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Capítulo 3

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Con el teléfono sujeto entre la oreja y el hombro, Lauren se apoyó en un pie para ponerse la bota de color púrpura.

–Hola, mamá –dijo mientras se dejaba caer en el borde de la cama–. ¿Qué tal estás?

–Lauren, cariño, te he estado llamando al trabajo, a tu casa y a tu móvil y nunca me respondías –se quejó su madre a cientos de kilómetros. Su insípido acento de Nueva Inglaterra era más pronunciado que de costumbre, señal de que estaba alterada–. Empiezo a pensar que me estás evitando.

–¿Por qué iba a hacerlo?

Habían hablado dos días antes, y desde entonces había recibido treinta y siete mensajes de su madre. Lauren ya tenía demasiados problemas como para aguantar los ciclos depresivos de Jacqueline Presley en un día normal.

Claro que aquellos días no estaban siendo muy normales.

–No sé lo que haces, Lauren. Últimamente no sé nada de ti –hizo una pausa, quizá para tomar aire, o quizá para reordenar sus pensamientos–. ¿Has hablado con tu padre?

Horror. Tenía que alejarse cuanto antes de aquella bomba de relojería.

–No, mamá. No le he dedicado más tiempo a él del que te dedico a ti.

–¿Por qué te pones tan insolente? A veces me recuerdas a la hermana de tu padre, que acabó sola y gorda.

Genial. Justo lo que necesitaba oír. Su madre estaba tan obsesionada con las curvas de su hija que a los diez años Lauren ya había aprendido el significado del término «rubenesco».

–No pretendía ofenderte, mamá –se subió la cremallera de las botas y miró el reloj. Jason llamaría a la puerta de un momento a otro. Había acabado muy tarde de trabajar y apenas había tenido tiempo para ponerse unos pantalones negros y un jersey holgado. Al arrojar el bolso a la cama se había salido el estuche del anillo–. Hay muchos problemas en la oficina.

–No tienes por qué trabajar como una esclava para demostrarme nada –se oyó un tintineo al otro lado de la línea y Lauren se imaginó a su madre jugueteando con la cadena de sus gafas tachonadas de joyas–. Puedo decirle a tu padre que te adelante parte de tu herencia, o podrías haber invertido mejor el dinero de la tía Eliza y haberte comprado un bonito piso donde dedicarte al arte de verdad…

A Lauren se le formó un nudo en el pecho, como siempre que hablaba con su madre.

–Podrías haber sido tan buena artista como yo, Lauren, si te hubieras aplicado un poco más.

Lauren aferró con fuerza el edredón adamascado. La desastrosa situación económica de la empresa sólo serviría para añadir leña a las críticas de su madre.

–Mamá…

–La semana que viene iré a Nueva York –la interrumpió Jacqueline–. Podríamos comer juntas.

Lauren se estremeció de horror. Cuando su madre empezaba a criticar todo lo que ella no hacía bien en la vida, siempre acababa con una lista de jóvenes solteros a los que había conocido. Cuando descubriera su embarazo se llevaría el disgusto de su vida.

–Mamá, me ha alegrado hablar contigo –se levantó y se estiró el jersey sobre las caderas–. Pero ahora tengo que irme.

–¿Tienes algún plan?

Si no lo tuviera, su madre seguiría hablando sin parar. Así que más valía decirle la verdad.

–He quedado para cenar con un socio del trabajo… Pero no es una cita –se apresuró a añadir.

–Pues en ese caso, ponte lo más guapa posible y recuerda que el rosa no te favorece –dicho eso, colgó sin despedirse.

Lauren soltó un grito de frustración y apretó el botón del teléfono con tanta fuerza que se rompió la uña. Arrojó el aparato a la cama y empezó a andar por la habitación mientras agitaba frenéticamente las manos. Después de tantos años ya debería estar acostumbrada a la irritación que le provocaba su madre y, en realidad, esa última conversación no había sido tan traumática. Pero cuando oía el parloteo de su madre se echaba a temblar. Bastaría un pequeño empujón para provocarle a Jacqueline otra crisis nerviosa. Y desde que su madre había renunciado a la medicación y la terapia, su inestabilidad emocional era cada vez más grave.

Descubrir que su hija estaba embarazada sería algo más que un pequeño empujón. A lo que había que añadir el desfalco de su ex contable. La reacción de su madre era imprevisible, pero lo que estaba claro era que no se tomaría las noticias con serenidad.

