Читать книгу Antología Palatina I. Epigramas helenísticos - Varios autores - Страница 27
LEÓNIDAS
ОглавлениеDe él se nos ha conservado una multitud de epigramas: la calidad de este poeta discreto, pero nada genial no corresponde a tan gran cantidad. Nace (cf. el 73 de Nóside) en Tarante, pero no muere allí o, al menos, tal preveía cuando escribió su propio epitafio (177). Quizás hay una alusión a su patria en 118 si las armas allí citadas son botín tomado por los Tarantinos a los Lucanos: 87, del que ahora hablaremos, puede indicar relación con el Epiro; 108, 141 y 187 revelan interés hacia Esporta; 172 puede ser indicio de una visita a Atenas. Nada indica contactos con el Egipto de los Ptolemeos, y es posible que Leónidas haya llevado una existencia azarosa y viajera, lo que explicaría su aspiración en 117 a una vida humilde y estable, sin que le asuste, en cambio, la pobreza (120-121). Su postura frente al cinismo no está clara: en 101 parece inclinarse a él, 143 es elogioso para Diógenes, en cambio 138-139 resultan tremendamente sarcásticos. De todos modos, nos produce en general la impresión de un hombre sencillo, que se complace en describir tipos rústicos, escenas en que intervienen cazadores, pescadores o artesanos, cuyos enseres canta con conmovedor cariño. No hay nada en él de amor, salvo el no extraordinario 176 (el cortejo erótico aparece por primera vez en 127), y la obscenidad de 167-168 no es morbosa. Elogia a un buen ciudadano (95), entiende bien el problema espiritual de un misógino (94), siente la fragilidad de la vida (161), la gran melancolía de la muerte oscura (102, 157-158). Frente a banales alabanzas de literatos antiguos, adivinanzas tópicas (106), reelaboraciones de fábulas (116), intrascendentes anécdotas marinas (149-150), chocarreros trozos de comedia «a lo divino» (11), «folklore» popular como el del milagro del león (137) y muestras de escasa originalidad en las imitaciones de Perses (180), Ánite (105), Alejandro (141), Mero (89-90) y Nicias (85, 175), hallamos bellísimos epigramas en que el alma se entenebrece ante un naufragio (99), se recrea en un florido cuadro pastoril (103) o se llena de alegría en el retorno de la primavera (169).
En cuanto a la cronología, es discutida. Si hay que datar 87 antes del 295, tendríamos fechas altas y habríamos de suponer que el poeta en modo alguno pudo nacer después del 315; y también parece que 18 debe de haber sido compuesto antes del 285. Por otra parte, la fecha de 185 es probable que sea poco posterior al 277. También es segura la muy cercana al 273 para 179, pero es posible que este poema no sea de Leónidas. Todo esto es coherente y nos lleva a época no mucho más moderna que la de Alejandro Magno, lo que explicaría la aludida falta de elementos egipcios: pero, aunque nada claro indiquen ciertas similitudes con Ánite y Nicias, son muchos los filólogos que, como hoy Page (cf. intr. gen.) y con razones evidentes o no, se inclinan a una cronología más baja.
Aparte de pequeños problemas de clasificación dudosa (ni el 47 de Ánite ni el 355 de Diotimo le pertenecen, y menos aún el 371-376 de Teócrito, en que el error es puramente mecánico), existe una seria cuestión de autenticidad debida a la existencia de otro epigramatista del s. I d. C., Leónidas el alejandreo, sobre el cual cf. más datos en 177: los epigramas 85-117 están claramente asignados por el lema a Leónidas el tarantino; 118-176 aparecen solamente como de Leónidas, pero la atribución al de Tarante parece casi segura; 177-187 son ya dudosos, a lo que se añade el problema de otras dudas o atribuciones alternativas en los lemas de 178-186.
Se ha hablado varias veces de las conexiones literarias de la yedra, planta atribuida a Leónidas por Meleagro (776, 15): el epíteto puede referirse a la gran cantidad de epigramas suyos que aquí se preservan.
85 (VI 202)
Imitación del 79 de Nicias (cf. el 18 de Perses, especialmente sobre el cipasis), con ofrenda a Ártemis.
Con la faja de flecos vistosos, también el cipasis
a tus puertas virgíneas consagró, Letoide,
Átide tras de su parto, que, estando preñado
su vientre, de tal trance sacaste vivo al niño.
86 (VI 211)
Caliclea, una muchacha tal vez de vida no muy decente (cf. el 1 de Filitas, por ejemplo, sobre el espejo), conseguido aquello que quería (probablemente un esposo, de ahí el epíteto divino), ofrece a Cipris una imagen de Eros y otros objetos. El texto está lleno de problemas: no sabemos qué es el peinado a la lesbia (cf. el 20 de Perses), o si tal vez la muchacha es de Lesbos (sobre la diadema, cf. el 19 del mismo); ni de qué materia puede ser la prenda íntima (cf. el 18 del mismo).
El Eros de plata, la ajorca que adorna
el tobillo, la diadema que el pelo
a la lesbia ciñe, el sostén transparente,
el broncíneo espejo y el peine de boj
que a todo lo ancho recoge el cabello
Caliclea en tu atrio consagra, legítima
Cipris, pues obtuvo lo que deseaba.
87 (VI 334)
Si se admite (cf. intr.) una cronología alta, esta ofrenda habría sido hecha por Neoptólemo, hijo de Alejandro I (rey entre 362 y 331), corregente, en el Epiro, gran país del NO. de Grecia, de Pirro (319-272), que le mandó matar el 295. La familia real epirota se jactaba de proceder de la línea mítica Éaco-Peleo-Aquileo-Neoptólemo o Pirro; estos nombres debieron de repetirse mucho en ella. En el verso 3 no nos ha cabido el epíteto el de las cuatro esquinas, alusivo a la forma de un hermes (cf. el 44 de Ánite y 83 de Nicias) que, probablemente con una estatua de Pan y figuras de ninfas (cf. el 63 de Mero), preside el lugar.
Grutas y sacro peñón de las ninfas y fuentes
que de la piedra brotan y pino cercano
y Hermes, el hijo de Maya que el hato custodia,
y tú, Pan, habitante de estas agrestes peñas,
recibid estas tortas benignos y taza de vino
que os ofrece Neoptólemo, descendiente de Éaco.
88 (VI 188)
Hay un poco de embrollo en la expresión. Terímaco, al irse a la guerra, va a dejar la caza y ofrenda al Pan venerado en el monte Liceo de Arcadia unas varas arrojadizas de las que se empleaban contra las liebres. El dios debería dirigir su mano y darle ante el enemigo tantos éxitos como había tenido cazando en el valle.
Terímaco el crete estas varas captoras de liebres
en las arcadias rocas ofrenda a Pan Liceo.
Ahora, pues, dios silvestre, dirige en la guerra su mano,
que el arco ha de empuñar, en gracia a estos dones
y, a su diestra en el valle teniéndote, obtenga en la caza
los mejores éxitos como ante el enemigo.
89 (IX 326)
Imitación del 63 de Mero (cf. 87) con un eco de Platón (Phaedr . 230 b, donde se habla de un lugar consagrado al río Aqueloo, del O. de Grecia, y a las ninfas a juzgar por las estatuas y figurillas que en él se ven). Acción de gracias de un viajero sediento que regala una copa de cuerno. Se trata de una fuente entre dos peñas, con rústicas imágenes de madera, obra de los pastores, que quieren representar a las ninfas Hidríades o de las aguas de fuente; y también hay muñequitas de cera o de yeso que las simbolizan y que, situadas en torno al pilón, se hallan siempre mojadas.
Salve, agua fresca que al filo de dos peñas saltas
y las lígneas ninfas que pastores tallaron
y rocas y amables muñecas que en torno a la fuente
como imágenes vuestras, doncellas, baña el chorro,
¡salud! Yo, el viajero Aristocles, os doy esta copa
con que apagué mi sed metiéndola en la pila.
90 (IX 329)
Invocación, en tiempo de sequía, a las ninfas Efidríades, similares a las Hidríades del poema anterior; éstas son hijas del río Doro, cuya localización geográfica se desconoce. Nótese la intencionada repetición de palabras, nada chocante en un hombre poco culto.
Ninfas del agua, regad, ¡oh, progenie de Doro!,
con diligencia el huerto de Timocles, pues siempre
se cuidó el hortelano Timocles, doncellas, de daros
como ofrenda los frutos en sazón de su huerto.
91 (VI 204)
Entre otras herramientas ofrendadas por Teris, al que llama el lema carpintero en fino, destaca la regla, llamada en este caso codo, porque mide unos 44 cm.
Teris, experto artesano, una regla muy recta
y una tensa sierra de bastidor curvo
y un hacha y garlopa afilada y taladro girante
a Palas, al dejar su oficio, consagra.
92 (VI 205)
Los utensilios ofrendados por Leóntico, otro carpintero en fino según el lema, no son enteramente iguales a los que hoy se utilizan. El devorador de tablas será alguna garlopa o sierra; los cordeles de enroje, plomadas con cuerda pintada en rojo que, al ser aplicada paralelamente a un objeto, dan la pauta al carpintero; las igualas o reglas, también pintadas, sirven para lo mismo, pero usadas en superficies horizontales, y lo que aquí llamamos almagre sería más bien bermellón, cinabrio en polvo o algo similar; los parahúsos son barrenas que actúan mediante dos correas que les imprimen rotación alternativa; ignoramos qué pueda ser la raedera; un hacha enmangada se entenderá como algo provisto de sólido mango; el verso 8 no está claro, pues puede tratarse de cuatro taladros, cada uno de un calibre distinto, que preparan en la pared la introducción del clavo o taco.
