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DE RETÓRICA, PRAGMÁTICA E HISTORIOGRAFÍA LINGÜÍSTICA: EL «ARTE DE BIEN HABLAR» EN LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA

María Luisa CALERO VAQUERA

Universidad de Córdoba

Algunos lingüistas vienen señalando en los últimos tiempos (p. ej., Calvo y Esparza, 2009; Laborda, 2013; Vidal Díez, 2016) la necesidad de incorporar cuestiones de pragmática a los estudios de historia de la lingüística. Convencida también de los beneficios que conlleva –tanto para una disciplina como para la otra– el cultivo de esa línea de trabajo, pretendo realizar aquí un aporte más con un análisis breve de algunas obras de la tradición española (José Díaz de Benjumea, 1759; Beatriz Cienfuegos, 1786 [1764]; Santiago Delgado, 1799 [1790]) en cuyas páginas se trata de establecer, con mayor o menor profundidad y extensión, pautas de lo que se ha dado en llamar «reglas (o arte) de bien hablar»1, i. e., lo que hoy llamamos cortesía verbal e integramos como subdisciplina en el marco de la pragmática. Son aquellas tres muestras de textos que, publicados en la segunda mitad del siglo XVIII, nos interesan por tender puentes entre la antigua retórica –cuyas reglas se presentan a veces integradas en manuales de urbanidad, en gramáticas escolares, etc.– y las teorías actuales sobre pragmática y cortesía verbal (v. gr., Lakoff, 1973; Leech, 1983; Brown y Levinson, 1978, 1987)2. Textos de factura heterogénea –una obra específica sobre el «arte de bien hablar» (Díaz de Benjumea), una publicación periódica de opinión (La Pensadora Gaditana, de Beatriz Cienfuegos) y una gramática escolar (Delgado)–, editados, como se ve, con diferentes propósitos y destinatarios, lo cual parece confirmar la diversificada amplitud del interés que el «arte de la conversación» iba ganando entre las personas –hombres y mujeres– ilustradas, especialmente como útil herramienta de exhibición oral en los salones, tertulias, academias y otros ámbitos de sociabilidad, tan abundantes en ese momento histórico en su papel de medios de propagación del ideario ilustrado. Se adivina en este proceso un cambio de estatus de la tradicional retórica, una «democratización» o extensión del número y diversidad de sus usuarios, a lo que no era ajeno el hecho de que esta disciplina –una de las siete «artes liberales»– desde 1850 venía siendo sustituida por otras en los programas educativos europeos (Douay-Soublin, 1992). Todo ello, por otra parte, parece contradecir la extendida idea de que antes del nacimiento de la dialectología a finales del siglo XIX, a los estudiosos del lenguaje solo les interesó esta facultad humana en su modalidad escrita.

1. En el caso del periódico de opinión La Pensadora Gaditana (1786 [1764]: t. IV, 79-102), el capítulo (o «Pensamiento») XLIII, que discurre sobre «Qual es el mejor modo de hablar su propio Idioma», es un ejemplo de la importancia que la supuesta autora, bajo el también supuesto pseudónimo de Beatriz Cienfuegos3, concede a la interacción verbal (o retórica interpersonal según Leech, 1998 [1983]: 61) en la sociabilidad humana:

[…] debemos todos poner el mayor cuidado en nuestras conversaciones, así familiares, ó privadas como las públicas, destinadas para el común adelantamiento de nuestros intereses (Cienfuegos, 1786 [1764]: 80).

La última frase («destinadas para el común adelantamiento de nuestros intereses») deja entrever el concepto de «intención» que por parte del hablante se supone en el origen de cualquier tipo de discurso, y que dos siglos después llevó a Leech (1998 [1983]: 59) a hablar de los objetivos o funciones de los enunciados en el marco del intercambio conversacional4. La siguiente cita revela cuál es la intención última que, a juicio de «La Pensadora Gaditana», alberga el hablante con su discurso:

Casi todos los que se hallan bien educados se empeñan laudablemente en adquirirse un brillante estilo para hacerse entender, y ponen todo su estudio en manejar con destreza su Idioma para ser aplaudidos, y estimados (Cienfuegos, 1786 [1764]: 82).

