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ESCENA IV

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HERNANI, DOÑA SOL

D.ª Sol.—Ahora, huyamos sin tardanza.

Hernani.—¿Estás resuelta á aceptar mi desgracia y acompañarme hasta el fin? Noble propósito, digno de un fiel corazón. Pero ya lo ves, bien mío; para llevarme gozoso á mi retiro un tesoro de belleza que codicia un rey, para que mi Sol me siga y me pertenezca, para tomar su vida y unirla á la mía, para arrastrarte conmigo sin vergüenza y sin pesar, no es tiempo, no es tiempo aún: veo el cadalso demasiado cerca.


D.ª Sol.—¿Qué dices?

Hernani.—El rey á quien he mirado cara á cara, va á castigarme por haberle perdonado. Huyo; acaso esté ya en su palacio llamando á sus guardias, á sus criados, á sus caballeros y verdugos.

D.ª Sol.—¡Ah! Estoy temblando, Hernani. Pues bien, démonos prisa; huyamos juntos.

Hernani.—¡Juntos! No, no. La hora ha pasado. ¡Ah! Doña Sol, cuando te revelaste á mis ojos, tan buena y aun piadosa, dignándote poner tu amor en mí, yo ¡desdichado! pude ofrecerte lo que tenía, mis montañas, mis bosques, mis torrentes, mi negro pan de proscrito, la mitad del lecho de musgo en que reposo; pero ofrecerte la mitad del cadalso... perdona ¡oh Sol! el cadalso es para mí solo.

D.ª Sol.—Me lo prometiste también.

Hernani (De rodillas á sus piés.)—¡Ángel mío! en este instante en que acaso se acerca la muerte entre las sombras, declaro aquí, proscrito, con mi dolor profundo de haber nacido en cuna ensangrentada, que por negro que sea el duelo que envuelve mi vida, soy un hombre feliz; y quiero que me envidien porque me has amado, porque tú me lo has dicho, porque en voz baja has bendecido tú mi frente maldita.

D.ª Sol.—¡Hernani mío!

Hernani.—¡Bendita mil veces la suerte que puso para mí esta flor al borde del abismo! (Levantándose.) Y no hablo ahora á ti en este lugar; hablo al cielo, á Dios, que me está oyendo.

D.ª Sol.—Permíteme que te siga.

Hernani.—¡Oh! Sería un crimen arrancar la flor al caer en el abismo. Vete, ya he respirado su perfume: basta. Reanuda á otros días tus días por mí ajados; sé esposa del anciano; yo te desligo de tu palabra y vuelvo á mis sombras. Olvida y sé dichosa.

D.ª Sol.—No, te seguiré: quiero compartir tu suerte y no me apartaré de ti.

Hernani (Abrazándola.)—¡Oh! Déjame huir solo. Estoy desterrado, proscrito, soy funesto.

(Se aparta de golpe.)

D.ª Sol (Con desesperación.)—¡Hernani! ¡Me abandonas!

Hernani (Volviendo.)—¡Oh! no, me quedo: tú lo quieres y aquí me tienes. Ven ¡oh! ven á mis brazos. Me quedo, y estaré á tu lado cuanto quieras. Olvidémoslo todo. Siéntate aquí. (Siéntase Sol en un banco de piedra y él se coloca á sus piés.) La luz de tus ojos inunda los míos. Cántame algún cantar como otras noches mientras en tus pestañas temblaban para caer en mis labios las blandas perlas de tus lágrimas; ¡seamos felices! bebamos... la copa está llena... esta hora es nuestra, y lo demás es locura. Háblame, embriágame. ¿No es verdad, sol de mi cielo, que es dulce amar y saber que se nos ama de rodillas? ¿Y ser dos, y estar solos, y hablar de amor entre los velos de la noche, cuando todo duerme, sueña y calla? ¡Oh! Déjame dormir y soñar en tu seno, sol de mi alma, alma mía...

(Tañido de campanas.)

D.ª Sol (Levantándose asustada.)—¿Oyes? ¡Tocan á rebato!

Hernani (Aún á sus piés.)—No; tocan á nuestras bodas.

(Arrecia el campaneo. Gritos confusos. Antorchas en las calles, luces en las ventanas.)

D.ª Sol.—Levántate y ponte en salvo. ¡Gran Dios! Se incendia la ciudad.

Hernani.—Tendremos boda con antorchas.

(Choque de espadas y gritos.)

D.ª Sol.—Es la boda de los muertos.

Hernani (Reclinándose en el banco.)—Volvamos á soñar.

Un montañés (Corriendo, espada en mano.)—Señor, los esbirros, los alcaldes, desembocan en la plaza en tropel. ¡Alerta, señor!

D.ª Sol.—¡Ah! ¡Bien decías!

(Hernani se levanta.)

El montañés.—¡Socorro!

Hernani.—Aquí estoy. No temas.

Gritos confusos (fuera).—¡Muera el bandido!

Hernani (Al montañés.)—Tu espada. (Á Sol.) Adiós, pues.

D.ª Sol.—¡Yo causé tu perdición! ¿Adónde vas? (Indicándole la puerta pequeña.) Ven, huyamos por esta puerta.


D.ª Sol.—Ven, huyamos...

Hernani.—¿Qué dices? ¡Abandonar á mis amigos!

(Tumulto.)

D.ª Sol.—¡Esos clamores me espantan! (Reteniendo á Hernani.) No olvides que si tú mueres, muero yo.

Hernani (Teniéndola abrazada.)—Un beso...

D.ª Sol.—¡Hernani, esposo mío, dueño mío!

Hernani (Besándole la frente.)—El primero.

D.ª Sol.—Acaso el último.

(Parte Hernani, y Sol cae sobre el banco.)


Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves

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