Éstos son los enseres de Leóntico: limas estriadas,
el rápido instrumento que tablas devora,
plomadas, cordeles de enroje, martillos de doble
cotillo con igualas bañadas en almagre,
parahúsos, raedera y un hacha enmangada y potente,
la reina del taller, y taladros que giran
ágilmente, barrenas veloces y cuatro cizallas
para fabricar clavos y la azuela que pule
los maderos. Todo ello a Atenea, patrona de su arte,
este hombre, al retirarse de su oficio, consagra.
93 (VII 719)
Telén era un flautista y poeta popular cuyas obras no sabemos hasta qué punto estaban relacionadas con géneros cómicos como la hilarodia, lisiodia y otros similares. Se le sitúa en la primera mitad del s. IV y Plutarco (Mor . 193 f ) le menciona con respecto a un dicho de Epaminondas, el famoso caudillo tebano, que, cuando supo que una nueva flota ateniense marchaba contra el Peloponeso, preguntó «¿Llora Antigénidas cuando Telén tiene flauta nueva?» significando así que el hombre de mejor calidad no debe temer los progresos del inferior en cuanto a instrumental.
Soy de Telén el sepulcro y mi tierra aquí cubre
a quien supo con cantos alegrar el primero.
94 (VII 648)
Se nos describe una lucha interna entre el deseo de hijos, pieza fundamental de la felicidad para los griegos simbolizada aquí en la metáfora de las columnas, y la desconfianza hacia las mujeres, tópica también; aparte del tema de la pobreza, pues en el tipo de boda en que aquí se piensa era usual que el pretendiente comprara la mujer al suegro mediante regalos, cosa que Aristócrates no estaba en condiciones de hacer. Nótese que el Aqueronte (cf. el 32 de Ánite) no se considera como río, sino como playa final del viaje realizado en la barca de Caronte.
El buen Aristócrates dijo, tocando su vieja
cabeza, al navegar con rumbo al Aqueronte:
«En hijos pensar se debiera y en dones nupciales
por más que a uno le agobie la pobreza penosa.
Con ello se afirma la vida, que no es de ver grata
la casa sin columnas y resulta precioso
para el hombre en hogar con hermosos pilares sentarse
y contemplar el lar bien provisto de leños».
Lo sabía Aristócrates, pues, pero más en él pudo,
¡oh, amigo!, su aversión al vicio femenino.
95 (VII 440)
Parece ser el mismo personaje del poema anterior: primera mención de Dioniso con el nombre alternativo de Baco.
¡De qué muerto los huesos, oh, túmulo, oculta tu noche!
¡Qué cabeza, oh, tierra, te has tragado! Amaron
a Aristócrates mucho las Gracias doradas y queda
en todos un recuerdo muy vivo; pues sabía
hablar con dulzura a las gentes y nunca su ceño,
aun siendo hombre de clase, frunció con arrogancia
y era experto también en llevar, entre copas de Baco,
una conversación pacífica con todos
y en tratar con agrado a extranjero y paisano igualmente.
Tal fue el difunto, amable tierra, a quien custodias.
96 (VII 448)
Epitafio de Pratálidas, de la ciudad de Creta llamada Licasto, cuyas muchas virtudes le hacen acreedor a estar, en el mundo de ultratumba, junto a su compatriota Minos (cf. el 56 de Teeteto).
Del licastio Pratálidas ésta es la tumba. Fue sumo
conocedor de amores, batallas, cacerías,
danzas. ¿Habéis situado los dioses de abajo,
como es justo, al Crete junto al crete Minos?
97 (VII 449)
Sobre el mismo personaje con alusión a la estaca a que se atan las redes de cazar; acerca del arma, cf. el 28 de Ánite.
Si a Pratálidas Ártemis caza le dio y seducciones
Eros, coros la Musa y Ares los combates,
¿dichoso no había de ser el que siempre ganaba
con los mozos, la lanza, la estaca y los cantos?
98 (VII 665)
Cf. el tema de los peligros del mar en el 10 de Faleco y el del naufragio en el 20 y 25 de Perses.
No te confíes viajando en el barco profundo
ni grande; el viento triunfa siempre sobre la nave.
A Prómaco sola una ráfaga hundió y al abismo
marino una ola única lanzó a sus compañeros.
Mas no fuele el destino totalmente hostil, que en la tierra
patria halló sepultura con funerales ritos
que los suyos cumplieron, pues trajo la mar encrespada
su cuerpo y en la abierta ribera lo depuso.
99 (VII 652)
Para un cenotafio con ocasión de otro naufragio. Los nombres griegos sólo aproximadamente puede ser que respondan a los de las dos aves que aquí damos. El epíteto del verso 5 es literalmente devoradores de peces . Muy patética, la alusión al doloroso grito de estos animales.
¿Por qué así, mar sonoro, lanzando con furia salvaje
impetuosas olas, sumergiste en el ponto
con toda su carga al que en nave pequeña bogaba,
Teleutágoras, hijo de Timares? Gaviotas
y voraces petreles sin duda por él se dolieron
en la playa anchurosa; mas también Timares,
viendo vacío el sepulcro en que tanto gimiera,
llora por Teleutágoras, su hijo bienamado.
100 (VII 654)
Alusión a la proverbial mala fama de las gentes de Creta en una inscripción para otro cenotafio donde, como en la anterior, resuena el lamento de un ave marina sólo aproximadamente identificada.
Siempre fueron ladrones y siempre piratas y nunca
honestos los Cretes. ¿Quién tal cosa dijera?
Así a mí, desdichado Timólito, que un cargamento
llevaba bien humilde, me lanzaron al agua
los Cretes. Y lloran por mí las gaviotas marinas,
pues no está Timólito debajo de su losa.
101 (VII 655)
El muerto no quería tumba suntuosa ni que estuviera su nombre sobre ella.
Un poco de tierra y de polvo me basta y que a otros
aplaste en sus sepulcros la absurda y rica estela,
esa insípida carga que al muerto atenaza. ¿Qué importa
a Alcandro el de Calíteles que conozcan su nombre?
102 (VII 656)
El pobre Alcímenes se pasó la vida luchando con los espinos y zarzas para que no invadieran su terruño; ahora, una vez muerto él, la vegetación cubre su tumba.
Saluda, viandante, esta tumba modesta del pobre
Alcímenes y el parvo monumento cubierto
totalmente de espinos punzantes y zarzas, que fueran
ya en vida enemigos de Alcímenes siempre.
103 (VII 657)
El difunto pide un homenaje a la diosa de ultratumba, la Prosérpina de los Romanos. Sobre la siringa, cf. el 46 de Ánite.
Pastores, que erráis solitarios en estas laderas
apacentando cabras y ovejas lanudas,
Clitágoras pide un pequeño favor, pero grato,
por la Tierra, en honor de la infernal Perséfone:
pazca el rebaño balando; el pastor la siringa
dulce taña sentado sobre rústica piedra;
recoja el aldeano las flores tempranas del prado
que ornen mi sepulcro con una guirnalda;
la ubre retesa levanten de oveja parida
para regar con leche la base de mi tumba;
pues existen, sí, existen también los recíprocos dones
con que pueden los muertos pagar a los vivos.
104 (VII 295)
El pescador, soltero sin duda, tuvo una muerte paradójica, no en el mar, como lo hacían esperar sus audacias, sino en la cama y de viejo, y no fue atendido por la familia, de que carecía, sino por sus colegas de un tíaso o cofradía religiosa de su oficio. Sobre Arturo, cf. el 25 de Perses; sobre las gaviotas, el 100.
Al viejísimo Teris, que siempre vivió de la nasa
productiva y nadaba mejor que las gaviotas,
enemigo del pez y redero y gran buzo que nunca
navegaba con muchos remeros a su lado,
no le mató, en cambio, Arturo ni fue la galerna
quien cerró las largas décadas de su vida,
mas murió en su cabaña de juncos igual que se extingue
por sí solo el candil que lució largo rato.
Y ahora no erigen su túmulo esposa ni hijos,
sino el gremio pesquero de sus camaradas.
105 (VII 198)
Esta niña, que tuvo al saltamontes enjaulado (cf. el 47 de Ánite), le ha dado sepultura.
Aunque sea pequeña la tumba y apenas levante
del suelo, viajero, la estela funeraria,
a Filénide admira, ¡oh, amigo!, que a mí, saltamontes
cantor, que viví en tiempos entre los espinos
y las cañas, dos años amó y, tras haber disfrutado
con mi son musical, tampoco a mi muerte
me dejó, pues sepulcro me dio y puso en él un sencillo
monumento en recuerdo de mis cantos variados.
106 (VII 422)
Encontraremos más adelante otras adivinanzas en que generalmente se intenta descifrar los emblemas de una tumba. El juego de la taba era muy popular. El hueso tiene cuatro posturas según caiga sobre sus dos lados largos, uno convexo y otro cóncavo, o sobre los cortos, uno más plano que el otro. Unas posturas resultaban, pues, más estables y frecuentes que otras y, por lo tanto, tenían mejor puntuación en una escala 1, 3, 4, 6. El lance de Quíos, referido a la isla llamada así (cf. intr. al Teócrito de dicho lugar), era el menos valioso. En ella se producía un vino muy bueno, peligroso para quien lo ingiriera puro, contra la costumbre griega, que consistía en aguar siempre la bebida.
¿Qué pensaremos, Pisístrato, viendo una taba
con el lance quío grabada en tu sepulcro?
