Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 17

Capítulo 11

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Jason bajó a la cabina tras comprobar que el barco estuviera seguro. Tener a Lauren para él solo en una cama hasta la mañana siguiente era un placer que no podía desaprovechar.

Era una mujer insaciable, y ojalá pudiera tenerla siempre a su lado.

Abrió la puerta del camarote principal y se detuvo en seco al ver la cama vacía. ¿Adónde demonios se había ido? No podía haber llegado muy lejos…

Se giró hacia la cocina y encendió la luz. Lauren estaba acurrucada en el sofá, vestida únicamente con una camiseta de él, abrazada a sus rodillas y con los ojos enrojecidos por las lágrimas.

–¿Lauren? –la llamó con cautela–. ¿Estás bien?

Ella se irguió rápidamente y le sonrió.

–Pues claro. ¿Por qué no habría de estarlo? –se tiró de la camiseta hacia abajo. Era una vieja camiseta de la Marina, descolorida después de tantos lavados–. Acabo de hacer el amor bajo las estrellas y me espera un sexo increíble hasta que amanezca.

Jason estaba más que dispuesto a dárselo. Pero aún no. Antes tenía que averiguar qué le pasaba. Se sentó a su lado, pero manteniendo las distancias. Parecía tan tensa que temía que se derrumbara si la tocaba.

–Pareces ausente. Y perdóname si te parezco egoísta, pero cuando estoy con una mujer en la cama… cuanto estoy contigo en la cama… quiero recibir tu atención total y exclusiva.

–No pasa nada –murmuró ella, tirándose nerviosamente del dobladillo de la camiseta–. En serio.

–Es evidente que te pasa algo –le puso la mano sobre las suyas para detener el temblor–. ¿Por qué no puedes decírmelo?

Ella metió la mano bajo la pierna y sacó su móvil.

–Mi madre ha vuelto a llamar –puso una mueca de exasperación, que no consiguió ocultar su inquietud, y arrojó el teléfono al otro extremo del sofá. El barco se balanceó ligeramente y el aparato cayó al suelo.

¿Su madre a esas horas? Si allí era medianoche, en Nueva York eran más de las tres de la mañana. ¿Cómo se podía tener tan poca consideración con el reposo de una hija embarazada?

Obviamente, Jacqueline había sufrido otro de sus ataques. Jason no sabía mucho sobre el trastorno bipolar, algo que pensaba remediar de inmediato, pero sospechaba que la llamada de esa noche no debía de haber sido agradable.

No podía cambiar el pasado, pero tal vez pudiera ayudarla a mejorar el presente.

–Tendrías que haberme avisado y habría venido a rescatarte al momento.

Una temblorosa sonrisa apareció fugazmente en su rostro.

–Gracias, pero no puedes quitarme el teléfono para siempre.

–¿Qué te ha dicho?

–Nada grave, en serio. Simplemente, no tiene noción del tiempo y me llama a cualquier hora –se apretó contra él, lo que a Jason le pareció una señal muy prometedora–. Está muy alterada por lo del bebé. Me ha dicho que tengo que conseguir un buen acuerdo de divorcio, y después de colgar me ha enviado el número de su abogado.

Jason permaneció unos segundos en silencio. No quería decirle lo que pensaba de su madre, y tampoco podía arrojar el teléfono al mar.

–No te ha dado muchos ánimos, ¿eh?

Lauren apretó los puños.

–Ya sé que suena absurdo. No es que estemos pensando en seguir casados, pero me molesta que mi madre quiera desplumarte. Me ha hecho pensar en el medio millón de dólares –descargó un puño contra el cojín–. Debería haber permanecido firme aunque la empresa se hundiera… Pero lo fastidié todo.

–Espera un momento –le agarró los hombros y la hizo girarse hacia él. Tal vez tuviera asuntos que tratar con ella, pero de ningún modo iba a permitir que Lauren dudase de sí misma. Maldijo a Jacqueline por atacar la seguridad de aquella mujer tan increíble–. Vamos a analizarlo paso a paso. Primero, el dinero te lo robó un sinvergüenza, y es algo que por desgracia ocurre con mucha frecuencia en las empresas. Segundo, nuestro compromiso es el bebé, y eso significa que tenemos que ayudarnos mutuamente. No creo que me dejaras en la estacada si yo me viera en apuros, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza y esbozó una sonrisa más firme.

–Claro que no, y te confieso que me gusta lo que dices.

–Y por último, deja de preocuparte por lo que piense tu madre. No quiero que siga haciendo daño a la madre de mi hijo.

Ella le puso las manos a ambos lados del cuello y ladeó la cabeza.

