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LA POLÍTICA DE LA CURA PSICOANALÍTICA
ОглавлениеEn su escrito «La dirección de la cura»,5 Jacques Lacan no duda en referir las reglas de la práctica psicoanalítica a esta tríada clásica de términos. Al tratar de la parte que tiene el psicoanalista en el desarrollo de la cura, dice así: «El analista es menos libre en su estrategia que en su táctica». Y añade: «[...] es aún menos libre en aquello que domina estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su falta en ser que por su ser».6 En este desarrollo, Lacan sitúa la interpretación como un movimiento táctico, como una respuesta inmediata a un movimiento de algo que se compacta como defensa y que se puede tratar como adversario. La estrategia en la cura viene determinada por el terreno y la disposición de ese adversario: la transferencia como sujeto-supuesto-saber, real en la presencia del analista. Y por encima de todo ello está la política del psicoanálisis, dimensión en la que vienen a coincidir el psicoanálisis como cura, el discurso del psicoanálisis, la escuela del psicoanálisis, la causa psicoanalítica y, si se quiere, el deseo de Freud y de cualquier psicoanalista autorizado.
Digamos una palabra más sobre ese adversario que hemos mencionado varias veces y frente al cual se disponen las tres dimensiones que estamos estudiando. Podemos considerarlo como el «no-querer-saber» general que domina la posición del sujeto, por cuanto este se sitúa en un significante inexistente. El objetivo de la lucha va entonces más allá de la cura psicoanalítica. Si decimos que todos somos analizantes, es para significar que ese adversario lo encontramos y lo encontraremos siempre: todos somos analizantes de un «no-querer-saber» fundamental que equivale a nuestra existencia de sujetos. El propio Lacan afirma luchar también contra esto, y en este sentido se encuentra en el mismo nivel que todo sujeto; el privilegio de su saber, del que intentamos extraer provecho, está en su posición un poco más avanzada.7
En «La dirección de la cura», Lacan da precisiones sobre la manera de orientar, según sus elaboraciones en esa época, estas tres dimensiones del acto analítico. La interpretación, para empezar, se orienta por la no respuesta a la demanda. La interpretación es desciframiento, es decir, apelación a la dimensión del Otro, que sigue el procedimiento de introducir en la sincronía algo que permita, e incluso propicie, la traducción de aquello que ofrece la diacronía a los términos de la repetición. La transferencia se mide aquí en la relación con un analista en cuanto objeto particular y parcial de la cura. Es ese analista objetivado quien pone los límites del campo en el que se desarrolla la dirección de la cura; es ahí donde se muestra la importancia de la formación del analista como primera medida estratégica para garantizar su desarrollo. En cuanto a la política, esta viene dominada por el ser del analista, definido a partir de la «falta en ser del sujeto», y que es aquello que constituye «el corazón de la experiencia analítica [...] el campo mismo donde se despliega la pasión del neurótico».8 De hecho, el analista encarna esa falta en ser, la inserta en la situación analítica. Y en el último capítulo de ese escrito, que contiene elaboraciones posteriores, Lacan traduce ese «ser del analista» a los términos del deseo del analista, que hace aquí su aparición.9 A su definición dedicará Lacan una parte importante de sus elaboraciones a partir del objeto a. Digamos aquí de momento que, frente a la pasión de ser del neurótico, en la que, gracias a un objeto, encontraría la conexión entre la pulsión y el fantasma, el psicoanalista hace presente la falta constitutiva del fantasma. Ningún fantasma satura, por no decir sacia, el deseo.
A primera vista, pues, parecería que el deseo del analista es un deseo sin fantasma; pero el propio Lacan señala que el deseo del analista no es un deseo puro, sino que también está causado por un fantasma, y da los ejemplos de Ferenczi, Abraham y Nunberg, que ejercieron el psicoanálisis sostenidos cada uno de ellos por su fantasma.10 Pero con Lacan hemos avanzado en la formación del analista, y entendemos que para ser analista hay que haber tomado una distancia respecto del fantasma. Es lo que fue teorizado en un tiempo como la travesía del fantasma (que comporta un atravesamiento de la pantalla imaginaria). Quizá no estamos ya ahí, y los testimonios de los analistas de la Escuela nos presentan, más que un atravesamiento, la fórmula clave y singular de su política.
Entendemos entonces que, en un primer momento, la fórmula del atravesamiento del fantasma implicaba una cierta unificación de la política del psicoanálisis entre la dirección de la cura, la posición del psicoanalista y el trabajo de la Escuela. El término de política aplicado al síntoma (o al sinthome) implica una dispersión, unificada solamente por la soledad. De uno en uno, la experiencia del psicoanálisis lleva a esa conclusión común: cada ser-hablante-letra (parlêtre) está solo con su goce, el único partenaire del que puede llegar a dar razón. La política de la Escuela se basa entonces en la imposible coexistencia de esas políticas singulares.
En todos los casos nos remitimos a Freud. Al final de «La dirección de la cura», Lacan apela a Freud en unos términos inolvidables, caracterizando su deseo como «un río de fuego», para plantear a partir de ahí la posibilidad de una forma universal del deseo del analista. Ahora nos sigue interesando el deseo de Freud, pero en cuanto singular, ligado a una forma de goce que no sabemos condensar en ninguna fórmula. Esa ausencia de formulación guía la política de la Escuela: en su centro hay un agujero freudiano del saber al que cuidamos como nuestra riqueza, nuestro tesoro, nuestro agalma.