Ese propósito del emisor de «ser aplaudido y estimado» gracias a su educada conversación es una idea también compartida por quienes, más recientemente, se han ocupado de los principios de la conversación y la cortesía verbal. Así, Brown y Levinson (1987: 13), tras determinar que las personas tienen una negative face (= imagen negativa, esto es, el deseo de no ver impedidos sus actos por otras personas) y una positive face (= imagen positiva, es decir, el deseo de que sus actos sean aprobados hasta cierto punto por los demás), concluyen que, para respetar y mantener esa imagen –positiva o negativa– a la que, por su carácter universal todos somos acreedores, y a fin de lograr una estabilidad en sus relaciones sociales, los interlocutores desarrollan las apropiadas estrategias de cortesía: de ahí la distinción que en seguida establecen entre positive politeness (= cortesía de solidaridad, o conjunto de estrategias lingüísticas que buscan establecer un nexo positivo entre los interlocutores y prevén la atenuación del enunciado a través del mutuo reconocimiento o de la reciprocidad de relaciones amistosas) y negative politeness (= cortesía de distanciamiento, o estrategias lingüísticas que prestan atención a la distancia existente entre los interlocutores para evitar entremeterse en territorio ajeno) (cf. Brown y Levinson, 1987: 101-210)5. Para el concepto de «imagen», Brown y Levinson se inspiran en Goffman (1997 [1959]: 15), quien, utilizando la metáfora del teatro para describir el comportamiento de las personas en la interacción social, concibe a estas como actuantes que se esfuerzan por transmitir una impresión favorable de sí mismas frente a los distintos auditorios ante los que actúan (familia, amigos, etc.), deseando que los demás tengan un alto concepto de ellas, además de intentar «controlar la conducta de los otros, en especial el trato con que le[s] corresponden». El mantenimiento de esa imagen favorable durante el intercambio comunicativo es el modo de obtener una interacción armoniosa; o, en otras palabras, es la finalidad del uso de la cortesía (cf. Mariottini, 2007: 7).

Un atentado contra la imagen es, justamente, lo que supone uno de los tres «riesgos» o «defectos» calificados por la autora gaditana como «amenazas para el bien hablar», a saber, «las porfias contenciosas sobre qualquiera asunto», puesto que, a su entender, los interlocutores se exponen «á que con el ardor de la porfia se arriesgue la quietud, la amistad, y no pocas veces lo mas estimable, que es la vida» (Cienfuegos, 1786 [1764]: 83-84). Y en seguida se prescribe la receta del antídoto:

Para escusar los peligros de estas porfias, y que las conversaciones de los racionales sean útiles, y provechosas á la misma verdad que se busca, no se han de enardecer las disputas con empeños inconsiderados, ni se ha de procurar hacer valer su dictamen guiado por la pasion propia: todo se ha de olvidar, y haciendo los cargos con moderacion, y blandura, y respondiendo con amor al que se opone, concediendo unas veces desapasionados, y considerando otras prudentes, se descubrirá la hermosa luz de la verdad (Cienfuegos, 1786 [1764]: 86-87).

Se observará, de paso, la referencia a «la verdad que se busca», «la hermosa luz de la verdad» que pretende descubrirse con la conversación, idea coincidente con la supermáxima de la categoría de cualidad («Trate usted de que su contribución sea verdadera») señalada por Grice (2005 [1967]: 525) como parte del principio cooperativo de la conversación («Haga usted su contribución a la conversación tal y como lo exige, en el estadio en que tenga lugar, el propósito o la dirección del intercambio que usted sostenga», según Grice, 2005 [1967]: 524), conceptos más tarde adoptados y reformulados por Leech (1998 [1983]: 147)6.