Quizás eras Quío de origen, pues tal lo parece.
¿O con poca suerte tal vez jugaste, amigo?
¿O no me aproximo y moriste bebiendo sin mezcla
vino quío? Sí, creo que acierto ahora.
107 (XVI 182)
Trata (en consecuencia con la etimología popular, que consideraba el nombre de la diosa como la emergida de la espuma ) de la Afrodita Anadiómeda o salida de las aguas (maternas, dice aquí respecto al mar), con la usual cita de Atenea y Hera, vencidas en el juicio de Paris; cf. el 61 de Alejandro. Es obra famosísima de Apeles, nacido en Colofón y ciudadano por adopción de Éfeso, contemporáneo de Alejandro Magno. La pintura se hallaba en el templo de Asclepio en Cos y desde allí fue trasladada a Roma.
Mirad la que emerge del seno materno
chorreando espuma, la fecunda Cipris,
cómo le da Apeles su belleza amable
como quien no pinta, sino vida inspira.
¡Qué bien sus cabellos las manos enjugan!
¡Qué pasión serena brilla de esos ojos!
¡Qué túrgido el pecho su sazón declara!
La propia Atenea y la esposa de Zeus
dirán: «Derrotadas somos en el juicio».
108 (IX 320)
Alusión a un raro culto de Esparta (llamada también, como es sabido, Lacedemón o Lacedemonia), en que, según Pausanias (III 15, 10), Plutarco (Mor . 317 f ) y otros, se veneraba a una imagen de Afrodita armada. Aquí el poeta finge no creer cosa tan opuesta a la naturaleza de la diosa, que no necesita de armas para dominar, y presenta un diálogo suyo con el río Eurotas, que pasa por Esparta y a cuyas pretensiones se niega.
Dijo en tiempos Eurotas a Cipris: «O viste armadura
o sal de Esparta, que es ciudad muy guerrera».
Mas ella con tierna sonrisa «Ni empuño las armas»
dijo «ni me voy de Lacedemonia».
Y así sigue inerme, y falaz es aquel que nos cuente
que entre nosotros hay una Cipris armada.
109 (IX 322)
Habla Ares, irritado porque se le ofrecen dones inadecuados: cf. el 65 de Nóside. El nombre de la lanza es distinto aquí que en 97.
No me cuadra el exvoto: ¿quién fue el que clavó en la cornisa
de este templo de Ares la ofrenda poco grata?
Cimeras intactas, escudos brillantes, sin sangre,
militares lanzas sin desperfecto alguno.
Tiñen mi rostro rubor y vergüenza; resbala
sudor abundante desde mi frente al pecho.
Que adornen con esto los atrios, las salas de hombres,
los patios e incluso las nupciales alcobas
y engalanen sangrientos despojos el templo de Ares,
el brioso jinete, que se complace en ellos.
110 (IX 335)
Sobre un leñador (cf. el 21 de Perses) y una estatua de rústica madera (cf. 87 y 89-90).
Este don que ofrendó el leñador Micalión es la imagen
del dios Hermes, y observa cómo el honrado obrero
supo hacerla con sólo el producto de un arte sencilla;
es que el hombre bueno, bueno será siempre.
111 (IX 316)
El lematista, un tanto escandalizado como cristiano, no ha entendido del todo este poema no carente, en su simplicidad coloquial, de cierta gracia. Se trata de un doble hermes (cf. 87) que delimita el territorio de una ciudad. Los viandantes suelen ofrecer dones (sobre las uvas, cf. el 62 de Mero); pero Hermes se queja de la proverbial voracidad de Heracles.
Caminantes que usáis de esta senda marchando hacia el campo
de la ciudad o volviendo desde el campo hacia ella,
henos aquí a dos deidades que el límite guardan,
una, Hermes, al que ves, y este otro es Heracles;
a los hombres los dos accesibles, mas mal avenidos
el uno con el otro por culpa de él, que, siempre
que alguien trae una ofrenda común, ya se trate de ricas
peras o de piruétanos ácidos, se la zampa.
Ni tampoco le importa que estén en su punto las uvas
y, aunque se hallen muy verdes, arrambla con ellas.
Odio, pues, esta ingrata coyunda; que, si alguien ofrece,
ponga su don aparte, no común para entrambos,
y que diga «Esto, Heracles, es tuyo» o «Para Hermes es esto»
por poner así fin a nuestra discordia.
112 (IX 179)
Alguien ha tenido la rara idea de tallar una figura de Eros en la goma que, una vez quemada, sirve como incienso aromático (cf. el 66 de Nóside). El dios que a todo se atreve, que incluso cautivó a Zeus en multitud de amores y que incendia las almas, recibirá ahora su castigo, pues va a ser devorado por el fuego, simbolizado por Hefesto, otra de sus víctimas a través del adulterio de Afrodita, su esposa, y Ares. Por primera vez aparece el Amor con su arco, como en tantos epigramas.
¿Quién un Eros de incienso esculpió con el arco en la mano
que ni aun al propio Zeus respetara otrora?
Al fin será presa de Hefesto, pues nada le cuadra
como ser devorado también él por el fuego.
113 (IX 337)
El dios Pan habla a dos tipos de cazadores, los que capturan aves con cañas embadurnadas de liga pegajosa y los que persiguen a las liebres (cf. 88) con canes venatorios.
Buena caza, si liebres persigues o acaso con liga
en busca de pájaros a este valle viniste:
si al rústico Pan desde lo alto del monte invocares,
te ayudará a cazar con perros o con cañas.
114 (IX 24)
Admirable epigrama según el lema. El sol y la luna son llamados con sus nombres míticos.
A los astros y al disco sacral de Selene oscurece
el carro veloz de Helio fulgurante
y Homero a los vates también eclipsó todos ellos
alzándose cual luz brillante de las Musas.
115 (XVI 306)
Descripción de una estatua, quizá la situada en la acrópolis de Atenas, en que Anacreonte, el famoso poeta del s. VI , aparecía con los rasgos convencionales, más afines a los textos de las espurias Anacreónticas que a sus poemas genuinos, del viejo beodo: ropaje (probablemente un manto) medio caído y enredado en los pies, uno de ellos descalzo (aunque traducimos el nombre del calzado como en el 1 de Filtias, la palabra designa una especie de zapato atado a los tobillos) y mostrando la conformación artrítica de un anciano vicioso; mirada extraviada; en su mano, la lira (designada aquí con nombre debido al hecho de que, al menos en su origen, este instrumento llevaba las cuerdas montadas, a modo de caja de resonancia, sobre una concha de tortuga) con que canta a los personajes de sus poemas, el famoso Batilo (frs. 57, 126, 158 P.; son todas citas indirectas, pero en las Anacreónticas es personaje frecuente) y Megisteo (frs. 7-8 y 71 P.); nótense la alusión al drama íntimo de la pederastia y la súplica a Baco para que no deje llegar al poeta hasta los últimos extremos de su frenesí.
Mira al viejo Anacreonte oscilando, de vino repleto,
con su guirnalda encima de la redonda basa;
mira cómo el anciano con húmedos ojos lascivos
en torno a los tobillos arrastra su ropa;
y calzado uno solo se ve de sus pies contrahechos,
perdida en su embriaguez la sandalia del otro.
Canta así a Megisteo y al bello Batilo, en su mano
teniendo la tortuga de los tristes amores.
Cuídale, padre Dioniso, que no debe un siervo
de Baco caer por culpa de Baco.
116 (IX 99)
El tema está en las fábulas de Esopo; hay una versión abreviada de Eveno de Ascalón (IX 75) que está inscrita en una casa de Pompeya junto al fresco que representa al animal con la planta. Ésta espera que su venganza llegará cuando el macho cabrío sea sacrificado en una ceremonia ritual.
Comióse en la viña el voraz y barbudo marido
de la cabra todos los tiernos sarmientos
y surgió de la tierra esta voz: «Sí, devora, malvado,
con tus fauces mis vástagos productores de frutos;
la raíz queda en pie y ha de dar otra vez dulce néctar
para las libaciones cuando te sacrifiquen».
117 (VII 736)
Rechazo de la vida errante, aunque lleve consigo el vivir en la abundancia, y elogio de la sedentaria y miserable como ésta, que parece ser la del poeta, en que no hay muebles; el pan es una masa sin cocer de mala calidad preparada por él mismo en lo que llamamos la artesa, quizás un simple agujero en el suelo; y el resto de los alimentos, hierbas sencillas y sal.
No te consumas, amigo, en vivir vagabundo,
desde una a otra tierra sin cesar rodando;
no te consumas; abríguete sólo la choza
vacía, calentada por un exiguo fuego,
en que comas el simple masón de mediana cebada
en la artesa amasado por tu mano sin otro
companage en tu mesa tener que el poleo o tomillo
y el salado terrón que el manjar condimenta.
118 (VI 129)
Sabemos que hacia el 285 los Leucanos, como aquí se dice, o Lucanos, pueblo del S. de Italia, y los Tarantinos (cf. intr.) estaban aliados contra Roma; luego, si Hagnón era del último pueblo, estos despojos de un combate librado contra los Lucanos deben de ser de época anterior, en que aún no hubiera tal alianza. Atenea era venerada como Corifasia en Mesenia, país del SO. del Peloponeso, pero, como estos lugares se hallan muy lejos, hay que suponer que quizá la advocación se daba también en Italia meridional. Los escudos (cf. 109) son grandes y rectangulares; las corazas, de lino fuerte (cf. el 66 de Nóside).
