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ESCENA IV

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HERNANI, DOÑA SOL

(Contempla Hernani con mirada fría y como distraída el cofrecillo nupcial de encima la mesa y fulguran sus ojos.)

Hernani.—Os doy el parabién. Me encanta el adorno... me encanta... (Acercándose al cofrecillo.) El anillo nupcial es de buen gusto... la corona ducal admirable... el collar, precioso... los brazaletes, bellísimos; pero cien veces, cien veces menos que la mujer que en seno tan blanco oculta un corazón tan negro. Y ¿qué habéis dado por todo esto? Un poco de vuestro amor. ¡Gran Dios! ¡Engañar así, no tener vergüenza y vivir! Pero al cabo, al cabo tal vez sean falsas estas perlas, cobre el oro, vidrio y plomo los diamantes, y falsos los zafiros y falso todo. ¡Ah! Si es así, duquesa, como estas joyas, es falso tu corazón y no eres más que oropel. Pero no, todo es fino y bueno y bello. Collar, brillantes, pendientes, corona, anillo nupcial... nada falta. ¡Magnífico regalo! Y á fe que lo merece amor tan seguro, tan fiel, tan profundo.

D.ª Sol.—No has llegado al fondo. (Registra ella misma y saca un puñal.) Es el puñal que arrebaté al rey cuando me ofrecía un trono, que desprecié yo por quien ahora me ultraja.

Hernani (Cayendo á sus piés.)—¡Oh! Deja que de rodillas recoja las lágrimas que lloran tus tristes cuanto bellos ojos. Después, por esas lágrimas, toma tú toda mi sangre.

D.ª Sol.—Te perdono, Hernani; pero no olvides nunca que todo mi amor es tuyo.

Hernani.—¡Me ha perdonado y me ama! ¡Oh! Quisiera saber dónde pisas para besar el suelo.

D.ª Sol.—¡Oh!

Hernani.—No, yo debo serte odioso; pero escucha, dime otra vez que me amas; calma un corazón que duda: dímelo por piedad, porque muchas veces con tan pocas palabras han curado hondas heridas los labios de una mujer.

D.ª Sol.—¡Creer que fuera tan olvidadizo mi amor! ¡No recordar, no saber que nunca jamás ninguno de esos hombres sin gloria podría ocupar un corazón lleno de Hernani!

Hernani.—He blasfemado. Cualquiera en tu lugar se hubiera cansado ya de este loco furioso, que no sabe acariciar, sino después de haber ofendido, y le hubiera dicho: ¡Basta! ¡Vete! Recházame, recházame. Yo te bendeciré, porque has sido bondadosa y dulce siempre conmigo, porque me has sufrido demasiado tiempo, porque soy un malvado oscureciendo, manchando tu luz con mis sombras. Sí, es demasiado ya: tu alma es bella y noble y pura, y si yo soy malo, ¿acaso es tuya la culpa? Sé esposa del duque; es bueno y rico: sé feliz con él. No olvides lo que esta mano puede ofrecerte: un dote de dolores. La proscripción, los hierros, la muerte, el espanto que me cerca: tal sería tu collar, tal tu corona. Sé esposa del anciano, te repito. Y él lo merece más. ¿Cómo casar tu pura frente con mi cabeza proscrita? ¿Quién, viéndonos unidos, á ti tranquila y bella, á mí violento y fiero, á ti apacible, limpia como blanca azucena, á mí, á mí airado, sombrío, azotado por tantas tempestades; quién diría que nuestra suerte sigue la misma ley? No, Dios que lo hace bien todo, no te hizo á ti para mí. No me concedió el cielo derecho ninguno sobre ti; me resigno: poseer tu corazón sería un robo, y se lo restituyo al más digno. Jamás consintió el cielo en nuestro amor; y mentí, si te dije que era nuestro destino, mentí. Amor, venganza, ¡adiós! Se acabó todo: me voy avergonzado de no haber podido vengarme ni ser feliz. ¡Y que naciera para odiar yo que no he sabido más que amar! Perdóname, huye de mí: es ya mi único ruego; no lo desoigas, porque es también el último. Tú vives y yo muero. No veo por qué razón habrías tú de enterrarte conmigo.

