Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 25

Capítulo Dos

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«Como en casa en ningún sitio».

Pero aquélla no era su casa, se recordó Renee el viernes por la noche. Se le hizo un nudo en el estómago al mirar la casa victoriana de ladrillo con sus balaustres de color crema y su saliente rojizo.

La puerta de madera con su cristal ovalado se abrió y Flynn salió al porche, vestido con unos vaqueros descoloridos y una camiseta azul. Seguramente había estado esperándola, y a Renee le pareció el mismo hombre del que se había enamorado perdidamente ocho años y medio atrás. Pero aquel amor había muerto de la forma más dolorosa posible. Y por nada del mundo se permitiría volver a sentirlo.

Un cúmulo de emociones contradictorias se agitó en su interior mientras Flynn bajaba los escalones y se detenía a escasos centímetros de ella.

–Yo llevaré estas maletas. Tú lleva el resto de tu equipaje.

Renee bajó involuntariamente la mirada a sus labios, pero enseguida la apartó.

–Esto es todo lo que he traído.

Sólo había llevado con ella lo mínimo necesario. Al fin y al cabo, sólo iba a ser una estancia temporal y no quería que Flynn, ni ella misma, se hiciera una idea equivocada.

–Si necesito algo más, lo traeré cuando haga mis visitas semanales a Tamara para ver cómo lleva el negocio.

Él no pareció del todo satisfecho, pero tampoco discutió.

–¿Quieres meter tu coche en el garaje?

–No, gracias. ¿Llegaste a hacer algo con el resto del sótano? –durante las reformas, Flynn había usado el sótano para guardar las herramientas. Pero al ser tan grande y con ventanas al jardín trasero era una lástima desperdiciarlo como simple trastero o despensa.

–Aún no, pero tengo algunas ideas.

Renee volvió a observar la fachada de la casa.

–No parece que hayas hecho muchos cambios por fuera.

–Es difícil mejorar lo que ya es perfecto. Hicimos un buen trabajo con Bella.

Bella… Era el nombre que le habían dado a la casa.

Flynn la agarró de la mano sobre las asas de las maletas, provocándole un escalofrío por el brazo. Estaba muy cerca de ella y olía maravillosamente bien. Los recuerdos más felices del pasado se abrían peligrosamente camino, de modo que Renee intentó contenerlos y dejó el equipaje en manos de Flynn para poner distancia entre ellos.

Él levantó las maletas como si no pesaran nada y subió los escalones. Ella lo siguió, pero se detuvo en el porche para girarse y admirar la vista. Otras mansiones del siglo XIX se alineaban en la cresta de la colina como un arco iris de color. En días claros como aquél se podía ver el puente Golden Gate, la antigua prisión de Alcatraz y las Marin Headlands al norte. La zona comercial y de ocio estaba colina abajo y rodeando la manzana.

–Vamos, Renee.

El miedo ralentizaba su tiempo de reacción. Lentamente, le dio la espalda a las maravillosas vistas que tanto encarecían el precio de aquellos inmuebles y entró en la casa. En cuanto puso un pie en el vestíbulo la invadió la nostalgia. Era como si sólo hubiera pasado un día desde que se marchara de allí. Los cálidos colores que habían elegido para las paredes la recibieron exactamente igual a como recordaba, e incluso persistía el delicioso olor a vainilla y canela.

Los brillantes suelos de parqué se extendían en todas direcciones. La escalera con su bonita barandilla de color marfil ocupaba una pared lateral. A la izquierda del vestíbulo estaba el salón, y a la derecha quedaba el comedor.

Renee se obligó a volver al presente.

–¿Has acabado ya la tercera planta?

–No tenía mucho sentido que lo hiciera.

Las habitaciones de los hijos habrían estado en la tercera planta, que contaba con tres dormitorios y un cuarto de juegos.

–No puedes abandonar, Flynn. Bella se merece que la acabes.

–Ahora que has vuelto, quizá podamos ocuparnos de ello…

Renee intentó ignorar el uso que hacía Flynn del plural.

La casa estaba en un estado lamentable cuando Flynn la compró hacía diez años. Estaba reformando la primera planta cuando él y Renee se conocieron en un almacén de pintura al que ella había ido para buscar una marca de pintura imposible de encontrar en Los Ángeles. Él le había pedido su opinión sobre un color para la fachada, y el resto, como se suele decir, es historia.