–Ese último punto no es tan razonable como los otros dos.

Jason estaba de acuerdo, sobre todo porque él mismo se había dejado influir por su padre durante gran parte de su vida.

–Puede que contigo me cueste ser todo lo razonable que debería… Y ahora ven a la cama.

Lauren le sonrió sensualmente.

–¿Me estás seduciendo?

–¿Pero es que sólo piensas en eso? –le rodeó los hombros con el brazo y le acarició el pecho con los nudillos–. Te estoy pidiendo que duermas conmigo.

–Con mucho gusto –aceptó ella con un bostezo, pero sin entender el verdadero significado de lo que él intentaba decirle.

Ni siquiera lo estaba mirando. Caminaba con la cabeza en su hombro hacia el camarote.

Jason intentó convencerse de que era la impaciencia lo que lo hacía sospechar, pero cuando se acostaron y Lauren se acurrucó junto a él, sintió que estaba negándole una parte de ella. No parecía tener ningún problema en compartir sus fantasías sexuales, pero cuando se trataba de enfrentarse a los sentimientos se encerraba en sí misma.

Mucho después de que Jason se quedara dormido, Lauren miraba la luna y las estrellas por la ventana. El suave balanceo del barco le habría provocado sueño cualquier otra noche, pero en aquellos momentos estaba demasiado nerviosa.

Tiró del edredón y metió la pierna entre las de Jason para deleitarse con el calor de su cuerpo. Si pudieran quedarse así para siempre, o adentrarse en alta mar hasta que se perdiera la cobertura…

No iba a llorar. Las llamadas nocturnas de su madre no eran ninguna novedad, y tendría que haberse esperado su último sermón. Era lógico que su madre se tomara mal las noticias sobre el bebé. Pero había confiado en que por una sola vez…

Cerró los ojos y se reprendió por esperar tanto de su madre. Era una estúpida por albergar ilusiones como elegir con su madre la decoración del cuarto de los niños o discutir nombres para el bebé. En vez de eso, sólo había conseguido el nombre de un abogado matrimonialista.

De una cosa estaba segura, y era que no iba a ponerle a su hijo el nombre de Horace… como el abogado favorito de su madre.

Se acurrucó contra Jason y él la abrazó por la cintura sin despertarse. Suspiró y se permitió bajar la guardia para aceptar el consuelo que tanto necesitaba.

Era mucho mejor mantener las cosas en un plano superficial. De esa manera el sufrimiento no sería tan grande cuando llegara el momento de despedirse.

–Maldita sea, Jason, se supone que un modelo ha de estar quieto. Lo estás haciendo más difícil de lo que debería ser.

Era cierto, pero Jason no creía estar hecho para posar desnudo. Y si además de ser el modelo era el lienzo, quedarse quieto era más difícil de lo normal.

Los músculos le dolían por el esfuerzo sobrehumano que suponía no moverse cuando era Lauren quien lo miraba y tocaba.

–¿Todavía no se te ha acabado el sirope?

Lauren estaba desnuda en el cuarto de baño bajo cubierta, mientras él «posaba» dentro de la ducha. Estaban desayunando gofres belgas cuando Lauren miró los restos de comida, agarró un pincel de cocina y un cuenco de sirope caliente y le ordenó a Jason que se dirigiera a la ducha. Él, naturalmente, no se negó.

Una gota de sirope de arce cayó en el pie de Jason.

–Si no dejas de moverte, lo dejaré yo.

–Eres mala.

–Sólo estoy cumpliendo otra fantasía.

–Aprovéchate conmigo, entonces –le hizo un guiño, imaginándose una vida entera explorando fantasías juntos–. Soy todo tuyo.

Lauren mojó el pincel en el cuenco y le untó el pecho de sirope. El olor a azúcar impregnaba el aire. Movió el pincel en círculos sobre los pectorales, y fue estrechando la circunferencia hasta tocarle el pezón. A Jason se le aceleró el pulso. Estaba más que dispuesto a tumbarla boca arriba y penetrarla, pero la mirada de Lauren volvió a advertirle que no se le ocurriera moverse.

Dio una larga pincelada descendente, recorrió sus costillas y siguió bajando hasta que Jason contrajo los abdominales y se mordió el labio.

–¿Tienes cosquillas?

Él jamás lo admitiría.

–No. ¿Qué estás dibujando?

–Un árbol grande y poderoso –el pincel le acarició los costados como si fueran las ramas. Debía de ser un árbol muy frondoso–. Pues a mí me parece que sí tienes cosquillas… Va a resultar que el grandullón tiene una debilidad.

Jason empleó toda su fuerza de voluntad en mantenerse inmóvil.

