Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 18
Capítulo 12
ОглавлениеA la mañana siguiente, Jason salió del despacho de Brock tras una reunión en la que se diseñó la estrategia para seguir con Prentice, con quien mantendrían otra reunión por la tarde. Seguía tan aturdido por los últimos acontecimientos que apenas podía concentrarse en el trabajo. Había perdido a Lauren y sólo podría ver a su hijo en las fechas que le correspondieran.
La noche anterior Lauren y él habían vuelto a dormir separados. Él en el sillón reclinable y ella en la cama. Lauren le había pedido que se marchara a la oficina antes de que ella se despertara. Se mantendría en contacto por el bebé, pero no quería ninguna despedida dramática.
Tenía que memorizar el discurso que Brock le había dado para la reunión de esa tarde. Era un montón de mentiras, bastante enrevesadas pero creíbles, para que Prentice no perdiera la confianza en Jason y en la empresa. El trabajo era lo único que le quedaba. Su única ambición sería conseguir un despacho mayor con mejores vistas.
Flynn Maddox se le acercó y le pasó un brazo por los hombros.
–¿Me acompañas? Vamos por algo de comer y luego iremos a mi despacho.
Como si Jason tuviera elección… Seguramente Flynn quería hacer de poli bueno después de que a su hermano le tocara hacer de poli malo. Pero Jason sospechaba que aquellos papeles reflejaban fielmente sus verdaderas personalidades.
Bajaron en el ascensor a la quinta planta, que albergaba los departamentos de relaciones públicas, de finanzas y de arte. Las oficinas eran más pequeñas que las de la sexta planta, pero igualmente modernas y bien equipadas. Flynn repartió saludos y sonrisas mientras avanzaba entre los despachos. A cada persona la llamaba por su nombre y se detuvo a hablar brevemente con un par de empleados.
Finalmente llegaron al gran comedor provisto de una moderna cocina. Brock Maddox siempre mantenía la nevera repleta de refrigerios, pues sabía que la labor creativa exigía reponer fuerzas constantemente. Flynn abrió la nevera y sacó una bolsa de comida china.
–Hay bastante para compartir. ¿Quieres agua o soda?
–Agua, gracias.
Definitivamente, Flynn se comportaba de una forma mucho más natural que su hermano, quien ni siquiera le había ofrecido asiento y mucho menos un paseo hasta la cocina. Volvieron a la sexta planta y entraron en el despacho de Flynn. Había sido el de Brock cuando su padre vivía, pero cuando Flynn lo ocupó lo llenó de plantas, sofás de color crema y un escritorio de cristal. El tipo de despacho que le gustaría a Lauren.
Hizo una mueca al pensar en ella. ¿Estaría condenado a pasar el resto de su vida pensando en ella? Tenía que sacársela de la cabeza cuanto antes, porque Lauren ya no estaría cuando volviera a casa aquella noche.
Quizá sería mejor quedarse a dormir en el sofá de su despacho, en vez de torturarse con el olor de Lauren impregnando las sábanas. Se volcaría de lleno en el trabajo y sacaría adelante su carrera.
Flynn se sentó detrás de la mesa, le indicó a Jason que tomara asiento frente a él y le pasó un recipiente que contenía pollo agridulce y unos palillos.
–¿Cómo lo llevas después de la bronca de mi hermano?
–Tiene razón para estar enfadado. Hará falta algo más que suerte para salvar la reunión con Prentice esta tarde.
Flynn removió la comida con los palillos.
–Brock puede ser muy duro a veces, pero sólo vive para la empresa. Adoraba a nuestro padre y está decidido a mantener su legado. Yo no estoy de acuerdo con sus métodos, pero los entiendo –apoyó los pies en la mesa mientras desmenuzaba un rollito de primavera–. Según él, padezco una indolencia crónica hacia la empresa.
Jason abrió la botella de agua. Su padre se habría llevado muy bien con Brock, a quien debía de ser muy difícil tener como hermano mayor. Pero por muy tensa que fuera la relación entre los dos hermanos Maddox, Jason no tenía la menor intención de arriesgarse a tomar partido por ninguno de ellos.
