Читать книгу Dramas: Hernani; El Rey se divierte; Los Burgraves - Victor Hugo - Страница 3
ОглавлениеPrólogo
El autor de este drama escribía, hace algunas semanas, á propósito de la prematura muerte de un poeta:
«En estos momentos de lucha y tormenta literaria ¿á quién hemos de compadecer, á los que mueren ó á los que combaten? Triste es sin duda ver á un poeta de veinte años que se va, una lira que se rompe, un porvenir que se desvanece; pero ¿no es algo también el reposo? Á los hombres sobre cuya cabeza se acumulan sin cesar calumnias, injurias, odios, celos, malos manejos, sordas intrigas, bajas traiciones; hombres leales á los que se hace una guerra desleal; hombres de abnegación que sólo querrían dotar al país de una libertad más, la libertad del arte, la libertad de la inteligencia; hombres laboriosos que persiguen pacíficamente su obra de conciencia, víctimas, por una parte, de viles maquinaciones de censura y policía, y por otra, de la ingratitud hasta de los mismos para quienes trabajan, ¿no les es permitido volver á veces la cabeza con envidia hacia los que han caído detrás de ellos y duermen en el sepulcro? Invideo, decía Lutero en el cementerio de Worms, invideo quia quiescunt.
»Sin embargo ¿qué importa? ¡Jóvenes, valor! Por rudo que se nos quiera hacer el presente, el porvenir será bello. El romanticismo tantas veces mal definido, no es en suma, y esta es su definición real, mirándolo sólo por su aspecto militante, sino la libertad en literatura. La mayoría de los hombres pensadores empieza á comprenderlo así, y muy en breve, porque la obra está ya muy adelantada, muy en breve la libertad literaria será tan popular como la libertad política. La libertad en el arte, la libertad en la sociedad, he aquí el doble objeto á que deben aspirar igualmente los espíritus consecuentes y lógicos; he aquí la doble bandera que reune, á excepción de muy pocos ingenios (que se iluminarán también) toda la juventud tan fuerte y paciente hoy; después con la juventud, y á su frente, lo más selecto de la generación que nos ha precedido, todos esos sabios ancianos, que después del primer momento de desconfianza y de examen, han reconocido que lo que hacen sus hijos es consecuencia de lo que ellos mismos hicieron, y que la libertad literaria es hija de la libertad política. Este principio es el del siglo y prevalecerá á buen seguro. Los ultras de todo género, clásicos ó monárquicos, se prestarán en vano mutuo auxilio para reconstruir con todas sus piezas el antiguo régimen, sociedad y literatura: cada progreso del país, cada desenvolvimiento de las inteligencias, cada paso de la libertad dará en tierra con su obra. Y, en definitiva, sus esfuerzos de reacción habrán sido útiles. En revolución todo movimiento hace adelantar. La verdad y la libertad tienen la excelencia de que todo lo que se hace por ellas y todo lo que contra ellas se hace les sirve igualmente. Ahora bien, después de tantas y tan grandes cosas como hicieron nuestros padres y nosotros hemos visto, hemos salido de la antigua forma social. ¿Cómo no saldríamos de la antigua forma poética? Á pueblo nuevo arte nuevo. Admirando y todo la literatura de Luís XIV, tan bien adaptada á su monarquía, sabrá tener su literatura propia y personal y nacional, esta Francia de hoy, esta Francia del siglo XIX, á quien Mirabeau forjó su libertad y Napoleón su poder[1].»
[1] Carta á los editores de las Poesías de M. Dovalle.
Perdónese al autor de este drama citarse á sí mismo aquí: sus palabras tienen tan escasamente el dón de grabarse en los espíritus que muy á menudo tendrá necesidad de repetirlas. Por lo demás, no está hoy fuera de propósito exponer de nuevo á la vista de los lectores las dos páginas que acaban de transcribirse. No es decir que este drama pueda en manera alguna merecer el bello nombre de arte nuevo, de nueva poesía; lejos de eso; consigno tan sólo que el principio de la libertad en literatura acaba de dar un paso y de realizar un progreso, no en el arte, pues este drama vale poco, sino en el público; en este concepto á lo menos, una parte de los pronósticos hechos más arriba acaban de cumplirse.
Había peligro, efectivamente, en cambiar así de repente el público, en arriesgar en el teatro tentativas confiadas hasta ahora sólo al papel que lo sufre todo; el público de los libros es muy diferente del público de los espectáculos y se podía temer que el segundo rechazara lo que el primero había aceptado. No ha sido así. El principio de la libertad literaria, ya comprendido por la gente que lee y medita, no ha sido menos completamente adoptado por la inmensa multitud ávida de las puras emociones del arte, que inunda todas las noches los teatros de París. Esa alta y poderosa voz del pueblo, que semeja la de Dios, quiere que de hoy más la poesía tenga la misma divisa que la política: tolerancia y libertad.
