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Capítulo 6

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Maldición.

Jason dio un paso atrás con tanta brusquedad que la mano de Celia cayó de su brazo. Él había estado a punto de apartarla justo antes de que Lauren entrase en el despacho. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? Y para empeorar aún más la situación, Brock estaba justo detrás de ella, frunciendo el ceño.

Celia se había pasado por su despacho para preguntarle si le apetecía tomar una copa después del trabajo. Y él se disponía a aclarar las cosas cuando la puerta se abrió. Ahora tendría que hacer algo para arreglar la situación. Sin perder un segundo.

Lauren entró en el despacho. Sus ojos despedían llamas verdes, como una piedra de kriptonita con la que atacar a Supermán. El vestido holgado de color aguamarina se agitaba alrededor de sus piernas y curvas. Despedía una confianza y una sensualidad arrebatadoras, sobre todo cuando extendió la mano izquierda con el anillo centelleando en el dedo.

–Soy Lauren Presley, la novia de Jason. Acabo de llegar de Nueva York y vamos a casarnos esta noche.

–¿Casaros? –exclamó Celia.

–¿Esta noche? –repitió Jason. De repente se había quedado sin aire.

Brock arqueó una ceja y también entró en el despacho.

Lauren se acercó a la mesa de Jason y se enganchó a su brazo.

–Ya sé que era un secreto, cariño, pero estoy tan emocionada que no he podido evitarlo. Vamos a casarnos en Las Vegas. Puede que no sea muy original, pero… –se acarició el vientre–. No tenemos tiempo para hacer planes.

Brock se metió las manos en el bolsillo, con una expresión completamente inescrutable.

–No teníamos ni idea… Enhorabuena.

Jason se ajustó la corbata.

–Gracias.

Lauren sonrió a modo de disculpa.

–La culpa es mía, señor Maddox. Suelo ser muy reservada con mi vida privada, pero intento abrirme cada vez más a la gente.

Le sonrió a Jason y le clavó las uñas en el brazo.

–¿Les has dicho que mañana llegarás tarde al trabajo?

Él le dio una palmadita en la mano y le retiró las uñas.

–Todavía no.

–Parece que tenéis mucho de qué hablar –dijo Brock–. Será un placer celebrarlo con vosotros cuando volváis de Las Vegas… Felicidades de nuevo –abrió la puerta del despacho para que Celia, desconcertada, lo siguiera.

Jason le debía una disculpa a Celia. Pero también le debía lealtad a Lauren. ¿Hablaba en serio sobre aquella boda en Las Vegas? Y si así era, ¿qué había hecho que cambiara de opinión?

Esperó a que la puerta del despacho se cerrara para girarse hacia Lauren, cuya mano reposaba peligrosamente cerca del pisapapeles de peltre. ¿Sería la clase de persona que arrojaba cosas a la cabeza? Normalmente era tan tranquila que Jason no se esperaría un arrebato de furia, pero tampoco se habría esperado nunca que anunciara su intención de casarse en Las Vegas el mismo día.

Cubrió la distancia que los separaba sin dejar de mirarla a los ojos. El rostro de Lauren parecía esculpido en piedra, sin el menor atisbo de emoción.

–¿Hablabas en serio sobre la boda?

–Absolutamente –afirmó ella, dejando el pisapapeles en la mesa con más fuerza de la necesaria.

–Me parece fantástico, en serio –no sabía qué la había llevado a la oficina, pero no tenía la menor intención de discutir–. No tienes por qué estar celosa de Celia –añadió, apartándole suavemente el pelo del hombro.

–¿Quién ha dicho que esté celosa?

–Es evidente que estás disgustada –empezó a masajearle la nuca, pero ella le apartó la mano.

–No me gusta que se rían de mí.

–No hay nada entre Celia y yo –le aseguró él. Y era cierto.

–¿Lo sabe ella?

–Eso mismo le estaba aclarando cuando has entrado.

Lauren entornó la mirada.

–Así que hay algo entre vosotros…

–Oye, espera un momento –se puso a andar de un lado para otro del despacho–. Primero rechazas todos mis intentos por cortejarte, pero cuando me ves tonteando con otra mujer, lo cual son imaginaciones tuyas, quieres casarte conmigo enseguida. ¿Cómo es posible?

–Sólo hay que hacer el equipaje y sacar los billetes de avión –se colocó delante de él, cortándole el paso.