Flynn se zampó el rollito en dos bocados y siguió hablando.
–La situación no es la ideal, pero la empresa no corre peligro. No hay motivos de preocupación. En cuanto hayamos tirado a Koteas de su pedestal, el mercado será nuestro.
–Estupendo –no era la imagen que le había pintado Brock, pero ya sabía que los dos hermanos rara vez veían las cosas de la misma manera.
–Es evidente que Brock y yo no tenemos muy buena relación, ¿verdad?
Jason se encogió de hombros.
–Tendremos que esforzarnos más en ocultar nuestras diferencias –continuó Flynn–. La empresa necesita un frente unido –volvió a bajar los pies al suelo y apoyó los codos en la mesa–. Supongo que te estarás preguntando por qué te he traído a mi despacho.
–Soy el hombre del momento.
Flynn adoptó una expresión seria que aumentó considerablemente el parecido con su hermano.
–Vamos a olvidarnos de la empresa por un momento –se pasó la mano por el pelo como si le costara encontrar las palabras–. Bueno, lo diré de la forma más directa posible… No dejes que el trabajo sea más importante que tu mujer.
Jason apartó su comida. No era aquello lo que esperaba oír, y no sabía cómo tomárselo.
–Lauren se marcha a Nueva York esta tarde –se le formó un nudo en el pecho al imaginarse el silencio que lo esperaba al llegar a casa–. Lo nuestro se acabó.
–Aún no es demasiado tarde, Jason. No habéis firmado el divorcio. Escúchame bien, porque te hablo desde la experiencia. Yo dejé que mi familia y mi trabajo se interpusieran entre Renee y yo, y desde entonces no he dejado de lamentarlo. ¿De verdad quieres acabar como Brock, viviendo exclusivamente para tu trabajo?
Brock vivía en un apartamento situado en aquel mismo edificio. Era una vivienda de lujo, pero Jason prefería su casa.
Su casa vacía… que no empezó a ver como un hogar hasta que Lauren habló de llenarla de muebles y plantas.
–Es una opinión muy discutible –le dijo a Flynn–. Lauren y yo sabíamos dónde nos estábamos metiendo, y hemos intentado encontrar la mejor solución posible.
–No te pareces al Jason Reagert que todos conocemos. ¿De verdad vas a rendirte tan fácilmente?
¿Qué demonios sabía Flynn? Jason se había pasado la última semana intentando convencer a Lauren por todos los medios de la maravillosa vida que podían compartir.
¿Sólo una semana?
La amarga verdad lo golpeó como un puño. No quería ser esa clase de persona, el hombre que se lamentaba de no haber hecho todo lo posible por la mujer amada.
Sí, la amaba. Él no era como su padre, quien nunca se habría preocupado por la felicidad de Lauren ni se habría quedado boquiabierto ante una ecografía.
Una semana no era tiempo suficiente cuando se trataba de luchar por una vida en común, pero sí bastaba para descubrir lo que sentía por Lauren. Ella era la mujer perfecta para él, en todos los sentidos. Como amiga, como amante, como esposa y como madre de su hijo.
Flynn tenía razón. Nada podía ser más importante que ella, y desde luego no su trabajo. Y él no iba a dejar que el trabajo controlara su vida igual que le había pasado a su padre. Iría a buscar a Lauren a Nueva York y, si hacía falta, montaría allí su propia empresa de publicidad. Lo que fuera con tal de estar con ella.
En cuanto acabara la reunión con Prentice aquella tarde, tomaría el primer vuelo a Nueva York para recuperar a su mujer.
Lauren miró la casa de Jason por el espejo retrovisor mientras el taxi se ponía en marcha. Su breve matrimonio había acabado sin escenas ni despedidas, ya que Jason había respetado su deseo y se había marchado al trabajo antes de que ella se despertara.
Su vida era tan caótica como si fuera un cuadro de Picasso.
La ciudad se extendía ante sus ojos, recordándole todo lo que había compartido con Jason en una sola semana. Eran recuerdos maravillosos que siempre llevaría consigo.
Amaba a Jason, pero no podía vivir a su lado si él no sentía lo mismo por ella.