Ocho escudos y cascos con ocho corazas tejidas
y otros tantos machetes manchados de sangre
son las armas lucanas que Hagnón, el valiente retoño
de Evantes, a Atenea la corifasia trajo.
119 (VI 131)
El mismo tema del anterior; nuestra versión presupone que los escudos, del tipo de los mencionados en 118, y lanzas (cf. 109) proceden de soldados de infantería y los frenos (cf. el 40 de Ánite) de jinetes.
Estos escudos lucanos y frenos y lisas
lanzas de dos puntas, aquí, en honor de Palas
puestas en fila, a corceles e infantes añoran,
pero a ellos la negra noche se ha tragado.
120 (VI 300)
El poeta se describe como vagabundo indigente. Las ofrendas, entre ellas tortas como las de 87 y uvas como las de 111, van dedicadas a una diosa a quien se llama, ignoramos por qué, algo así como Clandestina: puede ser Afrodita o quizás Ártemis, bien porque así fuera denominada, no sabemos por qué motivo, bien porque la verdadera lección aluda a la invocación que en el Peloponeso se le hacía como Lafria. El poema es acción de gracias por una curación; si ahora la deidad le ayuda en su pobreza, el poeta podría incluso permitirse el lujo del sacrificio de una cabrita.
Del errante Leónidas, diosa, recibe esta ofrenda,
del menesteroso, del de la magra alforja;
tortas grasientas, aceite guardado con celo,
estos higos verdes cogidos en la rama;
ten también cinco uvas, señora, de un pingüe racimo
y el poso que en el fondo quedaba de mi jarro.
Y si, ya que del mal me salvaste, la odiosa pobreza
de mí alejas, me harás ofrendador de cabras.
121 (VI 302)
Tan miserable es la vida del poeta, que los ratones desdeñan los restos de su comida y se ponen a excavar galerías mineras poniendo así en peligro la casa. Sobre la sal, cf. 117.
Dejad mi cabaña, ratones furtivos; la pobre
alforja de Leónidas ni aun a vosotros puede
nutrir. Se contenta el anciano con sal y dos migas;
tal ha sido el legado que aceptó de sus padres.
¿Por qué, pues, sin siquiera tocar de mi cena los restos,
socavas mi rincón en busca de comida?
Es bien simple lo mío; ve, pues, en seguida a otra casa
en la que un mayor botín hallar puedas.
122 (VI 200)
Acción de gracias, ante la estatua de Ilitía (cf. el 79 de Nicias), de una mujer que ha tenido gemelos: el peplo es una vestidura ligera femenina; sobre la diadema, cf. 86.
Habiendo escapado, Ilitía, a los graves dolores
del parto, a tus insignes pies Ambrosia te ofrenda
la diadema del pelo y el peplo en que, ya transcurridos
nueve meses, la doble carga dejó su vientre.
123 (VI 355)
Una sacerdotisa ofrenda al dios el retrato de su hijo (cf. el 69-72 de Nóside).
La madre de Mícito ofrécele a Baco el retrato
mediano, pues es pobre, que al natural le hicieron.
Haz, Baco, que Mícito crezca; sencilla es la ofrenda,
porque te la aporta la pobreza humilde.
124 (VI 286)
Ofrenda a Ártemis de la cenefa bordada (cf. el 6 de Faleco) por tres muchachas probablemente para el cuello de una túnica. La franja entera mide unos noventa cm. (cada porción comprende una espítama y una palma; la primera medida equivale a tres de las segundas y la palma es la anchura de los cuatro dedos, unos ocho cm., con lo que la porción se aproxima a los treinta); la parte de la derecha es obra de Bition; la del centro, de Bitia; la de la izquierda, de Antianira, y el dibujo es igual todo a lo largo de la cenefa, con figuras de mujeres jóvenes encima y debajo una línea ondulada a la que, como nosotros hoy, se llama según las ondulaciones del curso del río citado en el 49 de Ánite.
Bition bordó la cenefa en su parte derecha,
una espítama y palma completando ella sola;
a su pauta ajustóse Antianira en la izquierda; el meandro
central y las muchachas son obra de Bitia.
Ártemis, hija de Zeus, acoge esta tela,
labor penosa en que las tres rivalizaron.
125 (VI 288)
Tres hermanas ofrendan a Atenea los utensilios del hilado y tejido (cf. 118), de entre los que destacamos el huso; la lanzadera del telar con su canto, al que hay alusiones en otros poemas, que pasa entre las hebras de la urdimbre; las bobinas que recogen el hilo del cestillo y lo hacen pasar a la urdimbre misma; las pesas que mantienen tensos los hilos y los listones que aprietan lo ya tejido. Lo que no se entiende bien es que estas obreras, que aspiran a seguir trabajando como se ve al final, se desprendan, en calidad de diezmo de sus ganancias, de algo tan costoso como el instrumental entero; se ha pensado que quizá se trate de una pintura alusiva.
Melitea y Ateno con Finto, las hijas activas
de Gleno y Licomedes, como gratos diezmos
del trabajo aquí ofrendan el huso, auxiliar de sus obras,
y la lanzadera que, en el telar cantando,
la urdimbre separa y las raudas bobinas con estas
pesas que en la labor ayudan y los gruesos
listones; costoso es el don para gentes tan pobres,
ofrenda sencilla de personas modestas.
Llena siempre, Atenea, sus manos; sus bolsas, ahora
tan vacías, lleguen a estar rozagantes.
126 (VI 289)
Ofrenda, al retirarse del oficio, de Melitea, que no tiene por qué ser la citada en 125, y sus hermanas, naturales de Creta, en el templo de Atenea Penítide o de las bobinas, protectora de las hilanderas y tejedoras. En el verso 6 se alude al bien conocido pasaje de la Odisea en que la mujer del héroe demora el casarse con los pretendientes alegando estar trabajando en una gran tela. Los términos técnicos vienen a ser los del epigrama anterior.
Somos, viajero, las cresas Autónome, Boiscion
y Melitea, hijas de Nico y Filolaides;
una el huso dejó que en su giro incesante hace el hilo;
otra, el cesto que guarda de noche las labores;
la tercera, el obrero eficaz de las gráciles telas,
la lanzadera, que custodió de Penélope
el lecho; es un don que a Atenea Penítide brindan
en su templo al dejar las obras de la diosa.
127 (V 206)
Ofrenda de un par de heteras, cuya complacencia para con el público se señala dos veces, que, algo mayores ya para su oficio, consagran a las Musas (llamadas según la región macedonia de Pimplea con la que se las relacionaba) sus instrumentos. Es posible que su padre, Antigénidas, fuera nieto y tocayo del flautista famoso a que se hizo referencia en 93. Nótense la cita de las usuales dos flautas que se tocaban juntas por medio de la boquilla inserta en una banda atada al cuello por detrás; la alusión a la siringa (cf. 103) y la pintoresca mención final de la serenata en que los comensales, acompañados a veces por condescendientes flautistas, acudían a casa de una muchacha o un joven para despertarles con sus cantos y aporrear la puerta fingiendo querer entrar.
Al llegar a una edad ya mayor dos amables obreras
de las Pimpleides, hijas de Antigénidas, Melo
consagróles las flautas tañidas con ágiles labios
y este estuche de boj que las contenía
y la erótica Sátira dioles la caña encerada
que a los bebedores de noche divirtiera,
la dulce siringa que vio tantas veces la aurora
cuando se daban golpes en las puertas del patio.
128 (VI 281)
Plegaria a Cíbele, la gran Madre de los dioses (título que invoca a una divinidad en que se funden en cierto modo ella y Rea), formulada por una sacerdotisa en favor de su hija pequeña. Se llaman Díndimo dos montes de Frigia (uno situado cerca de Pesinunte y otro no lejos de Cícico, ciudad costera del Mar Negro), un distrito de la cual, árido y de morfología volcánica, era denominado la tierra quemada . La madre alega su participación en trances místicos inspirados por la diosa, a quien se tributa culto en aquel país.
Tú, que recorres el Díndimo y montes de Frigia
la ardiente, tú, la Madre de todos y señora,
haz que llegue a mayor Aristódice, hija pequeña
de Silene, y corone con bodas sus años
de moza; son muchos los atrios y altares que vieron
cómo por ti agitaba su virginal melena.
129 (VI 309)
Un niño llegado a mayor consagra a Hermes, dios juvenil, sus juguetes: pelota policromada, tarreñas (tablas unidas por medio de una especie de bisagra que sonaban con estrépito; sobre la madera, cf. 127); rombo (placa con figura de tal que de un modo u otro se hacía girar vertiginosa y ruidosamente), así como las usuales tabas (cf. 106).
Su pelota de gajos hermosos Filocles con estas
sonoras tarreñas de boj a Hermes dedica
y las tabas que tanto estimaba con el giratorio
rombo como juguetes que fueron de su infancia.
130 (VI 13)
Sobre las estacas a que se ataban algunas redes terrestres, cf. 97; sobre redes marinas, 104.
Tres hermanos, ¡oh, Pan campesino!, ofrendáronte redes,
cada uno según la caza en que se ocupa:
las de pájaros Pigres te ofrece, de bestias mayores
son las artes de Damis, las de Clitor marinas.
Haz que obtengan certeras capturas el uno en el aire,
en la espesura el otro y en la costa el tercero.
131 (VI 35)
Bien definida en los dones la rusticidad del pastor, que consagra, entre otras cosas, la piel problablemente de un lobo y la vara con que remataría a estos animales. Sobre los canes, cf. 113; nótese la referencia a contactos bestiales del dios.