Se sucedieron muchas citas, así como los primeros seis meses del matrimonio, acabando la primera planta y acometiendo las reformas de la segunda. Se disponían a empezar con la tercera cuando Flynn perdió a su padre y cambió de trabajo, perdiendo todo interés en las obras de la casa, en su matrimonio y en ella. Renee siguió con las reformas a solas, pero ya no era lo mismo. Sin Flynn a su lado no le hacía ilusión acabar nada, y cuando él se negó a tener un hijo, el cuarto de los niños dejó de tener sentido.

–Puedes elegir habitación –le dijo él mientras subía la escalera–. El dormitorio de invitados o el principal.

¿Y enfrentarse a los recuerdos que impregnaban la enorme cama de matrimonio y la bañera con patas? No, gracias. Habían llenado de recuerdos eróticos cada rincón de la casa, pero aun así quería poner entre Flynn y ella la mayor distancia posible.

–Me quedaré la habitación con balcón –decidió. Allí habían hecho el amor sobre un plástico manchado de pintura, y durante las semanas siguientes Renee siguió encontrándose restos de pintura en el pelo y en otras zonas más íntimas de su cuerpo. Pero aquel plástico y aquel día pertenecían a un pasado muy lejano.

Flynn frunció el ceño.

–¿Estás segura? Esa habitación da a la calle…

–Uno de los dos tiene que dormir ahí, y por aquí apenas hay tráfico. Siempre me pareció que ese balcón sería un lugar muy agradable para que los invitados tomasen café por la mañana. Tendrás que admitir que las vistas son increíbles.

Flynn llevó el equipaje a la habitación indicada y lo dejó en la cama de hierro.

–Ya sabes dónde está todo. Ponte cómoda.

–Gracias –lo dijo con una voz tan fría como si fuera una desconocida, y no la persona que había elegido la decoración del dormitorio, desde la colcha Wedding Ring hasta la alfombra.

–Cuando acabes de deshacer el equipaje, iremos a cenar a Gianelli’s.

Los recuerdos del pintoresco restaurante italiano la golpearon con fuerza.

–No intentes aparentar que todo es igual que antes, Flynn. Porque no lo es.

–Las personas que nos conocen esperarán que celebremos nuestra reconciliación en nuestro restaurante favorito.

Tenía razón, por desgracia. Para conseguir que aquella farsa pareciera real tendría que enfrentarse a los demonios del pasado.

–Nuestra supuesta reconciliación –corrigió.

Él inclinó la cabeza, y a Renee le invadió la resignación. Aquella farsa iba a obligarla a hacer cosas que no quería hacer.

–Dame media hora –murmuró. Tal vez para entonces hubiera encontrado el valor que necesitaba.

***

A Flynn le gustaba que los planes salieran bien, y hasta el momento todo iba sobre ruedas. Renee estaba instalada en su casa. En su cama aún no, pero muy pronto lo estaría.

La agarró de la mano al entrar en Gianelli’s, igual que habían hecho tantas veces. Ella dio un pequeño respingo e intentó retirar la mano, pero con el tirón se tropezó y a punto estuvo de caer. Flynn la agarró con fuerza y tiró de ella hacia su costado.

–¿Qué haces? –le preguntó Renee, mirándolo con sus grandes ojos azul violeta.

–Agarrarte de la mano. Seguro que puedes soportarlo para guardar las apariencias, ¿verdad?

–Supongo.

Él aspiró el olor familiar de su perfume Guccy Envy Me. Le gustaba tenerla pegada a él, y quería entrelazar las manos en sus largos cabellos rubios y besarla hasta que se derritiera contra su cuerpo. Pero para eso tendría que esperar a que Renee estuviera más receptiva. El beso anterior había respondido a la pregunta más importante: seguía habiendo química entre ellos, lo que suponía un buen comienzo para enmendar lo que se había roto.

Sintió la tensión que despedían los dedos de Renee y buscó la manera de distraerla.

–He buscado algunos inmuebles por la zona.

–¿Y?

–Hay donde elegir, pero todo depende de tu presupuesto. Te enseñaré lo que he encontrado cuando volvamos, junto a las ideas que tengo para el sótano.