El teléfono móvil empezó a sonar en su bolso, sobresaltándola. ¿Sería Jason? Lo sacó rápidamente y miró la pantalla. Era su madre.
Pensó en devolverlo al bolso y que siguiera sonando. Había hablado con su madre el día anterior sobre los murales de los cuartos para niños, y en ese momento no tenía fuerzas para aguantar una conversación. Pero sólo estaría retrasando lo inevitable, de modo que se llevó el móvil a la oreja.
–Hola, mamá. ¿Qué quieres?
–Sólo llamo para saber cómo estás.
Lauren puso una mueca de extrañeza. Hacía mucho que su madre no hablaba en un tono tan tranquilo.
Rápidamente sofocó el menor atisbo de esperanza. Lo más probable era que estuviese a punto de sufrir otra crisis nerviosa.
–Me siento mucho mejor –físicamente, al menos. Emocionalmente estaba por los suelos–. De hecho, ahora mismo voy de camino a Nueva York para atender algunos asuntos de trabajo.
Esperaría a otro momento para hablarle del divorcio. Y se preparó para escuchar los inevitables consejos y ruegos de su madre para pasar juntas cada hora del día.
Apretó fuertemente el teléfono.
–Es fantástico, Lauren. Me alegro de que todo te vaya bien –su madre hizo una pausa y Lauren oyó que respiraba temblorosamente–. Escucha, cariño… te he llamado por un motivo en particular.
A Lauren se encogió el estómago. Nunca podía estar segura de lo que iba a contarle su madre, pero, fuera lo que fuera, siempre acababa en llantos y ataques.
–Te escucho.
–Es algo que me cuesta mucho decir, así que te pido que no me interrumpas.
Lauren reprimió una carcajada histérica. ¿Cómo iba a interrumpirla si su madre nunca le dejaba hablar?
–Cuando quieras, mamá.
–Hoy he ido al médico. No al médico de cabecera, sino… al que dejé de ir hace un tiempo –sus palabras cobraron velocidad–. Hemos concertado una serie de citas para los próximos meses.
Lauren no estaba segura de haber oído bien. ¿Sería posible que…?
–Eso está muy bien, mamá –dijo con cautela–. Es una buena noticia.
–No me interrumpas, cariño.
–Lo siento –sacudió la cabeza, aturdida por la sorprendente revelación–. Sigue.
–Me ha recetado un nuevo medicamento que ha salido al mercado y voy a empezar a tomarlo enseguida. No es fácil para mí hacerlo, pero quiero ser la mejor abuela que pueda. Quiero estar lo más sana posible para disfrutar del pequeño que vas a tener –se oyó el tintineo de la cadena de las gafas. ¿Estaría retorciéndola con nerviosismo? Seguramente. Aquél era un paso gigantesco para Jacqueline–. Eso era todo, cariño. Ya puedes hablar.
No era la primera vez que su madre buscaba la ayuda de un médico para luego abandonar el tratamiento, pero Lauren rezó para que aquella nueva iniciativa fuera la definitiva.
–Sé lo difícil que ha sido para ti, mamá, y me siento muy orgullosa. Gracias por llamarme para decírmelo.
Su madre nunca le había dicho cuándo iba al médico. Tenía derecho a guardarlo en secreto, naturalmente, pero lo hacía para fingir que no tenía ningún problema. Que pudiera confesarlo abiertamente era una auténtica proeza. Por delante quedaba un camino largo y difícil, pero acababa de dar el paso más importante.
–Te quiero, mamá.
–Yo también te quiero, cariño –susurró su madre. Volvió a oírse el tintineo de la cadena y la comunicación se cortó.
Lauren se apretó el móvil contra el pecho, intentando aferrarse con fuerza al nuevo y delicado vínculo que se había establecido con su madre. Le había dicho a Jacqueline que estaba orgullosa de ella, pero le costaría un tiempo asimilar el cambio.
Entonces la asaltó una pregunta. Su madre tenía el valor suficiente para encauzar su vida y buscar la felicidad, ¿por qué no ella? Se enderezó en el asiento y el móvil cayó a su regazo. No quería marcharse de San Francisco. No quería abandonar a Jason. Era su mujer, estaba embarazada de su hijo y lo amaba.