Al pasar junto al helecho bajo la ventana arrancó una hoja seca. ¿Cómo sería tener una madre en la que se pudiera confiar? Se llevó la mano al vientre y pensó que haría lo que hiciera falta para que su hijo se sintiera querido y seguro.

Giró la maceta para que la otra cara del helecho recibiera la luz del sol. Ojalá tuviera un poco de tiempo para ella sola y así poder recuperarse y reordenar sus pensamientos…

El estuche atrajo su mirada desde la cama como si fuera un imán.

La oferta de Jason seguía dándole vueltas en la cabeza. Un compromiso temporal… Resultaba muy tentador. Y peligroso. ¿Podría arriesgarse a pasar una larga temporada en California… con él?

Aunque visto de otro modo, ¿podía permitirse no hacerlo, cuando su vida en Nueva York iba cuesta abajo y sin freno?

Jason conducía el coche alquilado por una carretera secundaria hacia un pequeño y pintoresco pueblo a cuarenta minutos de la ciudad. Lauren iba sentada a su lado, con la cabeza hacia atrás, el ridículo bolso en el regazo, contra la suave curva de su estómago.

Finalmente podía estar a solas con Lauren, y tenía que aprovechar ese tiempo al máximo. Como si se tratara de conseguir un acuerdo comercial con un cliente.

Sí, abordar la situación desde un punto de vista analítico era mucho más fácil que hacerlo emocionalmente. Cuanto más pensaba en el sinvergüenza que había robado a la empresa de Lauren más le hervía la sangre. Ella no se merecía lo que le había pasado. Tenía un talento extraordinario, como él había comprobado desde que se conocieron.

Cerró con fuerza los dedos en torno a la palanca de cambios. Sentía la imperiosa necesidad de pasar a la acción, de protegerla, de hacer todo cuanto estuviera en su mano. No había vuelto a sentir un impulso tan fuerte desde que estaba en la Marina.

Convencer a Lauren sería mucho más sencillo si estuviera despierta, pero se había quedado dormida incluso antes de salir de la ciudad. Si no se despertaba al llegar a su destino, estaría dando vueltas a la manzana hasta que ella abriera los ojos o se quedaran sin gasolina. Lauren necesitaba dormir, y sería más fácil hablar con ella si estaba despejada.

Las farolas antiguas iluminaban los bordes de la carretera, dejando en penumbra las tiendas y almacenes. Los copos de nieve se arremolinaban ante los faros del coche y de vez en cuando pasaba un vehículo en sentido contrario.

El teléfono móvil de Lauren rompió el silencio que reinaba en el interior del coche, emitiendo una suave melodía desde el fondo de su bolso. Estaba demasiado hondo para que él intentara sacarlo con una mano.

Ella se removió, abrió los ojos como platos y parpadeó rápidamente. Agarró el bolso y sacó el móvil justo cuando dejaba de sonar. Se quedó mirando el aparato con el ceño fruncido.

Jason bajó el volumen de la radio.

–¿Vas a devolver la llamada?

Ella negó con la cabeza y volvió a meter el móvil en el bolso.

–No, no es necesario. Puedo llamar después.

–Entiendo que tengas compromisos laborales –dijo Jason.

–No se trata del trabajo –contestó ella, manoseando nerviosamente el asa del bolso–. Es mi madre. Siempre me está llamando.

Por cómo lo dijo no parecía que le hicieran mucha ilusión esas llamadas. Pero al menos hablaba con su madre. Él no había vuelto a hablar con sus padres desde que su padre lo desheredó, acusándolo de romperle el corazón a su madre al rechazar todo lo que habían hecho por él.

No quería pensar en ello. Quería concentrarse en Lauren y en nada más.

–¿Qué dijo tu familia sobre el bebé?

Ella dejó el bolso en el suelo.

–Todavía no se lo he dicho.

–¿Tu madre te llama pero no viene a verte?

–Hace un mes que no nos vemos.

–No tardarán en descubrirlo. Yo me enteré enseguida, viviendo al otro lado del país. Te acompañaré cuando vayas a decírselo.

Ella se echó a reír.

–¿Quién te ha dicho que estés invitado? Además, están divorciados.

Jason levantó el pie del acelerador al aproximarse a una curva, muy por debajo del límite de velocidad. No podía correr el menor riesgo, llevando una carga tan preciada a bordo.

–Creía que íbamos a llevarnos bien por el bebé.

