¿Estás listo para ir a comer?

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