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LAS PARTICULARIDADES DEL CAMPO VISUAL

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Nuestro campo visual, es decir, la porción del espacio que cada ojo es capaz de ver, es muy amplio. Aunque, debido a la distribución desigual de los distintos tipos celulares en la retina, también es asimétrico. Además, a esto hay que sumarle el relleno que se produce en el punto ciego, donde comienza el nervio óptico.

Por ello, en realidad, solo tenemos buena agudeza visual en la fóvea, de la que ya hemos hablado, una región central de la retina provista de una densidad muy alta de fotorreceptores (conos) y que solamente representa un 2 % del total de la superficie retiniana. En el resto de la retina, la agudeza es tan baja que, si careciésemos de fóvea, seríamos declarados legalmente ciegos.

Esta distribución tan asimétrica de la agudeza visual da lugar a que la mirada se acompañe siempre de una visión periférica mucho menos nítida, que no capta tantos detalles.

Por ejemplo, cuando miramos a alguien a la cara, la visión central prácticamente se fija solo en los ojos o en algún otro aspecto concreto, como la nariz o la boca, mientras que el resto permanece como en una nube de baja resolución.

Otro ejemplo muy ilustrativo de la distinta interpretación que se obtiene comparando la visión central con la visión periférica nos lo da Margaret Livingstone en su libro de 2002, ya citado en páginas anteriores.26 En él realiza un estudio sobre la pintura más famosa de Leonardo da Vinci, La Gioconda, también llamada La Mona Lisa. Pues bien, cuando centramos la mirada en los ojos de la figura femenina, la visión de la boca se sitúa en la periferia, mucho menos precisa. Entonces vemos que las sombras que rodean la boca realzan su curvatura generando la percepción de una sutil sonrisa. Por el contrario, cuando miramos directamente la boca, la visión central es capaz de diferenciar las sombras de la comisura de los labios, y entonces la sonrisa se desvanece.

Al hecho de que solamente tengamos buena agudeza visual en la fóvea, hay que añadirle el que las neuronas retinianas detectan y procesan información principalmente cuando hay cambios en la escena; en caso contrario, las células receptoras se adaptan y desconectan. Esto se debe a que en la retina los pigmentos de los fotorreceptores se agotan cuando absorben luz, de tal forma que necesitan un instante de oscuridad para regenerarse.

Por todo esto, la única manera de «ver» las imágenes estáticas y analizar una escena en su totalidad es realizar movimientos oculares, mover continuamente los ojos para evitar las consecuencias de la adaptación y, a su vez, lograr que la fóvea vaya escaneando las distintas partes de la escena de manera secuencial.

A su vez, estos «movimientos escaneadores» están estrechamente relacionados con la información que nos interesa obtener en un momento determinado, como ya evidenció el científico Alfred Yarbus al afirmar en 196727 que tendemos a mirar los aspectos salientes de una imagen, los que contrastan, y que la información procesada en fijación depende de las tareas o instrucciones recibidas. Es decir, que no es lo mismo buscar algo en un cuadro que memorizar su contenido.

Yarbus demostró sus tesis con el cuadro Visitantes inesperados, de Iliá Yefímovich Repin. Su experimento consistía en registrar el rastreo de los ojos de los espectadores tras hacerles preguntas concretas. Los resultados revelaron que, por ejemplo, al preguntar por la edad de los personajes, la mirada de los espectadores se dirigía a las caras de los protagonistas de la pintura, pero, en cambio, al preguntar por su situación económica, lo hacía en torno a la vestimenta o las posesiones materiales.

Otro experimento clásico es el de Anderson y Pichert, propuesto en uno de sus estudios publicado en 1978,28 y también destinado a demostrar que la reconstrucción de una determinada escena depende mucho del objetivo de la búsqueda, de las instrucciones recibidas.

En su investigación, los participantes en el experimento vieron un vídeo en el que se hacía una visita por el interior de una mansión residencial. Algunos espectadores fueron instruidos previamente para ver el vídeo con los ojos de un ladrón, y otros con los ojos de un potencial comprador.

Tras el visionado, el detalle de los recuerdos entre los dos grupos fue bien distinto: los potenciales «compradores» se fijaron en el número y tamaño de las habitaciones, en sus instalaciones, baños, etc. En cambio, los potenciales «ladrones» se fijaron en la accesibilidad de las ventanas desde el exterior o en los objetos potencialmente vendibles, como la televisión o el aparato estereofónico (eran otros tiempos).

La memoria del visionado fue, por tanto, imperfecta en ambos grupos, y los detalles y los recuerdos de los participantes fueron distintos según la tarea, es decir: quedaron filtrados y editados por las instrucciones y objetivos que se les había asignado previamente.

El cerebro ilusionista

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