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RAMÓN CAMPUZANO Y SUS DOS DICCIONARIOS MONOLINGÜES

Manuel ALVAR EZQUERRA

Universidad Complutense de Madrid

El siglo XIX ocupa un lugar destacado en la historia de nuestra lexicografía, por la eclosión de diccionarios de todo tipo que se produce, como consecuencia de la labor académica, tanto por seguirla como por querer darnos obras diferentes: diccionarios enciclopédicos, diccionarios manuales, diccionarios con voces regionales, de diversas actividades… Ante tal abundancia resulta difícil desbrozar el terreno y ver qué hay de original en todo ello y hasta dónde alcanzan las copias. Algo de ello voy a intentar en las páginas que siguen, en homenaje a mi buen amigo Emilio Ridruejo, y a la actividad que ha desarrollado en la historiografía lingüística.

1. EL DICCIONARIO MANUAL DE LA LENGUA CASTELLANA (1850)

En ese panorama al que he aludido de manera tan rápida, deseo fijarme en la producción de diccionarios de la lengua debidos a Ramón Campuzano (¿?-ca. 1867), personaje de quien no poseemos informaciones sobre su vida. En su actividad tiene lugar un hecho singular, y es que da a la luz antes un repertorio manual que uno grande (Campuzano, 18501), cuando lo habitual es que el pequeño sea un derivado del mayor: el Diccionario manual de la lengua castellana. Tuvo un éxito extraordinario, y continuó publicándose durante dos décadas con una cadencia ciertamente asombrosa para la época, con un promedio de casi una edición por año. Aunque en las portadas se suele poner de qué número de edición se trata, hay al menos una en que no se indica. Por otro lado, el establecimiento de la secuencia de las salidas no es una tarea sencilla, pues hay años en que se imprimen ediciones diferentes y, también, la cuarta aparece con fechas distintas (tal vez la más tardía es estas dos sea la quinta). En realidad, no se trata de ediciones, sino de reediciones, con lo que el problema de su secuenciación no es tan grave ya que el texto de la obra es el mismo (Buzek, 2006: 31).

Pese a la presencia comercial de la obra durante un cuarto de siglo, sorprende que los estudiosos no se hayan ocupado de ella (salvo Bueno Morales, 1995: 270-273, y Buzek, 2006: 30-32, que se basa en el anterior), presumiblemente por su reducido tamaño y condición manual.

En el «Prólogo»2 se declara que el motivo para la publicación de la obra ha sido el que todas las personas puedan disponer de un instrumento para el conocimiento de la lengua y su buen empleo. La finalidad no es novedosa en el s. XIX: se pretendía poner en manos de los usuarios una obra a un precio más asequible que el de la Academia, y en un tamaño más reducido, para hacerlo más manejable; de ahí que en el título aparezca la palabra manual, sin renunciar a un crecido número de entradas.

De acuerdo con el cálculo que he realizado, la cantidad total de entradas que registra es de aproximadamente 52 2003, que podemos considerar una cantidad similar –pues son meras estimaciones– a las 53 000 del repertorio académico inmediatamente anterior (9.ª ed., 1843), por lo que la afirmación que se hace en el párrafo del prólogo recién citado según la cual este diccionario de Campuzano contiene «muchas más voces» que el de la Academia no parece ajustarse a la realidad.

Es fácil de imaginar que un diccionario, por breve que sea, no surge de la nada. Ana Bueno Morales (1995: 271) se inclina a pensar que Campuzano partió del repertorio académico, pero no de la edición que precedía a su trabajo, sino de la quinta (1817), con la que coincide en la ortografía, y en un gran número de voces anticuadas que ya no estaban en 1843, de lo cual se hace eco Ivo Buzek (2006: 31). Este investigador, siguiendo el mismo método que la anterior, con el análisis de las 500 primeras entradas de la letra a-, concluye que Campuzano copia íntegramente la nomenclatura académica de 1843 y abrevia las definiciones para ahorrar espacio.

Con el fin de arrojar un poco más de luz sobre la manera de trabajar de nuestro autor he analizado tres secuencias de palabras escogidas aleatoriamente a lo largo del Diccionario manual. La primera corresponde a las pp. 174-175 con un total de 76 entradas (Caballote-Cabito), la segunda a las pp. 622-623, que tienen 103 entradas (Incómodamente-Incorrupción), y la tercera a las pp. 944-945, cuyo contenido es de 93 entradas (Repasadera-Repostería).

