Читать книгу Antología Palatina I. Epigramas helenísticos - Varios autores - Страница 6

INTRODUCCIÓN

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Esta serie de traducciones comprende los epigramas helenísticos, es decir, correspondientes al período de la historia y cultura griegas que comienza con la muerte de Alejandro Magno (323) y termina, con la hegemonía romana, en fecha que suele situarse de modo variable, por ejemplo, a la desaparición del reino macedonio de los Antigónidas en el 168 ó del egipcio de los Lágidas en el 30. Por lo que toca a nuestros epigramas, el límite final, en función de lo que luego se dirá, habría que fijarlo hacia el 100: de una vez para siempre diremos que todas las fechas mencionadas en este libro, salvo mención expresa en contrario, son anteriores a Jesucristo.

En cuanto a estos textos, como la etimología de su nombre indica, son breves poemas (de dos a ocho versos en general, rara vez más extensos, pues los que exceden de esta longitud, aunque el criterio suele ser fluctuante, se acogen por lo regular a la rúbrica de la elegía) escritos para ser grabados en inscripciones normalmente de tipo sepulcral o votivo, aunque el epigrama erótico terminó por constituir un género muy importante. Su utilización comenzó en edad muy arcaica, a partir de la cual conservamos millares de inscripciones de este tipo, muchas veces escritas en verso y, dentro de él, generalmente compuestas en dísticos elegíacos, combinación de un hexámetro dactílico y un pentámetro dactílico, claramente identificable este último por la tipografía sangrada que suele emplearse para él.

Naturalmente, no todas las creaciones poéticas de este carácter tienen mérito literario, y acerca de muchas se plantea el problema de si constituyen o no verdadera Literatura: quien aspire a recopilar los epigramas griegos antiguos se verá siempre en la precisión de establecer fronteras en este aspecto, aunque evidentemente no deberá dudar en recoger las grandes creaciones, en general inspiradas, al menos en parte, por un afán estético, de infinidad de escritores clásicos, entre los que sobresalieron, por ejemplo, Arquíloco, Anacreonte y, sobre todo, Simónides, y de algunos de los cuales, como veremos, recogían ya muestras las primeras antologías.

Pero aquí repetimos que lo que interesa es el material helenístico, sumamente heterogéneo desde muchos puntos de vista, y ante todo el de su propio enjuiciamiento literario. Los manuales suelen ser bastante parcos y superficiales al clasificarlo. Suele acudirse a una repetidísima división esencialmente geográfica de los poetas. Una supuesta escuela dórico-peloponésica-occidental comprendería a los escritores procedentes del Peloponeso (Ánite, Mnasalces, Páncrates, quizá Damageto), la Magna Grecia puesta más o menos en contacto ya con culturas itálicas (Nóside, Leónidas, Teodóridas, Fanias, Mosco), las islas dóricas del sur del Egeo (Cos, con Filitas, Nicias y Teócrito, procedente de Siracusa; Rodas, con Antágoras, Simias y Aristódico; Creta, con Riano), la Hélade central y septentrional (Faleco, probablemente Perses, Alejandro; luego los escritores relacionados con la corte macedonia, como Alceo y Samio): características de ella serían, en términos muy generales, la traslación social del epigrama desde las alturas heroicas y aristocráticas de la época clásica hacia las medianías proletarias y artesanas, la minimización del tema en busca de los mundos íntimos de la mujer, el niño o el animal, el gusto por la paz de la naturaleza idílica, el sentimentalismo un poco pudoroso y torpe, todo ello, si puede decirse así, envuelto en la pobre sencillez de las nuevas doctrinas estoicas y, paradójicamente, expresado en una lengua artificial, barroca, teatral y afiligranada. Frente a estos autores, y con calidad estilística ciertamente superior, los de la supuesta escuela jónico-egipcia, en que figurarían gentes procedentes de Asia Menor (Hegemón, Duris, el marginal Arato; la abundante floración samia del gran Asclepíades, Hédilo, Nicéneto y Menécrates; Fédimo, Diotimo, Nicandro de Colofón; Heraclito y Timnes, influidos por exóticos aires de Caria) con toda la cohorte poética que, nacida o no en África, acudió, como tal vez Teeteto y desde luego Posidipo, Calímaco, Glauco, Dioscórides y Zenódoto, a la luz deslumbradora de la Alejandría de los Ptolemeos: aquí, por el contrario, hallaríamos, nueva paradoja, una extremada contención verbal y estilística, una vuelta a lo lapidario y rotundo, para tratar temas mucho más refinados y sutiles, como impregnados por corrientes epicúreas o hedonísticas, llenos de amor, convite, pasión equívoca o agónica, elitismo social y el cosmopolitismo de la gran ciudad entrándose por las ventanas del poema. Y, finalmente, con Antípatro el sidonio y Meleagro (y Filodemo de Gádara y Arquias de Antioquía, de los que el primero es raro que no estuviera en La guirnalda y el segundo pudo haberse hallado en ella) aparece la tardía escuela sirofenicia, con las exóticas características que en las introducciones a los dos primeros autores pueden encontrarse y que terminaron, en rara combinación de una lengua transparente con una mentalidad complicada y patética, por ofrecer esa delicada flor, un poco pasada ya, un poco desvaída de color, pero deliciosa y embriagadora que es la poesía meleagrea. Volvamos, sin embargo, a los temas concretos para advertir lo siguiente:

a) en cuanto a si los poemas aquí recogidos responden a inscripciones reales, la duda se plantea en un sinfín de casos, sobre todo por lo que toca a los más antiguos: hay sin duda en todo ello mucha creación puramente libresca y no siempre nuestras introducciones se esfuerzan por discriminar lo auténtico de lo ficticio, tarea frecuentemente difícil y a veces imposible;

b) tampoco, en estos textos tan sometidos a reglas y tópicos y, por tanto, fácilmente imitables, es posible muchas veces distinguir lo helenístico de lo clásico por una parte y de lo más tardío por otra;

c) era difícil ser muy original cuando hace tan poco tiempo, como luego se verá, que ha sido publicada la colección de los grandes filólogos ingleses A. S. F. GOW y D. L. Page: aunque igualmente hemos consultado mucho las demás ediciones de los epigramatistas, también después citadas, nuestra deuda hacia Gow y Page es inmensa y se transparenta en casi todas nuestras páginas;

d) se ha hecho, pues, necesario, en esta traducción al castellano, seguir el criterio muy racional de estos editores;

e) ellos recogen el material de la Antología Palatina y Antología Planúdea, a que luego me referiré, del que se tenga mayor o menor certeza de que figuró o pudo haber figurado en La guirnalda de Meleagro, de que en seguida trataremos, y renuncian, por lo demás, a coleccionar todo lo segura o probablemente helenístico;

f) en cambio, sí creen necesario incorporar a los epigramas de las citadas Antologías:

1) poemas no acogidos en ellas, sino, generalmente de modo fragmentario, en papiros egipcios, como el 135 de Leónidas, 239 de Asclepíades, 254-255 y 267 de Posidipo y 645 de Antípatro;

2) otro (639 de Antípatro) procedente de una inscripción, campo éste en que el material habría podido ampliarse infinitamente, pero Gow y Page han preferido respetar de modo rígido los límites de lo cronológico y lo literario o no literario;

3) bastantes textos provenientes de tradición indirecta, esto es, de citas preservadas en la prosa de otros autores griegos: así los transmitidos por Ateneo (6 de Faleco, 256-257 y 259-260 de Posidipo, 288 y 339 de Calímaco, 407 de Mnasalces, 451-458 de Hédilo, 470 de Nicéneto, 483 de Riano), Diógenes Laercio (55 y 59 de Teeteto, 338 de Calímaco, 632 de Antípatro), Estéfano de Bizancio (340 de Calímaco), Estobeo (3-4 de Filitas y 163 de Leónidas), Estrabón (329 de Calímaco), Hefestión (344 del mismo), Pólux (37 de Ánite), Sexto Empírico (338 de Calímaco), Tzetzes (263 de Posidipo) y la Vida de Dionisio el Periegeta (341 de Calímaco);

g) por nuestra parte, en el deseo de aportar alguna novedad al ingente trabajo realizado, no sólo hemos utilizado material no conocido por Gow-Page en las introducciones al 501 y 510 de Dioscórides, sino que, con todas las reservas que se quiera, siguiendo el mismo criterio que ellos en cuanto a autores incluibles o no, hemos añadido:

1) seis epigramas (268-273) atribuibles a Posidipo y procedentes de inscripciones y un papiro; no son, en cambio, epigramas, sino elegías fragmentarias los dos textos papiráceos mencionados en la introducción a dicho autor;

2) uno atribuible a Teodóridas, también epigráfico (443);

3) dos (684-685) que pudieran pertenecer a Dionisio, personalidad, por lo demás, heterogénea y oscura según decimos en su introducción;

4) un posible fragmento de Alceo (556);

h) hemos suprimido, sin embargo, la traducción de un epigrama de Posidipo (266) y otro de Dioscórides (488) por tratarse de versiones idénticas o poco menos de textos recogidos en otro lugar;

i) se observará fácilmente, por tanto, la leve inconsecuencia que supone el título editorial de esta obra, que no solamente contiene material de la Antología Palatina, sino también de la Planúdea y de otras procedencias.

Por lo que toca al origen de estos textos, como antes dijimos, Gow y Page se proponían recoger el material que Meleagro, tomándolo sin duda a otras colecciones anteriores de que hay restos, incluyó en la suya, dedicada a Diocles, llamada La guirnalda y cuyo prólogo (776) y colofón (904) pueden leerse aquí. En la introducción a este poeta y en la de algunos de sus epigramas tiene el lector datos que permiten situarle, sobre todo en relación con una nota marginal y con la presencia en la colección de Antípatro el sidonio y la ausencia de Filodemo de Gádara (expresamente citado como omitido por Meleagro en IV 2, prólogo de Filipo a otra Guirnalda concebida como suplemento de la meleagrea), hacia el año 100, límite terminal que así se fija aquí un poco arbitrariamente para la serie de epigramas helenísticos. Se supone también que la colección fue recopilada durante la vejez de Meleagro, pasada por lo visto en Cos.