Contra el principio de cortesía lingüística, considerado por Leech (1998 [1983]: 51, 140) como un aspecto complementario del principio cooperativo por su continua interacción con aquel, actúa el segundo defecto señalado por Beatriz Cienfuegos: «la costumbre de chanzearse inconsideradamente, y de procurar la diversion agena, á costa de la estimación propia» (p. 89), y ello «sin reparar en los sentimientos de los amigos, ni en que los agravian con sus imprudencias» (p. 94). Tal costumbre se trata, pues, de una acción verbal que, aplicada sin mesura, atenta contra el mantenimiento de la buena relación y entendimiento entre los interlocutores:

Porque las chanzas han de ser como la sal; que ministrada con prudencia en los manjares, los hace sabrosos y gratos al paladar; pero arrojada con inmoderación los exaspera, y los pone displicentes al gusto (Cienfuegos, 1786 [1764]: 92).

De nuevo es el principio cooperativo de la conversación el que se ve incumplido en el tercer «defecto» denunciado por la autora: «la porfiada continuacion de hablar, y mas hablar, sin permitir que otros puedan, proferir una palabra en su presencia» (p. 95). En este caso el locuaz hablante quebranta la categoría de cantidad, en su modalidad negativa («No haga usted que su contribución resulte más informativa de lo necesario»), tal como la formuló Grice (2005 [1967]: 525), y más tarde Leech (1998 [1983]: 51).

Y con la siguiente recomendación finaliza su discurso la «pensadora» ilustrada, insistiendo en ese aspecto principio (= el cuidado de la imagen) que actúa como poderoso regulador de la interacción verbal:

Estos son los defectos que por menos advertidos, y no por esto menos perjudiciales, se deben desterrar de las prudentes conversaciones […]. Guárdese el que quisiere mantener su estimacion, y autoridad de incurrir en semejantes abusos; pues de esta manera será el objeto de la veneracion de todos (Cienfuegos, 1786 [1764]: 100-101).

2. Con mayor profundidad y extensión se ocupa del «buen hablar» Santiago Delgado en sus Elementos de gramática castellana, ortografía, calografía, y urbanidad (1799 [1790]), escritos para los alumnos de las Escuelas Pías7. Como se hace constar en el título, su última parte es un «Tratado de la urbanidad y cortesía» (pp. 74-109) que consta de 11 capítulos, en 8 de los cuales se hace referencia expresa a la cortesía verbal (cf. Vidal Díez, 2016: 78). Esta se incluye en el marco más amplio de la urbanidad, así definida:

La urbanidad no es otra cosa sino el arte, o habilidad de ordenar de un modo agradable nuestras acciones y palabras en todo lugar, tiempo y con todas personas. Por tanto, al hombre sensato será fácil adquirirse la estimación y concepto del hombre urbano y cortés, hecho bien cargo de las circunstancias de su edad y estado, de las personas con quienes trata, del lugar y el tiempo. Toda esta gran ciencia […] estriba en una verdadera y sólida humildad y caridad christianas (Delgado, 1799 [1790]: 77).

Se observará, para empezar, la contradicción en que se incurre aquí al etiquetar a la vez como «arte» y «ciencia» los estudios sobre urbanidad, pues uno y otra son categorías que desde la antigüedad clásica quedaron bien delimitadas (e incluso contrapuestas). En cualquier caso, merece destacarse el elevado concepto que Delgado tiene de los estudios sobre urbanidad y cortesía, hasta el punto de incluirlos como una sección más de su libro:

El trato de los hombres en la vida civil nos precisa a todos con una obligación estrecha a acomodarnos en cuanto nos sea posible a su modo de pensar y obrar para sostener este comercio y sociedad. Por tanto, el libro de los oficios u obligaciones que debemos a toda clase de personas, es el más digno de nuestro estudio si queremos granjearnos la unión y paz admirable, y aquella armonía que hace a los hombres sociables y racionales […] (Delgado, 1799 [1790]: 75).