Estaba muy guapa cuando se enfadaba. Los ojos le brillaban y sus cabellos parecían chisporrotear por el calor que irradiaban. Jason intentaba hacer lo correcto para ellos y para el bebé, pero ella no dejaba de desconcertarlo.

–Si tan enojada estás conmigo, ¿por qué le haces saber a todo el mundo que vamos a casarnos en Las Vegas?

Ella se acercó aún más, hasta que sólo los separó un susurro de aire cargado de tensión.

–Antes me preocupaba que pudiéramos implicarnos emocionalmente. Pero has conseguido borrar todos mis temores sobre los matrimonios fallidos y los corazones rotos. Ahora sé sin lugar a dudas que jamás podría enamorarme de ti. Así que vámonos a Las Vegas.

Lauren logró mantener la compostura mientras Jason le presentaba al personal de Maddox Communications de camino al coche. Al menos él había captado el mensaje y evitaba hacerle preguntas incómodas mientras reservaba un vuelo a Las Vegas.

Incluso consiguió reprimir las lágrimas durante el vuelo y durante la farsa que supuso la ceremonia, oficiada a toda prisa en una capilla al aire libre.

–Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

El comisionado civil cerró el libro y pasó la mano sobre la cubierta florida. Su camisa hawaiana era un poco excesiva, incluso para estar en Las Vegas, pero había flores y plantas por todas partes. Lauren siempre había soñado con un entorno florido para su boda, por lo que se puso más sentimental de la cuenta.

Jason le rozó los labios con un beso. No fue nada pasional ni dramático, y ni siquiera separó los labios, pero a Lauren le pareció perfecto. El calor que desprendían los labios de Jason se propagó como una corriente de fuego líquido por sus venas.

E hizo aún más difícil contener las lágrimas.

Él le dio una palmadita en la cintura. Apenas fue una caricia, pero bastó para que el traicionero cuerpo de Lauren respondiera con un estremecimiento y se arqueara hacia él.

Lauren se apresuró a apartarse y bajar la mirada.

–Disculpa –murmuró, y corrió hacia los aseos, desesperada por poner distancia entre ellos antes de derrumbarse por completo delante de Jason.

¿Qué demonios acababa de hacer?

Una vez en el aseo, se dejó caer en el sofá de ratán entre los helechos y palmeras, agarró un montón de pañuelos de la caja que había a mano y dejó escapar las lágrimas que llevaba conteniendo desde que descubrió que iba a ser madre soltera. Las lágrimas por su madre, por su negocio y por ella misma.

Y también por Jason.

Era su noche de bodas, y por mucho que deseara disfrutar de la situación sin preocupaciones, no podía renunciar tan fácilmente a la cautela.

Haría lo que tuviera que hacer para salvar su empresa. Y también ayudaría a Jason a ascender en su carrera, porque eso redundaría en beneficio de su hijo. Una vez que pusieran fin a aquel matrimonio de mentira, acabaría con Jason Reagert para siempre.

Pero antes tenía que superar su noche de bodas.

Jason tenía un montón de trabajo esperándolo en su ordenador portátil, colocado junto a su asiento en el avión. Normalmente aprovechaba las horas de vuelo para resolver asuntos pendientes, una vez que el piloto daba permiso para usar los aparatos electrónicos.

Pero aquella noche no tenía el menor interés por la ingente cantidad de ficheros que aguardaba en el disco duro.

Se cambió de postura en el cómodo asiento de cuero y observó a su novia, que hablaba por el teléfono del avión reclinada en su asiento. Acababa de contarle a su padre la precipitada boda en Las Vegas, y le había hecho jurar que no le diría a Jacqueline que había sido el primero en recibir la noticia.

El avión monomotor ofrecía espacio suficiente para caminar por la cabina. También constaba de una pequeña cocina, pero para dormir no disponía de otra cosa que los asientos reclinables. Tal vez no fuera una noche de bodas tradicional, pero a Jason le habría gustado compartir una suite nupcial con Lauren.

Su mujer. El corazón le dio un brinco al pensar en esa palabra. Ella volvió a marcar un número y se pegó el teléfono a la oreja mientras se ajustaba los pliegues del vestido.

–Hola, mamá… Siento molestarte a estas horas, pero tengo algo muy importante que contarte –miró brevemente a Jason y él vio las marcas de cansancio alrededor de sus ojos–. ¿Te acuerdas de Jason Reagert? Eso es, lo conociste en mi casa la semana pasada. Bueno, pues… ahora es más que un amigo. Acabamos de casarnos en Las Vegas.

