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OBSERVACIONES SOBRE EL LÉXICO DEL DIÁLOGO DE LA LENGUA DE JUAN DE VALDÉS

José MANUEL BLECUA PERDICES y Gloria CLAVERÍA NADAL

RAE y Universitat Autònoma de Barcelona

1. INTRODUCCIÓN

El ideal de lengua valdesiano por excelencia se condensa en las palabras que inician la parte del diálogo dedicada al estilo, cuando en boca de Juan de Valdés se ponen las palabras siguientes:

Para deziros la verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural, y sin afetatión ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es possible, porque a mi parecer en ninguna lengua stá bien lafetatión. Quanto a la diferentia en el alçar o abaxar el estilo, según lo que escrivo o a quien escrivo, guardo lo mesmo que guardáis vosotros en el latín (Valdés, 1535 [2010]: 238).

Aparecen en este fragmento los términos que describen sus concepciones lingüísticas, tan propias de la naturalidad del siglo XVI (Blecua, 2006a: 1115): el estilo en el habla y en la escritura1; el cuidado (Terracini, 1979: 57-86; Barbolani, 1982: 74-83) y el uso (usar), como principios rectores de la práctica lingüística; la afectación, siempre vituperable, frente a la aconsejable llaneza (llanamente); y los vocablos, como unidades lingüísticas mínimas.

Efectivamente, uno de los términos fundamentales del Diálogo es vocablo, voz que generalmente se refiere a las unidades mínimas del léxico, aunque en alguna ocasión puede también utilizarse para las estructuras complejas, como reflejo de la distinción clásica entre verba singula y verba coniuncta (verba plura), que aparece también en el mismo título del Diccionario de autoridades (Blecua, 2006b: 37 y ss.). No se utiliza en la obra el tan nebrisense sinónimo dicción (dición) ni tampoco palabra.

El puesto que ocupa el léxico dentro del Diálogo de la lengua es ciertamente central. Aunque la obra, a primera vista, puede parecer deslavazada por su ficción conversacional (Vián, 1988; Lerner, 1986; Gómez, 1988; Alcalá 1997), tiene un hilo conductor bien definido y explicitado en las primeras páginas a través de una intervención de Marcio:

Si os queréis gobernar por mí, haremos desta manera: en la primera parte le preguntaremos lo que sabe del origen o principio que an tenido así la lengua castellana como las otras lenguas que oy se hablan en España; en la segunda, lo que pertenece a la gramática; en la tercera, lo que le avemos notado en el escrevir unas letras más que otras; en la quarta, la causa que lo mueve a poner o quitar en algunos vocablos una sílaba; en la quinta, le pediremos nos diga por qué no usa de muchos vocablos que usan otros; en la sesta, le rogaremos nos avise de los primores que guarda quanto al stilo; en la séptima, le demandaremos su pareçer acerca de los libros que están escritos en castellano; al último haremos que nos diga su opinión sobre quál lengua tiene por más conforme a la latina, la castellana o la toscana. De manera que lo primero será del origen de la lengua, lo segundo de la grammática, lo tercero de las letras, adonde entra la ortografía, lo quarto de las sílabas, lo quinto de los vocablos, lo sesto de los libros, lo último de la conformidad de las lenguas (Valdés, 1535 [2010]: 129).

Ocupa, pues, el léxico el quinto lugar y está enunciado de forma particular, pues interesa la explicación del uso de los vocablos por parte de Valdés, pues, según Marcio, es distinto al de otros hablantes. No carece el tratamiento del léxico de organización interna de los contenidos: «se trata sucesivamente de los arcaísmos, de las palabras sincopadas, de los equívocos y de los neologismos que desearía introducir Valdés del griego, del latín y del toscano, con un apartado final en que se pone de relieve la existencia de numerosos vocablos sin correspondientes latinos para mostrar la riqueza de la lengua, puesta en entredicho por la necesidad de neologismos» (Laplana, 2010: 49). Así y de forma natural, se pasa por medio del diálogo de uno a otro tema.

El léxico es también el pilar de la argumentación sobre el origen del castellano, un tema muy querido en el Renacimiento. Además, cabe reparar en el hecho de que la referencia al léxico a través de la «propiedad de los vocablos» es también continua en la sección final dedicada al estilo.

