Читать книгу Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves - Victor Hugo - Страница 9

ESCENA II

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DOÑA JOSEFA, DON CARLOS, oculto, DOÑA SOL, luégo HERNANI

D.ª Sol.—¿Josefa?

D.ª Josefa.—Señora mía.

D.ª Sol.—¡Ah! Temo una desgracia.

D.ª Josefa.—¿Y por qué?

D.ª Sol.—Hernani debería estar ya aquí.

(Óyense pasos hacia la puerta secreta.)

D.ª Josefa.—Aquí está ya.

D.ª Sol.—Abre antes que llame.

(La dueña abre la puerta y entra Hernani con capa y sombrero. Debajo de la capa, un traje de montañés de Aragón, pardo, con coraza de cuero. Al cinto un puñal, una espada y un cuerno de caza.)

D.ª Sol (Corriendo á él.)—¡Hernani!

Hernani.—¡Sol de mi vida! ¡Ah! por fin te veo y la voz que me habla es tu voz. ¿Por qué me tiene la suerte tan alejado de ti? ¡Tengo tanta necesidad de verte para olvidar á los demás!...

D.ª Sol (Tocando su capa.)—¡Jesús! ¡Qué mojado! ¿Llueve mucho?

Hernani.—No lo sé.

D.ª Sol.—Tendrás frío.

Hernani.—No.

D.ª Sol.—Quítate la capa.

Hernani.—Sol de mi vida, dime, cuando inocente y pura reposas por la noche, y plácido y tranquilo entorna tus ojos el sueño entreabriendo la rosa de tus labios, ¿no te dice un ángel, alma mía, cuán dulce es tu amor para el infeliz á quien todos abandonan y rechazan?

D.ª Sol.—¡Ah!... ¡Cuánto has tardado! Dime ¿tienes frío?

Hernani.—¿Á tu lado? ¡Ah! Cuando el amor celoso hierve en nuestras cabezas, cuando hierven en el corazón mil tempestades, ¿qué importa lo que una nube del aire puede arrojar á nuestro paso?

D.ª Sol.—Dame, dame la capa y la espada.

Hernani (Llevando la mano al pomo.)—No; es la otra amiga mía, inocente y fiel también. Sol de mis ojos, ¿está ausente tu tío, y futuro esposo?

D.ª Sol.—Sí, esta hora nos pertenece.

Hernani.—¡Esta hora nada más! Para nosotros sólo una hora. ¿Qué importa? Fuerza es olvidar ó morir. ¡Una hora contigo! ¡Una hora para quien querría toda la vida y después la eternidad!

D.ª Sol.—Hernani...

Hernani (Con despecho.)—¡Cuán feliz soy cuando el duque sale! Como un ladrón que tiembla forzando una puerta, así entro yo á verte y robo al anciano una hora de dicha. ¡Oh! ¡Soy muy dichoso! ¡Y sin duda llevaría á mal que le robe yo una hora, cuando me roba él á mí la vida!

D.ª Sol.—Cálmate. (Entregando la capa á la dueña.) Josefa, ponla á secar. (Haciendo á Hernani una seña mientras la dueña se va.) Ven á mi lado.

Hernani (Sin oirla.)—¿El duque está ausente?

D.ª Sol.—Bien mío, no pienses más en él.

Hernani.—¡Ah! No; fuerza es recordarle. El anciano te ama... es tu futuro esposo. ¡Cómo! ¡Te dió el otro día un beso y no pensaré en él!

D.ª Sol (Riendo.)—¿Y eso te desespera? Un beso de tío, casi de padre.

Hernani.—No, un beso de amante, de futuro esposo. ¡Ah! ¡Viejo insensato que, teniendo necesidad de una mujer para acabar de morirse, va como fiero y frío espectro á tomar una joven! ¡Insensato viejo! Mientras con una mano se agarra á la tuya, ¿no ve á la muerte que le agarra la otra? Ha venido á interponerse temerariamente entre nosotros. ¡Pobre hombre! Más le valiera haber muerto de una vez. ¿Quién diablos pensó en semejante matrimonio?

D.ª Sol.—Dicen que el rey lo quiere.