Para Pan, el de patas de cabra y tendencias caprinas,
Telesón esta piel en un plátano agreste
colgó con su vara robusta de curvo remate,
cazadora antaño de sanguinarios lobos,
y el cuenco en que leche cuajó y el collar y trailla
con que ataba a sus canes de sagaz olfato.
132 (VI 262)
La piel de un lobo es consagrada a Pan, como en el poema anterior.
Al que fue de boyeros y apriscos azote furtivo
y no temió el ladrido de los perros, Evalces
el crete matóle y de un pino colgó sus despojos
cuando apacentaba de noche su rebaño.
133 (VI 263)
Epigrama ficticio, pues en Grecia no había ya leones entonces. En los versos 1-2 hay referencia a un propietario de bueyes más bien que a un simple boyero (cf. 132). El raro término del verso 6 intenta reproducir el original, en que se emplea un término jurídico con idea de delito y sanción. En cuanto al arma, aunque el vocablo griego es el mismo del 97 y otros, empleamos algo arbitrariamente pica por parecer instrumento de punta más aguda y útil para la caza.
Quitóle esta piel a un cobrizo león el boyero
Soso, que con su pica lo mató cuando apenas
de comerse acababa a un lucido ternero; y no pudo
volver a su espesura desde la majada,
mas, herido, expió el animal con su sangre la sangre
del ternero y pagó caro su boicidio.
134 (VI 296)
Ofrendas a Hermes de un cazador que se retira; nótense las cañas untadas con liga (cf. 113); la vara citada en 88; las redes (cf. 130); la aljaba evidentemente llena de dardos, etc.
Un cepo infalible con redes y cañas untadas
y una vara encorvada para cazar liebres,
una aljaba y también el silbato horadado que atrae
a las codornices, y este bien trenzado
retel para peces a Hermes ofrenda Sosipo,
pues su sazón pasó y ahora está viejo y débil.
135 (Pap. Ox. 662)
El papiro en cuestión es un fragmento de una colección de epigramas y contiene también el 154 de Leónidas, 618 de Antípatro, 671-672 de Amintas, 645 de Antípatro y la primera palabra de otro nuevo del propio Leónidas.
A las ninfas fontales y a Pan, que frecuenta las cumbres,
Glenis, su vecino, los dones de la caza,
la cabeza y la espesa corambre de un puerco salvaje
y también las veloces pezuñas ofrenda.
Proteged, pues, ¡oh, ninfas y Pan!, a este diestro montero,
el hijo de Onesífanes, proteged siempre a Glenis.
136 (VI 4)
Dones de un pescador al retirarse. Alusiones al hecho de que la nasa, ya citada en 104, actuando sola, permite al pescador ocuparse en otras faenas y a un arpón para ensartar peces, atributo típico del dios Posidón, a quien probablemente va dirigida la ofrenda.
Un anzuelo bien curvo, el sedal, largas cañas, las cestas
que el pescado recogen, y también esta nasa
ingeniosa que al pez aun nadando captura, un invento
de los que con redes vagan por los mares,
y del dios de las aguas el rudo instrumento tridente
y los pares de remos que sus barcas llevaban
ofrendó el pescador Diofanto al señor de su arte,
merecidas reliquias de su antiguo oficio.
137 (VI 221)
Primera versión del milagro del león (cf. 133 y, sobre los cabreros, 103), que se irá complicando sucesivamente.
Huyendo, en la noche de invierno, del fuerte granizo
y del hielo cruel y de la nieve, entróse
un león solitario, transidos de frío sus miembros,
en la majada de unos cabreros montaraces;
y ellos no por las cabras temiendo, mas ya por sí mismos,
inmóviles a Zeus Salvador invocaban.
Mas la fiera aguardó que la tromba cesara y sin daño
de pastores y bestias abandonó el aprisco.
Y los hombres del monte una bella pintura del hecho
ofrendaron a Zeus en esta hermosa encina.
138 (VI 293)
Sátira (cf. el 56 de Teeteto) contra un pedante filósofo cínico, Sócares, que ostentaba los típicos atributos de la escuela: la alforja vieja y agujereada, llena de libros de sus maestros (cf. 121); el bastón del caminante; la alcuza para el aceite del baño. Ahora un joven le ha seducido logrando que cambie de vida; tales objetos son jactanciosamente ofrecidos a Cipris como botín de victoria. Entre ellos destaca el calzado de un tipo más bien lujoso, una especie de zapatillas (cf. 115); parece como si el cínico se las hubiese puesto ya dando muestras de una primera debilidad doctrinal.
Consagrado aquí queda el bastón y sandalias ganadas
al cínico Sócares, venerable Cipris,
y la alcuza grasienta y los restos de mísera alforja
llena de la antigua ciencia. Rodón el bello,
una vez que cazado hubo al viejo que tanto sabía,
los ofrendó en tus pórticos ornados de guirnaldas.
139 (VI 298)
Otra burla, menos fina, del mismo Sócares. El Hambre personificada, que le ha vencido al hacerle morir de inanición, ofrenda sus despojos: el pellejo de cabra serviría a Sócares para cubrirse de noche y de día; la bolsa de perro puede ser alusión al nombre de los cínicos.
La alforja y el crudo y reseco pellejo de cabra
y este bastón de viaje con la alcuza que nunca
se fregó y con la bolsa de perro sin blanca y el gorro
de fieltro que su calva cabeza cubría,
éstos son los despojos de Sócares muerto que el Hambre
por entre las ramas colgó de un tamarisco.
140 (VI 305)
Sátira de un glotón denominado Dorieo, del que se ha pensado que pudo ser un poeta contemporáneo o algo anterior a Leónidas al que conocemos (Aten. 421 f ) por su epigrama contra el gran comedor y atleta Milón de Crotón (cf. el 66 de Nóside), lo cual hace poco probable que el satirizador incurriera en el mismo vicio. Sería de esperar que, como en otros epigramas, el comilón ofrendara los utensilios de cocina al renunciar a sus aficiones, pero el epigramatista, a quien repugna el personaje, le desea que jamás se vea libre de sus instintos. Las marmitas habrían sido hechas en la ciudad tesalia de Larisa; a continuación se cita una especie de gran tenedor de púas curvas con que se sacarían las tajadas calientes de la olla.
He aquí los regalos que a Gula ofrendó, la glotona,
y a Voracidad el inmundo Dorieo:
lariseas marmitas de tripa redonda y con ellas
cazuelas y copas de boca bien ancha,
tenedores de bronce muy fuerte con ganchos robustos
y el rallo y cucharón que las gachas menea.
Acepta estos dones odiosos de un vil oferente,
¡oh, Voracidad!, y que jamás sea sobrio.
141 (VII 19)
Epitafio del famoso poeta, bien conocido por su genio cordial y alegre (cf. el 60 de Alejandro). Sabemos que escribió partenios, o canciones para coros de doncellas, aunque puede ser que también compusiera epitalamios o himeneos. La tumba de Alcmán se mostraba en Esparta; pero en el citado epigrama se ve que se le atribuía un origen lidio. También se contaba que había sido esclavo, lo que explicaría el principio del último verso. El cisne pasaba por ser armonioso cantor.
A Alcmán el amable, aquel cisne cantor de himeneos,
el que compuso versos dignos de las Musas,
esta tumba recubre, honor grande de Esparta, de donde,
libre ya de su carga, marchó al Hades el Lido.
142 (VII 408)
Epitafio del famoso y mordaz yambógrafo Hiponacte de Éfeso (s. VI ). En cuanto a la alusión a los padres del poeta, nada sabemos de tales censuras.
En silencio, viajeros, pasad, no despierte la avispa
punzante que dormida descansa en su tumba.
Hace poco, muy poco, que en paz de Hiponacte está el alma,
el que ladraba incluso contra sus propios padres.
Tened, pues, cuidado, pues son sus palabras de fuego
y hasta desde el Hades saben hacer daño.
143 (VII 67)
El filósofo cínico (cf. 139), que aceptaba con humor el sobrenombre canino por considerar al perro como animal sobrio y virtuoso, habla al barquero Caronte (cf. 94). Son de notar, como rasgos típicos del cínico, la alcuza, la alforja y el manto, aunque falte la mención del inevitable bastón. El óbolo, equivalente a quince céntimos de plata, es la moneda que se ponía a los muertos debajo de la lengua para el pago de la travesía.
Tú, que en tu esquife sombrío navegas por estas
aguas del Aqueronte, de Hades triste acólito,
acoge, aunque tengas tu balsa espantable de muertos
cargada, al perro Diógenes. No tengo en mi bagaje
sino una alcuza, la alforja, la mísera capa
y el óbolo que el viaje paga de los difuntos.
Cuanto en la vida tenía, lo traje todo ello
conmigo al Hades; nada bajo el sol he dejado.
144 (VII 264)
Habla un náufrago innominado (cf. 99) a quien sin duda las olas han arrojado a la playa. Era proverbial, en los casos de imprevisión o falta de escarmiento, la referencia al navegante que se echa al mar olvidándose de las víctimas anteriores a él, soltando las amarras de la experiencia que debían unirle a otros sepulcros.
Que el viento, ¡oh, viajero!, te sea propicio, y si a alguno,
como a mí, a las riberas del Hades transporta,
no acuse a las olas hostiles, mas sólo a su audacia,
pues soltó las amarras que a esta tumba le unían.
145 (VII 266)
El mismo tema.
Soy la tumba de un náufrago, Diocles, pero hay quienes zarpan
temerarios de aquí las amarras soltando.
