Читать книгу Naturaleza hostil - Arnaldur Indridason - Страница 10
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ОглавлениеEstá sumido en el frío y la oscuridad. Lo asaltan continuamente imágenes de personas, pensamientos y sucesos pasados que escapan a su control. Ha perdido la noción del tiempo y el espacio. Se encuentra en todas partes y en ninguna a la vez.
Está tumbado en su cuarto y lo invade una extraña calma después de la inyección. Trata en vano de luchar contra esa sensación. Siente como si la sangre dejara de circular y se le nubla la mente.
El médico le explica lo que va a hacer, pero apenas lo oye. Lucha con todas sus fuerzas y grita a todo pulmón hasta que lo agarran y lo inmovilizan en la cama. El doctor se dirige a su madre, que asiente levemente con la cabeza. Ve la jeringuilla en manos del médico y siente un doloroso pinchazo en el brazo. Poco a poco se tranquiliza.
Su madre está sentada al borde de la cama acariciándole la frente, con una expresión de insondable dolor en el rostro. Haría cualquier cosa por poner fin a su tristeza.
—¿Hay algo que nos puedas decir de tu hermano? —susurra.
Presenta heridas leves por congelación en las manos y los pies, pero no le duelen. No recuerda nada de lo ocurrido antes de haberse despertado en brazos del rescatador que trataba de obligarlo a beber leche tibia. Se turnan para bajarlo cuanto antes a un lugar caliente. Su madre recorre el último tramo y lo deja en manos del médico, que examina su estado y comienza a curarle las heridas. Le dicen que su padre está vivo. ¿Y por qué no iba a estarlo?, se pregunta. No recuerda nada. Mira a su alrededor: la casa está llena de desconocidos, fuera hay personas con walkie-talkies y unos palos alargados, la gente lo mira como si hubiera visto a un fantasma. Recupera progresivamente el conocimiento y comienzan a ensamblarse en su cabeza las piezas de lo ocurrido desde que salieron de casa.Al comienzo no es más que una imagen fragmentaria, pero gradualmente emerge todo el conjunto. Agarra a su madre del brazo.
—¿Dónde está Beggi? —le pregunta.
—No estaba contigo —le responde—. Lo estamos buscando en la zona donde te han encontrado.
—¿No ha vuelto a casa?
Su madre niega con la cabeza.
Es entonces cuando enloquece. Se pone de pie con la intención de salir corriendo; su madre se lo impide, pero solo consigue ponerlo más histérico. Logra zafarse y salir corriendo al pasillo, donde se topa con el médico y con dos de los hombres que lo han bajado hasta Bakkasel. Intenta librarse de ellos, pero lo agarran con fuerza tratando de hablar con él, de hacerlo razonar y calmarlo. Su madre lo abraza y le explica que un grupo de personas están buscando a su hermano Bergur y que pronto lo encontrarán, que todo irá bien. Él no le hace caso, muerde y araña intentando llegar hasta sus botas y su anorak. Pierde el control cuando le prohíben salir y al médico no le queda más remedio que suministrarle un calmante.
—¿Puedes darnos alguna pista sobre Beggi? —le pregunta de nuevo su madre una vez que él, sin fuerzas para resistirse, ha vuelto a la cama—. Es urgente, cariño.
—Llevaba a Beggi de la mano —susurra—. Lo agarré todo el rato que pude. De repente, ya no estaba conmigo. Estaba yo solo. No sé qué pasó.
—¿Hace mucho de eso?
Tiene la impresión de que su madre se halla sometida a una gran presión y de que está tratando de mantener la calma. Ha recuperado con vida a dos de tres y la idea de que Bergur se encuentre todavía en plena tormenta se le hace insoportable.
—No lo sé —responde.
—¿Aún era de día?
—Creo que sí. No lo sé. Hacía mucho frío.
—¿Sabes en qué dirección ibais? ¿Subíais o bajabais?
—No, no lo sé. Me caía todo el rato y todo era blanco y no veía nada. Me acuerdo de papá diciéndonos que debíamos volver inmediatamente. Luego desapareció.
—Ha pasado ya más de un día —le informa su madre—. Voy a subir otra vez al páramo, cariño. Necesitan más gente. Descansa. Todo irá bien. Encontraremos a Beggi. No te preocupes.
El sedante hace efecto y las reconfortantes palabras de su madre lo apaciguan levemente. Se queda dormido y permanece unas horas ajeno a todo. Al despertarse lo rodea una extraña calma; en la casa reina un inquietante silencio. Siente como si se despertara de una larga y horrenda pesadilla, pero enseguida se da cuenta de que no es así: los recientes acontecimientos están demasiado vivos en su mente. Todavía aturdido por el medicamento, baja de la cama y sale al pasillo. La puerta del dormitorio de sus padres está cerrada. Se acerca a ella, la abre y ve a su padre sentado en el borde de la cama. Inmóvil, con la cabeza hundida en el pecho y las manos en el regazo, ni siquiera percibe la presencia del chico. Puede que esté dormido. La habitación está a oscuras. Ignora la terrible odisea que vivió su padre, no sabe que tuvo que arrastrarse a cuatro patas en los últimos metros para poder llegar a Bakkasel, congelado, sin gorro y casi inconsciente tras batallar contra el temporal.
—¿No estás buscando? —le pregunta.
Su padre no le responde y se limita a mirar fijamente sus manos inertes. Se acerca a él, le apoya una mano sobre la rodilla y repite la pregunta. Su padre parece haber envejecido muchos años. Las arrugas de la cara son más profundas. Los ojos han perdido el brillo; ahora son fríos, distantes e inexpresivos. Nunca ha visto a su padre tan afligido, solo y desconsolado como en ese momento, sentado en el borde de la cama en la oscuridad de su dormitorio. Angustiado y aterrado, se disculpa ante él con las palabras más humildes.
—No pude hacer nada —susurra—. No había nada que pudiera hacer.