Así, podemos afirmar que en el Diccionario manual hay entradas que no están en el DRAE de 18434, como Caballote, Cabidad ‘cabida’ (la voz no figura en ningún otro diccionario, y hemos de suponer de la propia cosecha del autor), Cabildante, Cabillero, Incompetentemente, Incomplexo, Incomprimible, Incomunicación, Incomunicar, Inconcernente, Inconfidente, Inconmutablemente, Inconstitucional, Repatriar, Repeana, Repedir, Repetitivo, Repicado, Repicapunto (de) y Repilogar.

En dos ocasiones he hallado voces que no aparecen ni en el diccionario académico ni en los otros dos que debió manejar Campuzano. Se trata de Repodar, ‘Volver a cortar la madera’, y Reposadero, que antes únicamente figura en el diccionario de Terreros, aunque con una definición algo diferente: ‘tercera cuba en que se prepara el índico’. En todo este panorama llama la atención que el Diccionario manual no se deje por el camino ninguna de las entradas del DRAE de 1843.

Nuestro autor tuvo buen cuidado para no trasladar algunas de las palabras consignadas por Núñez de Taboada (1825) y que no estaban en el repertorio académico, tal es el caso de cabestante. Tal vez no la tomó por ser voz especializada. Tampoco tomó incompuesto, repetencia, repastado, repechado, repedido, repelado, repensado, repentido, repercuso, repesado, repetido, repilogado, repinado, repintado, y otras más, similares, probablemente por ser participios de verbos que sí aparecen en la obra y no están en el DRAE. Otro tanto sucedió con las palabras calificadas como anticuadas de las cuales ya había prescindido la Academia en la edición de 1843, entre ellas cabdellado, cabdillado, cabdillamiento, que la Institución registró desde el Diccionario de Autoridades hasta 1822. Sin embargo, sí que mantuvo Campuzano Cabdillar, Cabdillazgo, Cabdillo Cabedero, Cabellado, Cabelladura, Cabelloso, Cabezaje, Cabezalería, Cabezalero, Incomposición (en la segunda acepción), Incompuestamente (en las dos acepciones), Incongruidad, Inconsulto, Incorporable, Repentirse, Repiso, Replicación, Replicato, Repositorio, etc., todas con la marca de anticuadas, pues así aparecían en la salida del DRAE que empleaba. Ello puede ser señal de que Campuzano no estaba guiado por un interés acumulativo, sino de cautela ante las voces anticuadas que ya no aparecían en el elenco académico, actitud que manifestó ante otros grupos de palabras que bien pudo haber copiado y no lo hizo. En una sola ocasión se pierde la marca de ant. al pasar al Diccionario manual y es en la voz Reportorio.

Ahora bien, el respeto a la macroestructura de la Academia, no lo es tanto en la microestructura, con el fin de reducir la extensión de la obra, además de emplear un tipo de letra menudo. Esa reducción se alcanza en la microestructura prescindiendo sistemáticamente de los equivalentes latinos, como ya habían hecho otros diccionarios de la época. En otras ocasiones se reduce el número de acepciones, en otras no se toman construcciones pluriverbales –aunque no siempre–, y en muchas se abrevian al máximo las definiciones, lo cual puede comprobarse en artículos como Cabe, Cabecear, Cabecera, Caber, Cabestro, Cabeza (artículo que sufre una reducción drástica), Cabezada, Repentón, etc. La voz Cabeceamiento deja de ser definida como ‘la acción y efecto de cabecear’ para serlo por un sinónimo, ‘cabeceo’, el aragonesismo Cabecequia que pasa de ‘La persona a cuyo cuidado están los riegos y acequias’ a ‘El que cuida de riego y acequias’, sin marca de empleo geográfico restringido, la larga explicación de la primera acepción de Cabero se queda en ‘El que echa cabos o mangos a las herramientas del campo’, prescindiendo de limitar su uso a la Andalucía oriental, en Incomposición la primera definición es ‘Falta de composición’ sin los que sigue en el DRAE, y en la segunda la remisión a ‘descompostura o desaseo’ se queda solamente con la segunda voz como sinónimo, también se reducen Incomunicado (aproximándose a la de Núñez de Taboada, aunque sin el final que ponía este), Repechar o Repollo, o en Cabestrería, Cabestrero, Incómodo, Incompuestamente, Inconfeso, Incongruo (en sus dos acepciones), Inconmutabilidad, Incontinencia, Repasadera, Repasar, Repelo, Repercusivo, Repesar, Repetición, Repetir, Repicar, Repiquete, Replantar, y muchas más. En alguna ocasión Campuzano sustituye la definición académica por la que ponía Núñez de Taboada, sin que se aprecie una razón evidente de claridad o espacio, como sucede con Imcomprensibilidad, Incorrecto, Repelada o en Repercusión. Y frente a todo ello, en Incomparable se añade una primera acepción, errónea a todas luces: ‘Lo que no se puede adquirir o se adquiere difícilmente’, que no es sino la definición de incomprable, voz no recogida en ningún otro diccionario, y que nuestro autor añadió haciendo una mala lectura de la entrada, sin fijarse tampoco en la otra acepción que pone.