Aparte de los grandes problemas relativos a los anónimos, que solamente, salvo casos excepcionales, por razones de estilo o similares o de cercanía respecto a otros pueden ser considerados a veces como helenísticos o aun meleagreos; aparte también del hecho, apuntado en 776, de que aparecen en La guirnalda obras de poetas clásicos (los anónimos falsamente atribuidos a Simónides constituyen caso aparte), la nómina de Meleagro (47 nombres, algunos en perífrasis, más su propia mención) plantea otras cuestiones: de cuatro autores incluidos en ella (Eufemo, Melanípides, Pártenis y Policlito) no hay poemas en la Antología (sobre los probablemente tardíos Teófanes, Perites, Hecateo el tasio y Atenodoro, cf. respectivamente el 25 de Perses y 594 de Fanias; 167 de Leónidas; 524 de Dioscórides y 742), mientras que faltan en su catálogo, además de los recientemente recogidos por Page o por nosotros que luego se indicarán, varios epigramatistas de ella (Filitas, Hegemón, Escrión, Teeteto, el probablemente inexistente Damóstrato, Heraclito, Carfílides o como de verdad se llamase, Aristódico, el o los llamados Teodoro, Nicandro, Filóxeno, Glauco, Nicarco, Aristón, Timocles, Hermocreonte, Agis, Artemón, Nicómaco, el o los llamados Dionisio) que parecen haber estado en La guirnalda (cuyo prólogo dice al final que hay en ella poetas no nombrados) por razones de contigüidad o afinidad de contenido entre epigramas vecinos y otros tampoco incluidos en la lista (Faleco, Duris, Teócrito, Crates, Mosco, Zenódoto) aunque indudablemente corresponden a la época helenística; ello sin contar las cuestiones de doble adscripción, generalmente por parte de los lematistas, que respecto a cada poema anotamos y las dudas que se ofrecen (cf. las respectivas introducciones) ante la existencia de dos Antípatros, el sidonio y el tesaloniceo, y dos Leónidas, el tarantino y el alejandreo.

Las dos Guirnaldas de Meleagro y Filipo y la colección de Agatías fueron, con otros textos y en forma directa o indirecta, recopiladas, en manuscritos hoy perdidos, por Constantino Céfalas, del que sabemos que era protopapa o alto funcionario eclesiástico en Constantinopla en el año 917. De él dependería en mayor o menor grado la división en capítulos según el contenido de cada serie de epigramas, base del reparto en libros de la Antología hecho por editores modernos. Es dudoso que en Céfalas se hallara el actual y breve libro IV, que comprende los prólogos de Meleagro, Filipo y Agatías: pero sí es seguro que abarcaba el V (epigramas eróticos), VI (anatemáticos o de ofrenda), VII (epitimbios o funerarios) y IX (epidícticos o de lucimiento, no procedentes en muchos casos de verdaderas inscripciones) y probable que allí se encontraran ya los libros X (cuyos epigramas se intitulan en los códices como protrépticos o de exhortación, pero la mayor parte de los cuales son sentencias o refranes), XI (con poemas clasificados como simpóticos o de banquete y escópticos o de burla, aunque haya entre ellos material amoroso de carácter heterosexual u homosexual) y XII (colección de tipo pederástico con concesiones al amor normal).

El resultado de los esfuerzos de Céfalas y otros compiladores se conoce hoy principalmente gracias a la Antología Palatina, surgida hacia el 980 por obra de un compilador bizantino desconocido que añadió al material citado los actuales libros I (inscripciones cristianas de los siglos IV-X ), II (écfrasis o descripción de las estatuas de unas termas de Constantinopla en largo poema escrito hacia el 500 por Cristodoro de Coptos), III (epigramas de un templo de Cícico), VIII (poemas de S. Gregorio de Nacianzo), XIII (poesías escritas en metros no elegíacos), XIV (adivinanzas y juegos aritméticos) y XV (varios, entre ellos las tecnopegnias o poemas figurados de diversos autores).

Todo ello se ha transmitido gracias al famoso códice, del siglo x, que contiene también las Anacreónticas y otros textos, llamado Palatino por haber pertenecido a la biblioteca de los electores del Palatinado sita en Heidelberg. Este manuscrito estaba allí en 1606; en 1622 cayó en manos de Maximiliano de Baviera, que se lo regaló al papa Gregorio XV; en Roma fue encuadernado en dos tomos desiguales, el primero de los cuales llegaba hasta el libro XIII; en 1797, Napoleón se llevó ambos a Francia; después de su caída los dos volúmenes deberían haber retornado a Heidelberg, pero, por error, el más pequeño permaneció en París (hoy Cod. gr. suppl. 384), mientras que el mayor, del que se hicieron varias copias, se sigue conservando en la citada ciudad alemana como Cod. gr. 23 . Es curioso el hecho de que desde IX 564 está escrito por las manos más antiguas de dos escribas contemporáneos entre sí y hasta IX 563 por las más recientes de otros dos de distintas épocas, sin que se haya explicado de modo satisfactorio tan extraño reparto de la labor.