En la citada definición de urbanidad, al margen de la estima que expresa por el estudio de la misma, se puede reconocer una de las reglas de competencia pragmática de Lakoff (1973: 296-298) («Sea cortés») así como las diferentes reglas de cortesía que de tal principio se derivan («No se imponga», «Ofrezca opciones», «Refuerce los lazos de camaradería»). Consejos como estos se ofrecen por doquier en el «Tratado»; como muestra:

A todos los condiscípulos, que son sus iguales, [el alumno] tratará con afabilidad, y cortesía; no altercará, con ellos, ni reñirá, ni les dirá ninguna afrenta, ó palabra descompuesta, ni sucia, ni descortés […]. Los juramentos, y palabras torpes no se consentirán en nuestras Escuelas, porque fuera de descortesías, son escándalos, y pecados enormes (Delgado, 1799 [1790]: 95).

Junto a la valoración de la imagen (vid. Goffman, 1959; Brown y Levinson, 1978, 1987) que en esa definición de urbanidad se deja traslucir («al hombre sensato será fácil adquirirse la estimación y concepto del hombre urbano y cortés»), se manifiestan también, y con mayor claridad, una serie de principios pragmáticos condensados en la siguiente recomendación: «[el hablante se ha de hacer] bien cargo de la circunstancias de su edad y estado, de las personas con quienes trata, del lugar y el tiempo». Son tales «circunstancias» una manera de referirse a algunos de los «factores extralingüísticos que determinan el uso del lenguaje» (Escandell, 2013: 16) y que, en este caso, aparecen detallados en el capítulo IX del «Tratado», el titulado «Como se ha de conformar con las circunstancias de lugar, tiempo, y personas» (pp. 100-102). Ahí el contexto se erige en un factor clave para la adecuada (des)codificación del discurso:

El que atentamente considerare estas circunstancias del lugar en que habla, de su estado, y condicion, de la calidad, genio, ó actuales circunstancias de las personas, con quien trata, errará poco en la Urbanidad. Porque […] lo que es lícito en la calle, no lo es en la Iglesia; lo que en una enhorabuena, no viene bien en un duelo. Por tanto, el trocar las expresiones, y cumplidos es descomedimiento, y descortesía. […] En todas las ocasiones se ha de hacer cargo, para no errar en la práctica, si se le sigue á la persona alguna ofensa, ó incomodidad, observando las reglas propuestas (Delgado, 1799 [1790]: 100-102).

Asimismo, en numerosos pasajes del «Tratado» se alude a las diferentes variables sociales y contextuales –(a) poder relativo o prestigio social del hablante con relación al oyente, (b) distancia social entre los interlocutores y (c) grado de imposición atribuida a una determinada expresión lingüística– consideradas cruciales por Brown y Levinson (1987: 15) para determinar el nivel de cortesía que un hablante habrá de escoger en la interacción verbal; lo cual parece lógico por tratarse de una obra dirigida a la educación de la infancia. Seleccionamos una de entre las muchas citas posibles:

[Hay] varios grados de obligacion; y en dar á cada uno el suyo con la estima, y aprecio, que se merece, consiste la discreta Urbanidad. Todos los hombres son iguales en la naturaleza […]; mas en la union de la Sociedad hay ciertas Gerarquías, que los distinguen unos de otros […]. Por lo que de un modo tratamos á nuestros Padres, Maestros, Reyes, y Magistrados; de otro á nuestros iguales, y de otro tambien á nuestros criados, é inferióres. Y así en no quitar á los mayores sus respetos, ni dar de mas á los iguales, é inferiores, consiste el medio prudente de la cortesía (Delgado, 1799 [1790]: 79).

No obstante, las recomendaciones más prolijas sobre el empleo de este tipo de estrategias lingüísticas en función de los diversos factores sociales y contextuales se concentran en los capítulos III («Del respeto á los Padres, Maestros, y mayores», pp. 84-86) y IV («Del tratamiento a los Superiores», pp. 86-91).