146 (VII 273)
Calescro ha sido víctima del Euro (cf. el 20 de Perses), de la desorientación nocturna y del mal tiempo que acompaña al período en que se ve ponerse a Orión por la mañana, desde primeros de noviembre. El mar citado es sin duda la parte Sur del Mediterráneo. El final alude al hecho de que, en este caso, el cenotafio no era una simple estela, sino que tenía forma de túmulo como si hubiera cadáver en él.
La ruda y violenta borrasca del Euro y la noche
y las olas que se alzan a la puesta temible
de Orión me perdieron y vine a caer en la muerte
yo, Calescro, que el piélago líbico recorría.
Y ahora soy un cadáver que el mar zarandea y devoran
los peces; y embustero resulta este sepulcro.
147 (VII 283)
El muerto odia al mar, que le perdió, y lamenta que su sepulcro esté en la playa.
¿Por qué, dura mar, no rechazan tus playas desnudas
bien lejos a quien males padeció lastimosos
por que así ni aun vestido de triste tiniebla en el Hades
Fileo, hijo de Anfímenes, fuera vecino tuyo?
148 (VII 503)
Diálogo entre un caminante y la tumba. Hermíone está en la costa de la Argólide. Sobre Arturo, cf. 104.
—Dime, estela que gravas las playas argivas, quién fuera
aquel a quien recubres y dónde fue nacido.
—Fintón, de Baticles el hijo, hermioneo, al que un grande
oleaje en las borrascas de Arturo dio muerte.
149 (VII 506)
Curiosa historia de un tal Tarsis muerto en el mar Jónico, entre Grecia e Italia. El suceso debe de ser legendario, pues no parece que en el Mediterráneo haya animales capaces de tal proeza: ni el cazón o perro marino, un selacio como dice el lema; ni otros peces del mismo orden, la raya, el tiburón o el priste o pez sierra, según concretamente afirma el verso 10. Por otra parte, en el 7 se lee cetáceo, pero los Griegos llamaban así a todo monstruo marino legendario o no, y el único cetáceo capaz de cortar a un hombre en dos, la orca, no entra en nuestro mar. Sobre las Moiras, cf. el 33 de Ánite.
Estoy enterrado en el ponto y en tierra, suceso
singular que el de Cármides, Tarsis, debe a las Moiras.
Pues metíme en las líquidas ondas del mar jonio en busca
de un áncora pesada que se había enganchado
y salvarla logré, mas, volviendo hacia arriba del fondo,
cuando ya a los nautas mis manos tendía,
fui mordido por un gran cetáceo salvaje que vino
y me devoró del ombligo abajo.
Y así, triste fardo, los nautas del agua extrajeron
la mitad de mi cuerpo que el priste no alcanzara.
Y en esta ribera los pobres despojos de Tarsis,
que no volvió a su tierra, caminante, enterraron.
150 (VII 504)
El pescador, cuyos pertrechos aparecieron en 136, muerde al pez, sin duda para abreviar su agonía, y es víctima de él: resulta más verosímil la versión del lema, según la cual Parmo, en las tareas de preparación de los enseres de pesca, se tragó un cebo unido a una concha. Nada podemos garantizar en cuanto a las especies exactas de los peces. En el verso 6, la alusión a la primera pesca puede significar que el pescador trabajaba con varias cañas a la vez; más abajo hay una cita de las Moiras (cf. 149); el nombre de Gripón debe de ser ficticio, pues quiere decir algo como pescador .
Parmis, al cual Calignoto engendró y que pescaba
con caña y arponero fue diestro del escaro
y del tordo de mar y la perca voraz y de todo
cuanto anida en los antros y peñas profundas,
al morder a una julia funesta arrancada a la roca
pereció en la primera de sus pescas diarias.
Deslizóse, en efecto, y saltó de su mano y metióse
palpitando en su angosto gaznate; y al lado
de su caña y anzuelo y sedal revolcándose, el alma
entregó tras haber agotado los hilos
de su vida. Tal fuera la muerte de aquel al que erige
el pescador Gripón aquí este sepulcro.
151 (VII 452)
Reflexión escéptica: toda su virtud no ha salvado a Eubulo de morir como los demás.
En recuerdo, viajeros, bebamos de Eubulo el prudente,
que el Hades es puerto común para todos.
152 (VII 455)
Epitafio de Marónide, una vieja borracha que ha disipado el patrimonio familiar en la bebida y que ostenta en su sepulcro como emblema una copa ática (cf. el 53 de Antágoras), cosa, por lo demás, frecuente en las tumbas. Su nombre recuerda al de Marón, que dio a Odiseo el licor que había de embriagar al Ciclope.
Yace aquí la vieja esponja de tinajas,
la beoda Marónide, sobre cuya tumba
hay una copa ática bien visible a todos.
Bajo tierra gime, mas no por los hijos
ni el esposo a quien dejó en la indigencia,
mas sólo porque esta copa está vacía.
153 (VII 463)
El padre enterró juntas a las cuatro hijas, que habían sucumbido todas del mismo mal, puso en la tumba (cf. el 23 de Perses) estatuas o bustos de ellas y encargó la inscripción para que la pusieran una vez sepultado él también.
Ésta es Timoclea, ésta Filo, ésta Aristo y la cuarta
Timeto, todas hijas de Aristódico y todas
muertas por culpa del parto. Su padre esta tumba
les erigió y después murió el propio Aristódico.
154 (VII 163)
Diálogo de la muerta (según el verso primero, sepultada bajo una columna paria, esto es, de mármol de aquella isla del Egeo, que era famoso; sobre Samos, cf. el 59 de Teeteto) con un viajero. Ha sucumbido al dar a luz a su tercer hijo; el segundo, superviviente, se llama como el abuelo materno; es de suponer que antes había muerto otro denominado como el paterno. Cf. 135.
—¿Quién eres, mujer que aquí yaces, y quién fue tu padre?
—Praxo, hija de Calíteles. —¿De qué patria? —Samia.
—¿Quién te enterró? —Fue Teócrito, el cual recibióme
de mis padres. —¿De qué moriste? —Estando encinta.
—¿Cuántos años llegaste a cumplir? —Veintidós. —¿Y quedaste
sin hijos? —A Calíteles dejé con tres años.
—Pues que al menos él viva y que llegue a vejez avanzada.
—Y que todo lo bueno te dé a ti Fortuna.
155 (VII 466)
Tonos más emotivos que en otros epitafios: el hijo único de una viuda murió a los diecisiete años.
¡Ay, Anticles cuitado! ¡Ay de mí, la infeliz, que de un hijo
único en la flor de la edad vi la pira!
Aun no habías cumplido dieciocho, hijo mío, a tu muerte
y yo gimo llorando mi vejez solitaria.
¡Ojalá a la mansión tenebrosa yo baje del Hades!
Ya ni el alba me es grata ni del sol los rayos.
¡Ay, Anticles cuitado de triste destino! ¡Si fueras
médico de mis penas quitándome la vida!
156 (VII 726)
Singular poema en el que se destaca inolvidable la figura de la alegre viejecilla, llena de gracia, modestia y laboriosidad. La anciana, muerta a avanzada edad (el río infernal, cf. 143, es designado con un adjetivo), se acostaba tarde y se levantaba pronto, preocupada siempre con su trabajo (cf. 126); hilaba cantando con rueca y huso; iba y venía todo el día de un lado a otro del telar, siguiendo el camino de la lanzadera (el texto emplea una metáfora deportiva hablando de la carrera larga, sobre la que los antiguos dan datos diversos, entre siete y 24 estadios, cf. el 7 de Faleco, pero normalmente serían unos doce); sufría el artritismo frecuente a esta edad; a pesar de lo cual maniobraba hábilmente, frotando el hilo, antes de su entrada en el telar, entre la mano y la rodilla, que a veces se protegía con una especie de rodillera, para que, afinado y redondeado, perdiera posibles colgajos.
Muchas veces al sueño de noche y al alba la anciana
Plátide se negaba por rehuir la pobreza
y, ya en el umbral de la cana vejez, aun seguía
con su canto a la rueca y a su auxiliar el huso
o yendo y viniendo incansable pasaba la noche
junto al telar, atleta de Atenea y las Gracias,
o su mano deforme acercaba a su hinchada rodilla
para arreglar los hilos de la trama con arte.
Y así la que tanto y con tanta belleza tejiera,
vio a los ochenta años las aguas Aquerusias.
157 (VII 478)
Las gentes han empezado a tomar un atajo y, con su tránsito, están destrozando una tumba; ya aparece, medio desenterrado y roto, el sarcófago y a través de sus rendijas se entrevén los restos del muerto.
¿Quién eres? ¿De quién son los míseros huesos que al borde
del sendero se ven en un ataúd medio
roído del eje y la rueda que rozan y aplastan,
al pasar los viajeros, monumento y sepulcro?
Pronto ya tus costillas serán lo que rompan los carros,
infeliz, sin que llanto derrame por ti nadie.
158 (VII 480)
El mismo tema, pero aquí habla el difunto: nótense otros nombres de Hermes y Hades (cf. el 2 de Filitas).
Ya, viajero, trituran mis huesos cubiertos a penas
y la losa que pesa sobre mi esqueleto;
de gusanos cubierto se ve el ataúd que me esconde;
¿para qué seguir tapándome con tierra?
Un camino los hombres abrieron que no lo fue nunca
y sobre mi cabeza por él van y vienen.
En nombre de Noche y de Hermeas, los dioses de abajo,
y de Aidoneo os ruego que dejéis esta senda.
159 (VII 740)
Consideraciones filosóficas sobre la muerte de un tal Cretón, personaje real o ficticio. Era fabuloso y tópico el poderío de Giges (cf. el 60 de Alejandro).
