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II
ОглавлениеComo si retomara la cuestión planteada por Simpson en relación con su examen del primer criterio quineano de compromiso óntico, Raúl Orayen, en un texto de 1982 complementado en el capítulo II de su libro de 1989, argumentó en contra de la suficiencia de la regimentación propiciada por Quine. Sostuvo que (i) para establecer la vinculación entre un lenguaje común y el lenguaje extensional de primer orden, es esencial la aplicabilidad al lenguaje común de la noción de verdad lógica definida para ese lenguaje formal; (ii) para definir verdad lógica en un lenguaje de sintaxis regimentada pueden usarse métodos tarskianos, pero no en el caso de los lenguajes comunes; (iii) en estos casos se requiere un criterio basado en consideraciones lingüísticas que permita asegurar mismidad de significado (o semejanza suficiente) entre oraciones regimentadas y comunes; (iv) con el concepto intensional de sinonimia cognitiva global se satisface este último requisito y, dado que las mismas construcciones gramaticales deben interpretarse de modos distintos de acuerdo con los contextos de uso, no se conoce un modo no intensional de satisfacerlo. De aquí se sigue que las teorías semánticas no podrían ser regimentadas en un lenguaje puramente extensional. Algo que tiene consecuencias muy generales, porque estas teorías están involucradas en la justificación de la regimentación de cualquier teoría.
Quine (1982) contestó esta crítica mediante consideraciones específicas y generales. El núcleo de las primeras: para aplicar la teoría lógica (en particular la noción “regimentada” de verdad lógica) al lenguaje común no se requiere trasladar la noción de verdad lógica sino solo garantizar la transmisión de verdad desde premisas a conclusiones y, por tanto, no se requiere satisfacer (iii), i. e. no se requiere establecer reglas precisas de paráfrasis. Solamente hace falta advertir, mediante consideraciones semánticas, mismidad de valor veritativo. Pero Orayen hizo notar que esta réplica no da la menor idea acerca de qué tipo de consideraciones podrían ser esas “consideraciones semánticas” que serían suficientes sin acudir a conceptos intensionales.5 Quine también utilizó uno de sus argumentos favoritos para replicar a Orayen: si las nociones intensionales son legítimas (en semántica) entonces no hay indeterminación de la traducción; pero la hay. Que la hay, depende de la plausibilidad que tenga un famoso argumento quineano, pretendidamente independiente, a favor de esta indeterminación, basado en las condiciones generales intersubjetivas del concepto de lenguaje (un “arte social”) y de la adquisición del lenguaje, de las que desprende como consecuencia su tesis de la inescrutabilidad de la referencia. Pero Orayen (1989: cap. III) también ha desplegado razones en contra de este argumento. Afortunadamente, no es este el lugar para examinar esta compleja disputa sino solo para señalar que no está resuelta.
Un intento por saltar fuera de este laberinto, para resolverlo, se esboza si se comienza por atender la cuestión suscitada por la crítica del segundo criterio quineano de compromiso óntico ofrecida en FLRS: la cuestión del establecimiento del significado de las palabras lógicas y, de ese modo, el de las expresiones lingüísticas en general. Si al hacerlo se privilegia un enfoque sintáctico-inferencial del significado, en desmedro del veritativo-referencial, puede esperarse que la distancia entre lenguaje regimentado y lenguaje común se acorte apropiadamente. En el regimentado, búsquese definir verdad lógica sin usar la noción de verdad sino, por ejemplo, la de prueba. En el común, procúrese fundar la idea de significado (cognitivo) en los nexos inferenciales (memento Frege) caracterizándolos o bien (i) con recurso a la teoría de modelos, o bien (ii) a la manera sintáctico-inferencialista (una línea presente en la serie Frege-Wittgenstein II-Sellars-Brandom). Pero no es sencillo.
En algunos trabajos de comienzos de los ochenta (1982, 1984), Gregorio Klimovsky argumentó contra el concepto sintacticista de significado y contra el emparentado enfoque lógico-semántico “universalista” (anticipando, por otra parte, la tesis de Hintikka sobre la fabilidad aunque inexhaustividad de la explicación del significado) y, como consecuencia, en contra de la vía (ii) del párrafo anterior y a favor de la posibilidad de una adecuada teoría referencialista o modelística del significado, aun en versión inferencialista (la vía (i) anterior).