D.ª Sol.—¡Ingrato!

Hernani.—¡Montes de Aragón! ¡Galicia! ¡Extremadura! ¡Oh! Yo llevo la desgracia á todo lo que me rodea. Os quité vuestros mejores hijos; sin remordimiento les hice pelear por mis derechos y murieron. Eran los más bravos de la heróica España. Y cayeron, cayeron todos heridos en el pecho. He aquí lo que hago yo con todo lo que se me une. No, no es para ti unión esta de que debas tener celos. Cásate con el duque, con el diablo del Rey... enhorabuena: todo lo que no sea yo vale más que yo. Ni un amigo tengo que se acuerde de mí; todos me abandonan: tiempo es ya de que te llegue tu vez, porque debo quedar solo. Huye de mi contagio. ¡Oh! por piedad de ti huye de él. Acaso me creas un hombre como son los demás, un sér inteligente, que corre derecho al fin que se propuso. Desengáñate. Soy una fuerza que va, un agente ciego y sordo de fúnebres misterios, un alma formada de tinieblas. ¿Adónde voy? No lo sé. Pero me siento empujado por soplo impetuoso, por un loco destino, y bajo y bajo sin detenerme nunca. Si jadeante á veces vuelvo la cara atrás, oigo una voz que me grita: ¡Adelante! Y el abismo es profundo; y de fuego ó de sangre, lo veo todo rojo allá en lo hondo. Entre tanto, á una y otra mano de mi vertiginoso camino, todo se rompe, y muere todo. ¡Ay, del que me toca! ¡Oh! huye, aléjate de mi fatal camino, pues sin querer, doña Sol, te haría daño.

D.ª Sol.—¡Dios mío!

Hernani.—El ángel de mi guarda ha de ser un demonio poderoso; mi felicidad es el único prodigio que le es imposible. Y tú eres la felicidad; no eres para mí. Toma otro esposo; y si algún día el cielo se aplacara... ¡Qué ironía! No, no lo esperes. Cásate con el duque.

D.ª Sol.—No era bastante haberme desgarrado el corazón y ahora me lo arrancas. ¡Ah! no me amas.

Hernani.—¡Oh! mi corazón eres tú, mi alma eres tú, el ardiente foco que á mí me da luz y calor eres tú; pero no he debido hablarte así: no me quieras mal por eso.

D.ª Sol.—No, pero moriré.

Hernani.—¡Morir tú! ¿Por quién? ¿Por mí? ¿Habrías de morir por tan poco?

D.ª Sol (Rompiendo á llorar.)—Moriré.

(Cae en una silla.)

Hernani (Acudiendo.)—¡Oh! ¡Lloras! Y siempre por culpa mía. ¿Quién me castigará, ya que tú siempre me perdonas? ¿Quién, á lo menos, pudiera hacerte ver lo que yo sufro, cuando una lágrima extingue la luz de tus ojos, que es la única luz del alma mía? Pero han muerto mis amigos; estoy loco... perdóname otra vez. Quisiera amar y no sé; y, sin embargo, me estoy muriendo de amor. No llores: muramos antes. ¡Que no tuviera yo un mundo que poner á tus piés! ¡Pero soy tan pobre!...

D.ª Sol (Abrazándole.)—¡Oh! tú eres mi león soberbio y generoso, y yo... yo amo á mi león.

Hernani.—¡Oh! El amor sería un bien supremo, si pudiéramos morirnos á fuerza de amar. ¿Quién de los dos se hubiera muerto antes?

Los dos á la vez.—Yo.

Hernani (Con desesperación.)—¡Oh, cuán dulce me sería una puñalada tuya!

D.ª Sol.—¡Ah! ¿No temes que te castigue Dios?

Hernani (Apoyando la frente en su seno.)—Pues bien, que Dios nos una. Tú lo quieres así, así sea. Yo he resistido.

(Se contemplan extasiados sin ver ni oir nada en torno. Entra don Ruy por el fondo, los ve y se detiene como petrificado.)

Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves

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