En las ocasiones en que la Academia pone en la categoría gramatical p. a. (esto es, participio activo) seguida de una definición, Campuzano no la reproduce y deja p. a. seguida de de más el verbo de que se trate, como puede verse en Repelente, Repitiente o Replicante.

Llama la atención que pese al proceso de reducción al que somete Campuzano al DRAE se mantengan no solamente las voces anticuadas a que me he referido antes, sino también los numerosos aumentativos y diminutivos no lexicalizados, así como superlativos (por ejemplo, Caballuelo, Cabañuela, Cabellejo, Cabellico, Cabelluelo, Cabezalejo, Cabezalico, Cabezorro, Cabezuelo, Cabito, Inconstantísimo, Repolluelo), posiblemente para aparentar un contenido más rico en entradas de lo que podría ser si se hubiera actuado de otra manera, pues solamente se presentan para señalar que se trata de derivados, nada más. A ellos habría que añadir los frecuentes compuestos en -mente (como Incómodamente, Incomparablemente, Incompletamente, Incongruentemente, Inconsolablemente, Incorporalmente, Reposadamente, etc.), si bien estos llevan la correspondiente definición, la misma que ponía la Academia.

En algún caso la reducción del equivalente es casi plena cuando en la obra académica se pone una remisión a otra voz (que podría interpretarse como un caso de sinonimia) y esta otra voz es la siguiente en el orden alfabético. Por ejemplo, incompasible remite al incompasivo que le sigue, mientras que Campuzano pone solamente y manteniendo el otro artículo en su lugar, sin llegar a hacer una entrada doble que sí hubiera ahorrado un espacio notable. Por el contrario, el añadido de acepciones nuevas es raro, aunque también ocurre, como en Repente, donde figura una nueva que no estaba en el DRAE, ‘Repentinamente’, tomada del repertorio de Núñez de Taboada, o en Repentista.

Hemos visto cómo a Cabecequia Campuzano le quita la marca de uso regional, lo cual sucede también con otro aragonesismo, Reposte, de la que el DRAE decía que era provincial de Aragón, mientras que en la obra que nos ocupa ahora, tras la categoría gramatical, figura pr., que vale provincial de acuerdo con la lista de abreviaturas que hay al comienzo de la obra, y no dice nada más de la distribución geográfica.

Tampoco prescinde Campuzano de las voces de especialidad, cuyas marcas (que pueden verse en la lista inicial de abreviaturas) conserva, como son agr. (en la cuarta acepción de Cabezudo), bot. (en la segunda acepción de Cabillo), gram. (en Inconstruible), med. (en Incordio), náut. (en Cabilla), entre las voces de mi cala. He hallado, incluso, un caso en que nuestro autor pone una marca donde no constaba en los diccionarios anteriores: albañ. acompañando a Repellar. Por el contrario, en la primera acepción de Repintar se prescinde de la marca pint.

He de señalar que en una ocasión Campuzano comete un error de copia, pues el incomodísimo académico pasa a ser Incomodadísimo, voz que no se documenta en ningún otro diccionario, que se alfabetiza en el lugar que correspondería a la otra, y de la que se dice que es superlativo de Incómodo (no de Incomodado), como hace la Academia con incomodísimo.

El cuerpo del diccionario de completa con un breve «Suplemento» de cuarenta artículos, casi todos ellos de voces que no se habían documentado antes en nuestra lexicografía, salvo unos pocos que habían aparecido en el repertorio de Salvá publicado muy pocos años antes. No tardarían todos ellos en ser registrados en los diccionarios de los años inmediatamente posteriores; hoy son de uso corriente, como Butaca, Consola, Estrangular, Funcionario, Gandul, Mammífero (sic), Percal, Pupitre, Tenia, etc.