–Lo siento –se cruzó de brazos y miró por la ventanilla. Los árboles abundaban en los suburbios, llenos de vallas blancas y casas de ladrillo–. Estoy preocupada por el trabajo y lo pago contigo.

Jason quiso recordarle que él podía solucionar sus problemas laborales en un abrir y cerrar de ojos, pero decidió no tentar su suerte y probar otra táctica.

–No pensarás mantener en secreto que yo soy el padre, ¿verdad? Tus padres acabarán descubriéndolo. Y sería mejor que lo supieran cuanto antes, para que luego no se lleven un disgusto mayor. Se lo diremos los dos juntos, los pillaremos desprevenidos y saldremos huyendo antes de que se hayan recuperado de la sorpresa.

–El plan es bueno, salvo por un pequeño detalle: es prácticamente imposible juntar a mis padres en la misma habitación. Y en cuanto uno de ellos lo descubra, empezará a despotricar y echarle las culpas al otro –sacudió tristemente la cabeza y cruzó y descruzó los pies. Sus botas moradas atrajeron momentáneamente la atención de Jason–. No quiero pasar por ello si puedo evitarlo.

Jason no recordaba que le hubiera contado mucho sobre sus padres. Principalmente habían hablado de trabajo y de la vida nocturna de Nueva York. Él siempre se había sentido atraído por Lauren, pero nunca parecía ser el momento adecuado para manifestarlo. Primero fue ella quien estaba saliendo con otra persona, y luego fue él, aunque ya ni siquiera se acordaba de con quién.

–Parece que has sufrido mucho con la separación de tus padres.

–En el pasado, tal vez –admitió ella. Sus ojos verdes destellaban al recibir las luces del salpicadero–. Pero ya no les permito que tengan el menor poder para afectarme.

–¿Estás segura? –insistió él, mirando el bolso–. Que ellos tuvieran una relación tormentosa no significa que nos vaya a pasar lo mismo a nosotros.

El brillo de los ojos de Lauren se tornó más frío que la nieve que seguía cayendo en el exterior.

–Y que tú hayas estado dentro de mi cuerpo no significa que tengas derecho a meterte en mi cabeza.

–Tienes razón –dijo él.

Le gustaban las agallas que demostraba tener Lauren. Al igual que otras muchas cosas de ella. Su ingenio, su ambición, incluso su obsesión por llenar su apartamento con flores y plantas. Y sobre todo, cómo se le encendía el rostro cuando él menos se lo esperaba.

–¿Que tengo razón, dices? ¿Me estás hablando en serio? –lo miró con una deliciosa expresión de sorpresa en sus exquisitos labios.

Jason tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse. No era fácil, teniendo la cabeza llena de imágenes eróticas.

–Completamente. Te estoy escuchando –afirmó. Y era cierto. Quería escucharla con atención, pues los detalles eran muy importantes cuando había tanto en juego.

Aminoró la velocidad al aproximarse a su destino y ella lo miró con ojos entornados.

–He visto cómo trabajas… Nunca renuncias a tu objetivo, únicamente cambias de táctica. ¿Recuerdas cuando quisiste incluir el dibujo que hice de un velero en la campaña publicitaria de una colonia, a pesar de que el cliente estaba empeñado en la imagen de un vaquero?

Aquel velero acabó estampado en los frascos de colonia para hombre por todo el mundo, quedando el boceto original en su poder. Pero se estaban desviando del tema.

–Esto es más importante que el trabajo. Quiero que estés tranquila y feliz –y ya puestos a ser sinceros, podía añadir algo más–: Y además… te deseo. Antes eras hermosa, pero ahora estás impresionante.

–Tranquilízate, Romeo –le dijo ella, sonriendo, mientras él conducía hasta un pequeño restaurante–. Ya conseguiste acostarte conmigo…

–De eso hace mucho tiempo –sólo habían pasado cuatro meses, pero para él habían sido una eternidad ya que no había podido olvidarla. Ni siquiera había sido capaz de pedirle una cita a otra mujer. Lo máximo había sido invitar a una copa a una compañera de trabajo. Una copa, por amor de Dios…

Lauren volvió a sacar el móvil y pulsó el teclado numérico.

–¿Tu madre otra vez? –le preguntó él, dominando su irritación.

–No. Estoy comprobando el historial de llamadas –hizo un mohín con los labios–. Mmm… cuatro meses y ni una sola llamada tuya. No parece que hayas estado muy loco por mí.

