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EL CONCEPTO DE LENGUAJE EN LA OBRA DE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (1735-1809): ALGUNAS REFLEXIONES

Elena BATTANER MORO

Universidad Rey Juan Carlos

El profesor don Emilio Ridruejo es una de las figuras más relevantes y destacadas en la Historiografía lingüística española. Los historiadores de la lingüística le debemos no sólo su magisterio en esta área –desde sus estudios gramaticográficos de distintos ejemplos de la tradición española (Nebrija, Benito de San Pedro, Gregorio Garcés, Jovellanos, Gómez Hermosilla o Salvá, entre otros) a sus publicaciones sobre Lingüística Misionera, pasando por sus trabajos en Historia del español, entre otros–; sino, además, su continuada y esforzada labor en la constitución y consolidación de la Sociedad Española de Historiografía Lingüística (SEHL), para la que el Prof. Ridruejo ha sido y es, indudablemente, condición sine qua non. Todos los miembros de esta Sociedad conocemos y honramos su voluntad y su disposición, y a todos nos ha guiado, de una forma u otra, esta labor continuada durante las últimas décadas.

Una característica propia del trabajo del Prof. Ridruejo ha sido la de aunar Lingüística y Filosofía en muchas de sus numerosas obras; en ellas, racionalismo, naturalismo o positivismo, entre otras corrientes o tendencias, encuentran un lugar en la descripción, explicación o justificación histórica de muchos autores de nuestra tradición. En esta línea que bucea e investiga en el fundamento filosófico de nuestros objetos de estudio, quisiera ofrecerle un pequeño trabajo acerca del concepto de lenguaje y de sus diferentes formas y desarrollos en algunas obras del jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809). En concreto, me centraré en diversos tratados –algo menos estudiados– en los que podemos encontrar varias acepciones en torno a este concepto –por ejemplo, lengua o lenguas, idioma natural o habla– que el conquense emplea para describir diferentes actividades lingüísticas asociadas a las edades del Hombre o a sus condiciones físicas. Estas obras últimas del jesuita parecen compendiar, en cierto modo, no sólo su pensamiento lingüístico; en ellas, además, podemos encontrar las diferentes reflexiones sobre el lenguaje que encontraron un desarrollo excepcional a lo largo del siglo XVIII y que, sin duda, abrieron diferentes puertas hacia los estudios lingüísticos –teóricos y aplicados– del siglo XIX. Justamente, la figura de Hervás se nos muestra como un gozne entre ambos siglos y, de esta manera, como un ejemplo de los distintos caminos que conducen hacia la episteme moderna.

1. INTRODUCCIÓN

En anteriores trabajos (vid. especialmente Battaner, 2016) he señalado la relevancia y la pertinencia de detenerse en textos de la lingüística que pueden ser considerados no canónicos puesto que ofrecen no sólo puntos de vista singulares, originales o incluso revolucionarios, sino porque además pueden permitir entender el devenir de nuestra disciplina desde un punto de vista genealógico y cómo se ha ido construyendo a lo largo de los últimos siglos (Foucault, 1966, 1999, 2000).

El siglo XVIII en concreto ofrece una amplia relación de autores y textos heterodoxos cuyo estudio puede permitir profundizar en el modo como se ha ido configurando nuestra disciplina; y por diferentes razones filosóficas, políticas o religiosas, el jesuita Lorenzo Hervás y Panduro1 es una figura muy apropiada para acercarse a las diferentes formas de pensar el concepto o el objeto «lenguaje» a lo largo del siglo XVIII.

Como sabemos, Hervás nació en Horcajo de Santiago (Cuenca) el 10 de mayo de 1716 y estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Alcalá de Henares entre 1752 y 1760. Debido a su pertenencia a la Compañía de Jesús, en 1773 fue enviado al exilio junto con sus compañeros de orden y vivió en varios puntos de Italia, sobre todo en Cesena, hasta que en 1785 se mudó a Roma. Allí permaneció con distintos cargos hasta 1798, cuando se le obliga a regresar a España. En 1801, debido a la segunda expulsión de los jesuitas, volvió a Roma en 1802, donde murió el 24 de agosto de 1809.