Mucho podríamos decir de este códice, que frecuentemente presenta el mismo epigrama, con variantes o no, más de una vez: nos limitaremos a hacer notar la intervención en él de un lematista o redactor de títulos para cada poesía, de otro lematista que además corregía el texto y de un corrector que no intervenía en los lemas. Éstos resultan importantes para las cuestiones de atribución, pero suelen desbarrar en cuanto al contenido de los poemas, leídos de prisa o en malas condiciones, y rara vez se aventuran a anotar de su cosecha algún juicio estético, crítico o moral.

Este material se suplementa con otro famoso códice de Venecia, el Cod. Marc. gr. 481, del que asimismo se hicieron varias copias y que contiene otra colección recopilada a partir de Céfalas y con adiciones en 1301 por el filólogo bizantino Máximo Planudes, lo que hace que se la llame Antología Planúdea . Los editores de la Palatina añaden como apéndice los epigramas que solamente se hallan en este códice y, como nosotros aquí, hablan, abusiva pero cómodamente, de un supuesto libro XVI.

La edición de Gow y Page, a la que en general seguimos, nos presenta a los autores por orden alfabético, dejando para el final los anónimos y, lógicamente, a Meleagro; y, al ofrecer el texto griego, los editores se ven obligados a decidirse no sólo en cuestiones de interpretación, donde frecuentemente la decisión es difícil por las malas condiciones de la transmisión textual y las particularidades de sintaxis y léxico impuestas por el estilo preciosista y lapidario de los poemas, sino también por lo que toca al texto mismo, en que se muestran bastante conservadores, prefiriendo a veces, frente a la conjetura aventurada, la cruz que señala en los lugares dudosos indecisión del crítico. En cambio, a diferencia de su edición de La guirnalda de Filipo, su colección de epigramas helenísticos no es bilingüe, lo cual les ha evitado problemas de traducción que vinieran a sumarse a los ya enormes que el establecimiento de un texto así (no hablemos ya de las difíciles cuestiones de dialecto, tremendamente complicadas en estos autores mal transmitidos y probablemente eclécticos en el aspecto lingüístico) lleva consigo.

Por lo que a nosotros toca, hemos establecido, para más comodidad en las referencias, una numeración nuestra con, entre paréntesis, el libro y número del epigrama y su fuente si no procede de la Antología, pero sin añadir a ello, para no complicar más la ordenación, las dos de los editores ingleses, la que asigna números romanos a cada poema y la de verso por verso; y, en lo que atañe al texto mismo, nos hemos podido inhibir ante las variantes de carácter dialectal, pero no nos era posible respetar las cruces si de traducir se trataba, lo que nos ha forzado, en cada caso, a acoger la más plausible conjetura brindada por otras ediciones o por el comentario de los propios Gow y Page.

En cuanto a ordenación, nos pareció útil el situar a los autores en sucesión cronológica y, dentro de ella, respetando el orden de Gow y Page, más o menos basado en los tipos de epigramas tradicionales: lo primero era cosa muy difícil y en que no estamos nada seguros de haber acertado siempre, pues las fechas son dudosas en muchos casos y los límites temporales de la colección resultan demasiado estrechos para tanto escritor. Tanto menos cuanto que, estando el libro ya a punto de ser entregado a la imprenta, ha aparecido la colección abajo citada del propio Page, lo que nos obliga a revisar en parte aquí, pues en el propio texto era ya imposible hacerlo, nuestra cronología.

Prescindiendo de la inclusión, por parte de Page, en el nuevo libro de los epigramas de Filodemo y Crinágoras, posteriores a Meleagro y, por lo tanto, reservados por nosotros para una segunda fase en que quizá tengamos arrestos para embarcarnos; prescindiendo también del problema de Erina, suficientemente apuntado ya en la introducción a ella y otros lugares, hallamos que Page ahora establece, además de considerar a muchos poetas como no fechables, siete grupos correspondientes poco más o menos a los años 310-290 (Filitas, con separación del coo respecto del samio; Faleco, Perses, Escrión, Ánite, Antágoras, Mero, Nóside, Duris, Simias), 275 aproximadamente (Teeteto, Alejandro, Nicias, Arato, Arcesilao, Asclepíades, Posidipo, Heraclito, Calímaco, Apolonio, Teócrito, Hédilo), 250 aproximadamente (Leónidas, Mnasalces, Hegesipo, Euforión, Filóxeno), 250-220 (Fédimo, Teodóridas, Nicéneto, Riano, Dioscórides, Damageto, Crates), 220-180 (Heródico, Alceo, Filipo, Samio), siglo II (Fanias, Mosco, Antípatro, Polístrato, Zenódoto, Dionisio) y siglos II-I (Meleagro).