Jason se tocó el sencillo anillo de oro que llevaba en el dedo. Se lo habían proporcionado en la misma capilla en el último minuto, y al verlo no se imaginaba que pesara tanto.

–Sí, mamá –siguió hablando Lauren–. Ya sé que te habría gustado asistir, pero no podíamos esperar más tiempo, porque… estamos esperando un hijo.

El chillido de su madre se oyó en todo el avión, seguido de un parloteo incomprensible. Lauren volvió a mirar a Jason y puso una mueca.

–Faltan menos de cinco meses… No, aún no sé si es niño o niña… ¿Luna de miel, dices? Jason y yo tenemos mucho trabajo… Mamá, eso que dices no… –suspiró y cerró los ojos, mientras la voz de su madre se hacía cada vez más fuerte.

Jason le quitó el teléfono de la mano. Lauren ahogó un gemido de sorpresa, pero él estaba decidido a hacerse cargo del asunto.

–¿Jacqueline? Soy tu nuevo yerno, Jason, y estoy a punto de cumplir con mis derechos maritales. Eso significa que vamos a apagar el teléfono hasta mañana al mediodía, por lo menos.

–Espera un momen… –empezó a protestar Jacqueline, pero Jason no la dejó acabar.

–Buenas noches, Jacqueline –se despidió y apagó el teléfono.

–Vaya –murmuró Lauren, maravillada–. No sé cómo agradecértelo. Yo no habría sabido hacerlo tan fácil.

–¿Te encuentras bien?

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.

–Al menos, ahora tengo una preocupación menos.

–¿Pero estás bien? –insistió él.

–Claro –se enderezó en el asiento con tanto esfuerzo que Jason tuvo que refrenarse para no tirar de ella hacia él. Quería protegerla, pero Lauren no parecía muy dispuesta.

–¿Cuál es el problema?

–No sé a qué te refieres –dijo ella, evitando mirarlo a los ojos.

–Es evidente que la llamada te ha afectado –le puso un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo–. Ya me he dado cuenta de que tu madre puede ser muy difícil, pero creo que me ocultas algo.

–Supongo que lo mejor será decírtelo, ya que de un modo u otro acabarás sabiéndolo –se aferró con fuerza a los reposabrazos–. A mi madre le diagnosticaron un trastorno bipolar cuando tenía veintidós años.

Por unos segundos Jason no supo qué responder. No era lo que se había esperado.

–Lo siento mucho. Nunca me lo habías dicho…

Ella giró la cabeza para mirarlo con expresión irónica.

–No es la clase de cosas que se digan en el trabajo o mientras se toma una copa… «Eh, ¿sabes qué? Mi madre es maniaco-depresiva».

Jason se preguntó qué habría pasado si se hubiera preocupado de hablar más con ella y de escucharla. ¿Habrían llegado a un nivel de confianza suficiente para que Lauren compartiera esa información con él? No tenía modo de saberlo, puesto que había hecho falta un matrimonio de conveniencia para que se abriera.

Tal vez no se hubiera interesado lo suficiente por su vida personal en el pasado, pero de ninguna manera iba a cometer el mismo error.

–¿Has dicho que se lo diagnosticaron a los veintidós años?

–Lleva un tiempo descuidando su tratamiento –sólo lo seguía cuando su marido la presionaba o cuando su hija se lo rogaba–. Cuando yo era niña pasaba por buenas temporadas, pero hace dos años decidió que no quería recibir más terapia ni medicación –mientras hablaba no dejaba de estirarse el vestido–. No pienses que me estoy quejando. Es difícil crecer con una madre que sufre esos cambios de humor, desde luego, pero me gusta creer que eso me ha hecho más fuerte.

Jason respetaba su manera de intentar verle el lado bueno a las cosas, pero sospechaba que Lauren lo hacía para que nadie advirtiera hasta qué punto necesitaba ayuda.

–Aun así, debió de ser muy duro crecer sin ningún tipo de seguridad.

Ella arrancó un hilo del bajo del vestido y se mordió el labio.

–Temía volverme como ella. Mi madre no acepta que tiene un problema, por lo que pensé que a mí quizá me pasara lo mismo. Visité a muchos psiquiatras y especialistas para que me examinaran.

–¿Y qué te dijeron?

Ella dudó un momento y le sonrió.

–No parece que vayas a salir corriendo.