Pero, por otra parte, en varias intervenciones entre 1986 y 1992, Orayen hizo notar que la teoría de modelos (clave en la vía (i)) se construye sobre la base de teorías de conjuntos y/o clases, pero los lenguajes de esas teorías no pueden entenderse o recibir significados modelísticamente sino sobre la base de teorías de conjuntos o clases de mayor poder expresivo. Por tanto, para dar significado a cada uno de esos lenguajes mediante el empleo de una teoría de modelos, o bien debe admitirse una serie infinita de tales teorías y de lenguajes para ellas, o bien debe adoptarse de modo acrítico un lenguaje de fondo. En este punto podemos observar que, a los efectos de establecer cada una de esas teorías de conjuntos, la existencia de esa serie potencialmente infinita es suficiente; pero la afirmación o la mera suposición de su existencia requiere un lenguaje cuya significación no puede venir dada por alguna teoría de modelos. Así pues, la teoría de modelos no es la forma general de concebir la significación. Por otra parte, el segundo término de la disyuntiva de Orayen tampoco ofrece una respuesta satisfactoria a quien busque una teoría general, porque la adopción acrítica de un lenguaje implica que su teoría semántica no existe o es trivial (no explica los significados ni los explicita de modo informativo).
Estos trabajos de Klimovsky y Orayen arrojan serias dudas sobre la viabilidad de las propuestas anteriores para la solución de los problemas planteados en FLRS (resumidos al final de la sección anterior). Problemas que, entonces, siguen conservando su hondura inicial y de este modo muestran la perspicacia de haberlos identificado y puesto de relieve.
Tal vez por esas dificultades, alguno quiera intentar un abordaje de cierta tonalidad kantiana. Pretendiendo que los análisis y sistemas sintácticos o lógico-semánticos, en su uso más ambicioso (es decir, en relación con la cuestión general del nexo entre lenguaje y realidad) no tienen el estatuto de teorías, al menos no en el sentido normal ejemplificado por las teorías empíricas. En esa perspectiva global, y precisamente por su fracaso cuando se los considera en esa perspectiva, solo pueden verse como indicadores de que el concepto de la relación entre lenguaje y realidad es un modo de señalar la constitución “simultánea y recíproca” de un mundo experimentable y una práctica de hablar acerca de ese mundo. Un modo de señalar condiciones que hacen posible que para nosotros haya mundo y lenguaje en lugar de no haberlos. Esas personas dirán, tal vez, que cualquier formulación lingüística de un asunto presupone que hay algo hablante (alguien) ante quien la cuestión existe (se plantea) y que se reconoce como hablante (por ejemplo, porque distingue ruidos de oraciones y de otros hablantes). Agregarán que para que haya entidades (individuales o universales) como asuntos, cambios o palabras ante un hablante tiene que haber una relación de diferencia o propiedades que distingan una entidad de otra. También querrán decir cosas como: un ente (algo, concreto o abstracto) es lo referible por un término singular, un término singular es una expresión que puede sustituir una variable cuantificable respetando reglas lógicas, y una relación entre entes es lo que puede ser aludido por un predicado que se emplea también respetando reglas lógicas. Las categorías de entidad y relación, manifiestas en los principios lógicos que dan sentido a los tipos léxicos que los integran y que estructuran el lenguaje (en predicaciones, cuantificaciones, conexiones oracionales de diversas fuerzas), son también estructurantes del mundo. Admitirán que tal vez ningún término singular o predicado sea necesario para pensar la realidad (tal vez ni espacio, ni tiempo, ni continuo n-dimensional). Pero que es constitutivo (del logos y del mundo) que hay algunos. Que tal vez ningún principio lógico específico sea necesario (tal vez ni el modus ponens), que ninguno sea constitutivo de todo mundo posible y cualquiera pueda ser olvidado o sustituido (sobre la base de razonamientos o experiencias, esto es, por los mismos motivos que se usan para desechar teorías empíricas, aunque, seguramente, con mucha menor probabilidad). Pero que es constitutivo (del logos y del mundo) que hay algunos. Y verán en esta multiplicidad de sistemas de predicados categoriales y principios constituyentes el meollo de la idea de que el mundo real es independiente de la mente.