De Cretón soy la lápida misma y su nombre aquí exhibo,
pero Cretón es ya ceniza de ultratumba.
El que antaño con Giges podía igualarse en riquezas,
dueño de muchos bueyes, rico un día en rebaños,
el que en tiempos… ¿a qué proseguir? Al feliz para el mundo
¡qué poca tierra basta como patrimonio!
160 (VII 472 b )
El muerto habla a quien pase ante su tumba.
Del vivir tempestuoso apartándote ven a este puerto,
al Hades, como yo, Fidón, hijo de Crito.
161 (VII 472)
Este largo epigrama, que mejor podría definirse como elegía, ofrece muchos problemas, entre ellos el de su ilación, pues no se sigue totalmente la idea. Pudiera ser que tuviéramos aquí varios poemas ensartados en una retahila de reflexiones de tipo más bien cínico (cf. 143). Los versos 1-6 serían un epigrama bastante comprensible sobre la brevedad de la vida y las penas que en ella se sufren. A partir del 7 habría que entender estos versos como comentario a una pintura o relieve de un esqueleto, quizá puesto en la lápida como admonición. En el 9-10 se alude al parecer a una urdimbre que, en espera de la lanzadera, que ha de traer la trama (cf. 156), está ya apolillada: así de fútil e inservible es el tejido de la vida. En el 16 se hace referencia al despreciable rastrojo que queda tras la cosecha; pero además aquí vuelve a fallar el sentido, porque a un filósofo cínico los tristes hechos de la muerte no deberían moverle a aconsejar sencillez, sino goce y aprovechamiento de una vida fugaz.
Infinito era el tiempo pasado al venir tú a la aurora
e infinito aquel que en el Hades te espera.
¿Qué porción resta, pues, de tu vida sino un solo punto
o algo más exiguo que un punto todavía?
Pequeña y angosta es tu vida y tampoco agradable
resulta, sino triste más que la odiosa muerte.
Tal es, pues, la osamenta en que cuelga tu cuerpo; y empero
al aire y a las nubes, humano, te remontas.
Pero ve cuán inútil es todo: en los cabos del hilo
la polilla devora la no tejida urdimbre.
Mira el cráneo desnudo de pelo; parece el reseco
y repugnante cuerpo de una araña muerta.
Examina, pues, hombre, con celo tu vida y tus días
y en una existencia sencilla reposa
recordando en tu espíritu siempre, al tratar a mortales,
con qué clase de paja se te ha fabricado.
162 (VII 731)
Monólogo de un viejo cuyo suicidio demuestra que no habló con jactancia ni hipocresía.
«Como vid junto al fiel rodrigón me sostengo ya sólo
gracias a mi bastón: Muerte me llama al Hades.
No finjas, ¡oh, Gorgo!, sordera: ¿de qué te aprovecha
el calentarte al sol tres o cuatro veranos?»
Tal en serio el anciano exclamó y, desdeñando su vida,
fuese a la colonia donde los más residen.
163 (Estob. IV 52, 28)
Se parafrasea un dicho de Bión de Borístenes, filósofo del s. III , recogido por Diógenes Laercio (IV 49): el camino hacia el Hades debe de ser muy fácil, pues todos van a él con los ojos cerrados.
Tranquilo remar puedes en el viaje
que lleva hasta el Hades, pues no es el sendero
difícil ni abrupto ni equívoco, sino
recto y cuesta abajo todo él, de manera
que hasta se camina con ojos cerrados.
164 (IX 318)
A una efigie de Hermes erigida por un hortelano y cabrero (cf. 110, 137 y, sobre ofrenda de leche, pero a los muertos, 103).
Hermes querido, que guardas el monte en hinojo
rico y perifollo y el lugar en que pacen
las cabras, tendrás tu porción de verdura y de leche
si a hortelano y cabrero propicio te muestras.
165 (XVI 190)
La imagen de Hermes Nomio, protector de los rebaños y pastos contra el lobo (cf. 132 y 164), ha sido consagrada por el pastor Mórico.
A Hermes, glorioso custodio, yo, Mórico, puse
a que mi rebaño de cabras me cuidara;
venid, pues, al monte a saciaros de fresco follaje
y no os preocupéis del lobo y sus rapiñas.
166 (IX 744)
Los cabreros Sotón y Símalo (cf. 164) consagran la imagen de un macho cabrío en acción de gracias a Hermes: sobre el queso, cf. 131.
Dos pastores que ricos en cabras, viajero, son gracias
al lentisco de estos montes, Sotón y Símalo,
a Hermes, que leche les da y buenos quesos, en bronce
consagran al barbudo conductor del rebaño.
167 (XVI 236)
El lema apunta que el epigrama puede proceder también del desconocido poeta Perites. El fálico Priapo (cf. el 24 de Perses) protege en efigie un huerto (cf. 164). Un ladrón, en conversación con él, finge encontrar desproporcionado su celo, pero su interlocutor es fiel vigilante.
Aquí en el cercado a Priapo el insomne coloca
Dinómenes como guardián de sus verduras.
Mira, ratero, lo erecto que estoy. «¿Todo a causa
—preguntarás— de algo de verdura?» «Todo».
168 (XVI 261)
El mismo tema. El dios guarda al parecer un huerto sito junto a una encrucijada. La palabra del verso 2 recuerda el arma típica de Heracles.
Guardando en un cruce las sendas estoy yo, Priapo,
la maza erecta y tensa teniendo entre mis muslos.
Pues fiel servidor de Teócrito soy, que me ha puesto
aquí, ladrón, apártate, no te alcance mi vena.
169 (X 1)
La imagen de Priapo (cf. 167) erigida en el puerto comunica a los nautas que, llegada la primavera, ya se puede navegar. Sobre las áncoras, cf. 149.
Oportuno es el viaje, que vino por fin la parlera
golondrina y también el céfiro grato;
las praderas florecen y calla la mar, que hasta ahora
agitaban las olas y el viento borrascoso.
Leva las áncoras, nauta, desata la estacha
y hazte al ponto tu entero velamen largando.
Tal es lo que yo te aconsejo, Priapo el del puerto;
¡navega, buen amigo, con tu barco mercante!
170 (XVI 230)
El que habla puede ser Pan o Hermes; sobre las ovejas, cf. 103; vimos un pino junto a una fuente en 87.
No bebas, viajero, estas aguas de arroyo calientes
y llenas del barro que traen las ovejas;
si subes un poco al collado en que pace el rebaño,
encontrarás allí, junto al pastoril pino
y en la húmeda roca, el fluir cantarín de una fuente
y una linfa más fresca que nieves boreales.
171 (VI 226)
Cf. 168.
Ved la parva heredad de Clitón, el exiguo terruño
en que suele sembrar, su viñedo humilde
y el soto con algo de leña; pues sólo con esto
pudo llegar Clitón a los ochenta años.
172 (IX 719)
Primera de una serie de alusiones a la famosa vaca del escultor Mirón (cf. el 47 de Ánite), que estuvo al parecer en Atenas y luego en Roma y que, reproducida en bronce, parecía estar viva.
No es verdad que Mirón te esculpiera, mas viva te trajo
del campo en que pacías a un pedestal de piedra.
173 (XVI 206)
Según Pausanias (IX 27, 5), en Tespias (ciudad de Beocia, región de Grecia central) había una estatua de Frine, hetera de Atenas, obra de su famoso amante el escultor Praxíteles y situada al parecer, si creemos a Alcifrón (IV 1), entre dos imágenes de Afrodita (llamada aquí por primera vez Citerea, esto es, nacida en la isla de Citera, del mar Egeo) y Amor respectivamente; sabemos también (Aten. 591 a ) que la misma hetera fue el modelo de la Afrodita, más tarde trasladada a Constantinopla, de Cnido, ciudad del SO. de Asia Menor, lo que explica que aquí se diga que Praxíteles veía en su figura rasgos divinos; y que el escultor regaló a Frine una estatua de Eros que ella consagró en el templo dedicado a este dios en Tespias, donde había (cf. Paus. IX 27, 1) otra imagen antiquísima de él y donde, según otras genealogías, se le creía hijo de diosa distinta de Afrodita. El Eros de Praxíteles fue llevado dos veces a Roma y terminó por quedar destruido en un incendio.
Así, sólo así los Tespieos honrar a Eros saben,
hijo de Citerea, con la divina forma
que esculpiera Praxíteles viéndole al lado de Frine,
a la que como precio lo dio de sus encantos.
174 (XVI 307)
Poema escrito sobre una representación plástica de Anacreonte que refleja, incluso en la súplica a Baco, el contenido y los onomásticos de 115. Sobre el calzado, cf. 138.
Mira cómo el vino al viejo Anacreonte
hace tropezar; el manto hasta los pies
le arrastra, y conserva sólo una sandalia,
la otra la ha perdido. Pero su tortuga
melodiosamente tañe honrando en ella
a Batilo o al bello Megisteo.
Ten cuidado, Baco, no caiga el anciano.
175 (VI 120)
Epigrama votivo: el suceso curioso de que una cigarra se posara en la lanza de una imagen de Atenea ha hecho posiblemente que alguien haya ofrendado a la diosa aquel animal trabajado en oro con este poema (los Atenienses llevaban en sus cabezas adornos de este tipo según Tuc. I 6). Obsérvese la consabida leyenda de que las cigarras se alimentan sólo de rocío: recuérdese que Platón (Phaedr. 262 d ) las llama profetas de las Musas; la afinidad con Atenea está en que unas y otra aman la música, ellas porque cantan (cf. el 80 de Nicias), la diosa porque inventó la flauta, aunque luego ésta fuera arrojada por ella y recogida por Marsias.