La primera obra de Hervás fue Idea dell’Universo (1778-1787, 1792); con 11 tomos y 21 volúmenes, da buena cuenta del sentir y del interés intelectual –casi enciclopédico, aunque abominaría de esta etiqueta– del conquense. Dividida generalmente en tres partes –Historia de la vida del Hombre, Elementos cosmográficos e Historia de las lenguas–, es esta última (vols. 17-21) la que le ha dado su fama como lingüista. En concreto, el volumen 17 lleva por título Catalogo delle Lingue (1784) y contiene una colección de lenguas del mundo, conformada gracias a la información derivada de –entre otros– sus contactos con otros jesuitas misioneros que, como él, llegaban al exilio jesuítico de Roma. En el volumen 18, Origine, formazione, meccanismo ed armonia degl’idiomi (1785), se pueden encontrar algunas de sus ideas sobre el origen del lenguaje. Hervás remite constantemente a estas obras para explicar muchas de sus ideas sobre el origen de las lenguas desde una perspectiva poligenética, discusiones y características de las lenguas matrices y una descripción de las lenguas (número, evolución, origen…) de distintos continentes.

Cuando Hervás se dispuso a traducir sus obras al español, amplió y reestructuró algunos de sus textos y dividió su Idea en cuatro obras relativamente independientes: Historia de la vida del hombre (Madrid, 1789-1799), Viaje estático al mundo planetario (Madrid, 1793-1794), El hombre físico, o anatomía humana físico-filosófica (1800) y el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (1800-1805). Dado que esta última es una de las más conocidas y trabajadas en la historia de nuestra disciplina, en este trabajo nos vamos a detener en Historia de la vida del Hombre y El hombre físico, a las que se une Escuela Española de Sordomudos, que fue escrita y publicada en Madrid en 1795 entre las ediciones italiana y española de Idea dell’Universo. Repasaré, por tanto, en estas tres obras, algunos conceptos sobre el lenguaje y las lenguas con objeto de contribuir al estudio de las reflexiones lingüísticas de Lorenzo Hervás y Panduro.

2. HISTORIA DE LA VIDA DEL HOMBRE (1789)

No es habitual encontrar descripciones acerca del proceso ontogenético del lenguaje en nuestras obras «clásicas» de la historia de la lingüística, de ahí que lo expuesto por Hervás en esta obra sea tan singular. En Historia de la vida del hombre (1789, tomo primero: «Concepción, Nacimiento, Infancia y Niñez del Hombre»), el jesuita se detiene en describir cuáles son los diferentes aspectos o fases que atraviesa el ser humano desde el momento de su nacimiento (incluso antes); una de estas fases –y que específicamente nos hace humanos– tiene que ver con la capacidad de comunicación (diríamos que innata [i. e. divina], según Hervás) que poseemos las personas a diferencia del resto de animales. No se trata exclusivamente de una descripción ontogenética –en la que se describan fases o periodos, por ejemplo– puesto que se entrelaza a veces con otro tipo de cuestiones y resulta, en comparación con otros aspectos estudiados, algo más reducida. Sin embargo, este aspecto ontogenético puede darnos ciertas claves acerca de la concepción hervasiana de lenguaje que nos ayudará a desbrozar parte de su pensamiento y vocabulario.

En «Primeros indicios de la racionalidad del Infante» (Libro II, Capítulo VI, pp. 218-221), Hervás escribe estos primeros párrafos, ya muy esclarecedores (la cur-siva es mía):

Volvamos nuestra consideración al niño para observar las particularidades que nos presenta desde el segundo mes de su vida hasta los dos años. Después del primer mes fortificados ya los órganos del recien-nacido, los objetos hacen en él impresiones duraderas, y correspondiendo á éstas el infante empieza á darnos indicios claros de su racionalidad, y del espíritu que animándole encuentra ya la máquina corporal […] (Hervás, 1789: 218-219).

