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ANTECEDENTES DE LA IDENTIDAD PALESTINA
ОглавлениеLa cuestión de Palestina está inmersa en los procesos históricos ocurridos en el Medio Oriente y el Norte de África. Esto tiene dos lecturas: una es que está interrelacionada con los sucesos que afectaron a los demás países de la región, y, otra, que este caso particular se vio desfavorecido por la actuación del movimiento sionista de manera directa. En el primer caso, transcurrieron por procesos similares de colonización y luego de descolonización, aunque continuaron asediados por los intereses del imperialismo, primero europeo y luego estadounidense, junto a la participación de los soviéticos (luego rusos).
El final de la Primera Guerra Mundial modificó el mapa de la región. En el Tratado de Sèvres de 1920 (que no entró en vigor), los kurdos obtuvieron por primera vez un documento diplomático que consideraba su autonomía. El pacto fue un reparto del Imperio otomano, en el cual los Estados que luego se crearon no correspondían a criterios históricos, sociales, geográficos o étnicos. En ese sentido, Francia se apropió de Siria y Líbano, mientras que Gran Bretaña obtuvo Irak, Palestina y Transjordania. El 24 de junio de 1923, las potencias se reunieron para definir el destino político de esta zona geográfica, con posterioridad al descubrimiento allí del petróleo. En el Tratado de Lausana los kurdos no fueron nombrados, por tanto, se les negó alguna existencia oficial y quedaron separados por los límites nacionales de cuatro Estados: Irak, Irán, Turquía y Siria. La problemática del pueblo kurdo se asemeja a la de otras etnias perjudicadas (como el caso palestino) por las fronteras diseñadas por los ganadores de las dos primeras guerras mundiales.
La identidad palestina está construida en la resistencia forjada en la batalla, pero en una situación de diáspora parcial, dado que la sociedad palestina del interior –Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este–, sobre todo a partir de 1967, también comenzó a organizarse en organizaciones no gubernamentales (ONG) y resultó ser, dos décadas más tarde, la protagonista de la Primera Intifada (levantamiento). Esto se asemeja a otros casos como el kurdo, dado que fueron sometidos a diversas manipulaciones y traiciones que, sin embargo, no impidieron el progreso de su resistencia. En ambos casos fueron obligados a dispersarse en varios países (si bien fueron procesos diferentes) y sus derechos han sido negados por una variedad de Estados. Ambos tienen en común la diáspora –aunque los kurdos tienen territorios con cierta autonomía, se trata de una nación constituida en varios Estados ya establecidos–, mientras que desde 1994 los palestinos están gobernados en parte por la Autoridad Nacional Palestina. Para el caso del Kurdistán nos remitimos al capítulo “Kurdistanes en el Kurdistán: el derecho a la existencia”, del presente libro, donde se sostiene que en los países en que quedó dividido hubo diferentes políticas homogeneizadoras y según cada Estado el proceso aconteció de manera diferente, aunque con elementos comunes.
Igualmente, gran parte de las naciones se constituyeron en la resistencia anticolonial o ante un opresor. La particularidad de los palestinos, si bien es cierto que se formaron en la resistencia, o que luchan por su autodeterminación, es que su especificidad se produjo en la diáspora. Además, ambas identidades (en el sentido de identidad nacional contemporáneo) surgieron en un periodo semejante a principios del siglo XX.
Es interesante el repaso histórico del desmembramiento del Imperio otomano que se hace en el texto precedente, y que es clave para comprender cómo se llega hasta la actualidad con las diferentes divisiones administrativas. Para explicar por qué la “nación árabe” no se convirtió en un Estado, nos referimos a identidades solapadas o superpuestas en las cuales los habitantes de la región mantuvieron múltiples rasgos identitarios como la arabidad o lo musulmán, en el desarrollo y posterior consolidación de nuevos nacionalismos.
Dos semblantes singulares han persistido por tiempo prolongado en el Medio Oriente y el Norte de África, como distantes del universo político contemporáneo. El primero es la perdurabilidad y el énfasis de la opresión imperial occidental sobre la región en los siglos XX y XXI. El segundo, desde el periodo poscolonial esta zona se ha caracterizado por una alternancia incesante de guerras e intervenciones de tono imperial, sobre todo con la implicación occidental hasta hoy. Por tanto, la atención imperial y la aplicación de la fuerza, añadidas a la presión financiera, suelen ser una peculiaridad constante allí.
