Читать книгу Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves - Victor Hugo - Страница 16

ESCENA III

Оглавление

DON CARLOS, DOÑA SOL, HERNANI

Hernani.—¡Oh! El cielo me es testigo que hubiera ido de buen grado á buscarlo más lejos.

D.ª Sol.—Hernani, sálvame.

Hernani.—Cálmate, vida mía.

D. Carlos.—¿Qué diablos hacen mis amigos por allá? ¡Haber dejado pasar á este capitán de bandoleros! (Llamando.) ¡Monterey!

Hernani.—Vuestros amigos están en poder de los míos. No reclaméis la ayuda de sus espadas impotentes: para tres que vinieran á ayudaros, vendrían á ayudarme á mí sesenta, y vale cualquiera de ellos por vosotros cuatro. Así, arreglemos los dos solos nuestras cuentas. ¡Conque pusisteis la mano en esta doncella! Ha sido una imprudencia, señor rey de Castilla, y una cobardía.

D. Carlos (Con desdén.)—Señor bandido, de vos á mí no hay reproche.

Hernani.—¡Se chancea! ¡Oh! Yo no soy rey; pero cuando un rey me agravia y se chancea además, se me sube á mí la cólera á la altura de su orgullo. Y cuenta que en afrentándome se teme más al rubor de mi frente que á la púrpura de un rey. Sois un insensato, si abrigáis la más mínima esperanza. (Agarrándolo del brazo.) ¿Conocéis bien la mano que os aprieta? Escuchad. Vuestro padre hizo morir al mío, y os odio. Me habéis quitado mis bienes y mis títulos, y os odio. Amáis á la mujer que yo amo, y os odio, os odio, os odio con toda mi alma.

D. Carlos.—Bien está.

Hernani.—Esta noche, sin embargo, ni me acordaba de vos: sólo sentía un anhelo, un ardor, una necesidad: doña Sol. Y anheloso y ardiente de amor vengo y... ¡por vida mía! os encuentro en vías de robármela. ¡Cuando ya os había olvidado, os interponéis vos mismo en mi camino! Señor rey de Castilla, os repito que sois un insensato. Caísteis en vuestras propias redes: ni fuga, ni socorro. ¡Oh te tengo asediado! Solo, rodeado por todas partes de encarnizados enemigos ¿qué has de hacer?

D. Carlos (Con altivez.)—¿También me interrogáis?

Hernani.—¡Bah! ¡bah! No quiero que un brazo oscuro te hiera. Ni quiero que se me escape mi venganza. Nadie te tocará, sino yo. Defiéndete.

(Saca su espada.)

D. Carlos.—Yo soy vuestro rey y señor. Matadme, sea; pero sin duelo.

Hernani.—Pronto has olvidado que anoche tu espada se cruzó con la mía.

D. Carlos.—Anoche ignoraba yo vuestro nombre, y vos ignorabais también mi jerarquía. Hoy vos sabéis quién soy yo, y yo quién sois vos.

Hernani.—Enhorabuena. Defiéndete.

D. Carlos.—No acepto el duelo. Asesinadme.

Hernani.—Pero ¿crees tú que los reyes son para mí sagrados? ¡Á ver si te defiendes!

D. Carlos.—Asesinadme: no me defiendo. ¡Ah! ¿Creéis, bandidos, que vuestras viles gavillas pueden extenderse impunemente por las ciudades? (Hernani retrocede. Don Carlos le mira con ojos de águila.) ¿Creéis que manchados de sangre y cargados de crímenes, podréis, después de todo, pasar por generosos? ¿Creéis que nosotros, víctimas de vuestras violencias, hemos de ennoblecer vuestros puñales con el choque de nuestras espadas? No; el crimen os posee y por donde quiera lo arrastráis. ¡Duelos con vosotros! No, no: asesinad.

(Hernani, sombrío y pensativo, vacila un momento en herir. De repente quiebra la espada contra el suelo y se vuelve hacia el rey.)

Hernani.—Vete. Mejores encuentros tendremos. Vete, pues.

D. Carlos.—Está bien. Dentro de algunas horas, yo vuestro rey, volveré al palacio ducal y mi primer cuidado será llamar al juez. ¿Han puesto á precio vuestra cabeza?

Hernani.—Sí.

D. Carlos.—Bien. Desde hoy os tengo por rebelde y traidor. Por todas partes he de perseguiros. Estáis avisado. Voy á decretar vuestra proscripción del reino.

Hernani.—Ya está decretada.

D. Carlos.—Otra vez más.

Hernani.—Por fortuna, Francia está cerca y me servirá de asilo.

D. Carlos.—Voy á ser emperador de Alemania y quedaréis proscrito del imperio.

Hernani.—Me queda el resto del mundo, para seguir odiándote.

D. Carlos.—¿Y si fuera mío el mundo?

Hernani.—Entonces... entonces me quedaría la tumba.

D. Carlos.—Bien, yo sabré desbaratar tus maquinaciones insolentes y rebeldes.

Hernani.—La venganza es coja y llega á paso lento; pero llega.

D. Carlos (Con desdén.)—¡Tocar á la dama que adora á un bandido!

Hernani.—Recuerda que aún estás en mi poder, y piensa, futuro César, piensa que si apretara esta mano harto generosa, aplastaría en el huevo tu águila imperial.

D. Carlos.—¡Á ver si os atrevéis!

Hernani.—¡Vete! ¡vete!... Huye de aquí; pero toma antes mi capa. (Se quita la capa y la echa á los hombros del rey.) Sin ella, te caería encima algún puñal. (Envuélvese el rey en la capa del bandido.) Ahora parte sin temor. Mi sedienta venganza hace sagrada tu cabeza para otro que yo.

D. Carlos.—Ya que me habláis así, no me pidáis nunca gracia ni perdón.

(Vase.)

Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves

Подняться наверх