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Referencia, estructuras y universalidad expresiva* I

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¿Hay algo de carácter prima facie no lingüístico con que se relacionen las expresiones ‘griega’, ‘Jantipa’ y ‘Jantipa es griega’, que importe para sus significados? Bien, ‘griega’ se aplica a (entidades) griegas, ‘Jantipa’ refiere a Jantipa y ‘Jantipa es griega’ es verdadera si y sólo si Jantipa es griega. Tener un lenguaje al que pertenezcan esas expresiones, entenderlo, comprender los significados que expresa, implica saber usar sus estructuras sintácticas. Y si el saber usarlas manifiesta plenamente la posesión de ese lenguaje, la capacidad de intelección de lo que se dice con él, ¿qué “explicación” del significado de esas expresiones (o, en general, de un conjunto básico de expresiones al que tal vez pertenezcan algunas de las usadas en el ejemplo dado) formulada en ese mismo lenguaje sería más adecuada que la anterior (es decir, tan precisa como ella pero menos sujeta a controversia)?1 Sin duda, quien sabe cómo usar la palabra ‘griega’ sabe, de modo implícito y obvio, que esa palabra le permite referirse a entidades griegas. Y eso le basta para determinar explícitamente su significado, para “justificar” su pretensión de estar usando correctamente esa palabra. Como le bastaría para creer que quien la aplicase a cualesquiera piezas de ajedrez no entiende su significado. Cualquier justificación más “sustantiva” le resultaría cuestionable, y esa “justificación” casi trivial, suficiente (palabras como ‘nosotros’ hacen ver que la explicitación no siempre resulta tan obvia). Si sabemos lo que significa ‘conejo’ ¿qué autoexplicación del uso de ‘conejo’ sería mejor que decir que ‘conejo’ nos hace hablar de conejos?; para quien entiende el castellano, ¿a qué refiere “refiere” sino al referir?

Por tanto, empleando un particular lenguaje L, no parece tener sentido pretender una comprensión de las relaciones de ese lenguaje con lo que, no siendo L, eventualmente condiciona “su uso”, si al hacerlo se buscara obtener un tipo de comprensión como la que habitualmente conduce a la producción de una teoría. Esto es, si se quisiera proponer un discurso explicativo o aclaratorio formulado en términos y principios más básicos, mejor comprendidos, más confiables, o por lo menos diferentes de aquellos que se piensen problemáticos. Establecer o dar cuenta de “la semántica de L” en L no parece ser, entonces, la construcción de una teoría. Trivialidades como las citadas explicitan de modo teóricamente vacuo, aunque tal vez pragmáticamente útil,2 lo que estaba obviamente implícito en la práctica comunicativa3 de la que el lenguaje L es una abstracción. No es que no podamos decir que ‘Jantipa’ refiere a Jantipa, ni que no podamos desarrollar una teoría de la referencia, por ejemplo en términos de cadenas histórico-causales. Las observaciones anteriores intentan señalar un aspecto diferente de eso que empezamos viendo como el hecho de la comprensión lingüística.4 Aspecto derivado de que toda teoría, toda representación lingüística, todo hablar sobre algo, en particular sobre una relación, presupone lo que llamamos “relaciones semánticas”: sin ellas la teoría no sería posible. El enunciar está constituido por esas “relaciones semánticas” y, derivativamente, también lo están los conceptos intervinientes en las enunciaciones, por ejemplo el concepto de relación. ¿Qué sentido tiene, entonces, la expresión “relación semántica”? Sin las “relaciones semánticas” no es posible la enunciación ni la adquisición del concepto de relación. Y si hay algo sin lo cual no es posible producir enunciados o tener el concepto de relación ¿cómo podríamos considerarlo, sin pérdida, como una relación, o enunciar sobre eso, en el mismo sentido que las palabras ‘relación’ o ‘enunciado’ tienen cuando se aplican en virtud de sentidos parcialmente constituidos por ese algo? Parece “evidente” que existe una diferencia profunda entre ambas clases de relaciones, una diferencia comprometida en la comprensión de la idea misma de comprensión. Pero si no hay otro sentido de ‘objeto’, ‘relación’, ‘enunciado’, que el revelado por la construcción de enunciados, será ilusorio creer que la expresión “relación semántica” refiere. Según esta perspectiva, sin las presuposiciones semánticas, el lenguaje, el hablante y el mundo, como totalidades, no son posibles, ni tampoco podrían presentarse y representarse las circunstancias internas del mundo y del lenguaje. Entonces, si se suspendiesen, esas presuposiciones semánticas no podrían5 pensarse (en tanto pensar requiera lenguaje) y, si se mantuviesen, estarían presentes de una manera diferente de como lo hacen las circunstancias del mundo y no podrían, consiguientemente, representarse en tanto tales en el mismo sentido que éstas. Las presuposiciones semánticas, el lenguaje y el mundo como totalidades no son el tipo de entidad que aparece ante los hablantes. Propiamente, según esto, no existen.

Nada impide pensar el lenguaje o la comprensión lingüística como si fueran objetos o fenómenos del tipo usual, esto es, del tipo que aparece cuando hablamos del mundo, esto es, cuando nos comportamos presuponiendo la comprensión de (al menos algo de) lo que decimos. Incluso nada obsta para que los resultados de ese enfoque ayuden para afianzar la posesión del lenguaje o la capacidad interpretativa.6 El efecto de las precedentes observaciones7 no es quitar todo sentido a esa tarea teórica sino, por así decir, modificar la dirección que el hablar teórico-lingüístico imprime a la reflexión, dirigiéndola ahora hacia lo que, tal vez wittgensteinianamente, podría llamarse “el que hay lenguaje/mundo” o, bajo otras influencias, “la apertura de mundo”. Un movimiento paradójico cuando se lo describe como intentar situarse conceptualmente “antes” de las presuposiciones que hacen posible la conceptualización.8 No me propongo ahora defender la racionalidad de este planteo sino sólo sugerir que objeciones como las formuladas por Klimovsky, que enseguida atenderemos, pueden conducir a que la posición criticada adopte este tono más o menos trascendental, místico u originario, según el ánimo de quien se acerque.

Consideremos ahora el siguiente argumento:9

(1) Si en L queremos hablar de las relaciones de L con el mundo debemos presuponer esas relaciones, entonces, o bien es imposible enunciar con sentido acerca de esas relaciones o bien sólo podremos enunciar trivialidades. Por ende

(2) la única caracterización teóricamente útil de un lenguaje L es en términos de estructuras sintácticas.10 Por ejemplo, como un par ordenado formado por un conjunto de estructuras sintácticas llamadas oraciones y una relación que lo sistematice, quizás la relación de consecuencia sintáctica: 〈{oraciones de L},⊢〉. De modo que,

(3) el significado de los componentes de L depende únicamente de (la totalidad de) las relaciones que determinan la estructura (y no de eventuales nexos con entidades externas a L). Depende de la “estructura” y no de la referencia.

(4) Esa estructura sintáctica puede aplicarse a la realidad pero la aplicación no modifica los significados.

(5) Conocer es aplicar un lenguaje, entonces conocer es imponer una estructura sintáctica a algo que o bien no tiene estructura o tiene una estructura propia inaccesible.

La primera premisa es lo que Klimovsky llamó “tesis internalista” (Klimovsky, 1982: p. 83); el conjunto 2-5 es el meollo de una concepción sintacticista del lenguaje que tuvo y tiene muchos defensores y que él rechazó.11

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