Tras ese breve análisis –pero significativo–, llego a la convicción, como le sucedió a Ivo Buzek, de que Ramón Campuzano partió del diccionario académico de 1843, aunque introduciendo no pocas modificaciones, por lo general buscando la reducción del tamaño de la obra, y haciendo igualmente algún esporádico añadido. Las entradas del Diccionario manual ya aparecían en la obra académica, salvo unas cuantas excepciones. Al lado del DRAE debía tener nuestro autor otros repertorios a los que acudía constantemente, en especial el Diccionario de la lengua castellana de Núñez de Taboada5 (1825). Pese a que para entonces ya habían transcurrido unos cuantos lustros, la obra le resultó muy útil a Campuzano, como punto de comparación y para tomar materiales. Y, por supuesto, nuestro autor miraba otras obras lexicográficas, como el diccionario de Salvá de 1846, del que toma algunas voces que no están ni en el repertorio académico ni en el más antiguo de Núñez de Taboada, y, en menor medida, el más antiguo aún del P. Esteban de Terreros (1786-1893). El resto de los cambios puede que procedieran de obras que no alcanzo a ver, si no es que fueron de su propio numen, como el acortamiento en las definiciones, o la eliminación de los equivalentes latinos, siguiendo el modelo de otros diccionarios anteriores. No descarto que el modo de trabajar de Campuzano fuese otro, y que tuviese delante algún diccionario derivado del académico, con el que no he dado, si bien, las calas que expongo, así como un número parecido de entradas, son elocuentes, y no me parece muy probable que fuese de otra manera.

2. EL NOVÍSIMO DICCIONARIO DE LA LENGUA CASTELLANA (1857)

Siete años después de haber dado a la luz el Diccionario manual, Ramón Campuzano publicó un repertorio extenso (Campuzano, 1857), en el que no aparece como autor, sino como director de la redacción, que corrió a cargo de una supuesta «sociedad de literatos», cuya composición no se hace pública. Carece de prólogo o cualquier otra nota preliminar que nos ayude a saber cuáles fueron las intenciones con las que se redactó, cuál el método seguido, las fuentes empleadas, o cualquier otra información que nos pueda ayudar a analizarlo. Sospecho que, como en otros casos que se produjeron en esta centuria, la fórmula de una «sociedad de literatos» no es sino una argucia comercial para prestigiar el contenido de la obra, a la vez que se vinculaba con otros diccionarios, y se diluía la responsabilidad adquirida. Con esto no quiero decir que no pudiesen intervenir varias manos en la redacción del Novísimo diccionario y que fuese resultado solo de la labor de Campuzano. Un análisis detenido y comparativo del contenido podría arrojar alguna luz sobre esta cuestión, tarea que dejo para otros, por más que sospeche que algo de ello hubo, tal y como se puede percibir al comparar la obra con sus fuentes, pero las distintas actitudes que se dejan entrever al examinar diversos lugares del diccionario bien podrían deberse únicamente a cambios de criterio –o de ánimo– y a la necesidad de acelerar el ritmo de elaboración de la obra.

La particularidad más sobresaliente de este repertorio es la de ser nuestro primer diccionario con ilustraciones, aunque no demasiado abundantes, pues aparecen en unas 600 entradas (Rodríguez Ortiz, 2012: 175), normalmente acompañando a voces que poseen marcas de especialidad, siendo más de la mitad las de términos de zoología, blasón y botánica, y una cuarta parte más las de anatomía, arquitectura, física, fortificación o mecánica, y las de aquellas que sin poseer marca de especialidad también pueden ser consideradas de ámbitos restringidos (herramientas, comunicaciones o música) (Rodríguez Ortiz, 2012: 180). La inclusión de las ilustraciones parece dar un aire enciclopédico al diccionario, aunque solo sea eso, pues no hay artículos enciclopédicos ni con contenido enciclopédico, salvo el que pueda observarse en cualquier otro diccionario general de la lengua.

Los dos tomos de la obra contienen, de acuerdo con mis cálculos, unas 78 800 entradas6 en total, bastantes más que las cerca de 50 000 del diccionario académico inmediatamente anterior (la 10.ª ed., de 1852), lo que significa que es más de un 50 % más rico que este.

