Читать книгу E-Pack Se anuncia un romance abril 2021 - Varias Autoras - Страница 26

Capítulo Tres

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Flynn no le había mentido.

El domingo por la mañana, con una taza de café en la mano y el peso de un funesto presagio en los hombros, Renee observaba el sótano vacío e inacabado. En la mesa de trabajo estaban los planos de Flynn.

Renee se había pasado todo el día anterior visitando casas con un agente inmobiliario, y sólo le había servido para corroborar las conclusiones de Flynn. Los precios estaban muy por encima de sus posibilidades, a no ser que se endeudara hasta las cejas o alquilara un local en algún barrio sórdido y apartado donde sería una locura internarse ella sola por la noche.

Su carácter austero se lo debía a su abuela, quien después de haber ganado una fortuna con la venta de su receta secreta de galletas de avena a una multinacional, había seguido trabajando en su restaurante. El único exceso que se permitió fue la casa, guardando el resto del dinero para que Renee pudiera montar su negocio.

Los escalones crujieron detrás de ella. Se giró y vio las largas y desnudas piernas de Flynn descendiendo por la escalera. Los pantalones cortos mostraban unas pantorrillas musculosas y unos muslos perfectamente contorneados, y la camiseta sin mangas revelaba unos brazos y hombros igualmente poderosos. El deseo brotó en su interior como una chispa que amenazaba con propagarse imparablemente.

Él la recorrió con la mirada, y ella se sintió repentinamente cohibida por sus vaqueros viejos, la camiseta de punto de manga larga y los pies descalzos.

–Buenos días, Renee.

–Buenos días. ¿Sigues corriendo por las mañanas?

–Llueva o nieve –respondió él–. ¿Quieres acompañarme?

–Ya sabes la respuesta –replicó ella con una sonrisa.

Él siempre se lo preguntaba, y ella siempre se negaba. A Renee le gustaba tanto correr como cortarse con un cuchillo de carne, pero la invitación era una broma recurrente entre ellos, y resultaba inquietante con qué facilidad recuperaban las familiaridades.

Flynn se dio un golpecito en la cadera.

–Me llevo el móvil, por si me necesitas para algo. Te he dejado el número en la mesa del despacho –señaló los planos con la cabeza–. ¿Has tomado una decisión?

Ella respiró hondo y bebió un sorbo de café, intentando retrasar lo inevitable hasta que le viniera alguna inspiración divina.

–Tienes razón… El sótano es la mejor opción.

Flynn asintió con un brillo de satisfacción en los ojos.

–Hoy mismo llamaré a un contratista de confianza, y mañana por la tarde iremos a ver muebles y azulejos.

–¿No trabajas los lunes?

–Me tomaré la tarde libre. Ven a la oficina después de comer y saldremos de allí directamente.

Renee se sorprendió. Flynn nunca se había tomado una tarde libre en su trabajo, ni le había gustado que ella lo interrumpiera en la oficina o se presentara sin avisar. La madre de Flynn se valía de aquella circunstancia para lanzar sus mordaces comentarios sobre la posibilidad de que su hijo tuviera otras compañías «más apropiadas».

–Mira detenidamente los planos mientras estoy fuera, por si quieres introducir algunos cambios.

–Tus bocetos son tan geniales como siempre –le aseguró ella. Flynn tenía tanto talento para el diseño que las grandes empresas habían intentado reclutarlo incluso antes de que acabara los estudios.

Él frunció el ceño.

–Tendré que pedirle a un arquitecto de mi antigua empresa que refrende los planos.

–Hazlo –lo animó ella. Tal vez si hablaba con sus viejos colegas se replanteara lo mucho que le gustaba la arquitectura.

Flynn cruzó el sótano y abrió la puerta de la calle, dejando entrar un soplo de brisa.

–Enseguida vuelvo.

La puerta se cerró tras él y Renee quedó envuelta en el silencio… un recuerdo de los días y noches solitarios que había pasado en aquella casa mientras Flynn estaba trabajando. Estaba convencida de que su matrimonio se habría salvado si Flynn hubiera seguido dedicándose a la arquitectura, en vez de convertirse en el vicepresidente de la empresa familiar. Pero su título en Empresariales y la educación recibida lo convertían en el mejor candidato para ocupar el puesto tras la muerte de su padre.