Teniendo en cuenta todo eso, ¿por qué huía de la promesa de una vida en común? Él no le había dicho que la amaba, pero ¿se había molestado ella en preguntárselo? ¿Acaso le había confesado ella sus sentimientos?
Observó por la ventanilla la ciudad que apenas había empezado a conocer. Un todoterreno en el que viajaba una familia y que remolcaba un barco pasó en sentido contrario. Lauren recordó el velero de Jason y pensó en los fabulosos fines de semana que podían pasar en el mar. Nunca se había permitido pensar en ello, a pesar de que Jason había intentado hacérselo ver.
El taxi pasó junto a un restaurante y Lauren pensó en lo mucho que había disfrutado lamiendo el sirope en el cuerpo de Jason. Vio también un vivero y se imaginó a Jason ayudándola en un jardín. Mirara a donde mirara veía imágenes de un futuro maravilloso, como si al permitirse soñar hubiera sacado al genio de la lámpara.
Sólo le había dado una semana a su relación, por el amor de Dios. No era tiempo suficiente para asentar nada, y sin embargo estaba huyendo como una cobarde. Era irónico que, después de pasarse toda la vida intentando no ser como su madre, fuera precisamente Jacqueline quien le enseñara un par de cosas sobre el valor.
Dio unos golpecitos en la pantalla de plástico que la separaba del conductor y dijo:
–Perdone, ¿podemos dar la vuelta, por favor? Necesito que me lleve a Powell Street. Al edificio Maddox.
De pie en el extremo de la mesa de la sala de juntas, Jason pensó en el discurso lleno de mentiras que Brock le había ordenado pronunciar.
Y no pudo hacerlo.
Si quería recuperar a su mujer, tenía que empezar en ese preciso instante, aunque ella no estuviera para escuchar lo que tenía que decir.
–Señor Prentice, por mucho que valoro tenerlo como cliente, para mí no hay nada más importante que Lauren y nuestro hijo. Por ello, prefiero recomendarle a cualquier otro publicista de la empresa antes que permitir que nada ni nadie se interponga entre mi esposa y yo.
Walter Prentice se recostó en el sillón rojo de cuero y entornó la mirada con expresión inescrutable.
–¿Se da cuenta de lo que está sugiriendo, Reagert? No me gustan las personas que…
Un carraspeo lo interrumpió desde el otro extremo de la sala. Jason se giró…
Y se encontró con Lauren en la puerta.
Todos los presentes se giraron para verla mientras Jason intentaba reponerse de la conmoción. Miró a Lauren con cautela y vio la determinación que ardía en sus ojos.
–Señor Prentice –dijo ella. Entró con paso firme en la sala y se enganchó al brazo de Jason–. Puedo asegurarle que Jason y yo estamos de acuerdo en todo.
–¿Está pensando en llevarse a este joven tan brillante a Nueva York? –le preguntó él.
–No tengo intención de llevarme a Jason a ninguna parte –respondió ella–. Señor Prentice, nuestro matrimonio es sólido como una roca. Nada me alejará de San Francisco ni de Jason.
Lo decía como si se lo creyera de verdad, pensó Jason. Si aquello era alguna venganza para hacerle pagar toda aquella farsa de matrimonio… Pero entonces volvió a mirarla a los ojos y se encontró con una mirada de amor y sinceridad. El alivio que sintió fue tan inmenso que por un momento olvidó dónde estaba, pero afortunadamente Gavin tosió para recordárselo y Jason se dirigió de nuevo a Walter Prentice.
–¿Qué hay de esos rumores que han llegado a mis oídos sobre un matrimonio de conveniencia? –preguntó Prentice con una mueca de desaprobación–. Señora Reagert, ¿aceptó medio millón de dólares para hacerse pasar por su esposa?
Jason se dispuso a decirle que no era asunto suyo, pero Lauren le apretó ligeramente el brazo.