¿Le había molestado que no la hubiera llamado? Jason había estado a punto de hacerlo, pero se lo pensó mejor al recordar cómo lo había echado a patadas después de hacer el amor. Tal vez hubiera malinterpretado su reacción. Por mucho que se enorgullecía de calar a las personas, en aquella ocasión no le importaría haberse equivocado.

Tal vez Lauren quería repetir la experiencia. Él sí quería, desde luego. No había dejado de desearla en ningún momento. Su fragancia floral impregnaba el interior del coche, y las suaves curvas de su cuerpo lo invitaban a buscar un lugar más íntimo para dar rienda suelta a los deseos contenidos. El embarazo complicaba las cosas, desde luego, pero quizá el sexo pudiera simplificarlas.

–Dejaste muy claro que no había futuro para nosotros.

–Mi opinión no ha cambiado.

–Todo ha cambiado –replicó él. El cuero del asiento crujió al girarse e inclinarse hacia ella.

Vio como las pupilas de Lauren se dilataban y que se balanceaba tímidamente hacia él. Pero aun así esperó y se tomó su tiempo para aspirar su exquisito olor. Deslizó un brazo sobre el respaldo del asiento y le puso la mano en el hombro para absorber su tacto y calor. Las curvas de Lauren encajaban a la perfección en el hueco de su brazo, pero se obligó a apartarse.

–Este embarazo establece nuevas prioridades. Cuanto antes lo aceptes, antes podremos pasar a lo bueno.

Ella se echó hacia atrás con un suspiro de frustración, pero Jason se mantuvo firme en su decisión. No iba a cometer el mismo error dos veces. Si existía la menor posibilidad de que ella también quisiera reanudar la relación sexual, él no iba a echarlo todo a perder por culpa de las prisas o las dudas. Era hora de empezar a hacer las cosas bien.

–Seguiremos hablando de esto después de la cena –dijo mientras se subía el cuello del abrigo–. Tengo una sorpresa para ti.

Estaba seguro de que a Lauren le encantaría el restaurante, pero tendría que confiar en sus dotes de persuasión para traspasar la inescrutable fachada de aquella mujer.

Las apuestas estaban demasiado altas como para considerar la posibilidad de un fracaso.

¿Qué demonios le había pasado?, se preguntaba Lauren mientras subía los escalones de su apartamento.

La cena con Jason había sido increíble. El restaurante rústico, propiedad de una familia italiana, estaba lleno de plantas y constaba de un patio que recordaba a un viñedo. La había conmovido el detalle. Jason se había percatado de su pasión por las plantas e intentaba complacerla.

Mientras subía, sentía su presencia tras ella. Pues claro que intentaba complacerla… Quería salirse con la suya, igual que siempre. Jason Reagert era el hombre más ambicioso y motivado que conocía. En el mundo de la publicidad todos sabían que nada podía detenerlo cuando se marcaba un objetivo, un rasgo que ella había encontrado admirable cuando eran compañeros de trabajo.

Pero en lo que se refería a su objetivo ya no estaba tan segura. La velada había sido deliciosa, pero de alguna manera le hacía desear que fuera real.

No, no estaba preparada para llegar tan lejos. El anillo seguiría en su bolso un poco más.

Miró por encima del hombro al tiempo que un coche pasaba por la calle.

–Gracias por la cena. Has conseguido que deje de pensar en el trabajo durante un par de horas.

Los negros cabellos de Jason relucían bajo la luz de las farolas.

–Tienes que alimentarte bien. Me alegra haber sido de utilidad.

Lauren metió la llave en la cerradura.

–¿No vas a usar mi comentario para insistir en ese compromiso de conveniencia?

–Ya sabes lo que pienso. ¿Qué más se puede decir? –la siguió al vestíbulo del edificio, como si no tuviera ninguna prisa por despedirse–. Antes de que me eches, tengo que asegurarme de que llegas sana y salva a tu apartamento.

–¿Sana y salva? –preguntó ella. En el pasillo resonaban las voces de una pareja y de la anciana del segundo A que llamaba a su perro. ¿Qué peligro iba a correr allí?

–Alguien tiene que protegerte de ese animal –dijo él con una sonrisa. La sombra de una barba incipiente le confería un aire de chico malo, así como el brillo de sus ojos.

Ella puso una mueca y empezó a subir la escalera, intentando no pensar en cómo le sentarían los tres largos tramos de escalones cuando estuviera en el noveno mes de embarazo.