Pero es bastante claro que esta especie de pragmática trascendental minimalista es demasiado oscura como para atraer a un lector atento de Formas lógicas, realidad y significado.6 Solo cabe esperar que el poeta Simpson, rondador de abismos, le conceda a estas declaraciones una posibilidad de redención, alguna tarde misteriosa. Digo el otro Tomás (es decir, el mismo) que cuando halló una hormiga perdida en la baldosa, inquietada por rastros confusos, tan serio y analítico como el filósofo cauteloso, pensó: “Ajena al infortunio que la muerde/ lejos quedó la hormiga-madre y diosa;/ sin embargo, yo espero/ que algún dios compasivo te recuerde/ y así te salve, en comunión dichosa,/ hormiguita sin paz ni derrotero”.7
Referencias bibliográficas
Klimovsky, G. (1982), “Metalenguaje, jerarquía de lenguajes”, en: Klimovsky, G. (1984), Epistemología y psicoanálisis, Vol. I, Buenos Aires: Biebel, pp. 71-90.
—. (1984), “Significación, lenguaje y metalenguaje”, en Klimovsky, G. (1984), Epistemología y psicoanálisis, Vol. I, Buenos Aires: Biebel, pp. 91-99.
Moretti, A. (2013), “La lógica y la trama de las cosas”, aparecerá en Ideas y valores.
Orayen, R. (1986-1992), “Una paradoja en la semántica de la teoría de conjuntos”, en: Moretti, A. y G. Hurtado (comps.) (2003), La paradoja de Orayen, Buenos Aires: Eudeba, pp. 35-59.
—. (1989), Lógica, significado y ontología, Méxido D. F.: UNAM.
Quine, W. (1982), “Respuesta a Orayen”, Análisis filosófico II (1-2), pp. 72-76.
Simpson, T. M. (19641, 19752), Formas lógicas, realidad y significado, Buenos Aires: Eudeba.
—. (2017), La mano necesaria. Poemas y cavilaciones, Buenos Aires: Editorial Antigua.
* Ponencia en el 16 Latin American Symposium on Mathematical Logic – Satellite Colloquium of Philosophy of Logic. A Tribute for the 50th Anniversary of T M Simpson’s Formas lógicas, realidad y significado. Organizado por la Facultad de Ciencias Económicas (UBA), Buenos Aires, julio 2014. Apareció luego en Moretti, A., Orlando, E. y N. Stigol (comps.), A medio siglo de Formas lógicas, realidad y significado de T.M. Simpson, Buenos Aires: Eudeba-Sadaf, 2016.
1 Los sistemas pretendidamente lógicos de Frege o de Russell eran, al menos, de segundo orden. Pero esto, puede alegarse, fue consecuencia de su afán por demostrar que la matemática es lógica y ese afán, por razones atendibles, ya no se tiene. Es interesante observar que para la lógica de predicados monádicos (fragmento de la preferida por Quine) no solo tenemos sistemas de prueba correctos y completos sino también decidibles. Y esta última propiedad, puede decirse, está tan ligada como las otras dos al sentido común de lo que llamamos lógica. El fragmento monádico se expandió siguiendo el deseo de validar como lógicos todos los razonamientos matemáticos. Quitado ese objetivo ¿por qué no frenar la expansión y detener allí el alcance de la lógica? Con el interesante resultado de que, entonces, la relación lógica de predicación vuelve a ser la puramente atributiva de cierta tradición (FLRS, §§2, 3), la lógica no supera el alcance de una silogística ampliada y las relaciones se tratan como casos especiales de atributos que requieren postulados materiales.
2 Aunque, veremos, así se plantea otro interrogante difícil acerca del alcance de este modo conjuntístico de determinar significados.
3 Pero ¿cómo se identifican y evalúan esos frutos? Tal cosa ha de involucrar consideraciones externas a T y esto, probablemente, incluya la afirmación teórica de que la verdad o la utilidad de T requiere que existan ciertas entidades (las que integran el domino de sus variables).
4 Pero ¿no intervendrá esta visión externa en el momento de justificar la elección del lenguaje-objeto?
5 Aunque Quine no lo haya señalado, podría fortalecerse su posición apelando a un camino davidsoniano que emplee una estrategia tarskiana cuasiextensional (extensional excepto por el concepto de sostener como verdadero que, sin embargo, no discrimina significados oracionales) para atribuir condiciones veritativas a las oraciones comunes de modo que quedan establecidas las verdades lógicas.
6 Moretti (2013) incluye un intento por agregar alguna claridad, que probablemente se agote en agregado de palabras. No evito la pertinente tentación de recordar aquí unos versos de Almafuerte, que tiempo atrás me señaló Simpson: “La azucena, la nieve y el armiño/ pierden su nitidez al microscopio/ el afán del análisis es propio/ del imbécil, del pérfido y del niño” (en ese caso espero que, con ayuda de los años, solo ocupemos la última categoría).
7 Cfr. Simpson (2017). [Esta nota no pudo aparecer en la edición original].