Y donde se resumen buena parte de los principios (con sus correspondientes máximas y modalidades) propios de la cortesía verbal es en el capítulo VII, «Reglas del hablar» (pp. 96-99). Véase aquí un extracto:

La conversacion, y palabras deben ser medidas, modestas, fuera de toda afectacion, austeridad, vanidad, y sandez. Ha de ser libre, y alegre sin disolucion, ni ligereza; dulce, y graciosa sin estudio, ni lisonja, y proporcionada á las personas con quien se habla. Se ha de hablar ni muy baxo, ni muy alto, ni afeminado; toda violencia en las acciones, y palabras es fastidiosa. No se usarán las frases, locuciones, y modas de hablar de gente baxa. No se reirá sin motivo […]. No dirá de modo alguno palabras equívocas, y de mal sonido. A nadie satirizará, ni contristará con palabras picantes, de altivez, ó de desprecio. Sepa callar lo que se le encargó que no dixese […]. En los tratamientos de las personas sígase la costumbre de los Pueblos donde se halle […]. Nunca hable de sí con estimacion, y alabanza, y si se ve precisado, siempre sea con mucha modestia; y quando en su presencia le alaben, atribúyalo á la bondad, y cortesía del que hablare. Nunca diga truanerías, ni chocarrerías para reir […]. Tampoco haga comparaciones, ni dé la preferencia á alguno presente, dexando al mismo tiempo desayrado á otro tambien presente […]. En fin, no ofenda á nadie con sus palabras, ni dé motivo de queja; hable de todos con honor, y con modestia de sí. Disimule qualquiera falta de cortesía, ó de lenguage, y aunque conozca ser mentira, no lo manifestará, ni hará befa, ni se reirá; que con los mayores seria insolencia. Si le vituperan sin razon, ó le faltan á la Urbanidad, sufra quanto pueda, y con palabras corteses, y afables dará su descargo, y procurará pacificarlos […] (Delgado, 1799 [1790]: 97-99).

Por último, al lector atento no le habrá pasado desapercibido que a lo largo de las citas escogidas de este «Tratado de la urbanidad y cortesía» (y muy especialmente en el capítulo II, «Del culto Divino», pp. 80-84) se encuentran diseminadas frecuentes expresiones (del tipo «caridad christiana», «pecados enormes», «la Iglesia», etc.) que ponen de relieve su marcada orientación religiosa (= católica), a diferencia del texto plenamente laico de «la Pensadora gaditana». Tales alusiones, «aunque propiamente no forma[n] parte de la cortesía verbal […], sí conforma[n] el uso y sentir de los hablantes y, consecuentemente, desde una perspectiva pragmática, inciden en la actuación y el comportamiento social del individuo (ethos)» (Vidal Díez, 2016: 80). En el caso de la obra que trataré a continuación, las referencias de este tipo se encuentran concentradas en el capítulo IV, el titulado «De la conversacion con Dios» (pp. 48-55).

3. El tercer y último autor estudiado, José Díaz de Benjumea, en su Arte de bien hablar (1759) se precia de la originalidad que tal título supone en el panorama español, antes de reconocer las fuentes que inspiran su libro:

Este es el primer tratado que he visto con el nombre, y titulo de Arte de bien hablar: và fundado en documentos de la Sagrada Escriptura, dichos de Sabios [Platón y Séneca fundamentalmente], y direcciones de la razón: Español es el autor, logrenle, y aprendanle los primeros los Españoles […] (Díaz de Benjumea, 1759: 299-300).

Es cierto que con ese título, traducción literal del clásico ars bene dicendi, no es fácil hallar obras en la tradición española (escrita en español) antes de la de Díaz de Benjumea8; pero más digno de atención ahora me parece el subtítulo de la obra: Modelo utilissimo para todos estados, sexos, y edades de personas…, en el que se explicitan distintas categorías de los potenciales destinatarios. Como se ve, las mujeres son tenidas en cuenta por el autor como posibles lectoras de este Arte de bien hablar, así como receptoras de sus consejos, lo que no es habitual en obras de estas características (ni de muchas otras) en la época. No obstante, en la mente de Díaz de Benjumea parece prevalecer la consideración del destinatario masculino, a juzgar por las numerosas sugerencias que les ofrece a ellos para tratar a las damas; por ejemplo:

[La cortesía no] consiste en requebrar à las Damas, y decirles muchos de los que llaman favores, porque esto nace de ligereza inconsiderada, pues falta à el respecto que se les debe à las mugeres: porque si este tiene por basa, y fundamento su fragilidad, y debilidad, no viene bien provocarlas (Díaz de Benjumea, 1759: 150).