El rostro de Renee se iluminó de interés.

–¿Qué has decidido hacer en el sótano?

–Tendrás que esperar a que lleguemos a casa.

–Por favor… –le suplicó ella con una sonrisa, pero enseguida se puso seria. Sin duda estaba acordándose de las ocasiones en que él la había provocado hasta el límite de la excitación para luego hacerla suplicar clemencia.

Flynn empezó a excitarse por el recuerdo y se concentró en lo que pensaba enseñarle después de la cena. Los planes para el negocio de Renee lo habían llenado de un entusiasmo que no experimentaba hacía mucho tiempo. A punto estuvo de revelárselos cuando ella le preguntó por un espacio apropiado para el negocio, pero antes tenía que agasajarla con buena comida, buen vino y buenos recuerdos, para que estuviera lo más receptiva posible.

Entraron en el restaurante y fueron recibidos por Mama Gianelli, a la que Flynn había enviado un mensaje para avisarla. Ella y Renee se habían conocido años antes, cuando Renee le pidió consejo para una receta.

Mama Gianelli chilló de gozo al verla y se lanzó hacia ella para abrazarla y besarla en las mejillas.

–Me llevé una gran alegría cuando Flynn me pidió que os reservara una mesa. Estoy muy contenta de que hayas vuelto al lugar al que perteneces, Renee. Te he echado mucho de menos, a ti y a tu encantadora sonrisa.

Por primera vez desde que volvió a entrar en la vida de Flynn, Renee esbozó una verdadera sonrisa. Por desgracia, no iba dirigida a él.

–Yo también te he echado de menos, Mama G.

–Y este señorito no ha estado comiendo nada bien –dijo Mama G, señalando a Flynn con un gesto de reproche–. Míralo. Está en los huesos.

Flynn se incomodó, pero entonces se encontró con la escrutadora mirada de Renee y su cuerpo experimentó una reacción muy distinta.

Mama G enganchó su brazo con el de Renee.

–Vamos. Tengo preparada vuestra mesa.

Flynn siguió a las dos mujeres hacia un rincón del fondo, deleitándose con el bonito trasero de su esposa. Renee había ganado un poco de peso desde la separación, pero lo tenía muy bien repartido y su jersey blanco y pantalones grises realzaban su magnífica figura, excitando a Flynn como ninguna otra mujer lo había excitado en los últimos años.

–Os llevaré una botella de tu Chianti favorito –dijo la signora Gianelli.

–Para mí no, gracias –rechazó Renee.

Flynn se sorprendió por su negativa a tomar vino, pero decidió seguirle la corriente.

–Para mí tampoco.

Mama Gianelli se alejó y Renee abrió el menú. A Flynn le extrañó, pues Renee siempre había pedido lo mismo en aquel restaurante, alegando que en ninguna otra parte hacían unos manicotti de espinacas tan deliciosos. Quizá fuera una forma de intentar ignorarlo…

–¿No vas a pedir lo de siempre?

–Me apetece probar el pollo con gambas y mozzarella cubierto con salsa de limón –respondió ella sin mirarlo.

–Menudo cambio…

Ella asomó la mirada por encima del menú.

–He cambiado, Flynn. Ya no soy la ratita muerta de miedo que siempre intenta complacer a todo el mundo.

A Flynn le pareció notar un tono de advertencia en sus palabras.

–Todos cambiamos, Renee, pero en el fondo seguimos siendo los mismos.

La nieta de los Gianelli se acercó a la mesa para tomar nota. Flynn esperó a que se marchara y levantó su vaso de agua.

–Por nosotros y por nuestra futura familia.

Renee dudó un momento y levantó su vaso.

–Por el bebé que quizá podamos concebir.

A Flynn no se le pasó por alto el «quizá», pero prefirió no hacer ninguna observación y le agarró la mano por encima de la mesa. Ella se puso rígida al instante.

–¿Es necesario que me toques?

–Siempre nos agarrábamos de la mano mientras esperábamos la comida.

Ella siguió tensa, pero no intentó retirar la mano.

–¿Por qué es tan importante dar una imagen de pareja feliz?

No era la conversación íntima y relajada que él había planeado, pero comprendía que Renee necesitara conocer los hechos.