El infante, pues, desde los 40 dias de su vida, si está sano, empieza á mostrar sensiblemente las pasiones de alegría, de amor, de tristeza y de enfado por medio de señales que mas que la figura le distinguen de los animales (Hervás, 1789: 219-220).

El infante en estas circunstancias no es aun capaz de articular ó significar con voces las pasiones que le agitan; mas no necesita este lenguage; porque todos sus miembros son otras tantas lenguas2. El Hombre mudo en su mayor edad no habla con los ademanes mas inteligiblemente; ni con mas claridad explica sus ideas que un infante desde los primeros meses de su vida sí aquella alma, que anima la pequeña máquina de su cuerpecillo, se esfuerza y empeña en declararnos que es ella la que obra en lo interior, y nos explica sus ideas mentales con ademanes corporales. Esta alma aunque tan principiante en explicar lo que piensa y desea reconoce luego por amigo y compañero al Hombre, distinguiéndole de la bestia (Hervás, 1789: 220).

He querido seleccionar estas líneas no tanto por reforzar lo ya sabido sobre Hervás –en este caso, la inspiración sensualista de estos conceptos– sino porque es especialmente relevante que Hervás subraye el hecho de que la comunicación se produce sin sonido (i. e. no se oye lengua articulada) y que se lleva a cabo con el movimiento. Así, el idioma de la vista es, para Hervás un idioma anterior y más natural que el idioma oral (o articulado), en el sentido de que es o parece anterior filogenéticamente: de esta forma, Hervás puede sostener, con estas observaciones, sus ideas acerca de la imposibilidad humana de crear una lengua (es decir, que es de origen divino) y que, pese a que todos los seres humanos nacemos iguales, el hecho de que existan distintas lenguas sólo puede deberse a un acontecimiento posterior, como es el episodio de Babel. Más adelante volveremos sobre estas cuestiones.

Tras estas primeras consideraciones, el capítulo VII está especialmente dirigido a describir los primeros desarrollos del lenguaje y de ciertas reflexiones sobre el lenguaje y las lenguas de orden más general, para cuyo estudio remite al Catálogo. En «Tiempo en que el infante empieza á hablar; si hay idióma natural al Hombre; y sobre la diversidad de idiómas» (Libro II, capítulo VII, pp. 231 y ss.), Hervás se detiene específicamente en el término «lengua». Es necesario aclarar en este punto algunas de las ideas que señala, dado que una lectura actual puede llevar a confusión (la cursiva es mía):

Desde luego que nacen las bestias, su lengua empieza á hacer todas las funciones de que es capaz, y que exercitará por toda la vida, de ellas; no sucede esto en el Hombre; en el que siendo la lengua el instrumento sensible de su racionalidad, ella con las palabras nos da pruebas experimentales de ésta, á proporción que el alma va exercitando sus funciones espirituales (Hervás, 1789: 231).

El infante empieza á conocer desde los primeros meses de su vida; mas los actos de su conocimiento son momentáneos; porque las especies de los objetos se imprimen tan tiernamente en su celébro, cómo si fuera en el agua. Crece el infante en edad y en conocimiento; y á proporción que se van fortaleciendo sus miembros, nos habla y da pruebas de su racionalidad con ademanes, gestos y acciones. Este modo de hablar es su primer lenguage; y á él sucede después, el vocal, que llamamos lengua; pues que con la lengua pronunciamos la mayor parte de las palabras. Los infantes no suelen empezar á hablar hasta que tienen dos años; algunos, y principalmente las hembras, suelen hablar antes de tener dos años; y otros no hablan palabra alguna hasta los tres años (Hervás, 1789: 231).

Aunque en casi todos los idiomas conocidos, al idioma se da el nombre mismo que á la lengua; porque con ésta se pronuncia la mayor parte de las palabras; no obstante, es innegable que el Hombre aunque no tuviera lengua podría hablar un idioma que fuese bastante inteligible y abundante para exprimir todas las ideas de las cosas sensibles y espirituales (Hervás, 1789: 233).