Siguiendo las enseñanzas valdesianas, en esta breve contribución al Diálogo intentaremos desbrozar los motivos subyacentes a la concepción léxica de la obra: en la primera parte, consideraremos la posición del léxico en la sección sobre el origen de la lengua (epígrafe 2); en la segunda, analizaremos la sección dedicada a los vocablos (epígrafe 3); y, en la tercera, consideraremos el influjo de la tradición clásica en el tratamiento del léxico, en especial en la parte final de la obra en la que la aproximación a los vocablos se desenvuelve desde la consideración de sus propiedades retóricas (epígrafe 4).

2. EL LÉXICO Y EL ORIGEN DEL CASTELLANO: «MÁS HISTORIA QUE GRAMMÁTICA»

En justa correspondencia al apasionamiento que generó en el Siglo de Oro (Alcina y Blecua, 1984: 70), el primer problema lingüístico que se somete a examen en el Diálogo de la lengua es el origen del castellano (cf. Lope Blanch, 1990: 49-50, 91 y ss.; Binotti, 1995; Gauger, 2004: 689-693). En el marco de las distintas teorías existentes y aceptando el latín como precedente inmediato del castellano, Valdés defiende que el origen de la lengua se encuentra en el griego, una idea que «no hace más que trasladar la alta valoración de la lengua griega por los humanistas en el siglo XVI a la historia de la lengua española» (Bähner, 1966: 62). Sustenta su opinión en datos históricos de carácter político y social (Terracini, 1979: 28), y en datos lingüísticos de dos tipos: el origen etimológico de algunas palabras y «algunas maneras de dezir» para las que aduce la autoridad de Luciano2.

Muchas de las voces que son aportadas como helenismos para sustentar la idea valdesiana (apeldar, malatía, fantasía, gaçafatón, tío, etc.) no son, en realidad, de esta procedencia, aunque siguen los cauces por los que discurría la argumentación etimológica de la época y reflejan el interés por la dignificación de las lenguas vulgares a través del establecimiento de relaciones etimológicas entre las lenguas clásicas y el romance. Así se inicia el análisis etimológico en el Siglo de Oro, felizmente consagrado más adelante con el Tesoro de Covarrubias (Seco, 2003; Campos Souto, 2007).

También en el marco de la equiparación de las lenguas vulgares con las lenguas clásicas, debe entenderse la pregunta planteada por Marcio: «¿Creéis que la lengua castellana tenga algunos vocablos de la hebrea?» (1535 [2010]: 143) y Valdés, según las creencias del momento, menciona los ejemplos de abad y saco.

Además, el interés por el establecimiento del origen del léxico conduce, después del análisis del origen de la lengua, a la consideración del componente árabe, palabras para las que se observa con perspicacia que se usan no solo para «aquellas cosas que avemos tomado de los moros» y «no tenemos otros vocablos con que nombrarlas sino los arávigos que ellos mesmos, con las mesmas cosas, nos introduxeron» (Valdés, 1535 [2010]: 138), sino también para voces que ya existían en latín (alhombra-tapete, alcrebite-piedra sufre, azeite-olio).

3. LOS VOCABLOS

Diversos estudiosos han reconocido en Pietro Bembo y sus Prose della lingua volgare (1525) la base del Diálogo de la lengua de Valdés (Bahner, 1966: 60, 66 y ss.); sin embargo, en esta obra el foco del análisis se concentra en la gramática3, mientras que en el Diálogo la gramática es un componente secundario y el léxico adquiere un peso notable (Terracini, 1979: 21). Las cuestiones gramaticales se encuentran diseminadas por todo el Diálogo y encierran un elevado valor documental para la lengua de la época (Lope Blanch, 1969: 18-22): desfilan por el Diálogo apreciaciones relacionadas con los artículos y el género, los pronombres y su orden con respecto al verbo (Valdés, 1535 [2010]: 150-151, 154-155, 179-180, 239), las formas verbales (Valdés, 1535 [2010]: 172), los tratamientos (Valdés, 1535 [2010]: 173, 187), el uso elementos superfluos (Valdés, 1535 [2010]: 238-239), el empleo de la preposición a ante objeto directo (Valdés, 1535 [2010]: 240), etc.; pese a ello, falta una descripción gramatical sistemática (Lapesa, 1946: 16). Por contra, la obra está repleta de valiosísimas observaciones de carácter léxico en las que destacan las que se relacionan con la variedad y la renovación.