No sé solamente cantar en la copa del árbol
sentada, disfrutando del calor ardoroso
y del jugo sutil del rocío, juglar que deleita
sin salario al viajero que el camino recorre,
mas también de Atenea de casco esplendente en la lanza
puedes ver la cigarra posada, caminante.
Porque, así como me aman las Musas, también yo a Atenea,
la divina doncella que la flauta inventara.
176 (V 188)
Es el único poema erótico de este autor y contiene varios tópicos del género: el arco (que aquí es literalmente llamado como corresponde a un arma del tipo de las utilizadas por los Escitas, del S. de la actual Rusia, y, según es bien sabido, por el Cupido de las pinturas, arco doble y formado por dos cuernos unidos en un asidero, quedando fija y tensa la cuerda en los extremos de uno y otro); los dardos ardientes de Eros (cf. 112); el juramento, la fulminación del enamorado, etc. La metáfora final es jurídica: el poeta va a contraatacar en uso de legítima defensa.
A Eros no guardo rencor, que es bien dulce, lo juro
por su madre Cipris, mas me hiere su artero
cuerno y, un dardo inflamado lanzando tras otro
sin cesar, a cenizas me tiene reducido.
Voy, mortal, a vengar los agravios aunque es dios alado
el agresor. ¿Seré reo por defenderme?
177 (VII 715)
Epitafio, redactado en vida por el poeta, en que se considera la inmortalidad del buen escritor como compensación de las amarguras del destierro. El lema, a la vista de la mención de Tarante (cf. intr.), atribuye al Leónidas antiguo el epigrama, pero luego añade que escribió versos isopsefos . Éstos eran artificiosas combinaciones de un texto con los valores numéricos de las letras de cada palabra usados como cifra, juego poético en que descolló Leónidas el alejandreo, pero no, que sepamos, el tarantino: o se equivoca el lematista o el poema no es genuino.
De las tierras de Italia y Tarante, mi patria, muy lejos
yo yazgo y ello es más amargo que la muerte.
No es vida la vida en exilio, mas he sido amado
de las Musas, dulzura mezclada con penas.
Y no muere mi nombre: los dones con que ellas me honraran
cantarán a Leónidas mientras el sol exista.
178 (VI 44)
Un cosechador de vino ha plantado tres majuelos y, al recoger la primera cosecha de mosto, dedica un odre de cada uno, en calidad de primicia, a Baco y a los sátiros, tan propensos a la embriaguez (cf. 87). Se van a hacer las libaciones rituales y luego se celebrará una fiesta. Según el lema, el autor es dudoso.
A los sátiros que aman el mosto y a Baco el que engendra
las cepas, Heronacte consagra los frutos
primeros que dio su cosecha, tres tinas colmadas
del vino primicial que sus tres predios crían.
Ahora, pues, como es justo, libemos por Baco el vinoso
y en honor de los sátiros y más bebamos que ellos.
179 (VI 130)
Antígono Gonatas, rey de Macedonia (cf. intr. a Antágoras y Alejandro), fue derrotado por Pirro, rey del Epiro, región del NO. de Grecia, después del regreso desde Italia de éste, en el 273. En la retaguardia macedonia luchaban contingentes gálatas (cf. el 50 de Ánite), que se condujeron con gran valor frente al comportamiento mediocre del grueso del ejército, pero no pudieron evitar el desastre. Los escudos de estas tropas, del tipo citado en 119, fueron consagrados con orgullo en el templo de Atenea de la ciudad tesalia de Itón, donde los vio Pausanias (I 13, 2, con cita también de 751). Los hechos son mencionados igualmente por Plutarco (Vita Pyrrh . 26) y Diodoro (XXII 22). Sobre el patronímico final, recuérdese lo dicho en 87 acerca de los reyes epirotas, que se consideraban molosos según el antiguo nombre de los pobladores del Epiro central. Es muy dudoso que el epigrama sea de Leónidas: el lematista no le menciona.
Estos escudos que Gálatas bravos blandieron
a Atenea Itónide Pirro el moloso ofrenda,
derrotada la tropa de Antígono. Y no es ello extraño:
lanceros los Eácidas son hoy como en tiempos.
180 (VI 110)
El lematista piensa en Leónidas o Mnasalces, lo cual es improbable, como autor. Los cuernos del animal son clavados en un pino (cf. 132), quizás en honor de Pan o Ártemis o Apolo (cf., también sobre el tipo de caza, el 17 de Perses), por algún morador del Asia Menor (sobre el Meandro y su curso, cf. 124). No sabemos si la cierva contaba ocho puntas en cada cuerno o entre los dos. Sobre el arma, cf. 133.
Cleolao acechó en la ladera a esta cierva y matóla
junto a las serpenteantes aguas del Meandro
con pica aguzada; y un clavo en el pino nudoso
su cabeza y defensas sujeta de ocho puntas.
181 (VI 154)
Parece que sí es de Leónidas, aunque el lema hable también del tardío Getúlico. Se designa a Baco como Bromio (cf. el 41 de Ánite) y Lieo o Liberador; se le ofrenda yedra (cf. el 73 de Nóside); el euhe es el grito ritual que acompaña a las orgías.
Ved lo que a Pan montaraz y Lieo, invocado
con euhe, y a las ninfas, Bitón, el viejo Árcade,
ofrenda; al primero un cabrito que, apenas nacido,
juega con su madre; para Bromio una rama
trepadora de yedra; para ellas del húmedo otoño
los frutos y abiertas rosas color de sangre.
Que a cambio la casa del viejo florezca opulenta
en vino, leche y lluvias, ¡oh, Baco, Pan y Ninfas!
182 (VII 13)
Evidentemente este poema no debería hallarse aquí (y solamente lo mantenemos en tal lugar por no romper más aún el orden de Gow-Page), pues en el verso 4 hay una cita literal de Erina (389, 3). Parece, por tanto, que resultaría preferible la atribución a Meleagro, de quien también habla el lema, ya que no es ni mucho menos seguro que Leónidas haya podido copiar a Erina (cf., sin embargo, intr. a ésta y nótese también lo allí dicho sobre la temprana fecha en que se situaba su muerte). Las similitudes con el 220 de Asclepíades pueden, en cambio, ser interpretadas cronológicamente (cf. ibid .) de varios modos.
A Erina, la abeja virgínea que flores libaba
de las Musas, la más joven de los poetas,
Plutón la raptó como esposa. Razón tuvo en vida
la niña al decir: «Envidioso eres, Hades».
183 (VII 35)
Homenaje al gran lírico arcaico Píndaro, natural de Beocia. La duda del lematista, que piensa en Platón también, hace insegura la atribución a Leónidas. Las Musas son llamadas como corresponde (cf. 127) a la procedencia de la región macedonia de Pieria que se les atribuía ya desde Hesíodo (Th . 53).
He aquí un hombre agradable al de fuera y amado en su patria,
Píndaro, servidor de las canoras Piérides.
184 (VII 316)
La adscripción es dudosa: el lema duda entre Leónidas y Antípatro para este epigrama, que pertenece a una serie de ellos sobre el famoso misántropo Timón, semilegendario Ateniense de la época de Pericles. Es notable la ferocidad de la expresión.
No me saludes ni inquieras quién soy ni de quiénes
procedo, mas pasa de largo por mi estela
o, si no, a tu destino ojalá que no llegues; e incluso
si guardas silencio, que no llegues tampoco.
185 (IX 25)
Parece probable que estos versos, considerados por el lematista exageradamente como admirables, sean de Leónidas y no de Antípatro, de quien habla igualmente el lema. Es la dedicatoria de un ejemplar del poema de Arato (cf. su intr.), escrito al parecer algo después del 277, lo que daría una fecha posterior a este epigrama. El autor no se ha fijado bien en el contenido del libro, pues no trata de los planetas, sino sólo de las estrellas. Los círculos a que alude son el ecuador, la eclíptica y los trópicos. El final se refiere a que Arato ha hecho más conocidos e inteligibles a los astros dándoles así nueva vida.
Este libro es de Arato, erudito que antaño con mente
sutil observó los antiguos astros
fijos y errantes también y los ciclos que ligan
el cielo esplendente que gira con ellos.
De obra tan grande al autor alabemos, segundo
Zeus que ha hecho brillar más a las estrellas.
186 (IX 563)
Puede ser de Leónidas o del posterior Filipo, citados ambos por el lema. Demócrito es un amigo del dueño de la higuera a quien gustan sus frutos y a quien el propietario invita a probarlos con este mensaje ficticiamente compuesto por el propio árbol. Como éste se encuentra en sitio muy frecuentado, si no se apresura el amigo va a encontrarse con la fruta averiada o saqueada.
Si a Demócrito, que ama la fruta, tal vez encontrares,
dale esta pequeña noticia, viajero,
que yo, la alba higuera en sazón, le reservo mis higos
más sabrosos que el pan salido del horno.
Mas, no siendo seguro el lugar en que estoy, dese prisa
si quiere coger frutos de una rama intacta.
187 (XVI 171)
Cf. 108 sobre el culto dado a Afrodita armada en Esparta; nótese la alusión a sus épicos amores con Ares (cf. 112); aunque se ha pensado (cf. intr.) en Leónidas el alejandreo como autor (sobre Citerea, cf. 173), puede tratarse de obra del tarantino.
¿Por qué, Citerea, este peso enojoso soportas
revestida con armas que a Ares corresponden?
Desarmaste a Ares mismo desnuda; si un dios es vencido
por ti, es vano que vayas armada entre humanos.