Las divergencias respecto a nuestro orden no son ni podrían ser revolucionarias, pero sí capaces de afectar a los casos en que calificamos un determinado epigrama como imitación de otro. Señalaré nuestras más notables desviaciones: Teeteto y Alejandro los tenemos antes que Mero, Nóside y Duris; Simias, mucho después del grupo en que aquí se le incluye; en cambio, está mucho antes Leónidas, sobre cuya fecha ya apuntamos un grave problema en la introducción; también se encuentra mucho antes Fédimo; algo antes, Teodóridas; y algo después Hédilo, Damageto y Crates.

Además, como se ve, Page ha introducido cinco nuevos autores helenísticos que hemos situado cronológicamente un poco a la buena de Dios (Arcesilao, Apolonio, Heródico, Filipo y Amintas); y en su nuevo libro aparecen también siete epigramas de autores a los que no parece descaminado ubicar en los albores de lo helenístico, como aquí hacemos con Espeusipo, Demóstenes, Aristóteles, Teócrito de Quíos, Afareo, Mamerco y Menandro. Por otra parte, ha recogido en la colección nuestros actuales números 666-668, que pasaban por ser de Antípatro el tesaloniceo y ahora se adscriben al sidonio, y catorce anónimos (752-765) que pueden ser helenísticos; ha añadido uno más del problemático Dionisio, nuestro actual 686; y ha realizado una serie de cambios de adscripción con respecto a los que nosotros no hemos podido ya modificar el orden, aunque en las introducciones son debidamente indicados. Esta eficaz e intensa actividad nos ha estimulado también a incluir varios pequeños poemas no procedentes de la Antología, los aquí numerados como 678 (de Antístenes de Pafo) y 751 y 766-775, anónimos en cuya versión hemos seguido con fruto a las ediciones de Page que más adelante se mencionarán.

Además, creíamos que la traducción, si quería conservar aunque fuera una mínima parte del encanto inimitable de los originales, debía ser de carácter rítmico sin mengua de la mayor literalidad posible. Hemos empleado, pues, para los hexámetros, un sistema de imitación rítmica semejante al de nuestro maestro queridísimo D. José Manuel Pabón, cuyas primicias, en cuanto a epigramas y por lo que toca a parte de Meleagro, dimos ya en el artículo que mencionaremos. El verso contiene cuatro dáctilos y un espondeo, consideradas como largas las sílabas acentuadas; cinco pies en total, no seis para evitar el monótono corte en dos hemistiquios; ofrece la posibilidad de anacrusis de una o dos sílabas al principio; admite el hiato entre versos, pero no en el interior de ellos.

Para el pentámetro hemos discurrido un sistema más o menos adecuado, como en el citado artículo puede verse: nuestros versos están divididos, por una diéresis coincidente con fin de palabra y que no admite hiato, en dos miembros de seis más seis o seis más siete o siete más seis o siete más siete sílabas, admitidos los agudos o esdrújulos al final del primer miembro y los esdrújulos solamente al del segundo y siempre que lo exija un nombre propio (digamos entre paréntesis que hemos sido sumamente rigurosos con las reglas de transcripción de éstos a través de la prosodia latina).

Por lo que respecta a los epigramas escritos en metros o combinaciones métricas distintas del dístico, procedentes generalmente, como se dijo, del libro XIII de la Antología, hemos procurado, ignoramos con qué acierto, elegir períodos rítmicos castellanos que respeten, desde luego a costa de gran dificultad y algún sacrificio en la exactitud, el número de sílabas del original. Así hemos procedido con el hendecasílabo falecio (por ejemplo, en el 8 de Faleco), que reproducimos con once sílabas; el arquiloqueo (9 del mismo), con verso compuesto de cuatro dáctilos a nuestro modo más seis sílabas; trímetro yámbico cataléctico (ibid.), con doce sílabas; tetrámetro yámbico cataléctico (225 de Asclepíades), con ocho sílabas más siete terminadas en palabra aguda; trímetro yámbico cataléctico (ibid.), con seis más cinco terminadas en agua (pero, en el caso del 7 de Faleco, nos hemos atenido a las sílabas dadas en el original a cada interlocutor); decasílabo alcaico (242 de Fédimo), con dos dáctilos más cuatro sílabas; tetrámetro dactilico más itifálico (773), con cuatro dáctilos más seis sílabas; dímetro yámbico cataléctico (291 de Calímaco), con un heptasílabo; pentámetro trocaico cataléctico o calimaqueo (342 del mismo), con diez sílabas más nueve terminadas en aguda; verso sáfico de dieciséis sílabas (343 del mismo), con ocho más ocho sílabas; ferecrateo (344 del mismo), con heptasílabo; trímetro yámbico acataléctico escazonte (377 de Teócrito), con doce sílabas; tetrámetro trocaico cataléctico (381 del mismo), con ocho sílabas más siete terminadas en aguda; reiziano (ibid.), con un hexasílabo; e itifálico (438 de Teodóridas), de igual modo.

