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INTRODUCCIÓN POLÍTICA, ESTRATEGIA Y TÁCTICA

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Supongámonos en un mundo caracterizado por el dominio general de la política. La política es el arte y la manera del discurso. Jacques Lacan definió el discurso como la relación que se establece entre seres hablantes, la cual tiene siempre una dimensión política. Para articular bien todo esto, Lacan formalizó un cierto número de discursos a partir del que consideró principal y al que llamó el discurso del amo. Este discurso del amo, el discurso del dominio, el discurso de la presencia, se caracteriza por la posición imperial del significante, tomado como uno solo. Es un error, el más común, creer que alguien manda conscientemente. De hecho, este significante está sostenido por un sujeto inconsciente para producir una cadena de significantes sin los cuales no sería nada. Todos los demás sujetos quedan reducidos, en ese discurso dominante, a los significantes puestos como el destinatario de la acción del primero. Ningún sujeto manda, un significante ordena y los demás sujetos se disponen en fila a seguir a su guía. En realidad, el amo no sabe que es él quien sigue a sus secuaces. Algo se produce en esta actividad, un resto, que en la sociedad capitalista encarna muy bien la mercadería, una producción destinada a la destrucción.

Tenemos interés en saber si no estamos viviendo un giro de época en el cual ese resto habría venido a ocupar el lugar dominante. Jacques-Alain Miller desarrolló este tema en una intervención realizada en 2004, en el marco del IV Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, titulada «Una fantasía».1 El resto, la mercancía como algo que nos hace gozar a la vez que pone límites a nuestro goce, está, como señala Jacques-Alain Miller, en el cénit, es nuestra brújula, en los tiempos en que el discurso del amo ha perdido su lugar en la política. El goce libertino es la condición del valor de uso, sin el cual no habría valor de cambio, es decir, mercadería. Supongamos que de este dominio del objeto sobre el significante y su circulación resulta una pérdida de sentido de la política. Ello conllevaría una pérdida del sentido del inconsciente o bien obligaría —y de hecho estamos ahí— a construir un inconsciente fuera del sentido.

No todo es política en la orientación lacaniana

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