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ÁNITE

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Hay indicios para situar a Ánite (a la que Meleagro en 776, 5-6 enlaza con las poetisas Safo y Mero y atribuye el Lilium candidum, mientras que las otras dos reciben como emblemas, respectivamente, la rosa y una flor cuyo nombre ha dado lugar a nuestro lirio y puede ser sinónimo o semisinónimo del de la planta de Ánite o referirse a otra del tipo del narciso) hacia el 300. Apenas sabemos nada de su vida: era (así Pólux en el contexto de 37; aunque en el lema de 50 se habla de Ánite la mitilenea, con referencia a la ciudad más importante de Lesbos, cf. el 20 de Perses, evidentemente, cf. intr. a Nóside y Erina, se trata de una confusión con Safo, natural de aquella isla) de Tégea, en Arcadia, ciudad con la que se relacionan 28 y 29, mientras que el cariño especial con que dibuja la figura del dios Pan (30 y 46) cuadra bien a una persona del país en que se le rendía especial culto. En Pausanias (X 38, 13) se cuenta una rara historia acerca de un viaje de la poetisa a Naupacto, por indicación de Asclepio que se le había aparecido en sueños, y de su intervención allí en la cura milagrosa de un tal Falisio, que se había quedado casi ciego.

La mayor parte de sus epigramas (entre los que son auténticos los diecinueve primeros y dudosos los cinco últimos, de los cuales 47-48 ofrecen atribuciones a otros autores en el lema y 49 no debe de ser de Ánite; en cambio, se le atribuye alternativamente el 423 de Aristódico) tienen cuatro versos, estructura muy apta para lo que pretende: trazar, sin pretensiones pero con gran amor, amables y sencillos cuadros casi pictóricos en su expresividad. Tal vez falle algo precisamente cuando quiere remontarse a temas de más envergadura (pacifismo muy femenino en 28; elogio de la virtud en 50; patetismo en 34; tremendismo en 36); en cambio, su especialidad son las pequeñas y delicadas escenas en que aparecen niños o muchachos, animales, apacibles paisajes campestres o marinos.

28 (VI 123)

Equecrátidas, natural de Creta, ha ofrendado a Atenea Alea, en su espléndido templo de Tégea (cf. intr.), una lanza cuyo nombre, a diferencia del que será empleado más tarde, en el 97 de Leónidas y otros, con carácter genérico, indica precisamente un arma con mango de madera de cornejo.

Queda aquí, lanza homicida, y no viertas más triste

sangre de enemigos con tu garra de bronce;

de Atenea descansa en el alto santuario marmóreo

y el valor pregona del crete Equecrátidas.

29 (VI 153)

Un paisano de Ánite ha ofrecido, probablemente a Atenea Álea, un caldero muy grande y artístico, obra de Aristóteles, de Clitor, ciudad del N. de Arcadia.

Un enorme caldero consagra Cleóboto, el hijo

de Eriáspidas; Tégea la espaciosa es su patria;

a Atenea lo ofrece; su autor Aristóteles era,

clitorio, cuyo nombre llevó también su padre.

30 (XVI 291)

Inscripción para una fuente, situada probablemente cerca de un santuario de Pan, en que tal vez el agua fluyera de ánforas sostenidas por ninfas de piedra.

A Pan el hirsuto y las ninfas rupestres dedica

Teódoto el pastor esta ofrenda en el monte,

porque, estando rendido del seco calor del estío,

le refrescaron dándole dulce agua con sus manos.

31 (VII 724)

Tu ardor te perdió en el combate, Proarco, y muriendo

enlutaste la casa de Fidias, tu padre;

pero es bello el himno que aquí tu sepulcro te canta:

pereciste luchando por la patria querida.

32 (VII 486)

El Aqueronte es uno de los ríos que rodean el Hades.

Muchas veces junto a este sepulcro lloró con tristeza

Clina la temprana muerte de Filénide

al alma invocando de su hija, que, en vez de casarse,

atravesó las verdes aguas del Aqueronte.

33 (VII 490)

La queja es puesta en boca de una figura que, en la tumba, se lleva las manos a los ojos. Primera alusión a Cloto, Láquesis y Átropo, las Moiras o Parcas que hilan el destino de los hombres.

Lloro a Antibia, doncella, a la cual tantos hombres buscaron

pretendiéndola en casa de su padre, atraídos

por su encanto y talento; mas pronto una Moira funesta

derribó por tierra la esperanza de todos.