Sacudió la cabeza enérgicamente. No volvería a sufrir la misma frustración en soledad. No lo permitiría. Tenía su propio negocio, sus propios intereses y objetivos, y su felicidad jamás volvería a depender de Flynn.

Apuró la taza de café y se llevó los planos al piso de arriba. En otro tiempo habría preparado el desayuno para que Flynn se lo encontrara en la mesa cuando volviera de correr. Cocinar para él la había llenado de una satisfacción incomparable, y por un instante pensó en saquear la nevera a ver qué encontraba. Pero resistió el impulso y se recordó que nada era igual que antes.

Lo que hizo fue llenar de nuevo la taza de café y sentarse con un cuaderno y un bolígrafo. Montar una sucursal le llevaría mucho trabajo, pero al menos ya tenía experiencia. Lo primero era hacer una lista de la compra, otra lista de cosas por hacer y una lista general. Cuando las hubiera cotejado y el contratista le hubiera dado una cifra aproximada, sería el momento de configurar su presupuesto.

El timbre de la puerta la sacó de sus cálculos. Miró el reloj y vio que sólo habían pasado cuarenta minutos desde que Flynn se marchara. Normalmente se pasaba una hora corriendo, aunque de eso hacía varios años. ¿Se habría olvidado la llave? ¿No seguía guardando una llave tras los números de hierro forjado de la casa?

Se levantó y caminó descalza hacia la puerta de la calle. El cristal ovalado no permitía reconocer a la persona que había al otro lado, pero sí se podía apreciar que no era tan alta como Flynn. ¿Quién podía hacer una visita tan temprano?

Abrió la puerta y se encontró con su suegra. Un profundo disgusto se apoderó de ella nada más verla, pues no había una manera cortés de describir a Carol Maddox.

–Hola, Carol.

La madre de Flynn, rubia y espantosamente delgada, esbozó una mueca de desdén a pesar del botox que le inmovilizaba el rostro.

–Así que es cierto… Has vuelto.

–Sí –una sola palabra no debería provocarle tanta satisfacción, pero la madre de Flynn la había hecho sentirse mal tantas veces que se regodeó con la certeza de haberle estropeado el día… e incluso toda la semana.

Carol la miró de arriba abajo con desprecio, desde el pelo enmarañado y el rostro sin maquillar hasta los vaqueros viejos y los pies descalzos con las uñas sin pintar. Por último, miró la taza que Renee aún llevaba en la mano.

–Me gustaría tomar una taza de café… Si es que has aprendido a hacer un café decente, claro está.

Renee estuvo a punto de soltarle una grosería, pero se mordió la lengua para no ponerse al mismo nivel que Carol.

–Pasa, pero si esperas algo como Kopi Luwak te vas a llevar una decepción –le advirtió, refiriéndose al café más caro del mundo.

La condujo a la cocina en vez de al salón, donde siempre la recibía en el pasado. Sin la menor ceremonia, llenó una taza normal y corriente en vez de usar la porcelana china y la llevó a la mesa con el azúcar y el cartón de leche.

En los negocios era fundamental la presentación, pero no tenía sentido intentar impresionar a Carol. Hiciera lo que hiciera, nunca era suficiente. Renee había aprendido la lección hacía mucho.

Carol se preparó el café con exagerada teatralidad, tomó un sorbo y dejó la taza con una mueca de asco.

–¿Qué pretendes volviendo a la vida de Flynn, ahora que finalmente ha encontrado a una mujer apropiada para él?

Renee se quedó tan horrorizada que durante unos segundos no supo cómo reaccionar. Intentó convencerse a sí misma de que no eran celos lo que le abrasaba el estómago. No tenía ningún derecho a estar celosa de la nueva novia de Flynn. Para tener celos tendría que sentir algo por él. Y ella ya no sentía nada…

–¿En serio?

