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Lima la horrible

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¿Es verdad que el autor escribe Lima la horrible durante su exilio en Buenos Aires? ¿Podría afirmarse que Sebastián Salazar Bondy descubre su propia ciudad desde la memoria?

Cuando Salazar Bondy escribe Lima la horrible —finales de la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta— hacía ya muchos años que había retornado de Buenos Aires. Su retorno de la Argentina, en 1951, es sumamente importante, pues regresa convencido de la necesidad de comprometerse en cuerpo y alma con su país. Sin embargo, para escribir su célebre ensayo tuvo primero que pasar por la experiencia del periodismo: trabajó en La Prensa de 1952 a 1959 y, más adelante, en El Comercio, Oiga, Caretas y, esporádicamente, en otros medios. El periodismo le dio la posibilidad de conocer las necesidades del hombre de la calle, el lector que estaba completamente alejado de la experiencia de la literatura. En ese sentido, es preciso recordar que Lima la horrible no es solo un texto literario sino un estudio de lo que él llamaba la Arcadia Colonial en todas sus manifestaciones: pintura, arquitectura, música, etcétera.

Intentemos algo de psicoanálisis… ¿qué síntomas actúan a la distancia en un “hijo afligido”, como él mismo se autodenominó? ¿Es la curación de un trauma a través de la nostalgia, de la indignación o de pérdida de la inocencia?

Es probable que, en un nivel psicoanalítico, al escribir Lima la horrible, Salazar Bondy haya intentado una cura a la pérdida que sufrió muy pronto en su vida: la muerte de su padre y el consecuente empobrecimiento familiar. Ese, por ejemplo, es un tema que retorna en su poesía. Pero no creo que podamos ir muy lejos justificando el ensayo de esa forma. Más allá de lo personal o íntimo, existía en él una vocación de sacrificio por los demás, por estar del lado de los que sufrían o carecían de oportunidades en una sociedad en la que primaban el egoísmo y el individualismo. Es decir, encarnó una generosidad y entrega que prácticamente han desaparecido entre nuestros escritores.

La primera edición del libro se realiza en México en 1964. Al año siguiente aparece una edición masiva, la de Populibros Peruanos de Manuel Scorza. ¿Se sabe qué tiraje tuvo? ¿Presentaba también fotos y grabados como la primera edición?

La edición de Populibros apareció a finales de 1964, el mismo año en que se editó en México, unos diez u once meses después. He leído cartas —a Vargas Llosa, Loayza, entre otros— en las que Salazar Bondy habla de cómo su libro va llegando de “a puchitos a Lima”, lo cual indica, que prácticamente nadie lo leyó cuando recién salió. No conozco los números exactos, pero es evidente que la edición de Populibros facilitó tremendamente el acceso al libro. También es cierto que el propio Salazar Bondy se encargó de corregir algunos errores de la edición mexicana —e incluso añadió algunos breves pasajes nuevos—, pues en esa época trabajaba en Populibros. La edición de Populibros no incluyó las fotografías de Ruiz Durand ni las reproducciones de grabados y cuadros de la escuela cuzqueña que ayudaban a ilustrar el mensaje de la obra.

Más adelante el libro se publica en Cuba, nuevamente en México (cinco ediciones consecutivas) y en Chile. Creo que en Perú con algún intervalo…

Es cierto, la edición en la que participé en el 2014 con motivo de la celebración de los cincuenta años de aparición del libro es la tercera en nuestro país. Lo interesante es que los errores de la primera edición se reprodujeron en las subsecuentes ediciones (internacionales y nacionales) salvo en la de Populibros, edición que utilicé como base.

A propósito de las reediciones, ¿no despierta preocupación o suspicacia que la mayor parte de ellas se hayan realizado en el extranjero? ¿El libro ofendía al espíritu aristocrático que vivía cierto sector de la capital?

Es cierto. La poca aceptación que el libro aún despierta en nuestro medio es un síntoma de la escasa capacidad de autocrítica de nuestras clases dominantes. Recuerdo cómo hace unos años tuve que desmentir una serie de comentarios desatinados publicados en El Comercio por una redactora —cuyo nombre prefiero ignorar— que demostraban el nivel de ignorancia que existe en torno al texto. De hecho, el título mismo —que fue tomado por Salazar Bondy de un epígrafe de un poema de César Moro— constituye ya una “ofensa” a muchos lectores desinformados, lo cual es una demostración del conservadurismo del medio.

A veces un libro queda flotando en el imaginario colectivo a causa de una referencia, como ocurre por ejemplo con Conversación en La Catedral y la reiterada pregunta de Zavalita: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Algo parecido sucede con Lima la horrible, pero en este caso con el título. La gente termina recordándolo y citándolo sin haber leído el libro. ¿De qué manera ha perjudicado nuestra conciencia esta distorsión?

Tú sabes que en una carta de José Emilio Pacheco a Salazar Bondy, él señala el estrecho parentesco entre Lima la horrible y La ciudad y los perros, otra novela importante de Vargas Llosa. La observación me parece absolutamente pertinente. La relación entre la afirmación de Zavalita y la de Moro — pues a él le pertenece, en realidad— es que ambas producen una visión desencarnada de nuestra realidad, son miradas críticas, hechas desde una posición descentrada; la diferencia radica en que Salazar Bondy sugería que el momento en que se “había jodido el Perú” había sido la Colonia, es decir, con la llegada de los españoles. La pregunta en Zavalita, en cambio, tiene otro cariz, pues es formulada desde la mirada de un joven escritor enfrentado a la falta de oportunidades de una sociedad que ha pretendido ser “moderna” y ha fracasado en el intento. Es quizás una pregunta generacional que apunta hacia el futuro y creo que aún no ha sido resuelta.

Por eso la pregunta que me parece central es: ¿la acepción de “horrible” que utiliza Sebastián Salazar Bondy se refiere a una mirada predominantemente estética o ética de la ciudad?

Ambas cosas. Lima es “horrible” no solo por fuera en cuanto a su carencia de una personalidad arquitectónica o paisajística, sino también “por dentro”. Es decir, hay en ella una propensión no solo a lo grotesco en cuanto a su estética, sino a la forma de ser del limeño: prejuicioso, ambivalente, hipócrita, etcétera. Sin embargo, debemos tener cuidado con esas afirmaciones pues exponen también una “ideología de clase”: también es necesario apuntar que Salazar Bondy, al apropiarse de la fórmula, estaba proponiendo un criterio de lo que él consideraba como bello o bueno. Es decir, la crítica que él hace debería ser, a su vez, sometida a una nueva crítica.

Sin embargo, los grabados de cuadros coloniales y las imágenes fotográficas que acompañan el texto —pertenecientes a Carlos “Chino” Domínguez, Leonidas Zarazú y Jesús Ruiz Durand— fueron sin duda seleccionados e incluidos por el autor. ¿Qué gravitación tiene todo este material gráfico en el sentido del libro?

Ese material, como te dije antes, es fundamental pues complementa las afirmaciones del autor. Además, nos da una perspectiva de una parte de Lima que aún existe: en las fotografías, por ejemplo, vemos corralones, pasajes y balcones desvencijados que, aun cuando hayan desaparecido, aún funcionan como imagen de una parte de la Lima actual. Esas fotografías muestran una Lima en ruinas, una Lima marchita, una Lima vieja y decrépita y son una alegoría del anacronismo de ciertos limeños.

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