Los siguientes párrafos redundan en la idea de que para Hervás no existe idioma natural en el hombre –una discusión constante en la época3– más allá de los gestos, acciones o sonidos que puedan ser entendidos por todas las personas (i. e. son «universales»), a diferencia de los arbitrarios:

El idioma natural del Hombre es solamente la voz, la qual es naturalmente mas capaz de tonos y modulaciones, que la de los animales. Es vana y aun pueril la opinión de los que pretenden probar, que el Hombre tiene idioma natural. En la naturaleza humana el Filósofo no reconoce otro idioma universal y natural, que el de las interjecciones y acciones (Hervás, 1789: 241).

Las voces que exprimen los afectos del ánimo, én casi todas las lenguas son simples sonidos de letras vocales; los quales la naturaleza forma con grande uniformidad; y por esto entendemos los acentos de susto, admiración, llanto, &c. que hacen los estrangéros, aunque no entendamos una palabra de sus lenguas. El idioma de acciones es el que se hace con ademanes y gestos; y porque las acciones son movimientos naturales de los miembros corporales según la impresión de los afectos interiores, todas las naciones entienden este lenguage, en que los miembros sirven de lengua, y las acciones sirven de palabras. Tended la vista por una gran galería en que estén pintados los hechos, i ó vidas de algunos héroes; y en las pinturas veréis; el vocabulario del Idioma natural de las acciones. De éstas se vale el arte pantomímica, que es el idioma que usarían todos los hombres, si fueran mudos4 (Hervás, 1789: 241-242).

Por tanto, Hervás desarrolla aquí –como ocurre en muchas de sus obras– varios conceptos: a saber, idioma (universal o) natural e idioma de acciones, entendidas como acciones productivas (voz y gestos, independientemente de que sean arbitrarios o no). Al mismo tiempo, incluye su aspecto receptivo (oído y vista) que, con más detenimiento, estudiará en obras posteriores; en concreto, en Escuela Española de Sordomudos (vid. punto 3). En ellas, como veremos, introducirá entonces los conceptos de idioma oral o vocal e idioma visual o de la vista.

Como ya hemos señalado en otros lugares (Battaner, 2012 y Battaner y Dovetto, 2013), el contacto de Hervás con la escuela de personas sordas sita en Roma y dirigida por Silvestri (alumno directo de Charles de L’Epée), supuso cierto revulsivo intelectual y permitió que el conquense reconsiderara o matizara algunas de sus ideas en torno al lenguaje humano. En la siguiente sección nos detendremos en algunas de ellas.

3. ESCUELA ESPAÑOLA DE SORDOMUDOS (1795)

La Escuela Española de Sordomudos (EES) es una obra que aparece casi de repente en el plan editorial diseñado por Hervás y que, como expuse en Battaner (2012), responde a una necesidad del jesuita por cuanto que, de su experiencia romana en el colegio de personas sordas, hubo «aprendido y descubierto algunas verdades que se habian ocultado á mi [su] mente». Algunas de estas «verdades» tenían que ver con la existencia de lenguas «gestuales» no naturales (i. e. arbitrarias), como las lenguas de signos o señas empleadas por las personas sordas; del mismo modo, que eran lenguas sin historia ni nación, dos condiciones fundamentales en la descripción de las lenguas que pueblan su Catálogo. Así, en la EES encontramos mucho más trabajados algunos de los conceptos hervasianos acerca del lenguaje y de las lenguas y, a diferencia de Historia de la Vida del Hombre y de sus aspectos ontogéneticos, en la EES los argumentos pueden entenderse mejor en un contexto de explicación filogenética.

