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LA POLÍTICA CLÁSICA
ОглавлениеSea como fuere, vale la pena examinar una vez más las condiciones de la política, creadora de nuestro mundo civil y gobernadora de los vínculos sociales, en sus relaciones con el psicoanálisis. Empecemos con la sentencia de Napoleón según la cual la política es hoy asunto de todos. Tenemos un relato del momento en que Europa descubrió el sentido universal de la política, escrito por uno de sus más eminentes intelectuales: Johann Wolfgang von Goethe. En unas notas de su Diario,2 Goethe relata su encuentro con Napoleón, ocurrido en 1808 (en los tiempos en que en España se libraba la llamada guerra de la Independencia). Después de comentar el Werther, Napoleón pasó a reprochar a Goethe el fatalismo de sus tragedias; ese fatalismo no correspondía a la época, sino a tiempos más oscuros: «¿A qué viene ahora hablar del destino? El destino es la política». Esta frase nos resulta familiar porque Freud la parafraseó dos veces en sus escritos «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912) y «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924).3 Que la anatomía sea puesta en el nivel de lo político debería darnos que pensar. Pero si atendemos al hecho de que el término alemán de Schicksal es el que Freud utiliza para uno de los cuatro componentes de la pulsión, volveremos al tema del inconsciente más o menos cercano a la pulsión.
Así pues, la política es, a partir del retorno a las formas de la república para los grandes Estados, un asunto de todos. Es el asunto mismo. Nada en la existencia humana está fuera de un tratamiento político. Incluso la guerra descubre que su sustancia es política. El propio Goethe debía tenerlo presente, pues fue espectador de la batalla de Valmy, en la que el pueblo armado, el ejército de conscripción, formado por ciudadanos comprometidos políticamente con el destino de la Revolución, venció al profesionalizado ejército prusiano. El gran teórico de la guerra, Carl von Clausewitz, pudo afirmar: «La guerra no es un fenómeno independiente, sino la continuación de la política por otros medios».4 Añadamos que, en nuestro tiempo, Michel Foucault dio la vuelta a dicha afirmación: la política es la continuación de la guerra por otros medios, con lo que quería significar que el fundamento de todo poder es siempre la posesión de la fuerza.
Debemos distinguir, de la política, que es el arte de lo imposible, las dos dimensiones que se ponen a su servicio: la táctica y la estrategia. Estos dos términos provienen del vocabulario militar porque, en efecto, es ahí donde se ha elaborado con la mayor claridad, y por necesidades de su desarrollo, la distinción entre estos dos términos. Digamos que la política es el arte de tratar con el Otro en cuanto no existente: nada está previsto ni preparado, nada del Otro indica el camino a seguir; no hay ni victoria ni derrota, porque el Otro no es adversario. Pero eso que no existe y que constituye la dimensión de la política toma una existencia contingente en las dos otras dimensiones en las que se concreta la acción. Podemos definir como una acción táctica aquella que se orienta a la evaporación de los espejismos que se producen en toda relación especular; en la estrategia, se trata al Otro como el campo mismo de lo simbólico. Así pues, el Otro en tanto que no existe, el Otro ausente, y, por lo tanto, abierto a todas las creaciones, es el de la política; cuando una contingencia permite tomar a ese Otro como Uno, puede ser tomado como adversario.