–Sí. Estás perdiendo el tiempo y le estás haciendo perder a él el suyo. Ella pertenece a nuestra misma clase. Tú no.

–¿Te refieres a una clase rica, grosera y que no duda en apuñalar por la espalda?

Las palabras salieron de su boca antes de poder detenerlas. Una parte de ella no podía creer que hubiera sido capaz, pero otra parte se enorgullecía de haber respondido al ataque. Con Carol era imposible mantener la calma. Renee se había esforzado al máximo por intentar agradar a su suegra, y sólo había conseguido un desprecio absoluto.

Carol la miró con ojos muy abiertos, pero enseguida los entornó y adoptó una expresión pensativa.

–Parece que al fin tienes agallas… Admirable, pero llegas tarde. Vas a perder a Flynn igual que lo perdiste antes. Él quiere a Denise y piensa casarse con ella.

El estómago de Renee era un caldero de sentimientos envenenados. Odio, no era más que odio, se dijo a sí misma. Odio hacia aquella mujer cruel y aborrecible.

–Eso puede ser un poco difícil, ya que Flynn sigue casado conmigo… Nunca llegó a firmar los papeles del divorcio.

Carol endureció aún más sus pétreos rasgos.

–Seguro que no fue más que un descuido. Puede que lo estés distrayendo un tiempo, pero tarde o temprano verá la fulana oportunista que eres.

Renee se clavó las uñas en las palmas para intentar refrenarse. Quería gritarle a aquella arpía lo que pensaba de su pretencioso linaje, pero le había prometido a Flynn que la reconciliación parecería real.

Durante su matrimonio, tenía tanto miedo de perder a Flynn o de volverlo contra ella, que nunca le habló de los insultos que recibía de su madre. Pero esa posibilidad ya no le preocupaba. De hecho, si iban a romper definitivamente, sería mejor hacerlo antes de que ella invirtiera su tiempo y dinero en expandir el negocio, y naturalmente, antes de quedarse embarazada.

–Para que lo sepas, Carol, fue Flynn el que vino a buscarme y el que me propuso volver a esta casa. Ha hecho estos planos para transformar el sótano en mi lugar de trabajo –señaló los bocetos–. Y me ha pedido que tenga un hijo con el. Estamos discutiendo si buscarlo enseguida o esperar un poco, ya que hemos pasado siete años separados.

–Mientes.

–Te estoy diciendo la verdad. Vamos a hacerte abuela… La abuelita Carol. ¿Qué te parece?

El espanto que reflejaron sus ojos no pudo alterar los músculos químicamente paralizados de su rostro, pero por su expresión, parecía haber inhalado algo pestilente.

–Si Flynn te importa algo, volverás al lugar que te corresponde y dejarás que él sea feliz con Denise. Él la quiere –repitió–, y los planes de boda ya están en marcha.

El dardo se clavó de lleno en su objetivo.

«No dejes que te afecte».

–Y si a ti te importa algo tu hijo, te guardarás tus comentarios para ti. Porque te lo advierto, Carol, si te atreves a emplear tus sucias tretas contra mí, no dudaré en contarle a Flynn lo mal que me has tratado siempre.

–Puedes contármelo ahora –dijo Flynn desde la puerta del sótano. Renee dio un respingo y se giró con una mano en el pecho.

–Flynn… No te había oído entrar.

–He entrado por el sótano. Pensé que seguirías allí, examinando los planos –se acercó a ella, mirándola sin pestañear. Ni siquiera pareció advertir la presencia de Carol–. Explícame a qué te refieres con las sucias tretas de mi madre.

Renee puso una mueca.

–¿Cuánto tiempo llevas escuchando?

–Lo suficiente para saber que me ocultaste algo durante nuestro matrimonio. Algo importante que vas a contarme ahora. Puedes empezar.

Ella no era una chivata. Lo había dicho en un arrebato de bravuconería, y la mirada altiva de Carol le dijo que su suegra no la creía capaz de contar la verdad. Pero si Renee no cumplía con su amenaza, Carol volvería a pisotearla sin piedad.

«Habla ahora o calla para siempre».

Flynn nunca se había llevado bien con su madre, pero aun así… se trataba de su madre.

