Читать книгу Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves - Victor Hugo - Страница 14
ESCENA I
ОглавлениеDON CARLOS, DON SANCHO SÁNCHEZ DE ZÚÑIGA, conde de Monterey, DON MATÍAS CENTURIÓN, marqués de Almunan, DON RICARDO DE ROJAS, señor de Casapalma
(Llegan los cuatro siguiendo á don Carlos, con los sombreros gachos y embozados en sendas capas que dejan ver por debajo las puntas de las espadas.)
D. Carlos (Examinando el balcón.)—He aquí el balcón, la puerta... Me hierve la sangre. (Mirando la ventana.) Todavía no hay luz. Y la hay en todas partes donde no me conviene, menos en esta ventana, donde me convendría.
D. Sancho.—Señor, y volviendo á ese traidor, ¿le dejasteis partir?
D. Carlos.—Así es la verdad.
D. Sancho.—Y acaso fuera el jefe de la banda.
D. Carlos.—Jefe ó capitán, yo no he visto jamás testa coronada con más altivez.
D. Sancho.—¿Y se llama?...
D. Carlos.—Muñoz... Fernan... No, un nombre que acaba en i.
D. Sancho.—¿Hernani tal vez?
D. Carlos.—Eso, Hernani.
D. Sancho.—Es él.
D. Matías.—Hernani es.
D. Sancho.—¿Y no recordáis su conversación?
D. Carlos (Sin dejar de mirar á la ventana.)—¡Pardiez! No oía nada en aquel maldito armario.
D. Sancho.—Pero, señor, ¿cómo lo soltasteis, teniéndolo ya en vuestras manos?
D. Carlos (Mirándolo fijamente.)—Conde de Monterey, ¿me interrogáis? (Los dos señores retroceden y callan.) Y por otra parte, no es eso lo que más me interesa. Yo voy tras de su amada, no tras él. Estoy verdaderamente enamorado. ¡Qué ojos negros tan hermosos, amigos míos! ¡dos espejos! ¡dos antorchas! De todo el coloquio no oí más que estas palabras: Hasta mañana á la noche. Pero es lo esencial. Ahora mientras ese bandido con cara de galán se entretiene en alguna fechoría, me anticipo yo y le robo la paloma.
D. Ricardo.—Hubiera sido un golpe completo matar á la vez el buitre.
D. Carlos.—¡Buen consejo! Tenéis la mano muy ligera, conde.
D. Ricardo.—Señor ¿con qué título os place que sea conde?
D. Sancho.—Ha sido una equivocación.
D. Ricardo.—El Rey me ha nombrado conde.
D. Carlos.—Basta. He dejado caer ese título; recogedlo y en paz.
D. Ricardo (Inclinándose.)—Gracias, señor.
D. Sancho.—¡Gran título! Conde por equivocación.
(El Rey se pasea por el fondo mirando con impaciencia hacia las ventanas iluminadas. Los otros hablan entre sí en el proscenio.)
D. Matías (á D. Sancho).—Pero ¿qué hará el rey, una vez sorprendida la dama?
D. Sancho.—La hará condesa, después dama de honor, y cuando tenga un hijo de ella, lo hará rey.
D. Matías.—¡Pardiez! ¡Á un bastardo! Conde, enhorabuena; pero no así como quiera se puede sacar un rey de una condesa.
D. Sancho.—Entonces la hará marquesa, mi querido marqués.
D. Matías.—Los bastardos se guardan para los países conquistados, y se les hace virreyes, única cosa para que sirven.
D. Carlos (Mirando con cólera las ventanas iluminadas.)—¡Pardiez! Diríase que son ojos celosos que nos espían. Ahora se oscurecen dos. ¡Sea enhorabuena! ¡Qué largos son los momentos de espera! ¿Quién hará adelantar la hora?
D. Sancho.—Eso es lo que decimos muchas veces en palacio.
D. Carlos.—Mientras en los vuestros mi pueblo lo repite. La última ventana se oscurece. (Mirando á la de Sol.) ¡Maldita vidriera! ¿Cuándo te iluminarás tú? ¡Oh doña Sol! Ven pronto á brillar como un astro en las sombras de esta noche. (Á don Ricardo.) ¿Es ya media noche?
D. Ricardo.—Muy pronto será.
D. Carlos.—Es preciso acabar cuanto antes. Á cada momento puede llegar el otro. (Se ilumina la ventana de Sol.) ¡Por fin, amigos míos, sale el sol! Ved la sombra de la dama á través de los cristales. No perdamos tiempo y hagamos la señal que espera. Hay que dar tres palmadas. Pero acaso se alarme viendo aquí tanta gente. Retiraos allá á la sombra á guardarme las espaldas. Compartamos estos amoríos: la dama para mí; para vosotros el bandido.
D. Ricardo.—Muchas gracias, señor.
D. Carlos.—Si viene á estorbarme, dadle bonitamente una estocada, y mientras se recobra, me llevaré yo la dama. Pero ¡cuenta con matarlo! Al cabo es un valiente, y la muerte de un hombre, cosa grave.
(Los tres caballeros se inclinan y salen. Don Carlos hace luégo la señal dando las tres palmadas, y á la última se asoma Sol al balcón, vestida de blanco.)