–No sería muy aconsejable, estando en un avión.

Gracias a Dios, consiguió que se echara a reír. Y su risa lo excitó tanto como el suave tacto de sus manos. Todo en ella lo excitaba, pero no se permitiría que el deseo lo distrajera. Los ojos de Lauren le decían que en esos momentos necesitaba otra cosa, y él estaba dispuesto a dárselo.

–Lauren…. –midió sus palabras con el mismo cuidado que si estuviera negociando un trato multimillonario–, he trabajado contigo durante más de un año y no he visto nada fuera de lo normal. Puede que no sea psiquiatra, pero te conozco lo bastante para saber que, si tuvieras algún problema, harías todo lo posible para solucionarlo.

Vio que ella tragaba saliva y que intentaba contener las lágrimas.

–Te lo agradezco, y yo también intento creérmelo. Peo cuando la gente se entera de la enfermedad de mi madre me siento como si me mirasen de otra manera, como si no tomaran en serio mis sentimientos porque…

–Eh… –le agarró la mano, incapaz de resistir el impulso de tocarla–, yo te tomo en serio.

Y lo decía de verdad, tanto personal como profesionalmente. Confiaba en el buen juicio de Lauren, y tras un año tratando con ella podía dar fe de su estabilidad mental. Más aún, se preguntaba cómo podría traspasar esa infranqueable barrera de estoicismo.

–Gracias –entrelazó los dedos con los suyos y le apretó la mano. El anillo de compromiso y la alianza matrimonial brillaron bajo la tenue luz del techo–. Hasta el momento los médicos no han encontrado ningún síntoma de trastorno bipolar. Normalmente aparece en la adolescencia y en la veintena. Sé que no hay ninguna garantía, pero no me oirás quejarme de cumplir los treinta.

–Debió de ser un alivio.

–No te imaginas cuánto –curvó la mano sobre el vientre–. Aunque ahora vuelvo a estar preocupada. ¿Y si le he pasado los genes a nuestro hijo?

Jason se hizo la misma pregunta. Apenas había asimilado que tenía un hijo en camino. Hasta el momento, sólo se había concentrado en asegurar el futuro del bebé, en llevar a Lauren a California y en evitar problemas en sus respectivos trabajos. Había demasiados aspectos en la vida de su hijo para preocuparse. Y algunas cosas escapaban por completo a su control. Debía concentrar sus energías en aquéllas que sí podía controlar.

–Ambos somos conscientes de esa posibilidad. Si se diera el caso, le daríamos a nuestro hijo toda la ayuda que necesitara –le apretó la mano y le gustó comprobar como se le aceleraba el pulso–. En mi familia abundan los diabéticos y tengo una hermana disléxica. Ninguna familia tiene un historial médico perfecto.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Lauren.

–¿Cómo puedes ser tan lógico y al mismo tiempo tan dulce?

–¿Dulce? Esa palabra es nueva para mí.

–Te lo digo en serio –insistió ella. Se soltó de su mano y le sujetó el rostro con las dos suyas–. Has dicho lo mejor que podías decir, y además lo has dicho con sinceridad.

–Esta mañana me dijiste que soy un publicista consumado que no dudaría en mentir para vender el producto –le recordó él, aunque no sabía por qué.

¿Qué razón tenía para prevenirla cuando Lauren estaba viendo finalmente algo bueno en él? ¿Desde cuándo le gustaba echar piedras sobre su propio tejado?

Y entonces supo la respuesta: Lauren era demasiado importante para él y lo menos que se merecía era que fuera sincero. ¿Sería posible que él quisiera algo más que una noche de bodas?

Ella le acarició ligeramente la cara.

–Quizá estoy empezando a confiar en mi instinto, y mi instinto me dice que eres un buen hombre –le dijo, antes de besarlo brevemente en los labios. No era una invitación para acostarse con ella, sino un paso en la dirección correcta–. Buenas noches, Jason –le susurró. Volvió a acomodarse en su asiento, cerró los ojos y se quedó dormida al momento.

Él, en cambio, no podría estar más despierto. Se ajustó los pantalones para intentar aliviar la erección, aunque no le sirvió de nada. Y de todos modos, lo aguardaba otro reto mucho más difícil. Había estado tan obsesionado con casarse con Lauren y llevársela a la cama que no se había percatado del verdadero desafío.

Conseguir que se quedara a su lado.

E-Pack Se anuncia un romance abril 2021

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