Finalmente optó por la diplomacia.

–Tu madre nunca aprobó nuestro matrimonio –dijo, lo cual no era ningún secreto–. Recuerda que celebramos nuestra boda en Las Vegas porque ella intentó convencerte de que no te casaras conmigo.

–¿Fue grosera contigo?

Renee volvió a dudar. No podía echarse atrás sin dejarse avasallar por su suegra.

–Sí, lo fue. Y en más de una ocasión insinuó que si te quedabas en la oficina hasta tarde era porque estabas con otra mujer. Hace un momento me ha dicho que estabas enamorado de una tal Denise y que yo debía dejarte en paz para que pudieras casarte con ella.

–¿Qué? –la expresión de Flynn no dejó lugar a dudas. Su madre mentía.

–¿No es cierto? –se atrevió a preguntarle Renee, sólo para estar segura.

–Pues claro que no. ¿Cómo podría hacer eso si aún estoy casado contigo? –cubrió la distancia que los separaba y, rodeándole la cintura con un brazo, la apretó contra él y la besó con una ternura tan exquisita que a Renee le flaquearon las rodillas.

Flynn apoyó la frente en la suya y ella aspiró la embriagadora mezcla del sudor con su incomparable olor masculino. El corazón le latía desbocado.

¿Qué mosca le había picado?

–Tú eres el amor de mi vida, Renee. No quiero a ninguna otra mujer –su voz y su tacto amenazaban con derretirla, pero entonces agachó la cabeza y le mordisqueó el lóbulo de la oreja–. Sígueme la corriente –le susurró.

Ella se estremeció de excitación involuntaria, a pesar de que Flynn actuaba. Y cuando él volvió a besarla, ella le devolvió el beso. No porque él se lo hubiera ordenado, sino porque era imposible resistir la tentación.

La situación era cada vez más delicada.

Él se apartó lentamente y se giró amenazadoramente hacia su madre.

–Sal de esta casa y no vuelvas nunca más. Aquí ya no eres bienvenida, madre. Y si me entero de que vuelves a acercarte a Renee, te aseguro que lo lamentarás.

–¿Cómo puedes creer lo que dice?

–No tengo ninguna razón para no creerla. Renee nunca me ha mentido. Tú, en cambio, tienes la costumbre de decir y hacer lo que sea para salirte con la tuya.

–Yo no miento, Flynn –protestó Carol.

Él la agarró del brazo y la sacó de la cocina.

–Lo hiciste al decir que iba a casarme con Denise. Sabes muy bien que sólo salí un par de veces con ella, nada más. No voy a casarme con ella, entre otras cosas porque ya estoy casado.

Renee oyó como abría la puerta de la calle y la cerraba con un portazo. Un momento después Flynn volvió a la cocina.

–Gracias, Flynn.

–¿Por qué no me lo dijiste?

–No quería que tuvieras que elegir entre tu madre o yo.

Él la miró fijamente.

–Porque pensabas que tomaría partido por mi madre.

«Sí».

–Es tu madre.

Ella tuvo que proteger a la suya demasiadas veces…

–Precisamente porque es mi madre sé cómo actúa. Es una mujer amargada que intenta contagiar a todos los que la rodean. Lamento que lo hiciera contigo, pero si me lo hubieras dicho lo habría impedido sin dudarlo.

Conmovida por su muestra de apoyo, Renee se apretó una mano contra el pecho.

–Ya tenías bastantes preocupaciones intentando adaptarte a tu nuevo trabajo y lamentando la muerte de tu padre.

–Esta vez tendrás que ser completamente sincera conmigo, Renee. No me conformaré con menos.

–En ese caso, y sea para bien o para mal, tendrás la verdad –le prometió ella.

***

Flynn miró fijamente los suplicantes ojos azules de Celia Taylor.

–Por favor, Flynn, deja que lo intente con Reese Enterprises. Ya sé que otros ejecutivos de Maddox han fallado, pero yo sé cómo llegar hasta Evan Reese.