Derivado pues de su contacto con la lengua de signos empleada por estudiantes e instructores en la escuela romana, Hervás desarrolla específicamente el concepto de idioma de la vista; en concreto, añade la cuestión de que existen lenguas arbitrarias (desarrolladas léxica y gramaticalmente) visuales –a diferencia del idioma natural de los gestos o la pantomima, como incluía en obras anteriores– y de que asimismo existen, asociadas a ellas, formas equiparables a la escritura (la dactilología, por ejemplo; la cursiva es mía):

Idioma humano es todo lo que con señales que puedan oirse o verse, es capaz de conocer los actos mentales de quien las hace: el idioma de oido solamente se puede formar con voces: el de vista se puede formar de varias maneras; pues se puede formar hablando con el mero movimiento de los labios, de los ojos, de las manos &c. y hablando con la pintura de símbolos naturales o arbitrarios. El hombre por su naturaleza es mas propenso á hablar el idioma de vista que no el de oido o el vocal (Hervás, 1795, tomo I: 133).

Sin necesidad de la escritura se puede inventar un idioma de vista que se figure con el movimiento de las manos y de los dedos, como el que se usa en las escuelas de los Sordomudos (Hervás, 1795, tomo I: 134).

Idioma es […] todo lo que es capaz de expresar sensiblemente las ideas que concebimos. No hay cosa sensible que por si o por motivo de significacion arbitraria no pueda declarar ideas; por lo que perteneciendo toda sensacion á alguno de los cinco sentidos corporales, todas las cosas sensibles por medio de algunos de estos nos pueden servir de idiomas, y estos en general pueden ser tantos, quantos los sentidos […]. El de la vista, por ejemplo, suministra los idiomas visibles, y estos pueden ser de escritura ó de accion; pues á la vista se habla con caracteres escritos y con señas (Hervás, 1795, tomo I: 258).

Las señas arbitrarias pueden ser idiomas inventados por los hombres, y las señas naturales son idioma de la naturaleza (Hervás, 1795, tomo I: 262-263).

En lo que respecta al idioma visual, entonces, contamos con que con el sentido de la vista podemos acceder al significado de los gestos (naturales, universales) y de los signos (en este caso, de las lenguas signadas, como la LSE); igualmente, accedemos a las letras través de la escritura o de su representación con las manos (la dactilología). Del idioma visual queda una última forma señalada por Hervás y que de nuevo tiene que ver con las formas de comunicación de las personas sordas: se trata de la lectura labial, que debemos añadir como otro aspecto del idioma visual:

No podemos pronunciar palabra alguna sin mover sensible, y visiblemente los órganos vocales con que la pronunciamos, y porque cada palabra se profiere con diversos órganos vocales, ó con diversa accion de unos mismos órganos, la vista de la diferencia de estos ó de sus acciones servirá para que se conozcan ó distingan las varias palabras que se pronuncian. La vista para distinguir las palabras por medio del vario movimiento de los órganos vocales no es menos idonea, que el oído para distinguirlas por medio de su sonido, por lo que los hombres podían haber inventado un idioma mudo de palabras no sonoras, las quales se espresarán solamente con los gestos de la boca, ó con el solo movimiento de los organos vocales (Hervás, 1795, tomo II: 255).

Las palabras pertenecen al idioma de la vista, no en quanto son sonoras, sino en quanto se forman con el movimiento visible de los órganos vocales (Hervás, 1795, tomo II: 256).

En la siguiente sección nos detendremos brevemente en el idioma oral a través de algunas de las apreciaciones fisiológicas que, con respecto al habla, realiza Hervás. Debido a que, por razones de espacio, nos es imposible profundizar aquí en la magnitud del conocimiento de Hervás sobre las distintas tendencias anatomofisiológicas de la época, únicamente repasaremos la distinción entre el habla natural o la voz –entendida como el ruido que, al igual que los animales, realiza el Hombre naturalmente– y la que posee como expresión de su pensamiento y de sus pasiones y emociones.

4. EL HOMBRE FÍSICO (1800)

Si en la sección anterior hemos delineado las apreciaciones de Hervás en relación con el idioma o los idiomas visuales, en esta nos referiremos a una cuestión mucho más física relativa al habla humana. El hombre físico es una obra ligeramente apartada de los estudios lingüísticos tradicionales de Hervás pero que aporta una información muy valiosa acerca de la profundidad «científica» del trabajo del jesuita. Quizá porque lo relacionado con la fisiología de la voz –comparado, por ejemplo, con el estudio de la gramática– es un ámbito menos estudiado en nuestra área o porque se perciba, precisamente, un tanto fuera de los límites disciplinares de la historiografía lingüística, El hombre físico no es realmente una obra de Hervás que se haya trabajado y, en mi opinión, merecería un estudio mucho más exhaustivo no sólo en clave fisiológica, sino también en la clave genética del lenguaje que más habitualmente se ha rastreado en otras obras de Hervás.