–Sólo es una debilidad si dejo que me afecte.

–¿Me estás provocando?

Él se limitó a arquear una ceja. Entonces vio la intención en sus ojos y se obligó a quedarse quieto mientras ella seguía moviendo el pincel, muy lentamente.

Cada vez más abajo.

Llegó a la punta de su sexo, que apuntaba enhiesto y endurecido hacia el vientre, y él se dejó caer contra la pared de azulejos. Esa vez Lauren no lo reprendió por moverse, sino que le sonrió con su poderosa sensualidad femenina y siguió descendiendo hasta la base del miembro. Entonces se arrodilló, amplió su sonrisa y se lo metió en la boca. Al sentir el tacto de su ávida lengua, lo invadió una sensación sin par mientras ella lamía hasta la última gota del sirope, con un gemido de deleite que retumbó en el pecho de Jason.

El pincel cayó al suelo, un segundo antes de que los dedos de Lauren empezaran a masajearlo al mismo tiempo que la boca. Jason apretó la mandíbula y apoyó las manos en la pared para no caer de rodillas. Si aquella tortura duraba mucho más tiempo acabaría perdiendo el control, y no podría comprobar si ella estaba tan excitada como él.

De manera que, lamentándolo mucho, le agarró la muñeca y la separó de él. Pero el remordimiento desapareció en cuanto vio sus pupilas dilatadas y las mejillas encendidas por la excitación. Aquellos síntomas demostraban hasta qué punto la afectaba su compañía, algo de lo que él pensaba aprovecharse hasta el fondo. Tiró de ella hacia la ducha y abrió el grifo. El chorro inicial de agua fría cayó como una lluvia de agujas sobre su piel hipersensible, pero enseguida se calentó.

La besó en la boca y degustó el sabor del sirope, el calor y el deseo. Pero por mucho que bebiera no podía saciarse. Tal vez cuando acabaran de hacer el amor pudiera arrancarle una promesa para que se quedara un poco más… y más… hasta que tuvieran una vida en común.

El agua y el sirope resbalaban por sus cuerpos y se perdían en espiral por el desagüe. Jason se subió una pierna de Lauren a la cadera, se colocó para penetrarla y ella le clavó el talón en el trasero para guardar el equilibrio. Se retorció con fuerza e impaciencia contra él y sus apremiantes gemidos ahogaban el canto de los pájaros en cubierta.

–Quédate… Quédate en San Francisco –la orden le brotó de los labios sin darse cuenta. Nada más decirlo se maldijo a sí mismo. Su intención era esperar a que hubiera acabado.

Rápidamente pegó la boca a la suya en un intento de distraerla. Al fin y al cabo, no era más que una breve frase que podía pasar fácilmente inadvertida.

Ella se detuvo y lo miró a través del agua que chorreaba de sus cabellos.

–¿Qué has dicho?

–Hablaremos después –extendió las palmas sobre sus hombros y bajó hasta sus pechos. Sabía que en una presentación publicitaria era fundamental elegir el momento oportuno, y conquistar a Lauren era la campaña más importante de su vida.

–He oído lo que has dicho –dijo ella. Su expresión era cauta y reservada y no dejaba adivinar sus pensamientos–. No entiendo por qué cambias las reglas.

–Eres tú quien ha levantado la prohibición de mantener relaciones sexuales –le dio una palmadita en el trasero, intentando mantener un contacto ligero mientras volvían a conectar–. Lo que hemos hecho lo cambia todo. Y no sé tú, pero yo quiero más.

Ella se mordió el labio. Un atisbo de duda se reflejaba en su rostro, y Jason volvió a guiarla entre sus piernas con renovada esperanza.

La expresión de Lauren se tornó triste.

–¿Por qué? –levantó una mano para tocarle la cara–. ¿Por qué quieres más?

No era la respuesta que había esperado, pero tampoco se había cerrado del todo. Jason buscó algún argumento que la hiciera cambiar de opinión y no encontró ninguno. Había empleado la artillería pesada desde que entró en su apartamento una semana antes. Pero tenía que haber algo que…

Su BlackBerry emitió un pitido desde la encimera del lavabo. Jason lo ignoró, pero segundos después volvió a sonar.

Lauren se apartó de él y agarró una toalla para envolverse.

–Responde.

–No –la agarró del codo–. Esto es importante. Quiero que tú y el bebé os quedéis conmigo. Pagaré todos los gastos que suponga trasladar tu negocio aquí, cualquier cosa que te lo ponga más fácil. Nueva York está demasiado lejos para la vida que quiero que tengamos en San Francisco –la frustración le oprimía la garganta mientras buscaba la manera adecuada de convencerla–. Maldita sea, Lauren. Es la decisión más lógica.