–¿Qué te hace estar tan segura? –los hombres de Maddox Communications creían que aquella atractiva pelirroja se valía de su aspecto para conseguir nuevos clientes, pero Flynn no estaba tan seguro. Celia era muy hermosa, pero parecía demasiado inteligente como para confiar en algo tan superficial. Y aunque la belleza podía ser una gran ventaja, no bastaba para conseguir los logros profesionales de Celia.

–He visto a Evan varias veces en los últimos meses. Tenemos una buena… relación.

Flynn frunció el ceño. No le gustaba cómo sonaba aquello.

–¿Va a suponer esto un conflicto de intereses?

Celia negó con la cabeza.

–No estamos saliendo ni acostándonos, si eso es lo que insinúas.

–No insinúo nada, pero gracias por la aclaración. No podemos arriesgarnos a perder un cliente potencial por culpa de una aventura indiscreta.

–No temas. Le haré una oferta irresistible… si tú me das la oportunidad.

Flynn se quedó tan maravillado por su entusiasmo y seguridad que no tuvo más remedio que creerla.

–¿Por qué has acudido a mí en vez de a Brock?

–Porque Brock está tan obsesionado en firmar un contrato con Reese Enterprises que sólo quiere enviar a alguien como Jason, el Chico Maravillas del momento. No quiere confiarle la tarea a un caballo perdedor como yo.

Celia tenía razón en una cosa. Brock estaba ciertamente obsesionado, y por su creciente irritabilidad y sus ojeras no parecía estar durmiendo mucho últimamente. Flynn tenía intención de hablar con él y recordarle lo destructivo que podía ser el trabajo. El matrimonio fallido de Flynn y el compromiso frustrado de Brock eran dos ejemplos perfectos.

Hablando de su matrimonio… su mujer llegaría de un momento a otro. Miró la hora y se levantó.

–Muy bien, Celia. Hablaré con Brock y le haré saber que cuentas con todo mi apoyo.

Celia se levantó de un salto, rodeó la mesa y le echó los brazos al cuello.

–Gracias, Flynn. No te arrepentirás.

–Espero que no, porque si sale mal Brock pedirá tu cabeza y la mía.

El edificio de siete plantas de Powell Street, sede de Maddox Communications, no había cambiado nada por fuera. Pero sí las sensaciones de Renee ante la idea de entrar en él. El entusiasmo y nerviosismo de antaño se habían transformado en inquietud. Cruzar aquellas puertas significaba entrar en una red de mentiras.

Flynn aún no había nacido cuando su padre adquirió el edificio de estilo Beaux Arts, allá por los años setenta, que estaba a punto de ser demolido. Pero las fotos y las reformas lo habían fascinado desde que era un niño y le habían inculcado la pasión por la arquitectura. Nunca quiso unirse a la agencia de publicidad de su familia. Su único sueño era diseñar edificios. Y así fue hasta que la muerte de su padre hizo que cambiaran sus prioridades.

Se acercó a las puertas con todo el cuerpo en tensión. Los restaurantes de lujo y las tiendas de ropa seguían ocupando la planta baja, y las oficinas de Maddox Communications llegaban hasta la sexta planta. Renee recordaba que en la última planta había un ático con un inmenso jardín, y se preguntó quién viviría allí ahora.

Entró en el edificio y se dirigió directamente a los ascensores. Un hombre moreno y musculoso, que debía de tener su misma edad, impidió que se cerraran las puertas del ascensor hasta que ella hubo entrado.

–Al sexto piso, por favor.

Él asintió y pulsó el botón.

–¿Es usted cliente de Maddox Communications?

–No –respondió ella. No sabía quién era aquel tipo ni lo que Flynn les había contado a sus colegas, pero el trato era hacer que su matrimonio pareciera real. Así pues… que diera comienzo el juego–. Soy Renee Maddox, la mujer de Flynn.

Los ojos grises del hombre no mostraron la menor sorpresa.

–Gavin Spencer. Ejecutivo publicitario. Flynn es un buen tipo.

–Sí que lo es –estrechó la mano que él le ofrecía–. Encantada de conocerte, Gavin.

Las puertas se abrieron en la sexta planta y Gavin la invitó a salir primero.