–Por culpa de la crisis económica las empresas están recortando drásticamente su presupuesto publicitario, por lo que la competencia es más encarnizada que nunca. Nuestro mayor rival, Golden Gate Promotions, intenta robarnos la clientela empleando métodos poco limpios.

–¿Como cuáles?

–Athos Koteas, el dueño de la empresa, está empeñado en destruirnos. Y para ello nos mostrará como una empresa inmoral, inestable e indigna de confianza.

–¿Cómo puede hacer eso?

–Difundiendo toda clase de rumores e insinuaciones. No sabemos de dónde saca la información, pero todo parece indicar que hay alguien infiltrado dentro de nuestra empresa. Algunos de nuestros mejores clientes son personas ultraconservadoras, y no dudarán en irse a la competencia ante el menor atisbo de escándalo. No pueden permitirse que los relacionen con una empresa donde haya asuntos turbios. Por eso nadie puede saber la verdad que se oculta tras este compromiso.

–Pero eso es como vivir en una burbuja de cristal, Flynn. No se puede mantener en secreto indefinidamente.

–Athos Koteas tiene setenta años. No vivirá para siempre. Pero ya está bien de hablar de mi trabajo.

–Me gusta oírte hablar de tu trabajo. Nunca hablabas de ello…

–Ya tenía bastante durante el día. No quería acordarme del trabajo por la noche –arguyó él, pero Renee tenía razón. Cuando trabajaba en Adams Architecture le gustaba tanto lo que hacía que a menudo se lo contaba a Renee durante la cena–. ¿Cómo está Lorraine?

Ella lo miró con severidad, pero se encogió de hombros y aceptó el cambio de tema.

–Igual que siempre. Trabaja en un restaurante de cinco tenedores en Boca Raton.

–¿Sigue cambiando de trabajo cada dos por tres?

Renee asintió.

–Se marcha de un sitio en cuanto se lleva mal con alguien.

–Es lo malo de su alcoholismo. Tienes mucha suerte de haber contado con tu abuela para disfrutar de un entorno más estable –le acarició la palma de la mano con la uña del pulgar. Ella retiró la mano y volvió a agarrar el vaso de agua, pero Flynn vio como se le ponía la piel de gallina–. Tienes muy buen aspecto, Renee. Parece que te sienta bien dirigir tu propio negocio.

–Gracias. Ser tu propio jefe tiene sus ventajas, y prefiero disfrutar de la libertad creativa en vez de ceñirme a las mismas recetas de siempre.

Cuando se conocieron, ella trabajaba para un famoso proveedor de Los Ángeles. Después de casarse, dejó aquel empleo y se trasladó a San Francisco.

Flynn había tenido mucho tiempo para pensar en el fracaso de su matrimonio, y llegó a la conclusión de que el primer error fue pedirle a Renee que se dedicara por completo a la vida doméstica. Renee procedía de una familia de clase trabajadora, lo que no le gustó nada a la madre de Flynn. Su abuela tenía un restaurante y su madre era chef. Ambos trabajos exigían un gran esfuerzo y tiempo, y consecuentemente la infancia de Renee transcurrió casi toda en la cocina de algún restaurante. A los catorce años, mientras Flynn se dedicaba a hacer maquetas y comportarse como un típico adolescente, ella atendía las mesas en su primer empleo. Muy pronto se acostumbró a ganar su propio salario y nunca se sintió cómoda recurriendo a Flynn para pedirle el dinero de la compra.

Renee no disfrutaba yendo de compras, a menos que guardara relación con las reformas de la casa. Tampoco era el tipo de mujer que pasara las horas muertas en un spa, por lo que no tuvo con qué distraerse cuando Flynn aumentó su horario laboral.

Lo único que le quedaba eran sus fantasías prematuras de ser madre.

Flynn se preguntó miles de veces qué habría pasado si él le hubiera permitido a Renee buscar otro trabajo o si hubiera accedido a tener un hijo. Se negó a formar una familia porque no quería ser el padre ausente que había sido el suyo.

Hijos… ¿Cuántos habrían tenido si él no se hubiera negado? Apartó rápidamente aquel pensamiento. El pasado no podía cambiarse. Lo único que podía hacer era aprender de sus errores y seguir adelante. Y esta vez no tenía intención de dejar escapar a su mujer.