Para analizar su contenido voy a tomar las mismas secuencias de voces examinadas en el Diccionario manual para que hacer unas calas similares, con el fin de establecer comparaciones con esta misma obra y los diccionarios inmediatamente anteriores. La primera cala corresponde a la secuencia Caballote-Cabito, que ahora son 100 entradas, frente a las 75 que hay en el diccionario académico, lo cual representa un aumento del 33.3 % con respecto a este, o las 76 que veíamos en el Diccionario manual, en una proporción similar. La segunda corresponde a las entradas comprendidas entre Incómodamente e Incorrupción, que suman 125 entradas, por las 96 del DRAE de 1852, lo que porcentualmente es un 30 % más que este, y si las comparamos con las 103 del Diccionario manual veremos que es un 21.4 % más de entradas que las de esta otra obra. La tercera de las calas corresponde a la secuencia Repasadera-Repostería constituida por 106 artículos en el diccionario que nos ocupa ahora, mientras que el DRAE de 1852 consigna 84, lo cual quiere decir que registra en esta sección un 26.2 % más que la obra académica; en el Diccionario manual en esta tirada son 93 entradas, lo que supone un aumento del 14 % en el segundo de los diccionarios de Campuzano sobre el primero.

En una primera aproximación, todos esos números nos vienen a indicar que el Novísimo diccionario es más rico que el Diccionario manual, lo cual ya sabíamos por las cifras absolutas, y también es más copioso que el repertorio de la Academia (aunque estas calas no muestran que se llegue al 50 % de aumento que parece haber en el conjunto). Queda por dilucidar cómo llevó a cabo Campuzano ese aumento.

Si descendemos al detalle de los grupos de voces tomadas como punto de partida para el análisis, se ve que entre ellas, hay palabras que no están en el DRAE ni en el Diccionario manual que acabamos de ver, como caballote, cabana, y sus diminutivos –marcados como anticuados– cabaniella y cabanilla, cabazón, cabdalero, cabdel, cabear, cabecil, cabellar, cabestrado, cabestrera, cabesza, cabezcaído, cabezota, cabeztornado, cabiai, cabildero, cabillador, cabillería, incomplejo, incomunicadamente, incorceniente, inconexamente, inconsecuentemente, inconservable, inconsistencia, inconsistente, inconstitucionalismo, inconstitucionalmente, inconstituible, incontestablemente, incontrastablemente, inconviniente, incorporadamente, incorporadero, incorregiblemente, repelamiento, rependencia, rependirse, repetencia, repiqueteo, repisar, replegable, repletamente, repliegue, reposamiento o repostar7.

Es también nueva la palabra inconcebible (aunque aparece en el diccionario de la Academia, Campuzano la toma de Domínguez), y otro tanto cabe decir de repentinamente.

Un caso especial es el del provincialismo americano cabezote, ‘La pieza en figura de cabeza que, con los ripios y la mezcla se emplea en las fábricas de mampostería’, pues entre los diccionarios españoles anteriores solamente había sido consignada en el diccionario de Adolfo de Castro (1852), sin marcar diatópicamente, y con una definición un poco diferente. Sin embargo, apareció en la segunda edición del diccionario de Esteban Pichardo (1849) definida como como ‘La pieza en figura de cabeza o casi redonda que con los Ripios y la mezcla se emplea en las fábricas para las mamposterías’. La coincidencia es evidente, y no deja de ser sorprendente que no haya otras voces de la misma procedencia, o si las hay es en una cantidad nada significativa. No consigo averiguar la procedencia de cabildear, voz aparecida en el DRAE por vez primera en 1852, aunque se define de manera diferente, lo cual sucede en otros diccionarios posteriores.

Algún quebradero de cabeza le debió causar la voz incomunicación, que suprimió la Academia para la edición del diccionario de 1852, después de haberla puesto en el suplemento de la salida precedente, y que Campuzano incluyó en el Diccionario manual copiando la definición de Salvá. La mantuvo en el Novísimo diccionario, pues también había aparecido en el repertorio de Domínguez (1846-1847) y en el Diccionario enciclopédico (1853-1855) de la editorial Gaspar y Roig, aunque tomando la definición del suplemento académico de 1837.

Es de notar, como observó Ivo Buzek (2006: 33), que no son pocos los nombres de animales y plantas que hay entre las voces que no aparecían en el DRAE, como cabasu (acentuada así y no cabasú), cabera o caberea.

En una sola ocasión he visto que un artículo que había en el Diccionario manual no ha pasado al que nos ocupa ahora, el correspondiente a la voz anticuada Repentimiento, y eso que la recogen los diccionarios anteriores, incluso el académico.