El hombre físico es una relación de descripciones corporales y fisiológicas del cuerpo humano, a menudo salpicada con comentarios del jesuita que remiten a otras obras anteriores o a los distintos debates de la época. Para hallar cuestiones relacionadas con el habla –o, más concretamente con la producción de voz– debemos detenernos en el capítulo VII: «Los pulmones» (pp. 406-480). Así, veremos que, junto a descripciones puramente anatómicas o de funcionamiento, podemos seguir encontrando el pensamiento lingüístico de Hervás a propósito no sólo de la descripción del aparato respiratorio, sino de la descripción que además añade de la laringe y de sus partes. Así, en las secciones 264 y 265 de este capítulo, dentro del artículo IV («La respiración forma la voz») podemos hallar las siguientes reflexiones (la cursiva es mía):

264. En el habla del hombre, ó en la voz humana, se deben considerar y distinguir dos cosas: una es la formacion de la voz en quanto esta es significativa arbitrariamente, y con ella los hombres se entienden, y comunican sus pensamientos: y en este sentido, la voz se llama palabra, y forma el idioma que para entenderse mútuamente hablan los hombres. Puede considerarse tambien la voz humana en quanto ella sea uno de aquellos acentos naturales que el hombre pueda tener, como muchisimas especies de animales naturalmente tienen sus acentos respectivamente propios; pues no parece creible que el hombre dotado del singular privilegio y facultad de hablar los idiomas con que se exprimen los pensamientos y afectos de su espíritu, en caso de no hablar idioma alguno, no tuviera sus propios acentos, como los tienen comunmente los animales mas perfectos […] (Hervás, 1800: 475).

La descripción anatómica de la voz, a lo largo de diferentes páginas de esta obra, sirve a Hervás a sus fines genéticos; en este caso, no tanto al argumento poligenético (como en otras obras, aunque también), como al del origen innato (entendido como don divino). Dado que todas las personas poseemos el mismo aparato fonador, lo lógico sería que existiera una única lengua; sin embargo, como señala Hervás, otra de las pruebas que demuestran que no es invención del ser humano es precisamente el hecho de que haya tantísimas, y muy diferentes entre sí. Tal situación, como ya habría señalado en diferentes lugares, sólo pudo ser el resultado de la confusión babélica (v. por ejemplo nota 3).

5. REFLEXIONES FINALES

Los términos o conceptos que hemos repasado tan brevemente en las secciones anteriores, a propósito de cada una de las obras mencionadas, poseen un horizonte lingüístico amplio, por así decirlo, y conectan con diferentes tradiciones –filosóficas, médicas, religiosas o lingüísticas– en las que enmarcar cada uno de ellos; del mismo modo, todos y cada uno de ellos –más o menos conocidos en la bibliografía sobre Hervás– permanecen en las coordenadas teóricas de las ideas lingüísticas del conquense.

Tratándose del siglo XVIII, no es fácil agrupar estos términos o sus definiciones en áreas de conocimiento como las actuales o «traducirlos» sin pecar de presentismo. No obstante lo anterior, creo que ya es interesante de por sí llamar la atención hacia estas obras menos conocidas o trabajadas de Hervás por cuanto su potencial lingüístico es enorme.

Con respecto a la relación entre pensamiento y lenguaje o a la discusión acerca del concepto de signo (vid. Rosenfeld, 2001 a este respecto), he creído interesante el estudio de conceptos como lenguaje y lengua, lengua escrita y lengua hablada, así como otra pequeña constelación de términos derivados de ellos. Estos conceptos, debo señalar, son los actuales: en el caso de Hervás, nos encontraremos con algunas dificultades para delimitar exactamente los términos empleados para nociones similares y para deshacer, no sin dificultad también, alguna ambigüedad a este respecto.