Sería muy fácil olvidar que todo aquello era pura actuación, pensó Renee mientras Flynn le habría la puerta de casa.

Durante la cena había estado tan atento, ingenioso y locuaz como al principio de su relación. Pero Renee no podía olvidar que Flynn ya había cambiado una vez, y que por tanto podía volver a cambiar. Además, el verdadero problema no era él, sino ella.

–Tengo un juego de llaves para ti –le dijo él, tan cerca de su oído que el aliento le acarició el pelo.

Ella se estremeció y se apresuró a poner distancia entre ambos.

–Dijiste que me enseñarías tus ideas para el sótano.

–Están en mi estudio, junto con las llaves. Espérame allí. Iré dentro de un momento.

Se dirigió a la cocina y Renee entró en la habitación situada bajo las escaleras. El despacho de Flynn olía igual que él, y Renee se sorprendió respirando hondo para deleitarse con su fragancia. La mesa seguía ocupando casi todo el espacio bajo la ventana. Le resultó extraño que no se hubiera deshecho de ella, ya que aquel mueble representaba la vida y la ilusión que Flynn había dejado atrás. A Renee siempre le había parecido una lástima que tirase por la borda cuatro años de universidad y cuatro años y medio de prácticas, justo cuando estaba tan cerca de conseguir recomendaciones y ponerse a diseñar casas.

Contempló con pesar los libros de arquitectura y los títulos académicos que seguían ocupando las estanterías y se encontró con la foto enmarcada del día de su boda.

Un nudo de melancolía se le formó en la garganta al ver a Flynn y a ella en la pequeña capilla blanca de Las Vegas, los dos sonrientes y felices, llenos de amor. Antes de que se rompiera la magia, antes de que los ataques de la madre de Flynn empezaran a hacer mella, antes de que él perdiera a su padre… En el instante en que fue tomada la foto, Renee no podía sospechar lo triste y sola que llegaría a sentirse junto al hombre al que tanto amaba.

Flynn entró en el despacho con una botella de vino y dos copas.

–No me apetece –dijo ella.

Él frunció el ceño y dejó la botella y las copas en una mesa auxiliar.

–Dr. Loosen era tu vino favorito.

–Ya no bebo vino, salvo que tenga que probarlo para alguna receta. E incluso entonces sólo tomo un sorbo y después lo escupo.

–El vino te encantaba…

Ella se encogió de hombros.

–Eso era antes.

–¿Lo dejaste por culpa de tu madre?

Flynn no sabía nada de la mañana en que Renee despertó con una horrible resaca tras haberse emborrachado mientras esperaba a que volviera a casa. Y nunca lo sabría.

–En parte sí. ¿Y el sótano?

–Enseguida –Flynn descorchó el vino y, sin dejar de fruncir el ceño, se sentó tras su escritorio y abrió un cajón. Extrajo un juego de llaves y se lo tendió a Renee, quien por unos momentos no supo qué hacer. Si aceptaba aquellas llaves, estaría dando otro paso gigantesco hacia lo desconocido.

Finalmente agarró las llaves y sintió el frío metal al cerrar el puño.

Acto seguido, Flynn abrió una carpeta y la empujó sobre la mesa hacia Renee.

–Éstos son algunos locales que podrían servirte para tu negocio de catering.

Ella se inclinó para echar un vistazo, ahogó un gemido al ver el precio del primero y pasó al segundo. Flynn había anotado al margen los pro y los contra de cada inmueble, y a Renee se le fue encogiendo el corazón a medida que iba pasando las páginas. Los alquileres eran prohibitivos. Levantó la mirada y se encontró con los ojos entornados de Flynn fijos en ella.

–Esos alquileres no incluyen las reformas que tendrías que acometer para montar tu negocio. Y tú sabes mejor que yo cuánto te constarían esas reformas…

Renee barajó rápidamente las posibilidades. Aunque empleara todos sus ahorros tendría que pedir un préstamo para un proyecto de ese calibre. ¿Y realmente merecía la pena endeudarse por algo que tal vez no prosperara? En San Francisco la competencia era feroz, y si pedía un préstamo tan elevado no podría irse de la ciudad si la situación con Flynn se volviera insostenible. Se reprendió a sí misma por no haber pensado en los costes antes de aceptar el trato de Flynn.