El movimiento de liberación nacional palestino inició en un proceso generalizado de despunte de las nacionalidades en Medio Oriente, a inicios del siglo XX, aunque la palestinidad existía con anterioridad. Ese sentimiento y conciencia identitaria es un fenómeno de larga duración, cuya tradición se ve reflejada en el trabajo de la tierra durante varias generaciones. Esto último va más allá de las legitimaciones empleadas mediante la reconstrucción histórica de su presencia multicultural en ese territorio. Pese a que su construcción identitaria se fortaleció con el establecimiento del Mandato británico en Palestina, lo cierto es que se plasmó en un contexto de múltiples estratos del espacio y el tiempo; de manera semejante a otras identidades árabes de la región o incluso en algún sentido a la israelí, elaboradas en un periodo semejante.
La identidad palestino-árabe (lo árabe no impide su particularidad palestina) se basó en una serie de elementos preexistentes: apego religioso y consideración de Tierra Santa tanto para los musulmanes como para los cristianos, la concepción de Palestina como una entidad administrativa, el temor a la invasión externa y el patriotismo local. Esos elementos de adhesión a Palestina antecedieron al encuentro con el sionismo. Esto refuta la argumentación de que la identidad palestina fue tan solo una reacción a dicho movimiento político de origen europeo. Si bien es cierto que la identidad se desarrolló en el encuentro con un “otro”, para los palestinos hubo diferentes “otros” como las potencias europeas, los gobernantes turcos, las autoridades británicas y los demás pueblos árabes, más allá del otro sionista.
Esto aconteció con reminiscencias del siglo XIX (y anteriores) y sentidos de identificación previa reinterpretados. Igualmente, su memoria y los testimonios del periodo posterior a al-Nakba (la catástrofe, cuando alrededor de 750.000 palestinos fueron forzados a abandonar su tierra e impedidos de regresar a sus hogares) resultaron claves en la reconstitución de ese movimiento. Por tanto, sus características se forjaron a través de la expulsión sufrida, la dispersión de su población por varios países de la zona e incluso de su territorio, y el mantenimiento de una memoria ligada al lugar adonde querían regresar.
Los palestinos se enfrentaron posteriormente a la colonización de Palestina llevada a cabo por el movimiento sionista. También plantearon la necesidad de identificar su resistencia con la lucha árabe posotomana por la independencia política y de afrontar la demanda de un Estado judío. El fracaso para obtener la estatalidad palestina tuvo dos tipos de responsabilidades: externa y por diferencias políticas internas. Las dificultades externas fueron: el otomanismo, el arabismo, los nacionalismos de otros Estados-nación árabes, Israel, y las potencias como Gran Bretaña hasta la Segunda Guerra Mundial, y luego Estados Unidos. En esos contextos, si bien el desafío sionista contribuyó a que la identificación nacional palestina tomara una forma particular, sería un grave error sugerir que dicha identidad emergió como una respuesta al sionismo. Esta surgió en un proceso universal ocurrido en el Mashriq3, en el que se produjo la identificación de los nuevos Estados creados sobre las particiones territoriales de la pos-Primera Guerra Mundial (Khalidi, 1997). En la región, sucedieron pasajes desiguales para la consecución de un Estado propio. Por ejemplo, en líneas generales, Egipto y Túnez disfrutaron de mayor cohesión; en cambio, Siria e Irak tuvieron una mayor fragmentación territorial. Esto provocó mayores dificultades para construir una conciencia nacional, que incluso se puede advertir en los sucesos actuales, donde estos dos últimos países sufren por las disidencias internas, sumadas a la intervención externa de las potencias.
En 1948, Palestina, como parte del Mandato británico, tras sobrevivir a al-Nakba, fue dividida entre Israel, Jordania y Egipto. Por una parte, estas circunstancias permitieron que aflorara desde Occidente (Israel principalmente) la idea del surgimiento tardío de la identidad palestina, posterior a 1964, a partir del inicio de la OLP. Esto es erróneo dado que lo que se produjo fue un resurgimiento del movimiento de liberación nacional y no su inicio, el cual se dio contextualizado en un proceso regional a principios del siglo XX. Mientras tanto, Israel aprovechó para ese propósito la noción del panarabismo. En ese mismo sentido, se observó la etapa (1948-1964) como una interrupción en las manifestaciones de su nacionalismo. Lo cierto es que cuando podrían haber establecido un Estado propio, los palestinos vieron frustradas sus opciones, por la guerra, la expulsión y la desposesión.