En un buen número de artículos, Campuzano deja a un lado los que tenía ya en el Diccionario manual para sustituirlos por otros nuevos, más extensos, abandonando la brevedad de este8. Es lo que sucede con cabaña, cabe, cabecear, cabecera, cabello, caber, cabestrería, cabestrero, cabestro, cabeza, cabezada, cabezal, cabezo, cabezón, cabezudo, cabezuela, cabildante, cabildo, cabillo, incompatibilidad, incompetente, incomposición, incomunicado, inconexión, inconfeso, inconmensurable, inconmutabilidad, inconmutablemente, inconstitucional, incontinencia, incordio, incorporar, incorrecto, repasadera, repasar, repaso, repegar, repelado, repelar, repelente y repeler, repelo, repelón, repente, repentón, repercudida, repercusión, repercusivo, repercutir, repetición, repiquete, replantar, replantar, réplica, replicación, repodar, repollo, reportar y reposo.

No son pocas las ocasiones en que nuestro autor añade alguna acepción nueva a lo que ya había puesto en el Diccionario manual, como ocurre con la primera de cabañero, la segunda de cabañuela, la segunda de cabellado, la segunda y tercera de cabellera, la segunda de cabelludo, la segunda de cabestrear, la segunda de cabezaje, la segunda de cabillero, la segunda de incomodar, la segunda de incomodidad, la primera de incomunicar, la primera de inconsecuente y de incontratable, la tercera de inconveniente (que bien pudiera ser una aportación personal), la segunda y la tercera de incorrección, la locución a repecho en el artículo repecho, la segunda acepción de repeladura, y la segunda de reposadero.

Tan solo en una ocasión encuentro la supresión de una acepción, es la primera de Incomparable que aparecía en el Diccionario manual debido a un error como señalé antes, lo cual nos habla de la atenta lectura que se hizo de ese diccionario para que sirviera de base al que se redactaba.

En algunos artículos completa las definiciones que encontrábamos en el Diccionario manual, tomando lo nuevo de un diccionario o de otro de los que maneja, como podemos ver en cabaza, o la segunda acepción de cabimiento, o la de cabio, de inconsútil, de repasata, de repastar, repellar, la primera de repertorio o la de repesar, la segunda de repetidor, la de repicapunto (de), la primera de repintar, la última de repique, las de repitiente, replantear, replanteo, repleción, repleto, replicante, replicar, repollar, la segunda acepción de repolludo, y las de reportada y de reposado.

En algunas ocasiones solamente se añade una marca de uso, como la de voz anticuada (ant.) en repatriar o repilogar, en otra, al menos en la muestra, en la voz incompasible añade el sinónimo que faltaba, como vimos antes, en el Diccionario manual y que en otros diccionarios es una mera remisión interna.

A la vista de la procedencia de los cambios en todas esas entradas (que no puedo enumerar por falta de espacio), y de lo no comentado por ser igual en los dos repertorios de Campuzano, es que el Novísimo diccionario se construyó tomando como base el Diccionario manual. La prueba más palpable de que fue así –lo cual, por otro lado, no deja de ser una manera cómoda de trabajar– es la presencia de la entrada incomodadísimo, que, según hemos visto, había aparecido como equivocación en el repertorio pequeño, siendo una voz de la cual no se hace eco ningún otro diccionario, por más que su formación no sea anómala. A partir de ese andamiaje se fueron introduciendo elementos nuevos, artículos o acepciones, a la par que se iban completando las definiciones que ya había. Resulta evidente que para tomar todos esos materiales se contó con los más importantes diccionarios publicados en España en los últimos años, por lo que la afirmación que se lee en la portada de que se tuvieron a la vista «los mejores Diccionarios publicados en España y en el Estrangero, inclusos los de las Academias de Madrid, París y Alemania» es una exageración, un ardid comercial, otro más. No resulta fácil averiguar si para el aumento del Novísimo diccionario se tuvo presente el diccionario académico, aunque hay algunas ocasiones en que parece ser así. Por supuesto, el contenido del DRAE llegó al Novísimo diccionario con todo lo que había de la edición de 1843 en el Diccionario manual, y que no se modificó en la salida de 1852, pero también pudieron llegar algunos cambios de los habidos en 1852 a través de los diccionarios de Domínguez (1846-1847) y del Diccionario enciclopédico (1853-1855) de la editorial Gaspar y Roig, en muchas ocasiones coincidentes por la dependencia de este con respecto a aquel. También resulta evidente en el análisis que he hecho de las pocas páginas seleccionadas que Ramón Campuzano, o quien (o quienes) se encargaran de la redacción de la obra, manejó los diccionarios inmediatamente anteriores, en especial los de Domínguez y de la editorial Gaspar y Roig, y posiblemente también el de Vicente Salvá (1846), aunque muchos de sus materiales habían pasado al de Gaspar y Roig, entre ellos no pocas voces anticuadas que podemos encontrar en la obra de Campuzano y que anteriormente solo estaban en esos diccionarios, como ocurre con una porción considerable de las voces y acepciones marcadas como anticuadas (por ejemplo, cabana, cabaniella, cabanilla, cabeza, etc.; la segunda acepción de cabañero, sin embargo no consta en los repertorios anteriores y viene a sustituir a una que sí consta en ellos), grupo que Campuzano se había resistido a incorporar en el Diccionario manual. Cuando nuestro autor elaboró la obra reducida prescindió, por economizar espacio, de todas las construcciones pluriverbales que aparecían en el interior de los artículos del DRAE, pero al aumentar ahora el contenido de la obra aparecen de manera abundante, teniendo su origen, de nuevo, en el diccionario académico, tomadas de manera directa o a través de los diccionarios que lo siguen y que son fuente del que nos ocupa ahora. Hay también algunas pocas voces que se incorporan al Novísimo diccionario, cuya procedencia es difícil de averiguar, lo que es señal bien de deberse a los conocimientos del autor (o de esa supuesta sociedad de literatos), o a que se manejaron otros diccionarios, especialmente de fuentes americanas, como hemos visto en la voz cabezote para la que se utilizó el diccionario de cubanismos de Esteban Pichardo (18492).