34 (VII 646)

En la tumba de una muchacha.

He aquí las palabras que dijo a su padre querido

Érato con lágrimas y un último abrazo:

—Ya, padre, no existo; perezco y oculta la muerte

mis ojos oscuros con su negra sombra.

35 (VII 649)

Sobre una moza que murió soltera.

A cambio del lecho nupcial y el solemne himeneo,

tu madre ha puesto encima de tu marmórea tumba

una virgen, ¡oh, Tersis!, que tiene tu talla y belleza;

y así, aun después de muerta, diríase que hablas.

36 (VII 208)

Sobre un caballo muerto en batalla por Ares, dios de la guerra.

Éste es monumento que Damis erige a su bravo

caballo, cuyo pardo pecho herido por Ares

fue; de su espesa corambre brotó sangre negra

y empaparon la tierra sus tristes despojos.

37 (Pól. V 48)

Una juguetona y ruidosa perra, llamada con el étnico de su país, bien conocido por sus excelentes canes, que puede ser la tierra de los Locros Opuntios o la de los Locros Ózolas, ambas situadas en el centro de Grecia, ha sido mordida, al acercarse a un matorral, por una víbora.

Tú en la fragosa espesura también pereciste,

la más ágil de todas las ladradoras perras;

tal fue, Lócride, el tósigo cruel que en tus patas veloces

inoculó una víbora de piel moteada.

38 (VII 202)

A un gallo muerto por un zorro o comadreja.

No podrás despertarme ya más agitando como antes

tus alas con vigor por avisarme al alba:

te atacó un malhechor a escondidas durante tu sueño

y te mató echando la garra a tu gaznate.

39 (VII 215)

Epitafio de un delfín al que las olas han arrojado muerto a la playa: en tiempos, el animal veía su propia efigie en el espolón de una nave, que representaba a otro delfín. El epigrama es francamente bello.

Ya no puedo sacar fanfarrón mi cabeza emergiendo

del fondo del mar surcado por barcos;

no daré resoplidos, gozoso de ver mi figura

cerca de los bellos labios de la nave.

La purpúrea marea del ponto me trajo a la costa

y aquí estoy en esta suave playa tendido.

40 (VI 312)

Descripción de una pintura de niños jugando con un macho cabrío: quizás el templo sea de Posidón Hipio, patrono de las carreras de caballos.

Unas bridas purpúreas los niños, cabrón, te pusieron

y un freno en la boca velluda y las carreras

ecuestres ahora remedan en torno al santuario

del dios, por que contemple sus juegos infantiles.

41 (IX 745)

Aquí el cuadro representa a otro macho cabrío, animal que solía ser sacrificado a Dioniso, llamado aquí por primera vez Bromio (nacido del trueno por la fulminación de su madre Sémele) y que recuerda con ufanía y nostalgia su anterior vida bucólica con las náyades o diosas de los manantiales.

Mira de Bromio el cornudo cabrón, qué soberbio

y altivo nos mira con su barbudo rostro

y recuerda que más de una vez en los montes la mano

rosada a sus vedijas las náyades llevaban.

42 (IX 144)

Inscripción para una estatua en madera de Afrodita, probablemente untada, a efectos de su mejor conservación, con aceite o cera, lo que podría ser causa también del epíteto del último verso, y situada junto al mar en un promontorio.

De Cipris es este paraje, pues siempre se asoma

a mirar desde aquí las aguas centelleantes

para hacer agradable a los nautas el viaje, y contempla

el mar con respeto su espléndida estatua.

43 (IX 313)

Inscripción de una fuente en que suelen beber los segadores: de dulce exhortación habla con razón el lema.

Descansa tendido del denso laurel a la sombra

y sus aguas dulces pide a la amable fuente

por que, oreados del céfiro, encuentren alivio

del estival trabajo tus miembros jadeantes.

44 (IX 314)

Inscripción para el hermes (busto del dios así llamado con pedestal prismático) de una encrucijada.

Yo soy Hermes y estoy en el trivio, a la vera de un huerto

florido que, no lejos del mar canoso, ofrece

solaz al viajero cansado del largo camino;

y de una limpia fuente manan las frescas aguas.

45 (XVI 228)

Según el lema habla una imagen de Pan.