–Señor Prentice, no es ningún secreto que mi empresa tenía graves problemas económicos y que Jason se ofreció a hacer lo que fuera para ayudarme. Igual que yo haría lo que fuera por ayudarlo a él. Como pareja, tenemos que apoyarnos y velar mutuamente por nuestra felicidad.
Todas las miradas se dirigieron hacia Prentice. Parecía que todo el mundo estuviera conteniendo la respiración, porque la sala se había quedado en un silencio sepulcral.
Finalmente, Prentice echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Su risa inundó la habitación junto a los suspiros de alivio.
También Jason suspiró. Había estado dispuesto a luchar por Lauren hasta el final, pero ella se le había adelantado. Era una mujer increíble.
Prentice le dio una palmada en la espalda y le agarró el hombro con actitud paternal.
–Me gusta la gente que se rige por mi lema: la familia lo es todo.
La expresión de sorpresa de Brock no tenía precio. No en vano su lema siempre había sido: «La empresa ante todo».
–Maddox –lo llamó Prentice–, dales el resto de la semana libre a los recién casados. Es una orden. El resto de tu gente podrá encargarse del papeleo mientras estos dos empiezan su matrimonio como es debido.
Todo el mundo empezó a aplaudir y vitorear. Brock también, aunque de una manera bastante más discreta que el resto.
Lauren se puso colorada, pero no dejaba de sonreír. Jason la sacó rápidamente de la sala, la llevó a su despacho y cerró la puerta tras ellos. La risa de Lauren se mezcló con la suya al estrecharla entre sus brazos. La besó y ella lo besó a él, sin dudas y sin barreras. Un beso de pura pasión, alivio y conexión.
Tenían por delante un día libre muy prometedor, pero antes tenía que asegurarse de una cosa.
–¿Lo que le has dicho a Prentice… iba en serio?
–Hasta… –lo besó– la última… –lo besó otra vez– palabra.
Jason volvió a suspirar de alivio.
–Gracias a Dios, porque hoy me di cuenta de que no podía dejarte escapar.
–En ese caso, es una suerte que no me haya marchado –tiró de su corbata para acercarlo más a ella–. No es muy profesional hacer el amor en la oficina, ¿verdad?
–Estamos casados –le recordó él, impaciente por sellar aquel nuevo y sincero compromiso–. Hay que hacer lo mejor para nuestro futuro. Además, cada vez que me siente aquí estaré pensando en ti, lo que significa que me daré toda la prisa posible por acabar el trabajo y volver a casa con mi familia, con mi esposa, con la mujer a la que amo.
Los ojos de Lauren se llenaron de lágrimas, pero la sonrisa que esbozó fue tan radiante que estuvo a punto de cegarlo.
–Pues entonces… –le susurró con la boca casi pegada a sus labios–, arráncame las bragas y házmelo sobre la mesa.
–Si sigues hablando de esa manera, habremos acabado tan pronto que nadie sospechará lo que ha pasado aquí.
–Por mí, perfecto. Así nos iremos antes a casa.
–A casa –entrelazó las manos en sus suaves cabellos, tan exuberantes como el resto de su cuerpo–. ¿Estás segura de que quieres quedarte en San Francisco? No sé si me oíste antes de que interrumpieras a Prentice, pero le dije que estaba dispuesto a trasladarme a Nueva York si era lo que hacía falta para hacerte feliz. Tengo los recursos necesarios para instalarme donde tú quieras. No voy a perderte por culpa de un trabajo –el trabajo y el orgullo se habían interpuesto entre su padre y él. No volvería a cometer el mismo error.
–Oh, Jason… –la voz le temblaba y las lágrimas no dejaban de afluir a sus ojos–. Yo siento lo mismo. Me di cuenta de que el miedo a perder el control era lo que me impedía ser realmente feliz. Es aquí, contigo, donde quiero estar.
–No te merezco –murmuró él, apretándola contra su pecho.
–Entonces tendrás que esmerarte a fondo para hacerte digno de mí –bromeó ella–. ¿Qué te parece si empleamos el dinero que invertiste en mi empresa para abrir una sucursal aquí?
–Me parece una idea magnífica –corroboró él–. Así podríamos trabajar juntos como hacíamos en Nueva York.