El Novísimo diccionario de Campuzano debió tener una buena aceptación, pues aparecieron, al menos, dos ediciones, o, mejor dicho, dos reimpresiones, en las que no consta que se trate de ediciones nuevas, ambas con el mismo número de páginas cada uno de los tomos, lo que hace suponer que no tuvieron cambios sobre la primera salida9. Pese a ello, no tardó en ser olvidado, entre otros motivos por el poco aprecio que le hizo la crítica, comenzando por la del Conde de la Viñaza:

Los pequeños grabados introducidos en el texto de este Diccionario, aunque no sean tantos como indica su título y estén hechos además por mano poco hábil, son de grande utilidad para formar idea de los objetos que se definen. Esta ventaja, muy común en los Diccionarios extranjeros, sobre todo en los ingleses, no se había introducido en los españoles hasta que apareció en el de Campuzano, por lo cual merece este especial recomendación. En cuanto a los otros méritos del Diccionario que se ponderan en la portada, hay que hacer grandes atenuaciones (Viñaza, 1893: 800, col. 1593, ficha 768).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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BUENO MORALES, Ana María (1995): La lexicografía monolingüe no académica del siglo XIX, tesis doctoral defendida en la Universidad de Málaga, 1995.

BUZEK, Ivo (2006): «Un lexicógrafo decimonónico español olvidado: Ramón Campuzano», Studia romanistica (Ostrava, República Checa), 6, pp. 27-36.

CAMPUZANO, Ramón (1848): Orijen, usos y costumbres de los jitanos, y diccionario de su dialecto. Con las voces equivalentes del castellano y sus definiciones, Madrid: Imprenta de M. R. y Fonseca.

CAMPUZANO, Ramón (1850): Diccionario manual de la lengua castellana, arreglado a la ortografía de la Academia Española, y el más completo de cuantos se han publicado hasta el día, Madrid: M. Romeral y Fonseca.

CAMPUZANO, Ramón (1857): Novísimo diccionario de la lengua castellana arreglado a la ortografía de la Academia Española, y aumentado con más de 20,000 voces nuevas de ciencias, artes, oficios, etc., entre las cuales se hallan las más usuales en América. Ilustrado con infinidad de grabados para su mejor inteligencia. Obra la más completa de su clase, por haber tenido a la vista para su redacción los mejores Diccionarios publicados en España y en el Estrangero, inclusos los de las Academias de Madrid, París y Alemania. Por una sociedad de literatos bajo la dirección de D. Ramón Campuzano, 2 t., Madrid: Imprenta de D. Ramón Campuzano; 2.ª ed. Madrid: Ramón Campuzano, 1864; 3.ª ed., Madrid: Imp. Campuzano Hnos.

CASTRO, Adolfo de (1852): Gran diccionario clásico de la lengua española, Madrid: Semanario Pintoresco y de la Ilustración.