–Lo mismo digo, Renee.

Una mujer delgada con el pelo castaño y corto estaba sentada tras un mostrador de recepción, justo enfrente del ascensor. Renee tragó saliva y recorrió la oficina con la mirada mientras esperaba a que la recepcionista terminase de hablar por teléfono.

En la sala de espera había unos sofás blancos frente a dos gigantescos televisores de plasma. Los anuncios que emitían debían de ser obra de Maddox Communications, sin duda. Las paredes blancas y desnudas y las mesas de acrílico se combinaban con los suelos negros de roble, confiriéndole un aire moderno y elegante al lugar. Otras paredes lucían cuadros coloridos y abstractos. Algunos de los detalles eran nuevos para Renee, como los televisores, pero otros no.

–¿Puedo ayudarla? –le preguntó la recepcionista.

–Soy Renee Maddox. He venido a ver a Flynn.

Los ojos de la chica se abrieron como platos.

–Yo soy Shelby, señora Maddox. Flynn me dijo que vendría. Es un placer conocerla por fin.

–Gracias. Lo mismo digo, Shelby. ¿Puedo ver a Flynn o está ocupado?

–No tiene ninguna reunión en estos momentos, pero lo llamaré enseguida para informarlo de su llegada.

Antes de que pudiera marcar el número, una bonita mujer pelirroja y embarazada salió de las oficinas.

–Lauren, ésta es Renee, la mujer de Flynn –le explicó Shelby, como si no pudiera contenerse.

La recién llegada se detuvo y sonrió.

–Hola, Renee. Soy Lauren, la mujer de Jason.

Renee se estrujó los sesos, pero no recordaba tal nombre.

–¿Jason? Tendrás que perdonarme, pero hace… mucho que no vengo por aquí. He estado viviendo en Los Ángeles.

–Yo también soy nueva aquí. El mes pasado vine de Nueva York. Jason es uno de los publicistas de la empresa. Tendremos que quedar alguna vez para comer juntas.

Lauren parecía sincera y amistosa, y Renee pensó que le vendría bien hacer amigos en Los Ángeles. No quería repetir el error de aislarse en casa de Flynn. Además, una persona como Lauren, con contactos dentro de la empresa, podría darle una idea de cómo era la vida de Flynn.

–Me encantaría.

–Estupendo. ¿Puedo llamarte a casa de Flynn?

–Claro. Y también al móvil, por si estoy fuera –sacó una tarjeta de visita del bolso y se la tendió a Lauren–. Quiero abrir una sucursal de mi negocio de catering, por lo que en los próximos días supongo que estaré de un lado para otro.

–Vaya, otra cosa que tenemos en común… Yo también voy a abrir una sucursal de mi negocio de diseño gráfico. Tenemos mucho de qué hablar, pero ahora tengo que irme o llegaré tarde a una cita. Te llamaré, ¿de acuerdo?

–Lo estoy deseando.

Lauren se metió en el ascensor y las puertas se cerraron tras ella. La recepcionista parecía haberse quedado absorta con la conversación, y dio un respingo al recordar que tenía que llamar a Flynn.

–Enseguida lo aviso.

–No te molestes. Iré a verlo a su despacho.

Se dirigió hacia el rincón que tantas veces había visitado, salvo que en aquella ocasión el corazón le latía de miedo en vez de excitación. Si Flynn había cambiado de despacho, se encontraría en una situación muy embarazosa.

La silla de la secretaria estaba vacía, pero en la placa de la mesa seguía figurando el nombre de Cammie, así que al menos no había cambiado de ayudante. Cammie trabajaba para él desde el día que Flynn entró en la empresa, y a Renee siempre le había gustado.

Abrió la puerta del despacho y lo que vio la hizo detenerse en seco. Intentó tomar aire, pero un nudo en el pecho se lo impedía.

Flynn no estaba solo. Una mujer pelirroja estaba con él, abrazada a su cuello.

«No estás celosa».

Sí, claro que lo estaba.

Y aquello no presagiaba nada bueno para su salud mental ni para el carácter temporal del compromiso.

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