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MERO

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Era natural de Bizancio; casó con el filólogo Andrómaco, al que conocemos como autor de un léxico etimológico; ella, por su parte, escribió versos épicos, entre ellos un himno a Posidón, con elegías, poemas líricos, etc.; no es extraño que tales padres pusieran como nombre el de Homero a su hijo, autor trágico de los siete muy conocidos que formaron parte de la llamada Pléyade y famoso en Bizancio, donde tenía una estatua. Puesto que el florecimiento de este Homero suele situarse hacia el 280, el de su madre andaría no lejos del 300. Suele emparejársela con Ánite, cuya temática imita en 63 y a la que, al menos, se parece en su empleo, atestiguado en los dos únicos epigramas de Mero que poseemos, de poemas de cuatro versos. Sobre la atribución floral de Meleagro, cf. intr. a la misma.

62 (VI 119)

Epigrama escrito para la ofrenda de un racimo de uvas, hijo metafórico de la viña y productor de néctar, es decir, de vino.

De Afrodita en el atrio dorado pendiente aquí quedas,

¡oh, racimo colmado del jugo de Dioniso!

No podrá ya tu madre criar su nectáreo follaje

abrazando con pámpanos graciosos tu cabeza.

63 (VI 189)

Ofrenda (cf. el 30 de Ánite) a las Hamadríades, ninfas de las encinas que nacían y morían con ellas, aunque aquí se las relaciona raramente con un río. Es posible que, en efecto, hubiera una corriente de agua cerca del bosque, pero algunos editores prefieren Anigríades, ninfas de una fuente que, en Trifilia, región de la Élide, sanaba las enfermedades de la piel. En ese caso, Cleónimo, agradecido a su curación, les habría dedicado unas estatuillas de madera (cf. el 42 de Ánite).

Salud, Hamadríades, ninfas del río, que siempre

recorréis, inmortales, con vuestros pies rosados

nuestras frondas; guardad a Cleónimo, que estas hermosas

estatuas, ¡oh, deidades!, en el pinar consagra.

Antología Palatina I. Epigramas helenísticos

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