Establece Valdés como punto de partida una triple composición genealógica del léxico en correspondencia con la historia trazada en el origen de la lengua. De esta forma, se expone que «la lengua castellana consiste principalmente en vocablos latinos, así enteros como corrompidos, y en vocablos arábigos o moriscos, y en algunos pocos griegos» (Valdés, 1535 [2010]: 196). Acompaña a esta clasificación una breve y atinada referencia a cada grupo:

Lo que más os puedo dezir es que, mirando en ello, hallo que por la mayor parte los vocablos que la lengua castellana tiene de la latina son de las cosas más usadas entre los hombres, y más anexas a la vida humana; y que los que tiene de la lengua aráviga son de cosas extraordinarias o a lo menos no tan necesarias, y de cosas viles y plebeyas, los quales vocablos tomamos de los moros con las mesmas cosas que nombramos con ellos; y que los que tiene nuevos4 de la lengua griega casi todos son perteneçientes o a la religión o a doctrina. Y si miráis bien en esto, creo que lo hallaréis casi siempre verdadero (Valdés, 1535 [2010]: 196).

Ya en esta introducción sobre los vocablos aparece la idea fundamental de la concepción léxica valdesiana. En este caso y por boca de Marcio, se plantea la importante cuestión de la selección de las palabras en el uso como fundamento de la corrección lingüística (Gutiérrez Cuadrado, 2005): «Buena parte del saber bien hablar y escrivir consiste en la gentileza y propiedad de los vocablos que usamos» (Valdés, 1535 [2010]: 196). En las páginas siguientes y como corolario de esta afirmación, se van a ir desgranando diversas particularidades lingüísticas, eminentemente léxicas, que van a ser tratadas desde la óptica de la variación, de la corrección y del dinamismo tan propio de la pervivencia del vocabulario. La relevancia del léxico y su selección dentro de la teoría de los estilos5 marca el rumbo de las agudas y prolijas observaciones sobre los arcaísmos (Valdés, 1535 [2010]: 197-212), sobre los «vocablos equívocos» (Valdés, 1535 [2010]: 214-223) y sobre la renovación del léxico, que pasa por la importación de préstamos del griego, del latín o del italiano (Valdés, 1535 [2010]: 223-227). Concluyen las consideraciones léxicas con la revisión de las voces castellanas que no tienen equivalente en latín con el fin de poner de relieve la riqueza de esta lengua (Valdés, 1535 [2010]: 227-230). La profunda atención al léxico que se prodiga en el Diálogo no hace más que demostrar la importancia de este componente, algo de lo que son plenamente conscientes los interlocutores de Valdés.

La primera cuestión léxica, planteada por Marcio, tiene que ver con la riqueza léxica y los vocablos que dejan de usarse a lo largo de la historia: «en la lengua castellana ay muchos vocablos, de los quales algunos no se usan, porque con el tiempo se an envegeçido…» (Valdés, 1535 [2010]: 196), un fenómeno que es refrendado aduciendo los principios retóricos horacianos. En las páginas siguientes multitud de voces son tratadas de manera sistemática y en orden alfabético. Aparecen en este punto dos aspectos fundamentales de las concepciones lingüísticas del Diálogo: por un lado, la relación entre arcaísmos y refranes; por otro, la importancia de la selección y la calificación del léxico.

La ausencia de obras literarias como autoridades estilísticas y lingüísticas «lleva a la búsqueda de otros elementos modélicos, como los refranes, de acuerdo con una tradición erasmiana» (Blecua, 2008: XXVII), de forma que en estos se encuentra, según Valdés, «la puridad de la lengua castellana» (1535 [2010]: 125). De hecho, dentro de la dignificación de lo popular del siglo XVI, el refrán ocupa un puesto central que va desde el Diálogo al Quijote (Blecua, 2006a: 1116). Se evidencia claramente en la argumentación que los refranes suelen ilustrar la palabra que Valdés desaconseja por haber envejecido con lo que se realza, aún más si cabe, el dinamismo tan consustancial del léxico:

Aya y ayas por tenga y tengas se dezía antiguamente y aún lo dizen agora algunos, pero en muy pocas partes quadra; úsanse bien en dos refranes, de los quales el uno dize Bien aya quien a los suyos se parece, y el otro Adonde quiera que vayas, de los tuyos ayas (Valdés, 1535 [2010]: 198).

