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INTRODUCCIÓN

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El 8 de marzo de 2011, a menos de un mes de la caída de Husni Mubarak1, me sumé a un grupo de compañeras egipcias en una manifestación en la icónica plaza Tahrir. La movilización reclamaba que en la nueva Carta Magna no se tomara en cuenta la sharía y que se incluyeran más y mejores derechos para las mujeres. En el típico ambiente de alegría que solía vivirse luego de la renuncia del dictador, se gritaban las consignas: “El hombre y la mujer son uno”, “Nosotras también somos egipcias”, “¡Igualdad!”. Poco a poco se fue congregando frente a nosotras un grupo cada vez mayor de hombres de todas las edades que nos increpaban, furiosos, o simplemente se burlaban de nosotras. Comenzaron ellos entonces con las consignas de “Esas son estupideces”, “Las mujeres en la casa”, entre otras. En un clima cada vez más hostil, se sumaron dos mujeres con niqab (velo negro que cubre todo el cuerpo), que comenzaron también a gritarnos y rápidamente fueron celebradas por el grupo que ahora gritaba: “Estas son las verdaderas egipcias”, acusando a las manifestantes de dejarse engañar por las –poquísimas– extranjeras que estábamos allí. A pesar de que las egipcias participaron activamente en los 18 días de efervescencia que derrocaron al tercer patriarca egipcio –los anteriores Gamal Abdel Nasser (1954-1970) y Anwar al Sadat (1970-1981) gobernaron hasta sus respectivos decesos–, su presencia en las calles era rechazada violentamente.

Una primera explicación que ensayé en ese momento para comprender este cambio abrupto fue que durante esos 18 días su identidad de género fue diluida en su identidad como ciudadanas egipcias (Bracco, 2011a). En aquellos primeros momentos era común escuchar declaraciones como estas: “Nadie te ve como una mujer aquí; nadie te ve como un hombre. Estamos todos unidos en nuestro deseo de democracia y libertad”2 (Mozn Hassan, directora del Centro de Estudios Feministas Al Nazra, citada en Biggs, 2011). Esta lectura, sin duda esperanzadora, acerca de que no hay diferencia “visible” entre hombres y mujeres en la lucha por la liberación nacional, tiene una larga tradición circular de ensayo y error en los países de la región.

En un nivel más amplio, la importancia de la participación política femenina en relación con su lugar en la sociedad o “la cuestión de la mujer”, radica en que da cuenta no solo de las relaciones de género y la hegemonía sexual; sino también de asuntos más amplios relativos a la distribución y el control del poder ya que el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales (Scott, 1986, p. 1067). En el caso egipcio, como explica Margot Badran:

Ha sido una cuestión a través de la cual el Estado, el establishment religioso y los movimientos islamistas proyectaron otros modelos. Las mujeres mismas ayudaron a formular la cuestión en sus propios términos de debate y, como islamistas, reprodujeron mayormente los discursos masculinos, como actores en la vida diaria asumieron nuevos roles y al hacerlo redefinieron la cuestión. Si bien siempre ha habido lugar en Egipto para posturas alternativas sobre “la cuestión de la mujer”, –con el Estado, los islamistas y las feministas manteniéndolo vivo–, solo las feministas, para quienes “la cuestión de la mujer” es central, han atacado sustancialmente los intereses patriarcales y se han opuesto a la supremacía masculina. (1991, p. 228)

Tomando esta cita como punto de partida, sostengo que se reflejaron diferentes proyectos de sociedad en las posturas, los discursos y las políticas que permitieron el acceso o no de las mujeres a la vida pública. Por ello, “la cuestión de la mujer” debe comprenderse de manera ampliada en relación con los límites sociales en los roles de género, en la familia y la sociedad.

Cuatro revoluciones marcaron la historia de la “cuestión de la mujer” en este siglo nacionalista (1919-2019). La primera en 1919, la segunda en 1952, la tercera en 2011 y la cuarta en 20133. En cada uno de estos hitos de la historia egipcia contemporánea se debatió sobre la legitimidad de la presencia femenina en el espacio público en relación con proyectos de construcción de una feminidad íntimamente ligada a los discursos de identidad.

Con esta perspectiva como hilo conductor, este capítulo expone un recorrido por las coyunturas que fueron creando y recreando “la cuestión de la mujer” en Egipto en su camino de la casa a la revolución y de allí de regreso a la casa. Este circuito está dinamizado por el siempre presente dilema identitario nacional y la creación del ámbito doméstico-familiar, ambos nacidos en el inicio de siglo. Por ello, creo imprescindible comenzar el análisis presentando los lineamientos fundamentales de dicha construcción.

Con el impulso de la participación femenina en la lucha anticolonial comienza una ferviente actividad feminista en varios frentes y con diferentes visiones del lugar de la mujer en la sociedad. Entre 1920 y 1952, una multiplicidad de organizaciones y publicaciones mantuvieron vivo el debate sobre los derechos de las egipcias. Sin embargo, con la llegada de la independencia este movimiento no solo fue invisibilizado, sino también reprimido y perseguido. La construcción paternalista del poder que se hace desde ese momento en torno a la figura de Gamal Abdel Nasser reconfigura el espacio público a la vez que busca convertir a las mujeres en actores políticos creando nuevas subjetividades de género. Luego de la muerte de Nasser en 1970, la política social y económica del país vira bajo la conducción de Anwar al Sadat que, ahora bajo la persona de su esposa Jehan, concentra todos los esfuerzos para mejorar la vida y los derechos de las mujeres con algunas victorias nada deleznables. Con esta misma impronta, aunque en un contexto mucho más desfavorable en términos económicos y políticos, Husni Mubarak intenta, durante sus 30 años de autocracia, suprimir cualquier movimiento que se perfile como opositor a los intereses de su gobierno. La revolución que se inicia el 25 de enero de 2011 pone en jaque al tercer patriarca que finalmente debe dimitir, aunque la mayoría de la estructura del régimen se mantiene. No obstante, una nueva ola de jóvenes feministas nacidas de este contexto revela lo vigente del debate sobre “la cuestión de la mujer” que, tras 100 años de la primera revolución egipcia, continúa en pie.

En las páginas siguientes me propongo analizar y describir los lineamientos generales de este proceso al que talentosas colegas le han dedicado extensos y exhaustivos estudios a los que me remito en cada caso.

Los rostros del otro

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