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LA ERA DEL FEMINISMO DE ESTADO

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Tras la llegada al poder de los Oficiales Libres liderados por Gamal Abdel Nasser, la militancia pública de las feministas se vio debilitada. Con la intención de controlar y hacer propias todas las iniciativas de la sociedad civil, se desarrollaron una serie de políticas que buscaron cooptar o diluir todas las organizaciones femeninas y por ello han sido agrupadas bajo el rótulo “feminismo de Estado”5. Como tal, el feminismo de Estado no puede caracterizarse como un conjunto de políticas, sino más bien como una constelación de discursos, prácticas, medidas legales, programas estatales normalizadores que buscaban convertir a las mujeres en sujetos políticos modernos. Se construyó así una lectura normativa de cómo debían liberarse las mujeres al tiempo que se las suprimía como actores políticos independientes (Bier, 2011).

En 1953, el gobierno intervino los sindicatos y cerró todas las organizaciones independientes. Un año después proscribió a los Hermanos Musulmanes, organización creada en 1928 y que en un primer momento había acompañado a los Oficiales. Si bien el Estado suprimía al islam como una fuerza política, no enfrentó la identidad musulmana de la sociedad y en la nueva Constitución se estableció como la religión de Estado.

Tras la adopción de la nueva Constitución Nacional en 1957, las egipcias acudieron a las urnas a votar por primera vez, 32 años después de las primeras demandas feministas por el derecho al sufragio. La nueva Carta Magna les había concedido el derecho de elegir y ser elegidas en los comicios legislativos. De los 2000 candidatos que se presentaron solo 16 eran mujeres. Entre ellas, solo dos, Rawya Ateya y Amina Shuki, se convirtieron en las primeras legisladoras del mundo árabe.

Durante los 16 años del gobierno de Nasser (1954-1970)6 se instaló un ambicioso programa de reforma política y social que incluyó la redistribución de la tierra, la nacionalización de las empresas extranjeras y la industrialización del país. Estas medidas fueron orquestadas por una nueva élite estatal-militar de tecnócratas, planeadores y profesionales que copió el modelo de otros países socialistas. En ese contexto, esa vieja preocupación de los líderes reformistas sobre “la cuestión de la mujer” en tanto eje de los debates en torno a los roles de género y sociales reapareció en un contexto donde la modernidad parecía un destino inevitable.

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