[…] la cortesìa no ha de ser igual con todos; sino mayor, ò menor segun pidiere la graduacion del sugeto à quien se trata: si es muger, entienda que la ha de tratar con mucha cortesìa: porque en el respeto del hombre honrado està librada la honra, y estimacion de su fragilidad (Díaz de Benjumea, 1759: 154).

A la inversa, es raro encontrar consejos directos que sirvan como guía de conducta cortés a las mujeres, si acaso este ejemplo: «à todos conviene tener modo afable; pero à ninguno con tan estrecho vinculo, como al marido con su muger, y à la muger con su marido» (p. 159), y alguno más en los que a ellas se les exige mayor contención verbal («las palabras deshonestas, que en todo tiempo estàn prohibidas, son entre mujeres grande contravando», p. 155) o donde se infravaloran sus habilidades9:

[Durante el juego] En las Damas bien criadas, agudas, y decidoras, se permite alguna mas licencia, y desahogo en sus enfados de perder, porque mas entretienen, y deleitan con lo que dicen, que con lo que juegan (Díaz de Benjumea, 1759: 170).

Como en las dos obras ya comentadas, en la de este autor no faltan pasajes dedicados a esclarecer el concepto de «cortesía». El comportamiento cortés, para él, no consiste en «las exteriores ceremonias» o en «los ofrecimientos mentirosos» sino en «vencerse, sujetarse, y proporcionarse à los otros» (p. 150), en tanto que su empleo es considerado enteramente beneficioso en la interacción social:

La cortesìa es el hechizo con que los hombres encantan, prenden las voluntades, y vencen muchas dificultades. No puede hablar mal, quien usa de cortesìa: […] luego armado debes estar de ella para con todos […]. Se ha visto, que buenas palabras apagaron mas incendios, que pudieran muchas cargas de agua. Por lo que se dice, que quien no tiene miel en la orza, tengala en la boca (Díaz de Benjumea, 1759: 146-147).

En la obra se determina también la finalidad del discurso, que no es sino la estimación y el reconocimiento del otro («si quieres que todos te estimen, habla bien de todos: si quieres captivar las voluntades de los otros, hablale à cada uno en su lengua», p. 144), lo que nos lleva de nuevo a recordar el concepto de «imagen» de Brown y Levinson (1978, 1987). Las diferentes categorías, con sus correspondientes máximas, del principio cooperativo de Grice (2005 [1967]: 524) son reconocibles en varias de las normas que aparecen en el Arte de bien hablar, como se verá en la siguiente tabla comparativa:

Grice (2005 [1967])Díaz de Benjumea (1759)
Categoría de cantidad.Máximas:- Haga usted que su contribución sea tan informativa como sea necesario.- No haga usted que su contribución resulte más informativa de lo necesario (p. 525).Ejemplos:- … no solo se peca, hablando lo que no se debe, y no diciendo lo que se debe, sino no diciendo lo que se debe decir, y del modo que debe decirse (p. 180).- [hemos de hablar, como vestimos: pues si ninguno quiere mas calzòn, que el que necessita, tampoco ha de hablar mas de lo necesario (p. 179).
Categoría de cualidad.Máximas:- No diga usted lo que crea que es falso.- No diga usted aquello de lo cual carezca de pruebas adecuadas (p. 525).Ejemplos:- Cada uno de nosotros tenemos derecho, à que quando nos hablan, […] que se diga la verdad, y no se le engañe à el que tercia, con la mentira (p. 61).- … no puede hablar bien, quien miente (p. 143). -No debes juzgar cosa alguna sin verla, porque te expones à temeridad, y à fabricar sin fundamento (pp. 108-109).- … habla mal el que dice, por lo que oyò con ligereza (p. 200).- … nunca hablará de lo que no sabe; sino que debe hablar lo cierto como cierto, lo dudoso como dudoso, y lo no averiguado, como indeciso (p. 146).- Nunca hables en duda, ni en ella te resuelvas (p. 181).
Categoría de relación.Máxima:- Vaya usted al grano [sea pertinente] (p. 525).Ejemplos:- No sea redundante, ò superfluo en las pruebas, ò parentesis, y mucho menos si son impertinentes (p. 57).
Categoría de modo.Máximas:- Evite usted ser oscuro al expresarse.- Evite usted ser ambiguo al expresarse.- Sea usted escueto (y evite ser innecesariamente prolijo).- Proceda usted con orden (pp. 525-526).Ejemplos:- Principio del saber, es convenir en el hablar; y para esto conviene la claridad en los vocablos (pp. 151-152).- Que las palabras, y voces con que se explica sean claras, y bien pronunciadas sin afectación (pp. 57-58).- … la demasiada subtileza es enemiga de la verdad (p. 184). -Pocas palabras tienen mas precio que muchas, si son premeditadas. Muchas palabras, son ruido, ò algaravia, que deleita à los ignorantes (p. 145).- … los hombres cuerdos, y prudentes gastan menos palabras para explicarse (p. 184).

En cuanto a los principios pragmáticos, como ya vimos en el manual escolar de Delgado, también en el Arte de Díaz de Benjumea se tiene en cuenta el relevante papel que desempeñan los factores extralingüísticos en la conversación, puesto que el emisor ha de esperar el momento oportuno para su intervención («la dificultad [de hablar] es en el quando, y ha de ser a su tiempo», p. 145) o el más conveniente («el vicio que se opone por defecto à la virtud de la conversacion, es el [hombre] taciturno con excesso, que no habla quando conviene», p. 264), de forma que sus palabras se adecuen al contexto situacional («no es proporción hablar de cosas tristes, y adversas en tiempo de alegria; ò chistes, y motes burlescos en tiempo de tristeza», p. 176). En definitiva, su consejo es: «Atienda el que habla para hablar bien, a la substancia, modo, tiempo, y personas que tercian» (p. 146).

En esta última cita se apunta la idea –ya mencionada– de los diferentes factores (poder relativo, distancia social, grado de imposición atribuido a una expresión determinada) que condicionan el uso de la cortesía en el discurso, idea que más adelante detallará el autor al referirse a las «propiedades de una buena conversacion»:

Al Superior nunca se le dice que se cubra, que se siente, &c. porque como dueño no espera la licencia de otro. A el inferior es à quien se le manda cubrir, sentar, &c. y à el igual se le ruega que se siente, ò cubra (p. 156). El hombre afable es familiar con los amigos: con los inferiores, benigno; con los superiores, obsequioso; con los ancianos, sério; con los mozos, jovial; con los niños, gracioso; y con las mugeres muy cortès (Díaz de Benjumea, 1759: 158-159).

Es en el capítulo XVI («De el modo de hablar el Superior, ò à el Superior», pp. 293-295) donde se explaya el autor en estas consideraciones de cortesía verbal según la distancia social. He aquí una nueva muestra, rematada con una expresiva comparación:

[Con el superior] Hablaràs pocas palabras, y de gusto, mas suaves, y doradas, que si hablaras con otro igual; que no se unta la cara para curarla con la misma untura fuerte, que se untan los otros miembros del cuerpo (Díaz de Benjumea, 1759: 294).