Los ejemplos aducidos reflejan a la perfección el cambio léxico que se había producido a lo largo del siglo XV y que revolucionó su constitución a través tanto de la latinización como de la evolución gramatical y semántica. Los ejemplos examinados en el Diálogo son tanto verbos (aver-tener, catar-buscar, erguir-levantar, fallecer-faltar, henchir-llenar) como en elementos gramaticales (ayuso-abaxo, ca-porque, dende-de ahí, desque-quando, maguera-aunque, so-debaxo, suso-arriba), además de sustantivos (hueste-exército, acuçia-diligençia, cuita-fatiga, duelo-fatiga, engeño-ingenio, falta-falla, guisa-manera, honor-honrra, hemençia-ansia, (h)inojos-rodilla) y adjetivos (cabero/çaguero-último/postrero, humil-humilde, hito-importuno, luengo-largo, ledo-alegre, raez-fácil)6. Estas ideas deben ser valoradas en consonancia con la crítica de «tutto ciò che è típico nella retorica e nello stile di transizione tra medioevo e pieno rinaciscimento» (Terracini, 1979: 5-26).

Se ha reparado en que el examen de arcaísmos sigue orden alfabético y presenta un elevado grado de coincidencias con el Vocabulario español-latino del denostado Nebrija. No es difícil rastrear su aprovechamiento, que quizá se pudo combinar con otra fuente lexicográfica o se pudieron ir añadiendo voces relacionadas al repasar el diccionario nebrisense7. Los ejemplos son numerosos y así se lee en el Vocabulario «atender esperar. expecto.as.», equivalencia que da pie a «atender por esperar ya no se dize, dezíasse bien en tiempo pasado, como pareçe por este refrán […] En metro se usa bien atiende y atender y no pareçe mal; en prosa yo no lo usaría» (Valdés, 1535 [2010]: 199), palabras en las que la simple equivalencia interlingüística se transforma en una reflexión dentro de la teoría de los estilos; a la opinión valdesiana de «Más me contenta dezir embaraçado que embaçado, y más tardar que engorrar, y más partir que encentar, y más año que era…» (Valdés, 1535 [2010]: 201) pueden corresponder las siguientes entradas del Vocabulario:

embaçado maravillado. stupidus.a.um

embaraçado. impeditus. implicitus

encetar lo entero. libo. delibo.as. degusto.as

engorrar o tardarse. moror, aris, imoror

En el otro extremo de los arcaísmos, se encuentran los neologismos y también en este caso es Marcio quien pregunta a Valdés: «me acuerdo algunas vezes oíros dezir que deséais entroduzir ciertos vocablos en la lengua castellana» (Valdés, 1535 [2010]: 223). Así se da paso a la revisión de helenismos (paradoxa, tiranizar, idiota, ortografía), latinismos (ambitióm, eceptión, dócil, superstición, objeto, etc.) y otras voces que parecen necesarias para suplir los huecos observados en el léxico del castellano (Lapesa, 1946: 22). Se plantea, de este modo, la cuestión del neologismo, sus límites y sus justificaciones.

Las reflexiones léxicas discurren con constante atención a la semántica (feligrés), al uso personal («yo uso ingenio», luengo) o general (yazer), a la teoría de los estilos y la oposición entre prosa y verso (atiende, atender, so-soy, sobrar-sobrepujar), y a la variedad diastrática y diafásica (yantar, lóbrego y lobregura, platel-plato).

De hecho, uno de los objetivos principales de la sección dedicada a los vocablos es mostrar la abundancia de la lengua castellana a lo que contribuyen las voces sin equivalencia latina (Valdés, 1535 [2010]: 228-230).

4. LA CALIFICACIÓN DEL LÉXICO

Como se ha señalado anteriormente, para Valdés, el aspecto central del uso lingüístico se halla «en la gentileza y propiedad de los vocablos que usamos», de ahí que sea tan importante la selección como base de uso. De este modo, en la obra «el léxico es objeto de una criba minuciosa» (Lapesa, 1946: 20; cf. Carrera de la Red, 1988: 123-124), pues la selección adecuada ayuda a evitar la variación no deseada (Terra-cini, 1979: 61). La selección se fundamenta en la concepción del léxico propia de la época dentro de la teoría retórica, en especial de la elocutio (López Grigera, 1994; Roldán Pérez, 1998; Gutiérrez Cuadrado, 2005).