–Formábamos un gran equipo.
–Aún lo formamos. Siempre me has parecido una mujer increíble, pero esta semana he descubierto hasta qué punto te amo y lo mucho que te necesito en mi vida. Me alegra que decidieras quedarte, pero estaba dispuesto a seguirte a cualquier parte. No podía dejar que salieras de mi vida por segunda vez.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Lauren y llegó hasta sus labios.
–Yo también te amo. Más que a nada. Tenía miedo de lo que sentía por ti, porque no quería volverme como mi madre y que acabáramos como mis padres. Pero ahora sé que no es así. Tú y yo estamos hechos para estar juntos, porque sacamos lo mejor el uno del otro.
Tenía razón. Con ella podía tener la vida y la familia con la que jamás se había atrevido a soñar.
–Parece que has pensado mucho en las últimas horas.
–Y eso que aún no te he contado los planes que tengo para el jardín –le dijo ella, subiendo los dedos por la solapa de la chaqueta–. Bueno, y ahora que hemos acabado con los negocios…
Él la levantó y la sentó en el borde de la mesa, acoplando sus cuerpos a la perfección, como siempre.
–Es la hora del placer.
Epílogo
San Francisco, dos semanas después
Lauren Presley no entendía cómo un hombre podía estar tan dentro de su cuerpo y de su cabeza al mismo tiempo. Pero así era. Su marido, medio desnudo y abrazado a ella en el sofá, estaba presente en cuerpo y alma.
Y ella se aprovecharía de ambas cosas en el salón recientemente amueblado en cuanto recuperase el aliento.
El cuero del sofá burdeos se pegaba a sus pantorrillas a través de las medias, empapadas de sudor por el frenético arrebato pasional.
Jason le apartó el pelo de la oreja.
–Tengo una idea… Vamos a probar cada pieza del mobiliario de esta manera.
Ella arqueó el cuello para ofrecérselo.
–¿No será un poco difícil con ese piano antiguo que has comprado?
–Podemos ensayar algunas posturas nuevas… –le acarició el vientre con una flor del jardín–. Las flores son preciosas. Aún me cuesta creer lo rápido que la casa se está transformando en un hogar.
–Y sólo es el comienzo –dijo ella.
Había colocado dos maceteros junto a la puerta principal y en ellos había plantado dragonarias y diascias. Era un bonito comienzo, pero Lauren estaba deseando llenar el jardín de flores. Para ello tenía todo el tiempo del mundo. Con Jason. Por siempre juntos.
Había contratado a un gerente para que se encargara de la oficina de Nueva York y había empezado los trámites para abrir una sucursal en San Francisco. Muy pronto recibiría el dinero que su ex contable le había robado, y Jason y ella habían decidido invertir el préstamo de medio millón de dólares en expandir el negocio en California. Sería una buena inversión para el futuro y para su hijo, y Lauren ya estaba haciendo planes para construir una bonita oficina junto a la casa.
Todo era perfecto. Tenía a su amigo, a su amante, a su pareja, a su marido, y además era el amor de su vida.
Habían invitado a Jacqueline a que buscase un apartamento en San Francisco para pasar allí los inviernos cuando naciera su nieto. A Lauren le resultaba mucho más fácil tratar con su madre ahora que tenía a Jason con ella, especialmente desde que su madre había aceptado recibir ayuda para su enfermedad.
–Te quiero –le susurró a Jason.
–Y yo a ti –respondió él. Lauren sabía que nunca se cansaría de oírlo.
La familia lo era todo… El lema de Prentice funcionaba a la perfección con ellos. El comienzo quizá hubiera sido un poco extraño, pero ambos estaban tan limitados por su obcecación y dedicación al trabajo que la vida había tenido que darles un buen zarandeo.
Lauren cambió de postura y se sentó a horcajadas en el regazo de Jason.
–Tengo antojo de tortitas con sirope… ¿Qué te parece si esta vez manejas tú el pincel?
Él se levantó, con las piernas de Lauren rodeándole la cintura.
–Eres la mejor compañera de trabajo que existe, señora Reagert. Realmente la mejor.