Muchas otras citas podrían seguir aduciéndose como precedentes de las modernas teorías sobre los principios, propiedades y condiciones de la conversación interaccional. Así, en el siguiente pasaje resuena la máxima de modestia del principio de cortesía de Leech (1998 [1983]: 62): «En qualquiera circunstancia huiràs del vicio de la adulación, porque esta, de parte de el adulador supone baxeza de animo, y de parte de el adulado vanidad, y engreimiento» (p. 44). Pero con lo visto hasta aquí mediante el análisis de estas tres obras de la segunda mitad del siglo XVIII, parece demostrada la conveniencia de seguir indagando en los antecedentes (plasmados en manuales de retórica, de urbanidad, artes de hablar, etc.) de esa subdisciplina de la pragmática que hoy denominamos cortesía verbal, en la línea de lo afirmado, entre otros, por Vidal Díez (2016: 70): «La incorporación de aspectos de pragmática en la investigación historiográfica de la lingüística española continúa siendo una asignatura pendiente». Tarea que, dicho sea de paso, admite una doble vertiente, no necesariamente intercambiables pero doblemente productivas10: por un lado, el aporte de los historiógrafos de la lingüística (de lo que pretende ser una pequeña muestra este trabajo) y, por otro, la contribución de los especialistas en pragmática, quienes, sin duda, con la mirada retrospectiva sobre su disciplina hallarán inestimables datos para respaldar y enriquecer sus propios estudios acerca de las estrategias usadas por los hablantes en la conversación.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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1 Lo había intentado también Ignacio Luzán unas décadas antes en su Arte de hablar, redactado en 1729 y editado por primera vez en 1991 gracias a la labor de M. Béjar Hurtado (vid. Marcos Sánchez, 1999).

2 Como afirma Vidal Díez (2016: 70), «pragmática, retórica y cortesía no solo no se oponen, sino que forman parte de una misma cosa». Asimismo, Brumme (1997) intenta demostrar la vinculación existente entre esas tres disciplinas en su estudio sobre los tratados de urbanidad publicados en la España del siglo XIX.

3 Para los problemas relacionados con la autoría de La Pensadora Gaditana consúltese Canterla, 1999.

4 Términos que, en opinión de Leech (1998 [1983]: 59), son más neutros que el de intención, pues este puede ser equívoco, a diferencia de objetivo o función, que «no compromete[n] al usuario en relación con la volición consciente o motivación».

5 Cortesía de solidaridad y cortesía de distanciamiento son los términos propuestos por Haverkate (1998: 46) para lo que suele traducirse como cortesía positiva y cortesía negativa, respectivamente. Consideramos esta traducción de Haverkate más adecuada en español a lo que se quiere expresar.

6 Leech ([1983] 1998: 147) observa, por ejemplo, que las máximas de cantidad y de cualidad «pueden ser consideradas juntas, pues […] con frecuencia trabajan juntas y en competencia mutua, de forma que la cantidad de información que s [= el hablante] da queda limitada por el deseo de s de evitar decir falsedades».

7 Esta obra ha sido estudiada por Vidal Díez (2016) junto a otros ocho tratados de urbanidad escogidos de la tradición española, con el fin de averiguar «en qué medida se ajustan las normas de cortesía reflejadas en estos manuales de urbanidad con la cortesía pragmática» (p. 75), en la línea de Brumme (1997).

8 Cuestión diferente son los contenidos, de los que sí tenemos tempranas muestras en lengua castellana como el Galateo español (1582) de Gracián Dantisco o la Norma breve, de cultura, y politica de hablar (1737) de Carlos Ros; para esta última obra, vid. Calero Vaquera (2017).

9 Incluso en un par de ocasiones las mujeres son puestas como ejemplo de «maligna murmuración» y de «hipocresía» («Una vieja havia en Alcalà de Nares…»; «No es muy dessemejante de esta aquella vieja que refiere un Autor moderno…» (Díaz de Benjumea, 1759: 29-34).

10 Tal como destacábamos en una publicación reciente: «que el conocimiento del trabajo historiográfico reporta ganancias a la investigación lingüística actual y que, a la inversa, el ocuparse de los planteamientos actuales de la lingüística resulta imprescindible para el tratamiento de temas encuadrados en la historia de la disciplina» (Calero y Haßler, 2016: 9).

Estudios lingüísticos en homenaje a Emilio Ridruejo

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