Hernani.—¡El rey! Mi padre murió en el cadalso, condenado por el suyo, y aunque haya envejecido después de aquella inmolación, para la sombra del difunto rey, para su hijo vivo, para su viuda, para todos los suyos, mi odio es siempre nuevo. Muy niño aún hice el juramento de vengar en el hijo la muerte de mi padre. Por todas partes, rey de las Castillas, por todas partes te busco, porque el odio es eterno entre ambas familias. Nuestros padres lucharon sin tregua ni piedad por espacio de treinta años. Y es en vano que los padres hayan muerto: su odio vive. Para ellos no ha venido la paz, porque los hijos viven y continúa el duelo á muerte. ¡Y es él quien quiere ese execrable himeneo! ¡Mejor que mejor! Yo le buscaba y viene él á ponerse en mi camino.

D.ª Sol.—Hernani, me espantas.

Hernani.—Cargado con el peso de un anatema, preciso es que llegue hasta á espantarme á mí mismo. Escucha: el hombre á que tan joven te han destinado, Ruy de Silva, tu tío, es duque de Pastrana, rico hombre de Aragón, conde y grande de España. Á falta de juventud, puede traerte tanto oro y joyas que reluzca tu frente entre las frentes reales, y por la gloria, la opulencia y el orgullo, más de una reina envidiará á su duquesa. Yo, por mí, soy pobre, y no tuve en mi niñez más que los bosques, á donde huía descalzo. Acaso tengo algún rico blasón que una mancha de sangre ahora deslustra; acaso tengo derechos, sepultados en las sombras, que un negro paño de patíbulo oculta aún entre sus pliegues, y que si mi esperanza no se engaña, podrán brillar un día con mi espada, pero hasta ahora no he recibido del avaro cielo más que el aire, la luz y el agua, que es el dón común á todos. Permite que te libre del duque ó de mí; has de elegir entre los dos: ó ser su esposa ó seguirme.

D.ª Sol.—¡Seguirte!

Hernani.—Entre nuestros rudos compañeros, como yo proscritos, cuyos nombres conoce ya el verdugo, hombres de corazón y de hierro que nunca se enmohecen, teniendo todos ellos agravios de sangre que vengar, vendrás tú á ser la reina de mi banda, porque has de saber que yo no soy más que un bandolero. Cuando todos me perseguían en ambas Castillas, solo, en sus bosques y montañas, tuve que buscar seguro asilo y Cataluña me acogió como una madre. Allí entre sus montañeses, pobres, pero altivos y libres, fuí creciendo, y mañana, si mi aliento hace resonar esta bocina, acudirán en són de guerra tres mil de sus valientes. ¡Te estremeces! Aún puedes reflexionarlo bien. Seguirme por bosques y montes y arenales, entre hombres parecidos á los demonios de tus pavorosos sueños; sospechar de todo, de las miradas, de las palabras, de los pasos, del ruido; oir silbar las balas de los mosquetes persiguiendo vidas, anunciando muertes; estar proscrita como yo y conmigo andar errante, y si es preciso, seguirme adonde seguiré yo á mi padre, al patíbulo... esta será tu suerte.

D.ª Sol.—Te seguiré.

Hernani.—El duque es rico, grande, honrado, sin sombra ninguna en el escudo de su casa; el duque lo puede todo y te ofrece, con su mano, tesoros, títulos, esplendor, dicha...

D.ª Sol.—Partiremos mañana. ¡Oh mi Hernani! no me vituperes por mi extraña audacia. ¿Eres mi demonio ó mi ángel? No lo sé; pero soy tu esclava. Vé adonde quieras: contigo iré; que partas ó te quedes, tuya, tuya soy. Y ¿por qué así? Lo ignoro; pero tengo necesidad de verte, y de verte más y de verte siempre. Cuando se pierde el ruido de tus pasos, creo que no late ya mi corazón; me faltas tú y me siento ausente de mí misma; pero cuando esos pasos vuelven de nuevo á sonar en mis oídos ansiosos, entonces recuerdo que existo y siento volver á mí el alma fugitiva.

Hernani (Estrechándola en sus brazos.)—¡Ángel mío!

D.ª Sol.—Mañana á media noche ¿eh? Trae tu gente debajo de mi ventana. Darás tres golpes y... descuida, seré osada y fuerte.

Hernani.—Ya sabes quien soy.

D.ª Sol.—¿Qué importa? Te seguiré.

Hernani.—No: ya que quieres seguirme, débil mujer, bueno es que sepas qué nombre, qué título, qué alma, qué destino hay oculto en el pastor Hernani...

D. Carlos (Abriendo con estrépito la puerta del armario.)—¿Cuándo vais á acabar de referir vuestra historia? ¿Creéis que está uno cómodamente en este armario?

