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Los cronistas

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Porras sostiene que “se inicia en la crónica la simbiosis espiritual de los dos pueblos” (1951). ¿Es la crónica el primer paso a la fusión de ambas culturas? ¿Fue un proceso equivalente? ¿No se convirtió en una fuerza importante en la tergiversación de la historia y motivo de resquebrajamiento social?

A juicio de Porras, con la crónica había nacido la fusión cultural hispanoandina, simbiosis que se plasmaría en otros ámbitos. El valor esencial de la crónica radicaba en haber asentado en el registro escrito relatos orales que por siglos se habían preservado en el área andina. De esta manera, para el maestro sanmarquino, la crónica —que tenía larga vida en España— permitió conservar la historia de los incas, relatos que de otra manera se hubieran extinguido con el paso del tiempo y la ausencia de escritura. Varios cronistas recogieron informaciones en el Cusco, donde se custodiaba la historia oficial incaica. Por este hecho, en otro trabajo Porras afirma que la crónica de la conquista es la “primera historia peruana”, ya que con ella había nacido el Perú. Esto hace de la crónica de Indias un género vernáculo, en el sentido de haber nacido como resultado del choque cultural iniciado con la conquista de América.

La crónica es un género curioso y sorprendente. No solo es producto del choque cultural, sino que en él se funden además la imaginación desbordada y los intereses subalternos. ¿Cómo determinar su veracidad?

Es difícil determinar el grado de veracidad de la crónica; ello depende de las fuentes de información usadas por el autor. Esta es una de las razones por la que se observan puntos coincidentes y divergencias en los relatos cronísticos. Es común, además, encontrar autores que copian a otros. Por ello, el historiador Carlos Araníbar —el más exhaustivo estudioso de la cronística que ha tenido el Perú— destacaba la compulsa con fuentes coetáneas a efectos de establecer su grado de originalidad o su dependencia con respecto a otros testimonios. Un problema adicional por considerar es la deformación de las noticias recogidas por el cronista a causa de su desconocimiento de las lenguas nativas. En este aspecto, debe recordarse que fueron muy pocos los cronistas españoles que aprendieron el quechua. Tampoco debemos olvidar la impronta cultural, es decir, el cronista, al describir las organizaciones del mundo andino, usaba modelos e imágenes que eran propios de su universo cultural. Por eso caracterizaron instituciones incaicas de acuerdo con las que existían en el mundo occidental, cuando estas eran de naturaleza distinta. Como se ve, pues, el empleo de la crónica como fuente histórica entraña no pocos problemas para el investigador.

Marshall McLuhan afirmaba que historiadores y arqueólogos descubrirían en los avisos publicitarios las más fecundas reflexiones de cualquier sociedad contemporánea sobre sus actividades diarias. Si las crónicas representan una agenda particular y la difusión de ciertos ideales, ¿podría decirse que las crónicas juegan un rol parecido al de la publicidad actual?

En lugar de la publicidad, yo vincularía la crónica con el periodismo contemporáneo. Al igual que la antigua cronística, la prensa busca informar veraz y objetivamente sobre la realidad. Sabemos que el grado de objetividad de la noticia depende de las fuentes consultadas y, en buena cuenta, de la línea editorial del medio de comunicación. Esto inevitablemente le dará un sesgo a la noticia. En el caso de la crónica, hubo también factores que mediatizaron su contenido, particularmente influyentes fueron la política y la religión.

¿Dirías que los que más se acercan a una visión objetiva de la historia son aquellos cronistas que han vivido ambos lados de la escindida sociedad colonial? ¿Garcilaso o Huamán Poma serían los mejores ejemplos?

Más que por su objetividad, entiendo que el valor de las crónicas reside en la visión histórica que postula. Para esto el cronista configura un discurso sobre la base de un conjunto de materiales e influencias. En los casos que mencionas, estamos ante dos perspectivas diferentes: Garcilaso, historiador mestizo, que elabora una historia idílica, idealizada del Incanato, en la que pretende reivindicar el pasado de sus antepasados maternos. Esto se manifiesta en la primera parte de sus Comentarios Reales de los Incas [1609]. En tanto que, en la segunda parte, conocida como Historia general del Perú [1616], legitima la conquista española, uno de cuyos actores fue su padre: el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega. Claramente, su obra persigue enaltecer ambas culturas, cuyo fruto es el mestizaje. Tal idea ha tenido gran influencia en la historiografía peruana del siglo XX, ya que constituye el fundamento del discurso histórico que propugna el mestizaje como elemento central de la nacionalidad peruana (esta visión fue compartida por Raúl Porras).

Por su parte, el cronista indio Huamán Poma de Ayala, después de narrar la historia del antiguo Perú y de la invasión española, denuncia los abusos e injusticias de las autoridades coloniales. Su obra estaba dirigida al rey de España, a quien expone un proyecto de reforma del sistema de gobierno, para el que propone considerar los aspectos positivos tanto del gobierno incaico como del español. La crónica tiene carácter de protesta y un propósito reivindicativo, pues propende a eliminar la explotación y marginación de la población indígena. Además de este componente, destaca en la obra de Huamán Poma los cuatrocientos dibujos que acompañan el texto y que retratan a los incas y grafican episodios, costumbres y ritos de la cultura autóctona del Perú. Esto hace de la Nueva crónica y buen gobierno una obra sin par en toda la literatura andina.

En definitiva, ¿dos obras complementarias?

E imprescindibles de la cultura peruana, a las que Porras dedicó solventes estudios. Ambas se escribieron en la misma época y, desde diferentes ópticas, ilustran dos visiones de la historia del Perú.

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