Desde esta perspectiva hay que reparar en los adjetivos que se utilizan para la calificación del léxico (Gauger, 1989; Terracini, 1992; Rivarola, 1998), así «la gentileza de la lengua castellana» se basa en los vocablos «llenos y enteros» (Valdés, 1535 [2010]: 171) y en los «vocablos tan propios castellanos» (Valdés, 1535 [2010]: 144). La selección debe privilegiar los «mejores vocablos» (Valdés, 1535 [2010]: 196), los dignos de uso son «gentiles» (Valdés, 1535 [2010]: 198), mientras que los términos reprobables son «feos» y «grosseros» (Valdés, 1535 [2010]: 201, 203)8. Estas mismas consideraciones y calificaciones se aplican en la sección dedicada al estilo en la búsqueda del ideal del «puro castellano», basado en «espremir muy gentilmente y por muy propios vocablos castellanos» (Valdés, 1535 [2010]: 251).

Como en todo texto clásico, en el Diálogo de la lengua resuenan los ecos de la formación humanística:

Marcio. Assí se hará, proseguid en decirnos lo que pertenece al estilo de vuestra lengua castellana.

Valdés. Con deziros esto pienso concluir este razonamiento desabrido: que todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes, de tal manera que, explicando bien el conceto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de las palabras que pusiéredes en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la sententia della, o al encarecimiento, o la elegantia (Valdés, 1535 [2010]: 242).

Valdés explica a continuación los vocablos sententia y encarecimiento, pero da por supuesto que todo el mundo conoce lo que significa elegantia. Elegancia es un término muy preciso de la Retórica clásica que supone la fusión de latinitas y explanatio (corrección y claridad), que existe en romance desde la segunda mitad del siglo XV (como queda demostrado en las primeras concordancias de la voz en el CDH académico) y que algunas veces alterna con tersura. Íntimamente relacionado con elegancia, está el término elegante, que también aparece en el Diálogo. Marcio pregunta: «¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana?»:

Valdés. Sí que la tengo, pero también la tengo por más más vulgar, porque veo que la toscana está ilustrada y enrriquecida por un Bocacio y un Petrarca, los quales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron describir buenas cosas, pero procuraron escribirlas con estilo muy proprio y muy elegante, y como sabéis la lengua castellana nunca ha tenido quien escriva en ella con tanto cuidado y miramiento quanto sería menester para que hombre, quiriendo o dar quenta de lo que scrive diferente de los otros, o reformar los abusos que ay oy en ella, se pudiese aprovechar de su autoridad (Valdés, 1535 [2010]: 119).

Dejando aparte el análisis de los términos técnicos proprio y propiedad, es evidente que elegancia es término usado por Valdés como perfectamente conocido y que equivale a vocablos como cuidado y miramiento, para decirlo con sus palabras llanas y sencillas. Los vocablos elegancia y pureza (sermo purus) gozaron de enorme fortuna en la creación literaria (Lausberg, 1966-1969: § 460) y en la vida de la recién nacida Real Academia Española, en cuyo Estatuto Único se lee: «Siendo el fin principal de esta Academia cultivar y fijar la pureza y elegancia de la Lengua Castellana…».

La definición de elegancia en el Diccionario de autoridades (1726-1739, NTLLE) se mantiene en estos valores semánticos.

ELEGANCIA. s. f. Eficáz y grave compostúra de estílo, con que se expressan en la oración los conceptos, usando de términos proprios, puros y sin afectación. Es voz puramente latina.

Siglos después el binomio pureza y elegancia había quedado desprovisto de significado técnico y produjo un episodio curioso y triste en la vida de las jóvenes Corporaciones. Ha narrado Santiago Muñoz Machado, en su reciente obra Hablamos la misma lengua. Historia política del español en América, desde la Conquista a las Independencias, que en los momentos gloriosos de la sedición lingüística un académico argentino, Juan María Gutiérrez, rector de la Universidad de Buenos Aires, devolvió a Aureliano Fernández Guerra y Orbe, secretario a la sazón de la RAE, el título de académico correspondiente al leer el texto del escrito académico.

Exponía tres razones; copiamos la primera del texto de Muñoz Machado (2017: 631): «América y sus habitantes cultivaban la lengua que les había legado España, se expresaban en ella, pero “no podemos aspirar a fijar su pureza y elegancia”, por razones que nacen del estado social que ha deparado a los americanos la emancipación política de la antigua metrópoli». Muñoz Machado ha contado que Gutiérrez había escrito una carta a un amigo en marzo de 1876 donde preguntaba: «¿Qué le parece mi cohete a la Academia?» (Muñoz Machado, 2017: 631). Gutiérrez es un excelente prosista, como atestigua su carta a la RAE9, pero en su texto testimonia que los términos retóricos clásicos ya eran completamente desconocidos para algunos académicos por aquellos años.