–No tengo tanto dinero –admitió.

–Hay otra opción más económica –dijo él. Se levantó y se dirigió a la mesa de dibujo.

A Renee se le aceleró el pulso cuando vio la hoja llena de bocetos.

–¿Y esos planos?

Él la miró a los ojos y, por primera vez en muchos años, en su mirada azul volvió a arder la excitación que tanto atrajo a Renee en el almacén de pintura.

–Echa un vistazo.

Renee se acercó con cautela y vio el boceto que había hecho Flynn. Era una cocina muy parecida a la que Renee tenía en Los Ángeles, pero de mayor tamaño, con más superficie de trabajo y ventanas más grandes. El diseño incluía una zona de oficina para el trabajo administrativo o para atender a los clientes, y también un patio con mesas y una fuente.

–Es precioso, Flynn. ¿Dónde está?

–En nuestro sótano.

Las alarmas se dispararon en su cabeza.

–Pero…

Él levantó una mano para interrumpirla.

–Escúchame. El sótano está exento de alquiler y se accede por una entrada distinta a la de la casa. Podrías trabajar allí y tener una niñera para que cuide del bebé. Así podrías subir a ver a nuestro hijo cada vez que quisieras.

«Nuestro sótano». «Nuestro hijo».

Aquellas palabras implicaban un compromiso a largo plazo. Un compromiso que ella no estaba preparada para asumir.

–No es buena idea invertir tanto dinero en un lugar de trabajo temporal, Flynn.

–¿Quién ha dicho que vaya a ser temporal?

El pánico volvió a apoderarse de ella.

–Lo digo yo. Aunque mi negocio prospere en San Francisco y decida mantenerlo, contrataré a un encargado y volveré a Los Ángeles con mi hijo. Hemos acordado que nos divorciaremos cuando el bebé tenga un año.

–Piensa en ello, Renee. No vas a encontrar un lugar más barato que éste. Es un buen sitio para trabajar. Está cerca de los restaurantes y tiendas, por lo que será muy fácil encontrar clientes.

No sólo tenía razón, sino que estaba pintando una imagen casi irresistible.

Ella quería negarse, pero era una locura vivir en San Francisco sin otra ocupación que esperar a que Flynn volviera del trabajo. Ya había probado esa clase de vida y no quería repetirla, ni siquiera por un hijo. No podía depender económicamente de Flynn.

Necesitaba trabajar, y además tenía que hacerlo por su cuenta. Si trabajaba para otra empresa de catering no dispondría de libertad para ayudar a Tamara en Los Ángeles cuando fuera necesario. Por no mencionar que supondría un conflicto de intereses… Nadie se arriesgaría a contratarla si tenía su propia empresa, por temor a que pudiera robarles sus recetas.

Por desgracia, la opción que le ofrecía Flynn era la mejor y la peor de todas las posibles. Abrir una sucursal de California Girl’s Catering en su bonita casa victoriana era la única manera de introducirse en el mercado de San Francisco con una mínima posibilidad de éxito.

Pero ¿de verdad quería comer, dormir y trabajar a la sombra de Flynn? ¿Sería capaz de soportar tanta presión? La última vez que lo intentó, el estrés acabó agotándola física y emocionalmente.

Si quería preservar su cordura, la solución de Flynn tendría que ser temporal. Si su negocio prosperaba en San Francisco, buscaría otro local en cuanto se lo permitieran los ingresos. De esa manera estaría cerca de Flynn para que éste pudiera ver a su hijo, sin que pareciese que ella quisiera perderlo de vista.

«Puedes hacerlo. Eres fuerte. Tú no bebes ni te derrumbas porque el mundo esté en tu contra. Tu hijo o tu hija sabrá que lo quieres desde el primer día, que no es un error que le harás pagar el resto de su vida. Tú no eres como tu madre».

Miró la información que Flynn había extendido sobre la mesa y luego lo miró a él.

–No es que no confíe en la búsqueda que has hecho, pero si algo he aprendido, es a hacer las cosas por mí misma. Echaré un vistazo por ahí y te daré una respuesta.

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