Nada más acabar su razonamiento se dio cuenta de que no había sido el más acertado. Y lo peor era que no tenía ni idea de cuál podría ser. ¿Sería una cuestión de cabezonería por parte de Lauren? ¿De orgullo? Un mal presagio empezó a invadirlo.

–No lo es –dijo ella. Agarró el BlackBerry y se lo tendió con más brusquedad de la necesaria.

A Jason no le quedó más remedio que tomarlo. Su intención era apagarlo enseguida, pero se detuvo al ver la dirección de correo electrónico que aparecía en la pantalla.

Era el detective privado que había contratado para que encontrase al ex contable de Lauren.

El mensaje decía lo siguiente:

*He localizado al sujeto, su cuenta en las Islas Caimán y otros datos de interés. La información está lista para ser enviada a la policía. Dime cómo quieres proceder.

No podía ocultarle aquel mensaje a Lauren, aunque con ello aumentasen las posibilidades de que se quedara con él. Había perdido su oportunidad para conquistarla.

La empresa de Lauren estaba a salvo y ella ya no necesitaba su dinero. Por tanto, no había nada que la retuviera en San Francisco.

Lauren no tenía ningún motivo para quedarse. Jason no la amaba y nada hacía pensar que alguna vez lo hiciera.

Desde el coche de Jason contempló las casas que se alineaban en la empinada calle. Durante una semana más, la casa de Jason también sería la suya. Había prometido que se quedaría dos semanas para ayudarlo a rematar el trato con Walter Prentice y cumpliría su palabra, aunque ya no necesitara su dinero.

Tras recibir el mensaje en su BlackBerry, Jason le había hablado del detective que contrató para encontrar al contable y el dinero desaparecido, que resultó estar en una cuenta de las Islas Caimán. Las autoridades se disponían a detenerlo y ya habían congelado sus cuentas en otros países. Aunque no pudieran acceder a la cuenta o tuvieran problemas con la extradición, el criminal tenía tanto dinero en metálico guardado en otros lugares que ella acabaría recuperando lo que le pertenecía.

Al cabo de una semana volvería a su pequeño apartamento de Nueva York, a los fríos inviernos y a su empresa. Gracias a Jason y a su detective había recuperado su vida y podría devolverle a Jason el préstamo. Tenía todo lo que deseaba.

Entonces, ¿por qué se sentía tan vacía?

Iba a ser una semana muy larga y desgraciada en casa de Jason. Había sido una ilusa al creer que podía hace realidad sus fantasías con él y después marcharse con el corazón ileso.

Jason conducía en silencio a su lado. El olor de su cuerpo recién duchado se mezclaba con la calefacción del coche. La mañana era fría, pero no tanto como el nudo que le congelaba el pecho. Lo único que Lauren quería era llegar a su habitación, alejarse de Jason e ignorar la tentación que suponía cambiar sus planes por un hombre que ni siquiera le había dicho que la amaba.

Porque ella sí lo amaba. Llevaba la certeza grabada en lo más profundo de su ser, pero la simple palabra bastaba para asustarla. Había visto lo que les hizo el amor a sus padres y no quería que a ella le pasara lo mismo. Al parecer, Jason era tan cauto como ella ante los sentimientos, ya que no le había demostrado que sintiera por ella algo tan complicado, inconveniente y maravilloso como el amor.

¿Y si ella se arriesgara y se lo dijera? Tal vez cuando estuvieran en casa, cenando frente a la chimenea, se atreviera a correr ese riesgo…

Al llegar a lo alto de la colina, Lauren entornó los ojos para contemplar el amanecer y vio un coche de lujo aparcado frente a la casa de Jason. Él maldijo en voz baja y ella se enderezó en el asiento para mirar por la ventanilla. Un hombre alto y moreno estaba apoyado contra el coche y, al acercarse vieron que se trataba de Brock Maddox, el jefe de Jason. Iba vestido con un traje oscuro, y Lauren se preguntó si iría de camino al trabajo o a la iglesia. En cualquier caso, no le parecía buena señal que estuviera esperándolos.

Jason detuvo el coche junto al de Brock y salió del vehículo. Lauren también se bajó, pero se quedó en la acera en vez de entrar en casa. La curiosidad era demasiado fuerte.

–Buenos días, Brock –lo saludó Jason–. ¿Qué puedo hacer por ti?

Brock se irguió y se metió las manos en los bolsillos.

–Prentice no está contento.

–¿A qué te refieres? –preguntó Jason con el ceño fruncido.

–A la farsa de matrimonio que habéis montado.