Jason la siguió, haciendo crujir los escalones de madera bajo su peso.

–No te estoy pidiendo un café ni nada. Aunque si me invitas, te llevaré en brazos y te haré pasar una noche que jamás olvidarás.

–Había olvidado lo persuasivo que puedes llegar a ser.

–Yo, en cambio, no había olvidado lo bien que hueles –dijo él–. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta tu olor a flores? –bajó la cabeza–. Si te llevé a ese restaurante fue por mí tanto como por ti.

–La cena estuvo muy bien, y te agradezco que eligieras un lugar tan bonito, pero no me gusta que me manipulen. Y admito que tú me desconciertas más que nadie.

Los ojos de Jason se rodearon de arrugas al sonreír.

–A veces me olvido de que los dos trabajamos en lo mismo.

–Sólo te pido que seas sincero conmigo.

–Ya lo soy.

¿Podría ella creerlo? Se apoyó de espaldas en la puerta y escudriñó sus ojos en busca de sus pensamientos. Lo que encontró en ellos fue… pasión. No se sorprendió, pero tampoco sabía cómo reaccionar.

Antes de que pudiera pensar en lo que hacía, alargó una mano para sacudirle la nieve derretida de la solapa. Los músculos del pecho se tensaron bajo su tacto, y a Lauren se le aceleró frenéticamente el pulso.

Ahogó una exclamación y se llevó una mano al vientre.

–¿Estás bien? –le preguntó él con el ceño fruncido, poniéndole una mano en la espalda–. Dame la llave para que abra yo. Necesitas tumbarte.

–Estoy bien, muy bien –respondió ella, apartándose antes de ceder a la tentación. Afortunadamente, una patadita del bebé la había devuelto a la realidad–. Nuestro pequeño está practicando el charlestón.

Jason bajó la mirada a su vientre. La forma de reprimirse para no pedir lo que realmente deseaba hizo que Lauren se lo ofreciera.

–¿Quieres sentirlo?

Él asintió bruscamente, y ella agarró su mano y se la puso en el vientre.

–No sé si podrás sentirlo… aún es muy pronto –de ninguna manera iba a permitirle que le tocara el vientre desnudo–. Espera… un poco a la izquierda… Justo aquí.

Los ojos de Jason se abrieron como platos. La miró un instante y volvió a bajar la vista al estómago.

–Creo que… Sí, lo siento.

–A veces me quedo tumbada en la cama, sintiendo cómo se mueve, y de repente me doy cuenta de que he pasado así una hora. Es increíble, ¿verdad?

–No sabía lo que se sentía. Nunca he… –volvió a mirarla y le sostuvo la mirada–. Gracias.

Todos los ruidos se apagaron a su alrededor. Las voces de la otra pareja, el ladrido del perro, todo quedó ahogado por el pulso que latía ensordecedoramente en sus oídos. Entrelazó los dedos con los de Jason y pensó cómo sería dar rienda suelta a la atracción.

Se puso de puntillas y se acercó a su rostro. Él sólo necesitaba agacharse ligeramente. Sólo un beso. Nada más. Un simple roce de su boca contra la suya. Podía sentir la caricia de su aliento, avivando la intensidad del deseo. ¿Por qué preocuparse de las consecuencias?

Le atrapó el labio con los dientes. Él emitió un débil gruñido y la besó con toda su boca, aunque fue imposible saber quién se abrió primero a quién. Se habían besado en el despacho de Lauren, antes de acabar en el sofá. Pero aquel beso, aunque apasionado, no podía compararse al de ahora. Había algo maravillosamente romántico en besarse con el hombre que la había llevado a cenar.

Le palpó los cabellos, muy cortos y mojados por la nieve. Jason olía a invierno y al orégano del restaurante.

–Lauren –susurró él, repartiéndole besos por la mejilla y la oreja–, no podemos hacer esto en el rellano de la escalera… ¿Quieres que entremos?

¿Quería meterlo en casa? Se arqueó ligeramente hacia atrás para mirarlo a la cara. Entonces la puerta del apartamento se abrió de golpe y ella dio un respingo. Jason se colocó delante de ella como si quisiera protegerla. Lauren sintió que se le tensaban los músculos de la espalda bajo sus dedos. Se atrevió a mirar por encima del hombro de Jason y lo que vio le hizo poner una mueca de espanto.

–¿Mamá?

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