Se evita también de modo estricto la asonancia entre finales de versos, salvo que haya al menos otros dos de por medio, y entre los dos miembros del pentámetro. Todas estas restricciones, y el empeño, siempre logrado, de que el número de versos iguale al de los originales, han hecho bastante penosa la labor, que en algunos poemas ha exigido cinco o seis revisiones a lo largo de años: el empleo de cinco pies y no seis tiene el inconveniente de que aumenta todavía el desequilibrio entre el castellano, más analítico, y el griego, más sintético, lo cual nos ha obligado a veces a admitir de mala gana alguna abreviación u omisión, aunque creemos que ni una sola idea importante ha quedado sin reproducir. El lector dirá si, a cambio de ello, hemos acertado a infundir a estas versiones algo de la sobriedad y rotundidad de sus bellísimos originales.

Un aspecto en que nos ha preocupado mucho los límites materiales de la colección que alberga ahora estos poemas (y de la paciencia de cuyos promotores tememos sin embargo haber abusado) es el del comentario. Hemos añadido índices de los nombres propios de toda índole (dioses y héroes, personas, ciudades) que figuran en los textos, pero habría sido necesario agregar otros de fenómenos (por ejemplo, astronómicos), conceptos abstractos elevados o no a la categoría de tópico, prendas de vestir, alimentos, objetos, animales, plantas; mas, como esto no era posible, ha sido labor colosal y, nos tememos, no del todo lograda el concentrar parte de este material hermenéutico, de que el lector medio hoy necesita, en las introducciones, forzosamente escuetas, a cada autor o epigrama con ayuda de una abundante red de referencias que comprende también los nombres propios no directamente citados por los escritores.

Y es lástima que los referidos índices no puedan ahora ser dados, porque la Antología constituye y ha constituido siempre un inagotable repertorio de temas y modos literarios para los propios autores griegos primero, para los romanos después y, tras su redescubrimiento, para toda la Literatura moderna, especialmente la de carácter amoroso y pastoril. En este sentido, la importancia de los poemas que hoy presentamos es inmensa; y el placer estético que proporcionarán, a pesar de la imperfección de nuestras traducciones, será sin duda grande.

No parece bien, a este respecto, que suplantemos el juicio crítico del lector por apreciaciones nuestras que serían tan categóricas como subjetivas, excepto breves pinceladas que acá y allá hemos dejado caer en las introducciones a cada autor: quien lea juzgará y quedará profundamente subyugado por el acento multiforme (austero, recio, solemne, chispeante, procaz, melancólico, apasionado, voluptuoso, barroco, amanerado, decadente y, en definitiva, profundamente humano) de estos novecientos poemas griegos de amor, ofrenda y muerte.

En cuanto a bibliografía, por desgracia la parte española de ella tiene que ser mínima, ya que no existe traducción alguna entera de estos epigramas ni apenas se han producido sino contribuciones muy parciales acerca de algunos de ellos.

Las principales ediciones totales de la Antología son las de F. C. W. JACOBS , Anthologia graeca, Leipzig, 1794-1814, y Anthologia graeca ad fidem codicis olim Palatini nunc Parisini, Leipzig, 1813-1817; Fr. DUEBNER , Anthologia Palatina, París, 1864-1872; H. STADTMUELLER , Anthologia graeca epigrammatum Palatina cum Planudea, Leipzig, 1894-1906 (incompleta); K. PREISENDANZ , Anthologia Palatina, Leiden, 1911 (en facsímil); y, más modernamente, W. R. PATON , The Greek Anthology, publicada y reeditada en la colección Loeb de Londres desde 1916; P. WALTZ y otros, Anthologie grecque, publicada y reeditada en la colección Budé de París desde 1928 y de la que todavía faltan los libros X, XII y la Planudea; y H. BECKBY , Anthologia graeca, publicada en Munich, 1957 ss. por la colección Tusculum y cuya segunda edición es de 1965-1967; las tres son bilingües con textos inglés, francés y alemán respectivamente. En cambio, los más modernos editores británicos han preferido seguir un orden histórico, y en tal sentido han comenzado su recolección A. S. F. GOW y D. L. PAGE , The Greek Anthology. Hellenistic Epigrams, Cambridge, 1965 (sin traducción), y The Greek Anthology. The Garland of Philip, Cambridge, 1968 (bilingüe). Últimamente, D. L. PAGE ha completado su labor con una edición científica monolingüe de los Epigrammata graeca, Oxford, 1975, de cuyo contenido se habla arriba.