Bajo el álamo, amigo, reposa tus miembros cansados;

entre sus verdes hojas murmura un dulce aliento;

bebe, pues, en la fuente su fresco licor, deleitoso

refrigerio en verano para el caminante.

46 (XVI 231)

Diálogo con una estatua de Pan: en el segundo verso se hace referencia a la siringa, clásico instrumento del dios formado por un conjunto rectangular de cañas mantenidas en paralelo por medio de cera, que a veces se utilizaba también para obstruir parcialmente algunos tubos con el fin de lograr distintas notas.

—¿Por qué solitario en la selva frondosa te sientas,

Pan rústico, a tañer esa dulce caña?

—Así vagará en estos montes que baña el rocío

la ternera paciendo los esbeltos tallos.

47 (VII 190)

Aunque el lema atribuye el epigrama alternativamente a Leónidas, el estilo y contenido parecen ser propios de Ánite: el estupor infantil ante la muerte está recogido con sensibilidad. Naturalmente, la inscripción es ficticia, aunque quizá no tanto la pequeña tumba erigida, por ejemplo, en un jardín. Es curiosa la confusión de Plinio (N. H . XXXIV 57), que habla, con error producido por el nombre de la muchacha, de que Mirón, escultor del siglo v, de la ciudad ática de Eléuteras, hizo, como dice Erina (confunde, pues, a una poetisa con otra, cf. intr.), un monumento funerario a dos animales de estas especies. La expresión ruiseñor de los campos se debe a que algunos acrídidos, como el saltamontes, producen una especie de canto frotando las patas contra los élitros.

Miro, la niña, en común sepultó al saltamontes,

ruiseñor de los campos, y a la cigarra, huésped

de la encina, y gemía con llanto pueril, porque el duro

Hades sus dos juguetes le había arrebatado.

48 (VII 232)

Existe duda en el lema sobre si el epigrama es de Ánite o de Antípatro, es de suponer que el sidonio. Son frecuentes entre los Macedonios los nombres de Filipo y Amintas, más bien que Amintor; y tras la muerte de Alejandro Magno hubo muchas guerras en Lidia, país del O. de Asia Menor, y, sin duda, muchos Macedonios que allí murieron.

El lidio terreno aquí cubre a Amintor, que era hijo

de Filipo y que tantas veces luchó en la guerra;

y no fue mal penoso el que a un mundo de sombras le trajo,

mas murió con su escudo protegiendo a un amigo.

49 (VII 236)

Probablemente no es de Ánite, sino de Antípatro el tesaloniceo, de quien también habla el lema. Temístocles (cf. el 27 de Menandro) murió en la Magnesia del Meandro, ciudad de Asia Menor situada a orillas de dicho río; hay una leyenda según la cual su cadáver fue después exhumado clandestinamente y sepultado en el Pireo, puerto de Atenas, pero aquí lo que se dice brevemente es que, aunque el sepulcro conserve sus restos, lo que en verdad conmemora es la falta de visión y mala voluntad con que los Griegos dejaron expatriarse a un glorioso guerrero.

No soy de Temístocles tumba magnesia, mas prueba

de la maldad y envidia de los Helenos todos.

50 (VII 492)

Es bien conocida la leyenda de unas muchachas de Mileto, la gran ciudad de Asia Menor, que, ante su toma y saqueo por los Gálatas, pueblo céltico, hacia el 277, se suicidaron para evitar la violación (que el lema da por consumada) o el matrimonio forzoso con los invasores. Resulta dudoso que el epigrama sea obra de la poetisa; sobre otra confusión del lema, cf. intr.; nótese la alusión al dios del matrimonio.

Por huir del abuso salvaje del Gálata impío,

morimos, Mileto, nuestra patria querida,

tres muchachas de aquí, a las que el Ares brutal de los Celtas

impulsó a tal destino, sin tolerar su inmundo

contacto y tampoco el nupcial himeneo; pues hemos

encontrado como protector al Hades.

51 (VII 538)

El epigrama, más bien que ser de esta autora, podría responder a las reflexiones filosóficas de algún cínico. Manes es nombre frigio y, más concretamente, común entre esclavos de aquel país del N. de Asia Menor. El Darío citado puede ser cualquiera de los varios reyes de Persia bien conocidos.

Este hombre era Manes en vida, mas hoy, aquí muerto,

vale ya lo mismo que Darío el grande.

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