CLAVERÍA NADAL, Gloria (2007): «Historia del léxico en los diccionarios: la deuda del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española con los diccionarios de M. Núñez de Taboada», Revista de Historia de la Lengua Española, 2, pp. 3-27.

Diccionario enciclopédico (1853-1855): Diccionario enciclopédico de la lengua española con todas las vozes, frases, refranes y locuciones usadas en España y las Américas españolas, en el lenguaje común antiguo y moderno; las de ciencias, artes y oficios; las notables de historia, biografía, mitolojía y geografía universal, todas las particulares de las provincias españolas y americanas, por una sociedad de personas especiales en las letras, las ciencias y las artes [...] y por Eduardo Chao, director de la Biblioteca ilustrada, 2 t., Madrid: Imprenta y librería de Gaspar y Roig, editores.

DOMÍNGUEZ, Ramón Joaquín (1846-1847): Diccionario nacional, o gran diccionario clásico de la lengua española, el más copioso de los publicados hasta el día […]. Contiene más de 4,000 voces usuales y 86,000 técnicas de ciencias y artes, que no se encuentran en los demás diccionarios de la lengua, y además los nombres de todas las principales ciudades del mundo, de todos los pueblos de España, de los hombres célebres, de las sectas religiosas, etc. etc. etc., 2 tomos, Madrid: Establecimiento léxico tipográfico de R. J. Domínguez.

NÚÑEZ DE TABOADA, Manuel Melchor (1825): Diccionario de la lengua castellana, para cuya composición se han consultado los mejores vocabularios de esta lengua, y el de la Real Academia Española últimamente publicado en 1822; aumentado con más de 5000 voces o artículos, que no se hallan en ninguno de ellos, 2 tomos, París: Librería de Seguin.

PICHARDO Esteban (18492): Diccionario provincial casi-razonado de voces cubanas, La Habana: Imprenta de M. Soler.

RODRÍGUEZ ORTIZ, Francesc (2012): «Ilustraciones de la técnica en la lexicografía española», Revista de lexicografía, 18, pp. 171-187.

SALVÁ, Vicente (1846): Nuevo diccionario de la lengua castellana, París: Garnier Hermanos.

TERREROS Y PANDO, Esteban de (1786-1793): Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa latina e italiana, 4 tomos, Madrid: los tres primeros de la Viuda de Ibarra y el último de Benito Cano.

VIÑAZA, Conde de la (1893): Biblioteca histórica de la filología castellana, Madrid: Imprenta y Fundición de Manuel Tello.

1 Antes había dado a la luz un diccionario caló-castellano que constituye el cuerpo de Campuzano 1848. La obra tuvo una segunda edición en 1851. De él se ha ocupado Buzek (2006: 28-30).

2 Sigo la edición de 1851, impresa también por M. Romeral y Fonseca. No se indica en la portada si se trata de una reimpresión de la primera salida (1850) o si es una edición nueva. Aparentemente, estas entregas de 1850 y 1851 no difieren en su contenido, por lo que la descripción que hago puede ser válida para esas dos apariciones, y también para las que vinieron después.

3 Muy lejos de las 60 000 que estima Ávila (2010: 15), y más aun de las 69 000 que propone Bueno Morales (1995: 271), con la que coincide Buzek (2006: 31).

4 Dejo la especificación de la procedencia de cada una de esas voces para otro lugar en que disponga de más espacio.

5 No se me oculta, por otro lado, que la Academia miró atentamente el diccionario de Núñez de Taboada, como ha expuesto Clavería (2007: 13-16). Las coincidencias de Campuzano con el otro lexicógrafo pueden ser debidas a una vía indirecta a través del DRAE.

6 Bueno Morales (1995) lleva la cifra a las 101 000, en lo que me parece una cifra abultada, como lo era la que ofrecía para el Diccionario manual; con ella vuelve a coincidir Buzek (2006: 32).

7 Por falta de espacio no puedo poner el detalle de la procedencia de esas voces, que dejo para cuando termine mi historia de los diccionarios del español.

8 Cuando vuelva con más extensión sobre la obra, daré cuenta de la procedencia de los cambios cada una de las voces que siguen.

9 El cambio en la titularidad de la imprenta en la última salida (1868) me hace sospechar que nuestro autor y editor debió morir en torno a ese año de 1868, o poco antes.

Estudios lingüísticos en homenaje a Emilio Ridruejo

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