Deliberadamente selectivas son las ediciones de F. C. W. JACOBS , Delectus epigrammatum Graecorum, Gotha, 1826, y A. MEINEKE , Delectus poetarum Anthologiae graecae cum adnotatione critica, Berlín, 1842. La de A. OLIVIERI , Epigrammatisti greci della Magna Grecia e della Sicilia, Nápoles, 1949, tiene evidentemente limitado su contenido por su propio título. La de TH . PREGER , Inscriptiones graecae metricae ex scriptoribus praeter Anthologiam collectae, Leipzig, 1891, también se define por sí misma. A inscripciones solas atienden G. KAIBEL , Epigrammata graeca ex lapidibus collecta, Berlín, 1878, y E. HOFFMANN , Sylloge epigrammatum graecorum quae ante medium saeculum a. C. n. III. incisa ad nos pervenerunt, Halle, 1893; y preferentemente a inscripciones, J. GEFFCKEN , Griechische Epigramme, Heidelberg, 1916; P. FRIEDLAENDER , Epigrammata, Berkeley, 1948; W. PEEK , Griechische Versinschriften. I. Grabepigramme, Berlín, 1955, y Griechische Grabgedichte, Berlín, 1960, bilingüe; y E. PFOHL , Griechische Inschriften als Zeugnisse des privaten und öffentlichen Lebens, Munich, 1966 (id. de la col. Tusculum).

La bibliografía sobre los epigramas (cf. G. PFOHL , Bibliographie der griechischen Vers-inschriften, Hildesheim, 1964) es inmensa. No podemos detenernos en los tratados generales de la historia de la Literatura, de los que el de A. LESKY , Historia de la Literatura griega, tr. esp. Madrid, 1968, es el más accesible entre nosotros; ni apenas en estudios generales sobre la poesía helenística como los de F. SUSEMIHL , Geschichte der griechischen Literatur in der Alexandrinerzeit, Leipzig, 1891-1892; A. ROSTAGNI , Poeti alessandrini, Milán, 1916; PH . LEGRAND , La poésie alexandrine, París, 1924; U. von WILAMOWITZ , Hellenistische Dichtung in der Zeit des Kallimachos, Berlin, 1924, reimpreso varias veces; J. U. POWELL , Collectanea Alexandrina, Oxford, 1925 (colección de textos poéticos); A. KOERTE , Die hellenistische Dichtung, Leipzig, 1926, reeditado por P. HAENDEL en Stuttgart, 1960 con el mismo título, traducido al castellano como La poesía helenística, Barcelona, 1973; A. ARDIZZONI , Studi di poesia ellenistica, Nápoles, 1940; G. GIANGRANDE , entre otros muchos y valiosos trabajos, L’humour des Alexandrins, Amsterdam, 1975.

De entre la numerosa bibliografía consagrada al epigrama elegiríamos, con la ya antigua obra de R. REITZENSTEIN , Epigramm und Skolion. Ein Beitrag zur Geschichte der alexandrinischen Dichtung, Giessen, 1893, las modernas aportaciones modernas como los libros colectivos L’épigramme grecque, Ginebra, 1968 (con ponencias de A. E. RAUBITSCHEK , B. GENTILI , G. GIANGRANDE , L. ROBERT , W. LUDWIG , J. LABARBE , G. LUCK , A. DIHLE y G. PFOHL ), y Das Epigramm, Darmstadt, 1969, preparado por el propio G. PFOHL , así como el capítulo escrito por G. GIANGRANDE , Epigramma ellenistico, para la Introduzione allo studio della cultura classica, Milán, 1972, 123-138.

No menos abundante es la relativa a la Antología misma: merecen especial mención K. DILTHEY , De epigrammatum graecorum syllogis quibusdam minoribus, Gotinga, 1887; A. WIFSTRAND , Studien zur griechischen Anthologie, Lund, 1926; E. ROMAGNOLI , I poeti dell’Antologia Palatina, Bolonia, 1948; y A. S. F. GOW , The Greek Anthology. Sources and Ascriptions, Londres, 1958.

Estudios interesantes por grupos temáticos son los de O. BENNDORF , De Anthologiae graecae epigrammatis quae ad artes spectant, Bonn, 1862; A. MENK , De Anthologiae Palatinae epigrammatis sepulcralibus, Marburgo, 1884; W. RASCHE , De Anthologiae graecae epigrammatis, quae colloquii formam habent, Münster, 1910; G. HERRLINGER , Totenklage um Tiere in der antiken Dichtung, Stuttgart, 1930 (epitafios de animales), y M. GABATHULER , Hellenistische Epigramme auf Dichter, Basilea, 1937 (epigramas sobre poetas).

Veamos, finalmente, algo de lo más importante sobre los distintos epigramatistas:

Filitas: A. NOWACKI , Philitae Coi fragmenta poetica, Münster, 1927; W. KUCHENMUELLER , Philetae Coi fragmenta poetica, Berlín, 1928.

Ánite: M. J. BAALE , Studia in Anytes poetriae vitam et carminum reliquias, Haarlem, 1903.

Leónidas: J. GEFFCKEN , Leonidas von Tarent, Leipzig, 1896; B. HANSEN , De Leonida Tarentino, Leipzig, 1914; E. BEVAN , The Poems of Leonidas of Tarentum, Oxford, 1931; M. GIGANTE , L’edera di Leonida, Nápoles, 1971.