Ahora venga el poeta: ya hay público.
Y el público quiere esta libertad, tal como debe ser, conciliándose con el orden en el Estado, con el arte en la literatura. La libertad tiene una prudencia que le es propia y sin la cual no es completa. Bueno es que las antiguas reglas de Aubignac mueran con las antiguas costumbres de Cujas, y todavía mejor que á una literatura cortesana suceda una literatura popular, pero sobre todo que se encuentre una razón interior en el fondo de todas estas novedades. Que el principio de la libertad haga su negocio pero que lo haga bien. En literatura como en sociedad, nada de etiqueta, nada de anarquía: leyes. Ni talones rojos, ni gorros rojos.
Eso es lo que quiere el público y quiere bien. En cuanto á nosotros, por deferencia á ese público, que con tanta indulgencia ha recibido un ensayo tan poco meritorio, le damos este drama hoy tal como se ha representado. Acaso llegue el día de publicarlo tal como lo concibió el autor, indicando y discutiendo las modificaciones que la escena le ha hecho sufrir. Estos pormenores de crítica quizá no carezcan de interés ni de enseñanza, pero hoy parecerían minuciosos. La libertad en el arte está admitida; la cuestión principal está resuelta. ¿Á qué detenerse en cuestiones secundarias? Algún día volveremos al asunto y hablaremos también muy detalladamente combatiendo con la fuerza del raciocinio y de los hechos, la censura dramática que es el único obstáculo á la libertad del teatro ahora que no lo hay ya en el público. Procuraremos, á nuestro cargo y riesgo, y por devoción á las cosas del arte, caracterizar los mil abusos de esa especie de inquisición del espíritu, que tiene como el otro Santo Oficio, sus jueces secretos, sus enmascarados verdugos, sus torturas, sus mutilaciones y su pena de muerte. Y, á ser posible, desgarraremos los tenebrosos velos de esa policía que con vergüenza nuestra amordaza al teatro en el siglo XIX.
Hoy no debe haber lugar sino para el reconocimiento y la gratitud, y al público se dirige el autor de este drama dándole las gracias desde lo hondo de su corazón. Esta obra, no de talento, sino de conciencia y libertad, ha sido generosamente protegida por el público contra muchas enemistades, porque el público es también concienzudo y libre. Gracias, pues, le sean dadas, é igualmente á esa potente juventud que ha prestado ayuda y favor á la obra de un joven sincero é independiente como ella. Para ella principalmente trabaja, porque sería altísima gloria merecer los aplausos de esa escogida reunión de jóvenes, entendidos, consecuentes, lógicos, verdaderamente liberales, así en literatura como en política, noble generación que no rehusa abrir ambos ojos á la verdad y recibir la luz por los dos lados.
De su obra en sí misma, no hablará: acepta las críticas que de ella se han hecho, así las más severas, como las más benévolas, porque de todas se puede sacar provecho. No se atreve á creer que todo el mundo haya comprendido de pronto ese drama cuya verdadera clave es el Romancero General, y rogaría de buen grado á las personas á quienes haya podido chocar la obra que vuelvan á leer el Cid, Don Sancho, Nicomedes, ó más bien todo Corneille y todo Molière, grandes y admirables poetas. Esta lectura los hará menos severos al juzgar ciertas cosas que hayan podido extrañar en el fondo ó en la forma de Hernani. En fin, acaso no ha llegado el momento de juzgarlo. Hernani no es hasta aquí más que la primera piedra de un edificio que existe del todo construído en la mente de su autor, y cuyo conjunto puede sólo dar valor á este drama. Tal vez no parezca mal un día la idea que le ha pasado por la cabeza de poner, como el arquitecto de Bourges, una puerta morisca á su catedral gótica.
Entre tanto, lo que ha hecho es bien poco, harto lo sabe. ¡Pluguiera á Dios que no le faltaran las fuerzas para rematar su obra, que no valdrá hasta que esté concluída! No pertenece el autor al número de aquellos privilegiados poetas que pueden morir ó interrumpir la suya antes de haber acabado, sin peligro para su memoria; no es de los que permanecen grandes, aun sin haberla completado, hombres dichosos de quienes puede decirse lo que de Cartago bosquejada decía Virgilio:
Pendent opera, interrupta, minæque
Murorum ingentes!
9 Marzo 1830.