Lauren se estremeció al oírlo. Independientemente de cuáles fueran sus sentimientos, no quería que Jason perdiera su trabajo. Se acercó a él y le agarró el brazo con una mano temblorosa.

–¿Quién dice que no es un matrimonio de verdad?

Brock los miró a uno y a otro, como si estuviera dudando sobre la conveniencia de incluirla en la conversación. No parecía tener interés en entrar en casa y mostraba su actitud habitual, distante e incluso un poco indiferente. ¿Sería ése el modelo que Jason aspiraba a imitar?

Lauren se frotó vigorosamente los brazos. Se le había puesto la piel de gallina. Al menos el barrio estaba tranquilo, salvo por un Jaguar que pasaba lentamente frente a la casa y los cuatro miembros de una familia vecina que se subían a un coche para ir a la iglesia. A Lauren se le formó un nudo en la garganta al verlos.

–Cualquier cosa que tengas que decirme puedes decírsela también a Lauren –dijo Jason.

–Muy bien –aceptó Brock–. En el mundo de los negocios todos se conocen. ¿Creías que esa transferencia de medio millón de dólares pasaría inadvertida? Vamos a ver si lo he entendido bien, porque los rumores que circulan desde Wall Street a Golden Gate Promotions son bastante confusos. El contable de Lauren se fugó con medio millón de dólares de la empresa…

Lauren miró a Jason, llena de pánico, pero él permanecía impasible.

–Supongo que le ofreciste a Lauren ayuda económica a cambio de que se casara contigo para que Prentice no sospechara del embarazo.

–Puede que no fuera un comienzo muy romántico –dijo Lauren, intentando buscar las palabras adecuadas para salvar la carrera de Jason. Qué irónico resultaba que él empezara a tener problemas justo cuando los suyos se solucionaban–. Pero las cosas han cambiado.

Le costaba entender que Jason pudiera trabajar en un ambiente tan claustrofóbico, rodeado de fisgones y envidiosos. Por un momento pensó en declarar en voz alta lo mucho que lo amaba.

Brock volvió a mirar a Jason.

–Entonces… ¿Lauren va a quedarse contigo?

Jason dudó más de la cuenta en responder.

–No ha reservado ningún billete de avión.

Brock arqueó una ceja.

–Tendrás que inventarte algo mejor. Ya sé que la policía está metida en el asunto.

–Mi mujer y yo compartimos muchas cosas, entre ellas los problemas económicos. Su negocio es mi negocio. ¿Qué hay de malo en que invierta en su empresa?

–Prentice no lo ve así. No confía en un hombre que le paga a una mujer para que finja estar casada con él sólo por salvar una campaña publicitaria.

Lauren quería decirle a Brock que se largara, pero se contuvo por el bien de Jason. Además, por una vez los rumores eran ciertos.

Jason se cuadró como si estuviera en el ejército.

–¿Qué vas a hacer? –le preguntó a Brock.

–Es tu campaña. Tú la conseguiste y tuya es la responsabilidad. Aunque admito que nunca hemos necesitado un cliente como Prentice tanto como ahora. La competencia nos pisa los talones, especialmente Athos Koteas.

–Lo entiendo, y quiero hacer lo que sea mejor para Maddox Communications.

Brock miró brevemente a Lauren antes de volver a dirigirse a Jason.

–Intuyo hasta dónde estás dispuesto a llegar, y aunque una parte de mí te admira por eso, espero que sepas lo que haces –se pasó una mano por la mandíbula–. Lamento no haberme dado cuenta antes.

Jason se pellizcó la nariz. En cuanto a Lauren, se sentía como una idiota. Una pobre ingenua que se había enamorado de su ambicioso e implacable marido. Gracias a Dios no había llegado a declararle sus sentimientos.

Brock sacó las llaves del coche y las agitó en la mano.

–Eso es todo por ahora. Sólo quería avisarte en persona y darte tiempo para que pienses en la forma de salvar tu trasero. Prentice ha convocado una reunión para mañana por la tarde. Pero quiero verte en mi despacho a primera hora de la mañana –se despidió de Lauren con un movimiento de cabeza y se subió al coche.

Jason se quedó mirando como se alejaba el vehículo, sin mirar a Lauren.

–Supongo que ya está todo dicho –murmuró–. No tienes que esperar hasta la semana que viene para marcharte.

Era lo que ella quería. Lo que había planeado desde el principio. Volvió a mirar a la familia que se disponía a ir a la iglesia en coche. El padre estaba sujetando al bebé en la sillita. Si al final tenía todo lo que quería, ¿por qué le resultaba tan dolorosa la imagen de aquella familia?

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