Con objeto de delimitar el territorio por el que transita Hervás, incluyo el siguiente esquema que, a modo de mapa o guía, recoge algunos de los términos tratados en este trabajo:


Como vemos, desde un término más general («lenguaje») entendido como capacidad de comunicación humana, se abren dos caminos asociados a sendos sentidos corporales: vista y oído. De clara orientación sensualista, la presencia de los sentidos en los trabajos de Hervás es de vital importancia; por esta razón, a ellos debemos asociar diferentes formas posibles de comunicación humana, ya sea natural o arbitraria.

Hervás considera que el «idioma visual» es más natural en el ser humano, y que a nuestra vista nos hablan los gestos (universales) y lo que he denominado «signo (arbitrario)» pese a su posible redundancia, dado que se trata de señales preestablecidas y acordadas que se nos representan como las lenguas signadas (LSE, por ejemplo; una idioma de la vista que posee artificio sintáctico), la lectura labial, la escritura y la dactilología.

En lo que respecta al sentido del oído, es indispensable asociar la comunicación de este tipo a su producción (i. e. la voz, en general). Como hemos visto, Hervás señala también la existencia de formas naturales («el acento natural del Hombre») y arbitrarias a este respecto, que se convierten específicamente en las diferentes lenguas («idiomas») que hablan los seres humanos. En esta rama he incluido además el artificio sintáctico y la pronunciación porque son sus características fundamentales como sistema y porque serán algunos de los argumentos que esgrima Hervás para reforzar sus ideas acerca de la poligénesis lingüística. Sin embargo, también es cierto que existe cierto vacío en la postura de Hervás: así como establece que el idioma de la vista es más natural, no se detiene específicamente en su aspecto productivo, como sí ocurre en el caso del sentido del oído.

No hace falta señalar la vastedad y profundidad de la obra de Lorenzo Hervás y Panduro; cualquier historiador que se asome a sus obras puede maravillarse con el ingente trabajo realizado por el jesuita y por las posibilidades que ofrece para estudiar cómo se ha ido constituyendo el estudio del lenguaje como disciplina científica. Valgan estas modestas líneas, en honor del profesor don Emilio Ridruejo, para contribuir a reclamar y recuperar el lugar que merece el conquense en nuestra disciplina.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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1 Vid. Fuertes (2015) para profundizar en la biografía de L. Hervás y Panduro. V. asimismo Esparza et al. (2008) y Battaner (2012) para un repaso detallado de la bibliografía secundaria sobre el conquense.

2 En este caso, y como explicaremos más adelante, por «lengua» Hervás se refiere específicamente en este punto al órgano vocal, no a distintos idiomas (aunque señalará que a menudo los idiomas se denominan por como en cada lengua se nombre al órgano vocal).

3 En el caso de Hervás, esta discusión se trae a colación para demostrar que el lenguaje (oral o escrito) es un don (de Dios) y que no ha podido ser un desarrollo específico del Hombre. Mencionando el Catálogo, señala: «En ellos llamo á examen y cotejo casi todas las lenguas que se conocen en el mundo; y de este modo hago inútiles centenares de libros que sobre dichas dudas se han escrito; y observando la diversidad substancial de los idiomas en las palabras y en la sintexí, establezco que el Hombre es incapaz de formar por sí mismo un idioma; que fue infuso él primero que hablaron los hombres; y que la diversidad de los idiomas en palabras y sintaxí no puede ser efecto de otra causa, que de la admirable confusión de lenguas, que refiere Moysés; y se contiene algo enmascarada en la mitología, tradición, é historia de las naciones Paganas» (Hervás, 1789: 242-243).

4 De nuevo, una concepción que Hervás cambiará en la EES: en ella reconocerá que existen lenguas gestuales (de signos o señas), como las empleadas por las personas sordas, puesto que, entre otras características, disponen de artificio gramatical.

Estudios lingüísticos en homenaje a Emilio Ridruejo

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