5. A MODO DE CONCLUSIÓN

Mediante la ficción conversacional del diálogo el léxico es objeto de un pormenorizado análisis. Se empieza con los arcaísmos, pero no se trata de voces antiguas autorizadas sino palabras cuyo uso es desaconsejable. A continuación, se acometen los vocablos sincopados que serían equiparables a los barbarismos que implican algún tipo de supresión de sonidos en el dominio de la gramática y la retórica. Finalmente, se tratan cuestiones relacionadas con los vocablos equívocos, fenómenos que coinciden con los cambios semánticos (peregrinos metafóricos). Se plantea, además, la cuestión de la introducción de voces nuevas con algunos ejemplos de las lenguas clásicas, del griego y del latín (1535 [2010]: 223-225), y del italiano (1535 [2010]: 225). Cuando Valdés propone usar en español una serie de palabras de estas lenguas, Coriolano reacciona esgrimiendo un argumento purista:

No me plaze que seáis tan liberal en acreçentar vocablos en vuestra lengua, mayormente si os podéis passar sin ellos como se an passado vuestros antepassados hasta agora. Y si queréis ver que tengo razón, acordaos quán atentadamente y con quánta modestia acreçienta Cicerón en la lengua latina algunos vocablos, como son qualitas, fantasia que significa visum, y comprehensibile, aunque sin ellos no podía esprimir bien el concepto de su ánimo en aquella materia de que hablava, que es si bien me acuerdo en sus Quistiones que llama académicas (Valdés, 1535 [2010]: 225-226).

Replica Valdés a esta intervención que su propuesta no estriba en acuñar vocablos nuevos sino en utilizar los que ya existen en otras lenguas y, en boca de Marcio, se alude al fenómeno de la motivación de los préstamos: «ninguna lengua ay en el mundo a la qual no estuviesse bien que le fuessen añadidos algunos vocablos, pero el negoçio está en saber si querríades introduzir estos por ornamento de la lengua o por neçesidad que tenga de ellos» (1535 [2010]: 227). La respuesta de Valdés no puede ser más clara: «por lo uno y por lo otro», pues ambas razones se encuentran sustentadas por los preceptos retóricos, unos preceptos retóricos que más adelante se desvanecerán hasta provocar la incomprensión.

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1 Sobre la interacción entre ambos planos y la interpretación de la afirmación valdesiana, cf. Menéndez Pidal (1968: 69-71); Terracini (1979: 60 y ss.), quien centra la interpretación en la oposición cuidado-descuido; Rivarola (1998: 98-101); Gauger (1989: 55-60 y 2004); y Bustos Tovar (2004: 468-474).

2 Cf. Bähner (1966: 62-63 y nota 9); Laplana (2010: 43); Terracini (1979: 15) repara en la coincidencia con F. de Vergara, también seguidor de Erasmo.

3 Cf. el libro tercero (Bembo, 1525 [2011]: 391-703).

4 A diferencia de los helenismos citados en el fragmento del origen del castellano.

5 Cf. Bembo (1525 [2011]: 284-285), lugar en el que aparece la vinculación de manera clarísima.

6 Algunas de estas sustituciones léxicas fueron ya estudiadas por Y. Malkiel (por ejemplo, 1975 y 1980) y, en el cambio de siglo, aparecen las publicaciones de Eberenz (1998a y 1998b); Harris-Northall (1999); Eberenz (2004 y 2008); Dworkin (2005 y 2006) para la relación entre hueste y ejército. Puede encontrarse una visión panorámica en Dworkin (2004).

7 Esto podría ocurrir en el caso de la observación sobre arregostar que podría haber surgido ante el agostar del Vocabulario o duelo(s) quizá motivada ante el amplio grupo de entradas de la familia del verbo dolerse de la obra nebrisense.

8 Cf. Bembo (1525 [2011]): 292-293) para calificaciones léxicas. El adjetivo grossero se repite en Torquemada (1552 [1970]: 73) y en Salinas (1541: lxi vº, lxxxvii) con el emparejamiento «antiguos o groseros»; en Palmireno (1573: 106) «hablar glossero» se equipará a barbarismo.

9 El escrito se conserva en el Archivo académico (FRAE 63/18). Los autores agradecen la ayuda de su directora, Covadonga de Quintana.

Estudios lingüísticos en homenaje a Emilio Ridruejo

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