Asclepíades: O. KNAUER , Die Epigramme des Asclepiades von Samos, Tubinga, 1935; traducción catalana de C. MIRALLES , Asclepíades. Epigrames, Madrid, 1970 (supl. de Est. Cl., segunda serie de traducciones, n.° 11).

Posidipo: P. SCHOTT , Posidippi epigrammata collecta et illustrata, Berlín, 1905. Para el epigrama 273 nos ha servido de base D. L. PAGE , Select Papyri. III. Literary Papyri. Poetry, Londres, 1950 (col. Loeb; n.° 105, páginas 448-453); y para el 272, W. PEEK , «Delphische Gedichte», Ath. Mitt . 67 (1942), 249-269. En general sobre las adiciones a esta colección verosímilmente atribuibles a Posidipo nos ha sido útil el propio W. PEEK con su artículo «Poseidippos», Real-Enc . 22 (1954), 426-446, y los datos de su amable carta de 7-IV-1974.

Calímaco: Naturalmente, los editores de sus restantes obras recogen también sus epigramas, sobre los que la bibliografía es inmensa: cf. R. PFEIFFER , Callimachus, II, Oxford, 1953; edición bilingüe castellana de L. A. DE CUENCA , Epigramas, Madrid, 1974-1976 (supl. de Est. Cl., segunda serie de textos, n.° 6; I-LXIII).

Simias: Es útil la obra de H. FRAENKEL , De Simia Rhodio, Gotinga, 1915.

Teócrito: Todos sus editores imprimen sus epigramas; últimamente, por ejemplo, A. S. F. GOW , Theocritus, Cambridge, 1950 (con traducción inglesa), y Bucolici graeci, Oxford, 1952; H. BECKBY , Die griechischen Bukoliker, Meisenheim, 1975 (con traducción alemana).

Erina: Se sigue escribiendo muchísimo sobre sus problemas desde K. LATTE , Erinna, Gotinga, 1953. Últimamente les ha dedicado mucha atención el español J. VARA , «Notas sobre Erinna», Est. Cl . 16 (1972), 67-86; «Mélos y elegía», Emerita 40 (1972), 433-451; «Obra de Erinna y algunas reconstrucciones textuales», Habis 4 (1973), 41-79; «Cronología de Erinna», Emerita 41 (1973), 349-376.

Mnasalces: W. SEELBACH , Die Epigramme des Mnasalkes von Sikyon und des Theodoridas von Syrakus, Bonn, 1964.

Teodóridas: El mismo. El epigrama 443 procede de W. PEEK , «Ein Weihgedicht des Theodoridas», Philologus 117 (1973), 66-69 a partir de una publicación de Th. G. Spyropoulos.

Euforión: Sus dos fragmentos figuran en la edición de L. A. DE CUENCA , Madrid, 1976.

Antípatro: Normalmente, y dados los problemas de atribución antes citados, los dos Antípatros han de ser tratados más o menos juntamente: así G. SETTI , Studi sulla Antologia greca. Gli epigrammi degli Antipatri, Turín, 1890; P. WALTZ , De Antipatro Sidonio, Burdeos, 1906. Para el epigrama 639 nos hemos basado en W. PEEK , «Antipater von Sidon und Antisthenes von Paphos», Philologus 101 (1957), 101-112. Cf. las traducciones de M. F. GALIANO , «Tres epigramas de Antípatro de Tesalónica», El caracol marino 68 (1973), 92.

Dionisio: Los epigramas 684-685 deben sus textos a M. Gronewald, «Ein Epigramm-Papyrus», Zeitschr. Pap. Ep . 12 (1973), 92-98.

Antístenes: Sobre 678, cf. lo dicho acerca del 639 de Antípatro.

«Simónides»: Entre tanto como podría citarse, cf. A. HAUVETTE , De l’authenticité des épigrammes de Simonide, París, 1896, y M. BOAS , De epigrammatis Simonideis commentatio critica, Groninga, 1905.

Anónimos: Para los epigramas 766-770 nos hemos basado fundamentalmente en la obra de D. L. PAGE citada en relación con Posidipo (n.° 103, 105-106, 109, págs. 444-445, 448-455, 460-463); y para 771-775, en el artículo del mismo «Five Hellenistic Epitaphs in Mixed Meters», Wien. Stud . 10 (1976), 165-176.

Meleagro: También aquí son muchos los libros y artículos. Anótense H. OUVRÉ , Méléagre de Gadara, París, 1894; K. RADINGER , Meleagros von Gadara, Innsbruck, 1895; y E. ERMATINGER , Meleagros von Gadara, Marburgo, 1898, con la bibliografía citada en el artículo de M. F. GALIANO , «Doce mujeres y un cantor», Prohemio 2 (1971), 195-232.

Anotaremos finalmente el estudio de varios epigramatistas helenísticos por L. M. STELLA , Cinque poeti dell’ Antologia Palatina, Bolonia, 1949.

Antología Palatina I. Epigramas helenísticos

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