(Retrocede sorprendido Hernani, á la vez que Sol da un grito y se refugia en sus brazos mirando con espanto á don Carlos.)

Hernani (Echando mano á su espada.)—¿Qué hombre es ese?

D.ª Sol.—¡Cielos! ¡Socorro!

Hernani.—Callad, doña Sol. Cuando estoy yo á vuestro lado, suceda lo que quiera, no tenéis que reclamar más defensa que la mía. (Á don Carlos.) ¿Qué hacíais ahí?

D. Carlos.—¿Yo? Pues á lo que parece no cabalgaba por el bosque.

Hernani.—Quien se chancea, después de la afrenta, se expone á dar qué reir también á su heredero.

D. Carlos.—Á cada cual le llega su vez. Señor mío, hablemos en plata. Vos amáis á doña Sol y venís todas las noches á miraros en el espejo de sus ojos: está muy bien. Pero yo amo también á la dama y quiero conocer á quién he visto entrar tantas veces por la ventana, mientras yo estaba á la puerta.

Hernani.—Pues, por mi honor, os he de hacer salir por donde yo entro.

D. Carlos.—Lo veremos. Yo ofrezco mi amor á la dama: compartamos. He visto en su bella alma tal y tanta ternura que á buen seguro tiene harto para los dos. Esta noche quise acabar mi empeño, y sorprendido por vos, á lo que pude entender, me escondo aquí y escucho, para no ocultaros nada; pero oía muy mal y me ahogaba muy bien. Fuera de que estaba echando á perder mi traje á la francesa; conque... he salido.

Hernani.—Mi daga tampoco está á su gusto y rabia por salir también.

D. Carlos (Saludando.)—Como queráis, caballero.

Hernani (Sacando su espada.)—¡En guardia!

D. Carlos (Desnudando también la suya.)—En guardia, pues.

D.ª Sol (Interponiéndose.)—¡Dios mío! ¡Hernani!

D. Carlos.—Tranquilizaos, señora.

Hernani (Á don Carlos.)—¿Vuestro nombre?

D. Carlos.—¡Bah! Dadme el vuestro.

Hernani.—¡Secreto fatal! Lo guardo para otro, que ha de sentir un día á mis plantas vencedoras mi nombre en su oído y mi daga en su corazón.

D. Carlos.—¿Y cuál es el nombre de ese otro?

Hernani.—¿Qué os importa? Defendeos.

(Cruzan las espadas. Doña Sol cae desfallecida. Al mismo tiempo llaman á la puerta.)

D.ª Sol (Levantándose con espanto.)—¡Dios mío! ¡Llaman á la puerta!

(Detiénense los combatientes. Entra Josefa por la puerta secreta.)

Hernani (Á Josefa.)—¿Quién llama así?

D.ª Josefa.—¡Virgen de las Angustias! ¡Qué conflicto! ¡El duque que regresa!

D.ª Sol.—¡Cielos! ¡Estoy perdida! ¡Infeliz de mí!

D.ª Josefa (Reconociendo el campo.)—¡Jesús! ¡El desconocido! ¡Las espadas desnudas! ¡Se estaban batiendo! ¡Qué apuros!

(Los dos adversarios envainan sus aceros. Don Carlos se cala el sombrero y se emboza hasta los ojos. Siguen llamando.)

Hernani.—¿Qué hacemos?

Una voz (Por fuera.)—¡Sol, abre esta puerta!

(La dueña da un paso hacia la puerta y Hernani la detiene.)

Hernani.—No abráis.

D.ª Josefa (Sacando su rosario.)—¡Santiago apóstol! ¡Sacadnos en bien de este mal paso! (Siguen llamando.)

Hernani (Indicando el armario á don Carlos.)—Ocultémonos ahí.

D. Carlos.—¿En el armario?

Hernani.—Entrad, yo me encargo de que los dos quepamos.

D. Carlos.—¡Pardiez! Es demasiado ancho.

Hernani.—Huyamos por allí. (Por la puerta secreta.)

D. Carlos.—Huid vos; yo me quedo aquí.

Hernani.—¡Ah! Me pagaréis esta jugada.

D. Carlos (Á Josefa.)—Abrid la puerta.

Hernani.—¿Qué dice?

D. Carlos (Á la dueña indecisa.)—Que abráis, os mando.

(Siguen llamando. La dueña va á abrir temblando.)

D.ª Sol.—¡Estoy muerta!

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