Mientras Israel intentaba desarabizar y hebraizar el territorio, empezó la progresiva reconstitución del movimiento nacionalista palestino. Una nueva generación del mismo se gestó en los campos de refugiados, los lugares de trabajo, las escuelas y las universidades. Estos grupos comenzaron en forma encubierta en la década de los cincuenta y de manera más manifiesta a mediados de los años sesenta.
Las antiguas élites fueron desacreditadas, pero persistió una forma de patriotismo basada en el apego a la tierra y la aldea propia, moldeada a partir de atravesar la marginación en lo social y lo político. En ningún país de acogida entre Siria, Líbano y Jordania ellos se beneficiaron de los mismos derechos que sus ciudadanos, incluso cuando se les concedió la nacionalidad, como en el tercero. En esta etapa, la identidad y el problema de las tierras fueron algunos de los principales aspectos políticos, tanto en Palestina como en Israel.
Los activistas palestinos idearon dos objetivos prioritarios para plantearlos a través de las plataformas y los discursos de sus partidos: la creación de un Estado palestino y el retorno de los refugiados. Las dos organizaciones más importantes del periodo fueron, por un lado, Fatah, que desde 1958 construyó una infraestructura nacional política. Esta estructura, además de entablar una lucha armada, permitió respaldar una vida y una política palestina independientes. Se caracterizó por la juventud de sus militantes, en su mayoría estudiantes y trabajadores.
Los líderes de Fatah se fortalecieron tanto por la ruptura de la unión entre Siria y Egipto en 1961, como por la victoria de la revolución de independencia argelina en 1962 (vista como modelo que debían seguir). De hecho, Fatah surgió a partir de los cuadros de los jóvenes fedayín (luchadores por la libertad) en la década de los cincuenta, con figuras como Yasser Arafat y Khalil al-Wazir (Abu Jihad). A la vez, los notables nacionalistas no pudieron sostener su influencia. Los grupos activistas tenían en común un punto de vista: la necesidad de recurrir a la lucha armada para reconquistar Palestina. Las ideologías que los sustentaron fueron el panarabismo, el antiimperialismo, la descolonización y el nacionalismo tercermundista; es así que la liberación de Palestina fue emparentada con el intento mayor de solucionar el problema panárabe (Pappé, 2007, pp. 210-214). Este proceso transcurrió en un contexto internacional caracterizado por la Guerra Fría, la descolonización de Asia y África, así como el incremento del interés en el Mashriq debido al petróleo y su posición geoestratégica.
En tal contexto ideológico, las declaraciones de los políticos nacionalistas eran adversas a los demás regímenes árabes. La organización editó la revista Filastinuna Nida al Hayat (Palestina es nuestra, la llamada de la vida) –publicada por miembros de Fatah en Beirut entre 1959 y 1964–, que contradice en parte que la actitud panarabista prevaleciese entre los palestinos y árabes. Allí publicaron parte de su ideario: “Todo lo que pedimos es que [los regímenes árabes] rodeen Palestina con un cinturón defensivo y vean la batalla entre nosotros y los sionistas”. O, en el mismo sentido: “Todo lo que queremos es que [los gobiernos árabes] mantengan sus manos fuera de Palestina” (Gresh, 2008, p. 85). Esto representó la independencia en la toma de decisiones palestina en esos momentos.
Por otro lado, la organización al-Qawmiyyun al-Arab (Nacionalistas árabes) perfilada justamente hacia el nacionalismo árabe, fue el otro grupo que surgió en esos años. Este fue un movimiento de refugiados liderado por George Habash, quien lo fundó en 1951 en la Universidad Americana de Beirut. La agrupación pretendió llevar la revolución al mundo árabe en general, no obstante, a mediados de 1960 apuntó hacia la liberación de Palestina, como lo indica el cambio en su nombre a Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) (Pappé, 2007, p. 213). Ambas agrupaciones, más adelante, se unieron bajo el auspicio de la OLP.
El movimiento nacionalista reapareció mediante el movimiento guerrillero y un discurso político sobre la descolonización y el nacionalismo tercermundista. Se propagó la figura mítica del combatiente fedayín. Aquellos con mayor visión política y del nacionalismo constituyeron las unidades de fedayines, que se convirtieron en los inicios de la resistencia, con ataques sobre asentamientos israelíes cercanos (Pappé, 2007, pp. 209-210).
Estos movimientos comenzaron a reorganizarse una década después de al-Nakba e impulsaron un combate enconado por terminar con la ocupación militar, liberar su territorio e independizarse de esa situación. Entonces, este movimiento resurgió con otros procesos simbólicos y otra realidad material.